Fue extraño, pero uno de los mejores momentos de mi vida. Espero que para Zaira también haya significado lo mismo. Todavía no sé si contárselo a Gisela, una de mis buenas amigas. Aunque estoy convencida que, sería mejor que se entere por mis labios, a que se lo cuente su hija.
Era sábado. El primero de las vacaciones de invierno. Me venía bárbaro cortar con las clases, porque, los chicos de la escuela en la que trabajo como docente estaban cada vez más dispersos, insoportables y distraídos. Sentía que ya no me quedaban fuerzas para traerlos a la clase, o para renegar con la edad del pavo de la mayoría. Así que, recibí al sábado como se lo merecía. Con musiquita en el living, un buen desayuno saludable, (Café con leche + huevos revueltos + una porción de tarta de ricota), con un rico fasito de flores que me había regalado un amigo, y después, con una buena película coreana. Así que, en eso estaba: en bombacha y medias, revoleada en el sillón, viendo una peli BL que había marcado en Netflix hacía por lo menos un mes, cuando me llegó un mensajito de WhatsApp. No pensaba en darle bola. Pero mi celular vibró con insistencia en la mesita ratona, y la curiosidad me venció al fin.
¡Gabiiiii! ¡Geniaaaa!
¡Hooooliiiis! ¡Che Gabi, perdón que te joda!
¡Por ahí, estás re de vacas, y yo hinchando!
¡Es que, no puedo preguntarle esto a nadie!
¿No confío en el chat GPT, ni en toda esa bobada de la IA!
¡Y, ya conocés a mi vieja! ¡Me va a mandar a la mierda si le hablo de esto!
¡Yo, cuando vos quieras, si querés, te llamo, y hablamos! ¿Dale?
¡Sos la única en la que puedo confiar! ¡Vos sos mi ídola!
Esos fueron los ocho mensajes que me envió Zaira, en medio de caritas, lenguas, gifs de toda clase, y un sticker de una chica boxeando. Todo era muy complejo. Pausé la peli, me tomé un vaso de agua y releí los mensajes una vez más. Zaira tiene 13 años, y siempre dijo que le hubiese gustado que yo sea su madrina. Nos llevamos súper, y coincidimos en muchos gustos musicales, de cine, series, comidas y helados. Por un momento me asusté. ¡Pensé que la pendeja se había mandado una cagada! ¡Y, con la madre castradora que tiene, seguro no sabía cómo hablarle! ¿Qué habría hecho? ¿Drogas? ¿Alguna materia desaprobada? ¿Problemas con algún chico? ¿No habría tenido relaciones? ¿Estaría asustada porque, tal vez no le vino? El tema es que, yo conocía bien a Gisela, y no era una mina sencilla. Más bien le costaba hablar con sus hijos de asuntos referidos al sexo, las drogas o los cuidados fundamentales. Ella se dedicaba a trabajar como negra, y eso no se lo discutía nadie. Pero, Zaira era la más descuidada de todos sus hermanos. Los otros dos varones eran más grandes, y mal que bien, uno ya cursaba primer año de ingeniería industrial, y el otro terminaba el secundario con excelentes notas. Zaira se la pasaba mayormente sola en la casa. Se cocinaba, se lavaba la ropa, arreglaba su cuarto, estudiaba duro para cumplir con las exigencias de su escuela de doble turno, y había crecido mucho en lo social. Pero casi no se veía con su madre. Entonces, un poco me alarmé, y preferí llamarla. Tenía la voz media dormida cuando me atendió. Le pregunté si había algún problema urgente, tales como dinero, algún robo, manoseos por la calle, o cualquier cosa referida a las enfermedades; y enseguida me descartó esos ítems.
¡Es, es algo muy personal Gabi! ¡Creo que, sería mejor que nos juntemos, un toque! ¡No quiero robarte tiempo! ¡A lo mejor, con un par de consejitos, lo podemos arreglar!, me decía, cada vez más avergonzada. Entonces, le pregunté si tenía planes para la siesta. Me dijo que estaría toda la tarde sola. Incluso hasta el domingo a la tarde, porque a su madre le tocaba guardia en el hospital, y sus hermanos, cada uno estaba en la suya.
¡Bueno Zai, entonces, si querés comemos juntas! ¡Caigo a tu casa tipo una y media, y pedimos unas pizzas! ¡O lo que quieras! ¡Y, después, charlamos! ¿Te parece? ¡Pero no te angusties, que todo tiene solución!, le dije, y me sorprendí al escucharla reírse con dulzura, diciéndome: ¡Sí Gabi, buenísimo! ¡Pero, no te asustes, que, por ahí es una boludez de pendeja boluda! ¡Pasa que, sé que en vos puedo confiar!
Dejé la peli a la mitad, me arreglé un poco, esperé a que se me pase el efecto de las flores, busqué las llaves de mi auto, y partí para la casa de Gisela, ya que debía transitar dulces y tediosos 50 kilómetros. Lo hice con gusto. Incluso compré una caja de bombones para ella, y una caja de preservativos. En la noche tenía un encuentro con un chongo con el que, nos habíamos mandado manos en el ascensor del edificio en el que vive otra amiga, y bue, nos pasamos los teléfonos, por si acaso alguna de estas noches pintaba garchar. Recordé que no tenía forros, y si, por ahí esta noche se daba, no quería dejar mi suerte en las manos de un desconocido que solo pensaba en mamarme las tetas.
Cuando llegué a la casa de mi amiga, Zaira me recibió con un cálido abrazo, y un beso en la mejilla, en piyamas, con unas pantuflas de peluche, y el pelo medio desordenado. Nos sentamos a comer las pizzas que ella había pedido, y charlamos de temas sueltos. Su escuela, un cumple de 15 al que la invitaron, su madre, un poco de mis clases en el colegio, de lo terrible que están las nenas con el bullying, de algunas series, y de un chico que, a ella no le gusta, pero que la cargosea demasiado.
¡Me escribe cartitas, me manda mensajes re tiernos al IG, o enlaces de canciones de amor, o le dice a una de mis amigas que quiere pedirme que sea su novia! ¡Pero yo, ni ahí! ¡Y no es porque sea gordito, ni nada de eso!, se quejaba, con la boca del color de la salsa de la pizza. Yo me reía de su determinación, y le explicaba que no tenía ninguna obligación de nada con ese chico. Pero que aún así, estaría bueno que le participe sus sentires, para que él no se ilusione en vano.
¡Nunca sabemos cuánto tiempo la otra persona puede estar, enamorada de nosotras, esperándonos, tratando de ver algún guiño para saber si avanza! ¡Es mejor que él ya lo sepa, y vos no te angusties por eso, y él se sienta libre de que, por ejemplo, pueda cargosear a otra chica!, le decía, y ella me abría los ojos gigantes, como si estuviese poniendo ante su mirada una solución perfecta. Enseguida sonrió, me dijo que era una genia, y me sugirió que hagamos un brindis. Después tuvimos que limpiar porque se nos volcó un poco de coca en el piso, por lo efusivo de nuestro chinchín.
¡Bueno, supongo que no era de eso de lo que querías que hablemos! ¿No?, le dije, una vez que nos terminamos una pizza y media. Ella enrojeció de golpe, y abrió la boca para decir algo. Se puso de pie, dio algunos pasos, y luego dijo: ¡No Gabi, no es de ese tonto! ¡Es que, por ahí, por las dudas, sería mejor que charlemos en mi pieza! ¡Digo, porque, a lo mejor cae Agustín, o el Rodri! ¡Viste que ellos son re ruidosos!
¡Me parece bien Zai! ¡Querés tu privacidad, y lo entiendo! ¡Tus hermanos son dos amores! ¡Pero sí, escandalosos! ¡Bueno, dale! ¡Ordenemos un poco este living, y vamos a tu pieza!, le dije, mientras acomodábamos los platos, vasos, tirábamos las cajas vacías, y volvíamos a tomarnos un vaso de coca. Ella, de repente eructó, y me pidió disculpas.
¡Sos una chanchita nena! ¡Cómo vas a mandarte ese eructo de barra brava! ¡Estás cada día más hermosa, pero sos una cochina!, le decía, dándole una especie de chirlitos en la cola, ya que la pesqué justito con los codos apoyados en la mesa en su afán de limpiar las miguitas, parando la cola como si supiera. Me sentí rara haciéndole eso, y diciéndole chanchita. Algo me daba unas tremendas ganas de abrazarla, y besuquearla toda. Sin embargo, se lo atribuí a la relación pegote que tenemos desde siempre.
Luego, ya en su pieza, le ayudé a ordenar un poco. Tenía la cama hecha un lío, y había un poco de olor a encierro. Raro en ella, que es tan pulcra y vergonzosa. Ni siquiera le jodió que levantara dos bombachitas usadas que había dejado en el suelo.
¡Uy, perdón Gabi! ¡Dejalas en ese canastito de allá, que después las llevo al lavarropas! ¡Me colgué un poco esta semana! ¡Anduve media vaga!, iba diciendo, riéndose nerviosa mientras entreabría una ventana. Y de pronto se sentó en la cama, quitándose las pantuflas.
¡Bueno señorita, la escucho!, le dije, sentándome a su lado. Zai dudó. Se rascó la nariz, se mordió una uña, dijo que tenía calor, y se quitó la hebilla de su pelo castaño.
¡Es que, bueno… yo, te escuché muchas veces hablando con mi mamá, de sexo! ¡No es que sea metida! ¡Es que, nada, creo que, me interesa! ¡Pero, no sé si tanto eso de los cuidados, o de cómo hacerlo con un chico, o todas esas cosas! ¡No me gusta buscar eso en internet! ¡Siempre quise, preguntarte a vos! ¡Es como que, mami dice que la tenés re clara! ¡Perdón Gabi! ¡Parezco una boluda!, dijo al fin, despejándose las nubes que le apañaban los ojitos, y empezó a incomodarse, anudando sus dedos contra sus rodillas.
¡Fuaaaa, qué halago! ¡Nunca pensé que vos, pendejita chancha, me ibas a preguntar cositas de sexo! ¡Pero, nena, yo no la tengo re clara, ni mucho menos! ¡Cada una tiene sus experiencias! ¡Tu mami exagera un poco! ¡Y nada de perdón, ni de pensar que sos una boluda!, le dije, tomándole las manitos frías, pegándome un poquito más a su costado derecho, y viendo que un hilito de saliva se le escapaba de los labios.
¿Qué es eso tan terrible que tenés que preguntarme, bombona de la tía? ¡Porque, vos sabés que sos mi ahijadita, aunque, tengas a esa bruja de tu abuela de madrina! ¿No?, le di confianza, empezando a hacerle cosquillas, sabiendo que le encantan, y subiéndola un poco más a la cama para que sus piecitos descalzos no toquen el suelo.
¡Bueno, sí, vos sos mi madrina preferida Gabi! ¡Pero no me mates por esto! ¡En realidad, quiero, quiero aprender a, quiero, saber un poco de, cómo se hace!, dijo, agregándole más misterio a la cosa, mientras yo seguía haciéndole cosquillas, ahora en los piecitos.
¿Cómo se hace qué? ¡Dale, no te hagas la tímida conmigo nena! ¡Yo no voy a contarle nada a nadie!, le dije, casi que pegando mis labios a su oreja derecha. Ella tomó aire, frenó las risitas de las cosquillas, y dijo bajito, como una exhalación diminuta: ¡Quiero aprender a masturbarme!
¡Aaaaah! ¡Con que era eso! ¡Mirala vos, a la nenita chancha! ¡Querés aprender a tocarte, para disfrutarte, conocerte, y sentir cositas!, le dije, sintiéndome emocionada por dentro. No lo comprendía del todo, pero, me gustó que confiara en mí para semejante acto vital en las mujeres. Ella me sonrió, asintió con la cabeza, y se le iluminaron los ojos, mientras decía: ¡Pero, no me digas que soy una chancha, porfiiiis!
¡No importa si yo te lo digo! ¡Y no es que seas chancha, o sucia por pensar en hacerlo! ¡Mirá, lo importante es que vos, quieras, y tengas el deseo de descubrirte! ¿Nunca viste siquiera un video de una chica, haciéndolo?, le pregunté, una vez que se calmaron mis cosquillas, y sus palpitaciones, habiendo conseguido liberarse de su inquietud.
¡No Gabi! ¡Eso es lo que no quiero! ¡Bue, vi algo! ¡Pero no me copó! ¡Es que, yo siento que necesito hacerlo! ¡Tengo, o sea, todo el tiempo, cuando miro a un chico que me gusta, siento muchas cosas raras! ¡Siento que, por ahí, hacerlo, me puede calmar!, dijo, tratando de no tartamudear, ni de ponerse más colorada de lo que estaba.
¿Cositas raras, como cuáles? ¡Vos, contame todo, y no te guardes nada! ¡Yo no te voy a juzgar, ni me voy a reír! ¡Todas pasamos por lo mismo Zai! ¡Y antes, las chicas no lo hacían por prejuicios machistas, o religiosos, o sociales!, le dije, mientras ella se tapaba la cara con las manos. Pero al fin me confió: ¡No sé cómo explicarlo! ¡Es que, tengo muchas cosquillitas acá, y, siento que, como que me mojo la bombacha! ¡No es pis! ¿No?
Cuando dijo “Acá”, se rozó levemente la vagina, abriendo las piernas de una forma sexy. ¿O era que el tema de conversación se volvía muy caliente? Sí, era eso. Jamás había tenido una charla así con Zaira.
¡No bebé, no es pis! ¡Aunque, tal vez, un poquito puede ser! ¡Seguro son tus flujos! ¡No es malo que te mojes la bombachita, ni que tengas cosquillas! ¿Es como que, querés tocarte, o sentir que algo te frote la vulva?, le pregunté. Ella asintió, abriendo los ojos como un amanecer paradisíaco.
¿Y sentís calor en los pechos? ¿O cosquillas en los pezones?, repregunté, viendo que le costaba mirarme a la cara.
¡Sí, también! ¡Y, a veces, hasta en la cola Gabi! ¡Y, a la noche, cuando me acuerdo de algo que tiene que ver con besos de lengua, que me cuentan las chicas, o me acuerdo de los chicos que me pintan, siento cosquillas en todo el cuerpo! ¡Y, me froto en la sábana! ¡Ahí, sí que me mojo la bombacha mal! ¡Es como que, se me prende fuego el cuerpo!, dijo sonriendo, sin advertir que se había apretado una de sus tetitas, y que la boca se le llenaba de saliva.
¡Y seguro también te pasan cosas como estas! ¿Se te llena la boca de saliva cuando ves a un nene lindo? ¡Che Zai, si tenés calor, sacate ese piyama! ¡Yo, me voy a sacar esta camperita porque, posta que no doy más del calor!, le dije, mientras hacía exactamente eso, y recordaba que bajo mi remera violeta no llevaba corpiño. Ella sonrió al mirarme las gomas, y enseguida me pidió perdón por desubicarse.
¡No seas tonta nena! ¡Dale, sacate eso! ¡Y ponete algo más cómodo si querés!, le insistí, mientras volvía a sentarme en la cama. ella titubeaba, se tocaba la cara, y parecía meditar en silencio. Hasta que se quitó la parte de arriba del piyama, ¡Y me sorprendió al quedarse con las tetas desnuditas! Encima se las acarició, y murmuró un dulce: ¡Bueno, ojalá que cuando sea más grande, sean como las tuyas! ¡Aaah, y sí, me re babeo cuando veo al pibe que me gusta! ¡En realidad, hay dos! ¡Uno es un tonto, pero igual me puede! ¡El otro, es re nerd, y, no sé, tiene algo que, me gusta!
¡Es normal Zai! ¡Te van a gustar un montón de chicos! ¡Probablemente muchos al mismo tiempo! ¡Es parte de descubrir tus gustos! ¡Pero, así como te babeás cuando ves a un chico, ahí abajo, tu vagina también se babea! ¿Entendés? ¡Es como si, ella tuviese ojos, y pudiera ver la parte sexual de ese chico!, le dije, sabiendo que se reiría de mi ocurrencia. Cada vez estábamos más cerca, más pegadas, y el olor de su piel me confundía un poco. El reflejo de sus tetas perfectas, chiquitas, con dos pezones evidentemente cargados de calentura en la ventana, y sus manos inquietas, parecían el presagio de algo que no debía suceder.
¡Gabi! ¿Y vos, te masturbabas de chiquita?, preguntó de golpe, cuando el aire se condensaba entre mis temores y sus ansiedades.
¡Sí mi amor! ¡Creo que, como a los 10 lo descubrí solita! ¡Pero, yo era re chancha, y lo admito! ¡A mí, me gustaba frotarme con todo! ¡Sillones, camas, algunas piernas de ciertos chicos, peluches, y hasta con mi propia bombacha! ¡Bueno, pero, primero, lo que tenés que saber, es qué cosas tiene tu cuerpo! ¡Masturbarse, no solo es cuestión de, tu vagina! ¿Te gusta decirle vagina? ¿O, sos menos recatada, y le decís conchita?, le decía, mientras sus tensiones se relajaban, y al fin se entregaba a mis palabras, las que me costaba cada vez más conciliar en función de lo que intentaba explicarle.
¿Qué? ¿Cómo que con tu bombacha? ¿Y con chicos? ¡Contame, dale Gabi! ¿Por qué decís que eras chancha?, empezó a pedirme, dando pequeños saltitos en la cama, haciendo que sus tetitas se bamboleen con gracia y sensualidad.
¡Bueno, bueno, a ver, vamos por parte! ¡La masturbación, en su mayor medida, se debe a los roces, y al cariño que vos misma te hagas! ¡Es importante que lo hagas en un lugar seguro, privado, y que uses la imaginación! ¿Vos, sabés más o menos todo lo que hay en tu vagina? ¿Te la tocaste alguna vez? ¡Imagino que, cuando te bañás, lo hacés!, le pregunté, descubriendo que el aroma de su piel mutaba levemente a un perfume más abrazador. ¡No podía parar de mirarle las tetas!
¡Gabi, perdón, pero, antes que sigas, le digo conchita! ¡Me encanta como suena la palabra conchita! ¡Pero más cuando la decís vos! ¡Y, bueno, más o menos sé de eso! ¡Creo, que ¡Pero sí, me la toqué varias veces!, en realidad, no sé nada!, me dijo, quizás sin darse cuenta que se mordía el labio inferior.
¡Bueno, mirá! ¡En tu vulva, tenés la vagina, que es el orificio por donde hacés pipí! ¡Bueno, en realidad, hacés pis por la uretra! ¡Pero, eso dejémoslo porque es un lío, y ya lo vas a ver en biología en el colegio! ¡Lo más importante, es que, por acá, en la vulva, por acá arribita, vas a encontrar un botoncito! ¡Se llama clítoris! ¡No todas las chicas lo tienen igual! ¡Si lo encontrás, vas a notar que se endurece! ¡Y tocarte ahí, te va a dar placer! ¡Mucho placer! ¡Pero, no es solo tocarte ahí! ¡Es reconocerte toda! ¡Meterte deditos, sentir cómo empezás a mojarte de a poquito, hundir esos deditos en tu vagina, a la vez que te tocás ahí, y obviamente, pensás en el chico que te guste! ¡Es más! ¡Si imaginás su pito, y las cosas que podría hacerte con él, te vas a calentar más! ¡Pero, además de eso, tenés que acariciarte, tocarte las tetas, la pancita, apretarte la cola, frotarte, darte besitos en las manos, olerte, humedecer tus deditos con baba y volver a tu conchita, y sentirte! ¡Vas a volar de un calor re lindo, y posiblemente, hasta sueñes cosas chanchas! ¡Por ahí, hasta con chicas! ¡Pero, eso no tiene que confundirte!, le explicaba, cada vez más al borde de gemir, sintiéndome húmeda, liviana de complejos, pero con unas tremendas ganas de suspirar. Cuando le dije “acá arribita”, me toqué la concha por encima de la calza que traía, y eso me electrizó los pensamientos, y casi pierdo el hilo de lo que le iba diciendo. Zaira me escuchaba anonadada. Casi parecía no querer respirar para no perderse detalles. Entonces, me percaté que se había echado sobre mi costado, y que su energía, o sus latidos le arrancaban suspiritos dulzones y sinceros.
¡Guaaau! ¡Qué lindo suena todo eso! ¿Igual, tuve sueños con nenas! ¡Bueno, en la mayoría, solo me doy piquitos con algunas! ¡Pero, también soñé mucho con los pitos de, bueno, de casi todos los varones de mi curso! ¡Pero, Gabi! ¿Eso, es mejor hacerlo a la noche?, me preguntó, penetrándome con los ojos y sus dudas deliciosas.
¡Podés hacerlo a la hora que quieras! ¡Por ahí, en la noche, si estás sola, es mejor! ¡Podés desnudarte toda en la cama, y toquetearte Zai! ¡Y no te olvides de frotarte acá!, le dije, e instintivamente una de mis manos viajó al centro de sus piernitas semi cruzadas. Me percaté segundos antes de tocarla, y ella me fulminó con la mirada.
¡Hey, Gabi, no saques la mano, que no me enojo! ¡Me, gustaría que me muestres vos, cómo se hace! ¡Aparte, no me contaste si, vos, cómo lo hacías! ¿También te mojabas?, me decía, abriendo las piernas en toda su posibilidad para, ahora sí llevarme a una prohibida línea que, tenía bien en claro que no debía cruzar. Y, sin embargo, la abracé fuerte en mi pecho, y le dije: ¡Zai, me parece que, te puedo enseñar, siempre que sea nuestro secreto! ¡Y sí, me mojaba! ¿Viste que te dije que era re chancha? ¡Bueno, a mí me gustaba hacerme pichí para tocarme así! ¡Y, con la bombacha, desde que descubrí una noche, mientras me la sacaba, que me excitaba sentir su contacto, empecé a frotármela acá, haciéndola un bollito! ¡Pero no hace falta que seas cochina como yo!
Zai y su corazón galopaban en el mismo compás irregular; cosa que se aceleró cuando al fin le toqué la vulva sobre su piyama, y lo noté húmedo.
¿Sabías que tenés unas tetas muy lindas? ¡Imagino que, cuando crezcas un poquito más, y te masturbes seguido, se te van a poner más sexys todavía! ¡Masturbarse, hace bien a la mente, a las tetas, y a saber cositas de vos, que solo vos necesitás! ¡Cuando empezás a explotar de placer, esa sensación de que nada en el mundo importa, solo vos y tus cosquillitas, vas a tener algo que se llama orgasmo! ¡El orgasmo te puede hacer muy feliz! ¡Vas a llorar, reír, volar, soñar, a tener ganas de más, de que te besen toda, te chupen, te muerdan, y hasta ganitas de hacerte pis, a lo mejor! ¡Y, ahí es donde más te vas a mojar!, le decía, siempre teniéndola abrazadita, sintiendo el aroma de sus tetas en mis fosas nasales como una oleada de playa, sales y vientos fervorosos. y ella, casi sin querer pronunciarlo, sumida en un éxtasis caluroso, murmuró: ¡Ahora tengo cosquillitas ahí Gabi!
La hice fácil, ya sin limitarme, ni someterme a juicios que no merecía. Le di un chupón en una teta, luego otro en la otra, y entonces le olí el cuellito. Ella se estremeció, pero no dijo nada. Luego le acaricié las tetas con mis dedos, le toqué los pezones con la lengua, y le froté suavemente la conchita sobre su piyama.
¡Che Zai, se nota que tenés cosquillitas! ¿Sacamos esto? ¡Creo que tu conchita tiene calor! ¿Te muestro?, le dije, y ella se tiró en la cama sobre su espalda, dándome todas las licencias de su cuerpo absorbido por la magia de mis palabras, y su calentura juvenil. Le quité el piyama, y su olor se convirtió en un eco resonante en todo el cuarto, como si fuese un gong aplastante por toda la ciudad. Tenía una bombachita rosada con maripositas a los costados, y una vulvita carnosa, gordita, fragante y evidentemente húmeda.
¡Dame la manito Zai!, le dije, y ella, a duras penas lo hizo. No porque no quisiera. Es que, su cerebro parecía atontado, cargado de un deseo que le realentaba los movimientos. Cuando me la dio, la coloqué sobre su conchita.
¡Tocala, dale! ¡Palpala bien, frotate despacito, y jugá con tus dedos como quieras! ¡Eeeeso! ¡Así, así bebé, tocate bien suave, que, por lo que parece, tenés re mojada la bombacha! ¡No tengas vergüenza! ¡Y, ahora, con la otra mano tocate las tetas! ¡Dale, que yo te miro! ¡Pensá en lo que te calienta, pero no te apures! ¡No es necesario arrebatarse! ¡Disfrutalo! ¿Sí?, le decía, observando cómo Zai cumplía mis instrucciones, con cierta timidez al principio. Entonces, medio que me senté en la cama, con un almohadón detrás de mi espalda para no perderme ni una de sus acciones.
¡Ahora, muuuy despacito, levantá la tela de tu bombacha, y tocate solo la conchita, sin meterte ningún dedito! ¡Y seguí tocándote las gomas! ¡Si querés, escupite la mano, y volvé a tocarte! ¡Humedecerte las tetas, te puede excitar más!, le dije, esta vez al oído, sintiendo que el cuerpito se le derretía sobre la sábana. Suspiraba cada vez más entregada a mis palabras suaves. Era como si no quisiera aturdirla de golpe.
¿Tenés cosquillitas ahora Zai?, le pregunté, rozándole apenas un brazo. Ella se sobresaltó, pero no dejó de reconocerse el sexo bajo su bombacha. Me dijo que sí, y que sentía un calor en la panza.
¿Y, cuando ves a ese chico, esas cosquillitas se hacen más fuertes? ¿Siempre con chicos te pasa? ¿Nunca con una chica?, le pregunté, un poco sin saber cómo controlarme. Es que, de alguna forma notaba mis pezones erguidos, mis nervios desbordados y una humedad irrespetuosa en mi entrepierna.
¡Sí Gabi! ¡Con chicas también me pasa! ¡Y más si les huelo el perfume, o el pelo! ¡Uy, perdón! ¡Seguro te parezco una tonta!, dijo, llevándome a un devaneo de sensaciones confusas.
¡Callate nena, que no sos ninguna tonta! ¿Y con qué chica te pasa eso? ¡Dale, bajate el calzonete, así te muestro a dónde tenés el clítoris! ¡Imagino que, ya debés estar muy mojada! ¿No te molesta?, le dije, contagiada por el eco de su risita espontánea.
¡Mi mami también le dice calzonete! ¿Qué gracioso! ¡Dale Zai, sacate el calzonete, y levantate, que se te hace tarde para ir a la escuela, siempre me decía!, se explicó Zai, entre nostálgica y risueña, bajándose muy de a poquito la bombacha, ayudándose con las dos manos. Entonces, vi que tenía las tetas mojadas con su propia saliva. Había evitado mirarla durante unos breves minutos, para no intimidarla. ¿O para no tentarme? ¿Qué onda Gabi? Busqué volver a la realidad; pero ahora su confesión les había dado nuevos argumentos a los ratones de mi instinto felino, siempre al acecho.
¡Mirala vos a la Zai! ¿Y andás oliendo a tus compañeras? ¡Supongo que no todas huelen rico, como vos!, le dije, mientras me inclinaba un poco para mirarle la vulva. Tenía apenas una sombra de vellos, oculta por un oasis de jugos inoloros, transparentes y abundantes, y sus dedos temblaban sobre su superficie.
¡Y, no Gabi! ¡No todas tienen olor rico! ¡La Pame, que es re linda, a veces tiene olor a pichí! ¡Pero, vos, vos sí olés re rico!, dijo de pronto, poniéndose colorada de un solo soplo de ligera brisa. Hice de cuenta que no la escuché, aunque me derretí por dentro. ¿Yo? ¿Cómo pudo olerme? ¿De qué hablaba? ¿Esta pendeja me estaba jodiendo?
¡Mmm, mirá vos! ¡Pobre la Pame! ¡A lo mejor le pasa lo mismo que a vos! ¡Dale, abrí un poquito las piernas, y sacá esos deditos! ¡Vamos a ver a dónde anda ese botoncito loco! ¿Sí?, le dije, viendo su bombachita estirada entre sus rodillas, mientras ella levantaba sus manos, y mis ojos se acercaban a su fuente virginal. Tenía la sensación de que las manos se me deshacían en las muñecas, y que jamás podrían llegar a su vulva. Pero, lo cierto es que, ni bien se la toqué con la yema de mis dedos tibios, ella gimió estremecida, y yo suspiré junto a ella.
¿Te gusta cielo? ¡Tenés mucho calorcito acá! ¡Bueno, ahora, poco a poco, vamos a ir abriendo esos labios! ¡Acá, arribita, tiene que estar! ¡Dame tu mano!, le decía, mientras la palpaba despacito, le acariciaba el abdomen y la sentía palpitar envuelta en una ansiedad que le nublaba la vista. Abrió un poquito más las piernas, suspiró, y me dio su mano. Entonces, acerqué mis labios a su barriguita, y mientras le vertía una lluvia de besitos suaves allí, encontré su clítoris endurecido, caliente y húmedo. Hice que ella misma se lo toque, y ahí sí que gimió con unos aguditos hermosos. Después, se lo toqué yo, y se lo froté. Un chorrito de jugos emergió de sus entrañas, una sonrisa más bella que cualquiera de las maravillas del mundo la iluminó, y sus uñas presionaron una de mis muñecas. Bajé un poco más mi rostro, y me embebí de su aroma a niña, a mujercita con ganas de polen, a un calor fértil y audaz, y a la prueba irrefutable del celo que la envolvía. Una sutil brisita entrometida me acercó el olor de su bombachita, y eso me llevó a decirle, para que vuelva a sonreír, y tal vez mis instintos retrocedan a cualquier acción que pudiera cometer con ella: ¡Che, Zai! ¡Este bombachita tiene olor a pichí de nena! ¡Te pasa como a la Pame, me parece! ¿La sacamos mejor? ¿Te saco el calzonete?
¡Sí Gabi, sacame la bombacha, y dame besitos acá, porfi! ¡Dale, que ya sé que te gustan las chicas! ¿Yo no te gusto? ¡Dame besitos en la concha Gabi, que no doy más!, dijo la nena tímida, entre una especie de sollozo y gemido atorado. ¡Naaaah! ¡Evidentemente no supe interpretarla! ¿De verdad me había dicho eso?
¿Qué sabés de mí vos? ¡Me parece que, estás un poco, confundida, por todo esto que estamos haciendo bebé!, llegué a pronunciarle, muerta de miedo, quizás por primera vez. Pero, entonces, sentí que una de sus manos se estiró hasta una de mis tetas, y que me la acarició con ternura.
¡Mmm, me parece que, la Zai también anda necesitando tomar la teta!, le dije, sabiendo que lo más lógico fuese que estallara en una carcajada interminable. Ella, sin embargo, en medio de una risita nerviosa, me dijo: ¡Sí, me encantaría mirarte las tetas! ¡Dale Gabi, tocame ahí, seguí tocándome toda, y oleme!
Me percaté que ya le había quitado la bombachita, y que, Zaira ahora estaba totalmente desnuda. Ni siquiera sé cómo fue que lo decidí, ni si aún tomaría la misma decisión hoy por hoy. Pero, me senté en la cama, y la alcé en mis brazos, diciéndole: ¡Ahora, vos me vas a decir a qué huelo, y si te gusta mi olor! ¡Y abrime las piernitas bebé!
Me quedé prácticamente en corpiño, me bajé el pantalón, y mientras ella me olía el cuello, los hombros, las gomas, la cara, el pelo, y cualquier parte de mi cuerpo que tuviera al alcance desde esa posición, yo le frotaba la vulva, le metía deditos, le rozaba el clítoris, y hacía que toda su conchita húmeda se restriegue con pasión sobre mi pierna desnuda. También le frotaba la zanjita de la cola con su propia bombacha, y eso la extasiaba como loca.
¡Así tenés que hacer, cuando estés calentita! ¡En la camita, te sacás la bombacha, y te la refregás por donde quieras! ¡Tocate la cola, date chirlos, pellizcate los pezoncitos, y babeate! ¿Entendés? ¡Así vas a llegar a ese orgasmo que te decía antes! ¿Y? ¿Te gusta mi perfume?, le preguntaba, sin dejar de instruirla, llenándola de roces, chirlitos, abrazos, y enloquecida por sentir cómo me olía, me tocaba con su naricita, y cómo le salivaba la boquita. Incluso, en un momento le pasé la lengua por los labios, y ella me murmuró: ¡Aaay, asíii, quiero eso Gabi! ¡Mordeme la boca!
Yo se la mordí despacito, como también le mordí la nariz y el mentón. Luego, casi involuntariamente, nuestras lenguas se chocaron, mientras yo le decía: ¿Y vos cómo sabés que me gustan las chicas? Ella no me contestó. Pero, de repente, empecé a notar que su vagina era un torrente de jugos incesantes que no se detenían, augurando que su orgasmo se acercaba. Así que, de un impulso fervoroso, cargado de erotismo y fuego, me quité el corpiño frente a sus ojos. Le agarré la cara y le dije, sin reprimirme más: ¡Chupame las tetas nena! ¡Dale, tomale la teta a mami, que me re calentaste, pendejita pajera! ¿Así que querías masturbarte? ¡Ahora vas a aprender! ¡Y sí, me gustan las chicas! ¡y las nenas curiositas, como vos, que andan llenitas de cosquillas en la concha, y en las tetas! ¡Chupá nena, dale, mordele las tetas a tu mami, que ella te va a arrancar esa calenturita que tenés!
Zaira empezó a lamer, oler, morder, y por último a succionarme las tetas con ganas, mientras yo le palmoteaba la cereza, sacándole más jugos, salpicándonos con ellos. Cerraba los ojos, gemía, me regaba con su saliva, y me pedía que siga manoseándole la chocha, y me juraba que siempre le había gustado mi olor, más allá del perfume que me pusiera.
¡Siempre quise que me enseñes a pajearme Gabi! ¡Aaaaay, asíii, y me encanta chupar tus tetas! ¡Son ricas, suaves, Aaaaay, me mueroooo, quiero, no sé, hacerme piiiis, dioooos, no sé qué me pasa!, empezó a divagar entre suspiros, jadeos, toses inciertas y una especie de braceo sin sentido. Parecía que no le alcanzaba el aire de la habitación para respirar cómodamente. ¡Mi bebé estaba a punto de acabarse toda! Entonces, tan rápido como pude, la acosté en la cama, le abrí las piernas, la besuqueé toda, le froté la cara en la conchita por única vez, y luego, se me ocurrió colmársela de tetazos, uno más violento que el otro. Se las refregaba, le daba golpecitos con ellas, le frotaba mis pezones en el clítoris, volvía a frotarlas con insistencia una vez que yo misma me las escupía, y luego se las acercaba a la boca para que me las chupe. También la di vuelta para fregárselas en la cola, mientras uno de mis dedos le estimulaba el clítoris. Ella seguía exudando fuego, llamaradas de todos los colores, y aromándome con su virginidad no tan inocente, ni tan tímida como ostentaba. Quería pedirle que me chupe la concha, que me la penetre con lo que tuviésemos a mano. Aunque, sabía perfectamente que, si seguía chupándome las tetas como me lo hacía, podría acabarme como una yegua, sin la necesidad siquiera de rozarme la concha. Y de golpe, justo cuando su vulva quedó apoyada en el borde del colchón, mientras mis tetas se restregaban por toda su cola y su espalda, y al mismo tiempo que yo le decía: ¡Sos una cochina Zai, una nena que tiene cosquillitas en la conchita, y que necesita hacer chanchadas!, y ella me decía: ¡Me encanta lo que me hacés, asíii, pegame con las tetas Gabiii, asíiii, dame máaaaás!, una algarabía estelar comenzó a descender desde algún mundo paralelo para posarse en sus ojos. Ella, comenzó a delirar, tratando de no gritar, casi ahogándose en su propio éxtasis, mientras el cuerpo se le tensaba, se le arqueaba la columna, y un oasis de jugos le bañaba las piernas, la sábana, y hasta el suelo. Había acabado como una campeona, y encima, había logrado tener un squirt. ¡No lo podía creer!
Entonces, pasados unos segundos, Zaira se incorporó de su universo de mariposas. Se sentó en la cama, desnuda y sorprendida. Se miró en el ventanal, juntó sus manos y sonrió. Luego suspiró a sus anchas. Había una lagrimita en sus ojos. Olía a lujuria, a sexo y a mujercita recién estrenada. Lo reconocía, porque a eso olía mi piel cuando me masturbaba de niña. Recién me miró cuando tragó un poco de saliva, y separó sus manos.
¿Estás bien Zai? ¡Tranqui, que no te hiciste pis! ¡Acabaste! ¡Así se dice cuándo, bueno, cuando llegás al orgasmo! ¿Estás contenta mi cielo?, le decía, mientras poco a poco me acercaba a su cuerpito desprotegido, con sed y miles de aventuras por vivir.
¡Sí Gabi! ¡Me encantó! ¡Todo me gustó! ¡Ahora, me siento rara! ¡Es como que, me da vergüenza que me mires!, dijo, una vez más regresando a la nena tímida del principio.
¡No tenés de qué preocuparte, ni avergonzarte! ¡Somos chicas, las dos! ¡Yo también lo hago así! ¡Todavía me masturbo! ¡Sé que escuchaste un par de charlas que tuve con tu mamá! ¡Pero, te juro que, aunque tenga relaciones sexuales con otros hombres, o, bueno, con chicas, una nunca debe olvidarse de lo lindo que es masturbarse! ¡Así que, si esta noche, tenés ganas, o andás calentita, hacelo, sin miedos! ¡Vos podés reinventar las formas de hacerlo! ¡Pero, acariciate toda, amate toda, date amor, hacete el amor! ¿Entendés bebé? ¡Si disfrutaste esto, te va a encantar hacerlo solita! ¡Aaah, y si te hacés pis, no es ningún pecado!, le dije, mientras la envolvía en un abrazo reparador, confortable tanto para ella como para mí, y le daba besitos en el cuello. Todavía su cuerpo temblaba, y sus ojitos me decían claramente que quería más. Pero, afuera ya había flor de quilombo.
¡Sí, llegaron los muy idiotas! ¡O, al menos, uno de ellos!, rezongó con pesar mi Zaira, y acto seguido nos reímos para separarnos lentamente. Nos vestimos, y luego nos dimos un piquito. Me hizo prometerle que esta no sería la última vez que nos encontraríamos en su cuarto.
¡Además, yo quiero ver cómo es que, o sea, cómo te masturbás vos!, me dijo, ya sin repensarlo mucho. Yo le dije que ya lo veríamos más adelante. Sin embargo, cuando Gisela me mandó un mensaje para contarme que Zaira estaba radiante de felicidad, y no entendía el por qué, sentí algo de culpa, y cierto remordimiento.
¡Tranqui Gi, que yo no creo que sea por ningún chico! ¡Zai es muy recatada con eso! ¡A lo mejor, descubrió que puede divertirse solita, con su cuerpo, y en su cama! ¡Yo fui muy feliz cuando me toqué por primera vez! ¿Te acordás que te conté? ¡Ojalá que sí, que ella descubra solita todo eso de la masturbación! ¡Yo creo que, todas tenemos que hacerlo, ni bien nos empieza a dar cosquillitas en la chuchi! ¿No pensás lo mismo?, le escribí, mientras me reía en el living de mi casa, fumando un nuevo fasito de flores, soñando despierta con la piel frutal de esa nena hermosa. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
→ Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
→ Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊
Te podes enterar a través de X de todo lo nuevo que va saliendo! 🠞 X
Comentarios
Publicar un comentario