Mi nombre es Carlos, tengo 38 recién cumplidos, y se puede decir que soy un busca vidas. Estudié psicología hasta tercer año, después abogacía hasta segundo, y le metí a varios cursos de sistemas informáticos, marketing, y hasta de farmacéutico. Pero, laburo haciendo changas. Por suerte no tengo hijos, y hacía dos años que me separé de mi futura arma de destrucción. Bueno, al menos, por el momento respiraba porque no se enteraba de mis aventuras. En realidad, nos tomamos un tiempo para reflexionar sobre nuestra relación, y ese tiempo se convirtió en casi 24 meses. Ni siquiera me saludó para mi cumpleaños.
Pero, lo que más amo hacer en el mundo, es mujerear. Sin embargo, no con cualquier mujer. Por algún motivo, me tiraban las casadas. ¡Y ni hablar si andaban con el bombito inflado! Algo en sus miradas casi siempre derrotadas, sus cuerpos no del todo felices, quizás no tan bien atendidos como ellas esperaban, o un misterio más allá de toda magia, me llamaba la atención en esas chicas. No me importaba la edad, ni sus apariencias físicas, ni status social, ni preferencias políticas. Además, tenía un don especial para detectarlas vulnerables, tristes, cabizbajas, reflexivas, a punto de tomar una decisión, o haciendo terapia de pareja. Mis amigos siempre halagaron mi labia con las minas, y de eso también me valía para acecharlas, sin que puedan advertir mi presencia. Habitualmente usaba atuendos similares, para parecer lo más normal posible. En general, remera de alguna banda de rock, una bermuda camuflada con bolsillos a los costados, y zapatillas de lona. A veces me calzaba una gorra tipo visera verde de corte militar, solo para hacerme el importante. Jamás salía sin asesorarme que tuviese puesto un bóxer rojo, para la buena suerte. Una vez que comenzaba a merodear por las calles de Lomas, no me paraba nadie. O al menos yo me sentía importante, con el mundo a mis pies. A eso de las 5 de la tarde, después de un cafecito y un tostado, examinaba el panorama. Culos y tetas invadían las aceras, y los ojos de los adolescentes. Yo me sentía uno de ellos, cada vez más excitado, rodeado de féminas irradiando perfumes juveniles, hormonas desbocadas, planes con chongos o con amigas, formas de reventar sus billeteras virtuales, o simplemente sonriendo al mundo, sabiéndose sexys. Madres que les agarraban las manos a sus hijos, otras que le gritaban al colectivero para que no se haga el gil y las suba de una vez, y otras que compraban juguitos o aguas saborizadas en el minimarket que se situaba al lado de la cafetería. Otras chicas entraban a tomarse un licuado, o un capuchino. Las guachas, no me llamaban la atención, por más que a ellas también se les bamboleaban los melones, y se les explotaban las calcitas con los culos que se cargaban. Sin embargo, una tarde tuve que ir a una biblioteca, medio retirada del centro. Tenía muchas ganas de leer una buena novela policial, ya que siempre tuve fascinación por esas historias. Cuando llegué, la vieja que estaba a cargo de la mesa de entrada me pidió que baje la voz, porque había gente leyendo. A simple vista me parecía que no había nadie, o casi. Así que, entré a la sección de mis libros, relojeé algunos, y descubrí que había uno en particular que mezclaba el drama, la violencia y el erotismo. Me pareció raro el dibujo de unos pezones hermosos en la tapa del ejemplar, junto a un arma, un cuchillo, un frasco de pastillas, y una lámpara. Entonces, la escuché toser, y luego carraspear la garganta. Me acerqué a la mesa más arrinconada de todas. La vi con los ojos tristes, marcando cosas en un cuaderno, tachando otras con bronca, chasqueando la lengua de a ratos, como si estuviese incómoda.
¡Disculpame! ¡Ya me voy!, le dije, luego de hacer caer un libro para generarle una pequeña distracción. Ella me miró, y dijo que no había problemas, que de todos modos ya no se podía concentrar. Su voz me atrapó, porque se me hacía que no llegaba a los 18 años. Era rubia, con unos anteojos para descansar la vista que le quedaban re facheros, y una mirada tristona. O al menos, eso me pareció, porque hasta entonces, solo la había mirado brevemente. Me sonrió cuando le dije si estaba haciendo un trabajo para el colegio.
¡Naaah, ya terminé la secundaria! ¡Tengo 21! ¡Voy a la facu! ¡Estudio filosofía! ¡Pero, no me entra nada en la cabeza! ¡Ya estoy re quemada! ¡Además, las cosas en casa no colaboran demasiado!, se expresó con naturalidad. Por algún motivo, yo generaba cierta tranquilidad, confianza o vaya a saber qué en las mujeres. Al punto que terminaban contándome mucho con solo sonreírles, o hablarles bajito, o mirarlas con calidez. Siempre intentaba ser cortés con ellas; cosa que siempre me había enseñado mi viejo. Pero también sabía que no debía preguntar, a no ser que fuese sumamente necesario.
¡Por ahí, te vendría bien un café! ¡Si querés, te traigo uno de la expendedora! ¡Invito yo! ¡Más que nada, porque son más baratos que los de cualquier cafetería de por acá!, le dije, haciéndola reír otra vez. Además, ahora me miró como examinándome.
¡No te preocupes! ¡Ya me tomé dos! ¡No quiero tener acidez! ¡De hecho, no debería tomar tanto café! ¡Acá es muy fuerte! ¿Y vos? ¿Estudiás alguna carrera?, investigó, mientras ordenaba sus lapiceras y buscaba una página en un libro gordo con pinta de aburridísimo.
¡No, ya no! ¡Me gusta leer novelas policiales! ¡Con mucha acción! ¡Y este libro parece interesante!, le decía mientras le mostraba el ejemplar. Ella lo miró, y murmuró: ¡Espero que no lo hayas elegido por esos pezones!, y sonrió con una leve brisa hecha de suspiros. Me dio gracia su reacción inesperada.
¿Viste? ¡Sabía que era por eso! ¡Yo ya leí ese libro! ¡Es bastante erótico! ¡Los pezones de esa chica, al parecer… bueno, mejor no te adelanto nada! ¡Es más erótico que policial, eso sí!, me explicó, antes de volver a enfrascarse en su lectura. La miré por un instante, y me imaginé anidando mi verga entre esa remerita lila que exponía sus brazos con total libertad. Pensé en que podía estar acomplejada por sus pocos pechos, los que aún la hacían muy armónica detrás de su corpiño gris. Entonces, le dije, como quien no quiere la cosa: ¡Bueno, te dejo tranqui! ¡Fue un gusto! ¡A lo mejor, elijo otro libro, más interesante!
¿Qué? ¿Te vas? ¡O sea, digo, mirá, igual el libro está bueno! ¡En especial, las partes sexuales! ¡Aunque, yo no soy materia en esos temas, últimamente! ¡Me casé el año pasado, y mi marido, no me da ni bola! ¡A veces le digo que le voy a terminar metiendo los cuernos con algún amigo suyo! ¡Y el tipo ni me mira! ¡Eso sí! ¡Después, tengo que estar impecable para sus salidas de negocios!, se explayó, ahora entristeciendo sus ojos, arrugando un poco los labios, y deteniéndose luego en un punto de mi remera.
¿Negocios? ¿o sea que, él es más grande que vos?, averigüé, rompiendo los dogmas de no preguntar. Aunque, esta vez fue necesario.
¡Tiene 35 años, y, digamos que me casé con él, porque quería irme de mi casa. ¡Mis padres esperaban que estudie medicina! ¡Así que, me casé con Omar, y ya fue! ¡Solo que, al principio las cosas estaban más divertidas! ¡Teníamos poco sexo! ¡Pero intenso! ¡Uuuy, disculpá! ¡No sé qué hago contándote estas cosas! ¡Soy una bomba de tiempo! ¡Perdoname!, me decía en tono de súplica, aunque en realidad, sus expresiones mostraban todo lo contrario. Entonces, me acerqué, y le acaricié el hombro, intentando consolarla con lo primero que se me ocurrió.
¡Vos sos hermosa, joven, inteligente, y con un montón de futuro! ¡Estás a tiempo de reanudar, romper, cambiar o reconstruir lo que quieras! ¡Y no me pidas disculpas! ¡Supongo que, por dentro te morís de ganas de expresarte! ¡Además, no es de mi incumbencia, pero, si no tenés sexo hace mucho, es lógico que te sientas un poco así! ¿Abandonada tal vez? ¡En tu lugar, y con tus años, deberías sentirte deseada!, le dije, entre otras cosas que no recuerdo. Ella volvió a sonreírme, aunque con un esplendor distinto en la mirada. Se levantó de su silla, cerró su cuaderno de apuntes, y el libro que leía, se quitó los anteojos y me fulminó como con rayos láser.
¡A vos, no te deben faltar las chicas, supongo! ¡Sabés cómo hacer bien las cosas desde el principio! ¡Solo que, yo, no sé si necesito eso!, me dijo, rozándose una goma con la punta de una de sus lapiceras.
¡Perdón! ¡No quise incomodarte! ¡Solo, di mi parecer de lo que, bueno, justamente me parece!, intenté arreglar mi situación, aunque, de alguna forma intuía que todo daba los resultados que esperaba.
¡Pensé que te interesaban los libros con pezones! ¡Un libro en el que, un policía le muerde los pechos a una chica, y que como no llega a saciarse con eso, le practica sexo oral en plena comisaría!, me dijo, señalándome alternativamente el libro que había dejado en el estante, sus propias tetas, y aunque tardé en entenderlo, también al bulto que traía en mis pantalones. ¿Cómo pudo parárseme así al frente de una señorita?
¡Pero, esto no es una comisaría!, le dije, más para observar su reacción.
¡Mejor! ¡En las comisarías hay olor a cigarrillo viejo, a café berreta, a pis de gato, y a tinta corrupta! ¡Acá, solo hay olor a libros! ¡Y bueno, a lo que vos quieras!, me dijo, parándose exactamente frente a mí, con una postura relajada, aunque sus manos parecían querer salir volando de sus brazos. Entonces, se dio la vuelta, sin sentido alguno en apariencia. Aunque, me sirvió para enterarme del tremendo pedazo de culo que se ocultaba bajo su jean negro.
¡Parece que leíste muy bien ese libro! ¡Pensé que no te gustaba!, le dije, mientras la veía deletrear un título de otro libro con tapas sugerentes.
¡Sí, lo leí! ¡Me excitó mucho leerlo! ¡No me gustó mucho la trama! ¡Pero la parte sexual, es un fuego! ¡Bueno, como yo ahora! ¡Uuuy, perdón, no dije nada! ¡Siempre me pasa que pienso en voz alta!, me largó, intentando cubrirse la cara con la vergüenza de unas manos que seguían sin saber cómo actuar. Entonces, di unos pasos, y le dije algo que, no sé cómo se oyó en el momento, pero que rezaba algo como: ¡Así que el libro y vos, son dos fuegos! ¡Lo que me queda claro, es que tenés un atributo de los dioses!
Quise rozarle el culo con un dedo, o con la punta de una de sus lapiceras. Pero ella se adelantó a decirme: ¡Sí, seguro me miraste la cola! ¡Eso hacen todos! ¡Pero, ahora eso no importa! ¡Decía que, esto es mejor que una comisaría! ¡La bibliotecaria, suele tener auriculares puestos! ¡No le da bola a nadie! ¿Vamos a seguir perdiendo el tiempo?
Acto seguido, hubo una confusión divina, o un cráter en la memoria de lo que cualquier humano puede vislumbrar. Es que, me encontré oliéndole el cuello, ambos presionados contra los estantes de la sección de novelas policiales.
¿Te gusta mi perfume? ¡Pero, creo que más te va a gustar olerme la piel!, me susurró al oído, temblando como si estuviese por tener su primera vez. Ella se subió la remera, y yo reconocí sus pechitos con mis manos. Primero sobre su corpiño, y enseguida por detrás de ellos. Acerqué sus tetas a mi nariz, y exhalé largo rato de esa esencia dulce, juvenil y fresca.
¡No tengo los pezones de esa chica! ¡Pero, te puedo asegurar, que si me los rozás con la lengua, soy toda tuya! ¡Soy capaz de acabarte en la boca!, me dijo al oído, mientras yo apenas le mordisqueaba la piel de las tetas.
¿Vos decís que, eyaculás por las tetas?, le dije para hacerla reír. Ella lo hizo, aunque a punto de desmayarse entre la conmoción, el riesgo de lo prohibido, y nuestros pasos que nos guiaban a la mesa donde antes ella leía, tachaba y bufaba de aburrimiento. De pronto su mano se estiró hasta mi bulto. Me sonrió mientras buscaba mi boca, más bien para morderme los labios. Entonces, en medio del besuqueo que comenzó casi sin proponérnoslo, me dijo: ¡Dale, chupame las tetas ahora! ¡Quiero serle infiel al boludo de mi marido! ¡Quiero que otro macho me muerda los pezones, y te juro que, si me lo hacés, te hago lo que quieras!
¿Acá?, le pregunté, totalmente desorientado, aunque con una carpa monumental entre las piernas, disfrutando de cada rastro de su saliva, del rigor de sus dientes, y de su voz en celo. Así que, atrapé sus pezoncitos duros con mi boca, y entré a chupárselos, mordérselos y degustarlos como lo que verdaderamente eran: dos manjares apetitosos, calientes, encendidos y húmedos de una fiebre irreparable. Ella gimió, y cuando notó que no podía controlar sus agudos, se tapó la boca con mis besos. Por lo que, la sala se convirtió en el eco infame de dos amantes enamorados jugando a desafiar las leyes. Y, casi sin darnos cuenta, yo tenía el pantalón desprendido, y ella también. Había guiado mi mano hasta la superficie de su bombachita gris de algodón, que más bien parecía una nube a punto de largarse a llover por la humedad que atesoraba. Su mano conocía el camino hacia mi guerrero esperanzado. Empezó a darme golpecitos en el glande, mientras mi boca seguía chuponeándole las gomas, y mis dedos no sabían demasiado qué hacer con su vulva sin exponerse demasiado todavía. Hasta que me agarró del pelo, y me pidió, sin escatimar lujuria: ¡Agachate, oleme, y chupame toda! ¡Correme la bombacha y comeme la concha, ahora! ¡Hacete cargo de lo que me calentaste, desde que te vi!
La verdad, no iba a renunciar a semejante deseo. Y más, sabiendo que se había calentado conmigo. Nunca, ninguna mujer me lo había dicho. Así que, una vez que ella terminó de desprender el último botón de su jean, soporté que sus manos empiecen a presionar mi cabeza en cuanto mi nariz rozó la tela de su vedetina. El olor a hembra que emergía de su sexo era más violento que cualquier cosa que pudiera imaginarme. Lamí los jugos que se acumulaban en la tela de su bombacha, se la corrí, y de inmediato descubrí su clítoris hinchado. Se lo rocé con la lengua, y esta vez sí que la escuché gemir con ganas. Sabía que tenía que serenarse. Supongo que, mi chistido para silenciarla la hizo entrar en razón, y desde entonces se cubría la boca con una mano, y se pellizcaba el pezón de su teta desnuda. Entonces, mi lengua se hizo lugar entre sus vellos pequeños, el mar de jugos que avizoraba el fuego que existía en los volcanes más antiguos, y empecé a penetrarle la conchita, con ella, y con mis dedos, sin olvidarme de palanquearle el clítoris, de darle mimos con la lengua, ni de escupírselo como me lo pedía. Y casi sin saber cómo se había producido, un líquido liviano, incoloro y caliente empezó a surgir de cada rincón de su vagina fragante y suavecita, como la de una nena tímida y primaveral. Ahí fue cuando más me apretaba la cabeza, clavaba sus uñas en mi cuello, gemía mordiéndose algunos dedos, y me decía cosas como: ¡Asíii, sacame todooo, tragate todo lo que tengo, aaaay, qué rico me hiciste acabarrrr, por dioooos, toda la conchita me comisteeee, guachooo, me encanta cómo me la chupasteeee!
Pero, ni bien pasaron unos segundos, y mi cabeza se despegó de ese mar de mujer satisfecha, al menos por esa tarde, la vi con los anteojos puestos, y las dos tetas desnudas. Uno de sus pezones estaba rojo de tanto que se lo había pellizcado, estirado y babeado.
¿las querés contra tu pija? ¿Querés que me vuelva a casa con tu leche en las tetas? ¿Puedo cenar con mi marido, sin decirle que tengo tu leche en las gomas? ¡La chica del libro, lo hizo!, me dijo entonces, haciendo un poco de equilibrio sobre sus crocs rosadas con plataforma. Todavía temblaba, sudaba y tiritaba, gracias al trabajo de mi lengua. Me habría gustado disfrutarla más, lamerla más, y, ¿por qué no?, chuparle ese culito de infarto. Pero estábamos en una biblioteca. Había otras personas leyendo en otras salas. Lo sabíamos porque, seguro que ella también tuvo que haber escuchado la puerta, a la mujer hablando, y luego, algunas sillas corriéndose por otras salas de lectura. Sin embargo, ella se arrodilló contra la misma mesa en la que acabó, sentadita y dándome de sus jugos. Apoyó su espalda en ella, y comenzó a abrir la boca, a pasearse la lengua por los labios, y a tocarse las tetas. Yo, le acerqué la pija, y ella se la mandó sin ascos ni preámbulos, derechito hasta su garganta. Luego, se las ingenió para presionarla un buen rato contra sus tetitas. Allí apretó, se escupió, me embadurnó el glande con su saliva, y volvió a llevársela a la boca, donde intentaba hacer el menor ruido posible. ¡Y eso me ponía de los pelos! Tosía disimuladamente, y cuando le venía una arcada, se hacía la que estornudaba, o me hablaba de su alergia por el cambio de las estaciones.
¿Sos fetichista vos? ¿Te quedás con la bombacha de la mina casada a la que te cogés? ¡Porque, si querés, mañana podés pasar, y te doy mi bombacha! ¡La que tengo puesta ahora! ¡Siempre fantaseé con eso!, me decía, mientras volvía a refregarse mi verga a punto caramelo por las tetas. Y, de pronto, mientras me juraba que por la noche se acostaría desnuda con su marido, y sin limpiarse mi leche de sus tetas, y sus uñas me rozaban el tronco de la pija, y su lengua entraba en el hueco de mi prepucio para lamerme el glande, no lo soporté. Me costó más que a ella amortiguar el grito desgarrador que se atoró en mi garganta, en cuanto mi leche salió disparada como un torpedo, estrellándose en sus gomas, su carita, sus anteojos, y hasta algunos chorros en su boquita abierta. La abría con destreza para saborearlo todo, y para tragar todo lo que pudiera. Eso, me hacía flotar en una gravedad de agua y mariposas envenenadas. Y, casi que, sin esperarlo, ya estaba con la ropa en orden, el libro de la chica de los pezones en la mano, el sudor bañándome la frente, y con todos los aromas de esa chica tatuados en mi piel. Ella, volvía a su lectura, tan pulcra como antes, aunque ahora con la mirada sonriente, como si un arsenal de abejas quisiera polinizar su sexo para que todos pudiéramos probar de sus mieles vaginales.
¡Aaah, y mi nombre es Anahí! ¡Digo, por si querés venir a buscarme! ¡O, a mi bombacha!, me dijo, un segundo antes que mi humanidad cruzara el pasillo para perderme entre los demás libros.
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Y entonces, me tocó ir a una clínica, a buscar unos estudios para mi viejo. Era viernes, hacía un calor terrible, y mucha gente andaba de malhumor por la suba del dólar. Ni bien entré, una vez recepcionado, supe que había retraso en los llamados de los médicos. Así que, preferí quedarme parado, al lado de una mujer que no cesaba de mirar reels en su celular. Tenía el pelo largo y castaño, una sonrisa preciosa, y estaba embarazada. Al menos de unos 6 o 7 meses, y para mí no llegaba a los 35. Una chica me cedió su asiento. Pero en cuanto volví a ver la sonrisa de la mujer que, ahora se reía de un video de perritos, preferí quedarme allí. No sabía cómo, pero se advertía en el aire que no podría estar mucho tiempo sin hablar.
¡No creo que estés para ginecología vos! ¡Y qué facha esa remera! ¡A mí también me gusta Guasones!, me dijo al fin, cuando decidió guardar su celular en una carterita sencilla que, no hacía juego con su ropa. Tenía una blusa holgada más azul que su calza, y muchas pulseritas en la muñeca derecha.
¡No, no! ¡Vengo a buscar unos estudios de mi viejo! ¡Eso, y una radiografía que le hicieron el lunes! ¿Vos? ¿Hace mucho que esperás?, le dije, tratando de no embobarme demasiado con sus tetas grandes, seguro que vertiendo gotas de leche sobre su corpiño rosado de encaje. O al menos, esa era la película que se gestaba en mi cabeza.
¿el turno? ¿O te referís al bebé?, me dijo, una vez pronunciando su sonrisa magnífica, casi que al mismo tiempo que el perfume de su cuello emergía de su cabello para presentarse en sociedad ante mis garras.
¡Guasones es una buena banda! ¡Los vi muchas veces en vivo! ¡No, me refería a estos turros, que te citan para una hora, y te atienden cuando se les canta!, le dije, impresionado por la forma en que se me paraba la pija, solo con oler su perfume, y mirarle las gomas. Se le movían como gelatinas de frutas silvestres cuando se reía.
¡Es verdad! ¡Y menos mal que tengo obra social! ¡Pero ya no me embolo con eso! ¡Que me llamen cuando quieran! ¡De acá no me voy a mover! ¡Si me muevo, creo que exploto! ¡Y, a los Guasones, los vi en vivo también! ¡Pero, bueno, desde que me embaracé, porque así es para mi familia, se me terminó todo! ¡Salir a ver bandas, salir con mis amigas, seguir con mi segunda carrera universitaria, y hasta ir a la cancha! ¡Sí, así como me ves, voy a la cancha! ¡Puteo, canto, agito, y bardeo a los árbitros! ¡Es re divertido ir a la cancha! ¡Yo siempre voy a la popu! ¡Ahí, hasta te podés mear encima que a nadie le importa!, me confió, con una verborragia que maravillaba a mis oídos atentos.
¡Pero, imagino que no te hiciste pis en la popu! ¿O sí?, le dije, mirándole los labios, y palpándome el bulto disimuladamente por adentro de uno de los bolsillos de mi nueva bermuda. En realidad, medio que me rozaba la puntita del pito duro, y eso me ponía al palo.
¡Síii, claro que sí! ¡Me hice pis muchas veces! ¡Y me gusta quedar como una borracha desquiciada, como una loca que no entiende nada de fútbol! ¡Ahí aprovecho a toquetear! ¡Y, bueno, a ser toqueteada! ¡Reíte si querés! ¡Pero, yo soy así! ¡El pobre de mi marido, bueno, con el tiempo empezó a castrar a esa Yamila! ¡Aaah, me llamo Yamila, por cierto!, me decía mientras se acomodaba el pelo y se abanicaba con una revista de chusmeríos.
¡No, no me río para nada, Yamila, por cierto! ¿Por cierto es tu segundo nombre?, bromeé para robarle una nueva sonrisa. Esta vez, se envalentonó y me rozó el brazo mientras me decía: ¡Noooo, tonto! ¡Solo que, me salió así! ¡La verdad, te envidio que puedas estar parado, tan tranquilo! ¡Yo, con el bombito que tengo, no puedo estar parada más de 10 minutos! ¡Y, si lo hago, me empiezo a mear encima, o se me antojan otras cosas! ¡Pero bueno, tampoco te voy a contar todo! ¿Vos, cómo te llamás?
¡Carlos me llamo, desde que nací, creo! ¡Aunque, me dicen Charly, o delincuente! ¡Supongo que por nada en especial! ¡Che! ¿No querés que te traiga un poquito de agua del dispenser? ¡Hace mucho calor!, le ofrecí, tratando de omitir el resto de su confesión. Ella pronunció una carcajada, y luego me indicó que me agache un poquito para poder susurrarme al oído: ¡Note preocupes, que acá abajo tengo más calor que en cualquier lado! ¡Desde que me embaracé que por ahí no pasa nada más que mis dedos! ¡Supongo que, si tenés hijos, tu mujer te tiene que haber dicho que, embarazadas nos volvemos más, digamos, más putonas! ¡Pero, si querés traerme agüita, te lo re agradezco!
No sabía cómo tomar sus palabras. Pero, en cuanto me rozó la oreja con su lengua, la verga me festejó de una rotunda felicidad, dando un nuevo respingo, y expulsando un pequeño chorro de presemen. Estimulado por aquella sensación, me levanté a servirle agua. En cuanto terminé tomarme un vasito, y de regresar al lugar para darle el suyo a esa intrigante mujer, la vi de pie, apoyada contra una pared, tocándose la panza. Le pregunté si estaba bien, si necesitaba atención médica, mientras me recibía el vasito de agua. Me miró a los ojos, y una especie de mueca pícara me hizo dar cuenta que fingía algo parecido a una descompostura.
¡Si no te jode, necesito que, me acompañes al baño! ¿Podrás? ¡Estoy un poco mareada! ¡Creo que, necesito mojarme la cara! ¡Por ahí, hasta me hice pis! ¡Perdoná que te joda así! ¡Qué garrón!, decía con voz de pena, pero lo suficientemente fuerte para que la concurrencia la escuche. Una chica le ofreció un caramelo, y una mujer mayor le dijo que se acerque al aire acondicionado. Pero, ella prefirió que la acompañe al baño, y mi don de humanidad, siempre dispuesto a colaborar con el sexo opuesto, lo hizo sin cuestionarse nada. Entramos en un baño de discapacidad. En realidad, ella me exigió con una mirada asesina que entre tras ella, quien además se atrevió a ponerle seguro a la puerta.
¿En serio te creíste que me hice pis encima? ¡Estoy bien, más que bien! ¡Solo que, me calentó mirarte la pija dura en el pantalón! ¡Necesito meterle los cuernos a mi marido, con alguien que, se le pare la pija conmigo! ¡Porque, te re vi atento a mis tetas! ¿Te excitan las mamis con bebitos en la panza?, me decía mientras se abría la blusa y se desprendía con toda la agilidad del mundo aquel corpiño rosa de encajes. En cuestión de segundos, mi boca hacía contacto con sus tetas enormes, de aureolas marrones y pezones hinchados. Empecé a chupar, a mamarlas y morderlas con los labios y los dientes, mientras ella atrapaba una de mis piernas para frotar su vulva fogosa sobre ella. No sabía qué decirle, ni si era prudente pronunciarle algo. Solo le dije que me calentaban las tetas de las embarazadas. Ella me dio una cachetada, y volvió a repetirme: ¡Dale papi, hacé cornuda a tu mujer, y ayudame a sentirme una puta! ¡Quiero que mi marido sospeche, o se huela que yo lo cagué con un tipo cualquiera!
Esas palabras fueron el fusible perfecto para que mi ropa y su calza exploten de felicidades compartidas. Por lo que, en menos de lo que tardé en abrir los ojos, aquella hembra tenía el culo al aire, devorándose apenas una tanguita rosa de encajes, y bamboleándose para hacer contacto con mi pija, ya afuera de mi bóxer. Recuerdo que se la apoyé, que empecé a darle bultazos y chirlos, y que me encaramaba al olor que desprendía su cuello, mientras le manoseaba las tetas.
¡Así perro, dale, pegame en el culo, con esa verga dura! ¡Pegame, como a una nena que se porta mal en la escuela, y anda troleando porque quiere quedarse embarazada del profe! ¡Embarazame vos también nene!, me decía, haciendo que el eco de ese baño bastante limpio reverbere en mi consciencia desmoronada por su particular belleza y sex-appeal.
¿Así que querés cagar a tu marido? ¿Y el guacho es de él? ¿te largó la leche, y te embarazó, en alguna siestita? ¿Cómo te quedaste embarazada mamita? ¡Tomá guacha, mirá cómo te nalgueo bien el culo! ¡Te lo merecés, porque sabés que te portás mal!, le decía, sin dejar de juntar mi bulto con violencia a su culo, ni de sentir cómo algunas gotas de leche de sus tetas me humedecían los dedos. Ella me decía que le encantaría haberse embarazado de otro, y hacer cargo a su marido. También me dijo que no le gustaba cómo se la cogía, y que era pésimo chupándole la concha. Así que, urgido por saber de los encantos de aquella vulva preñada de placeres inconclusos, me agaché con todo lo que me dio mi elasticidad, pegué mi nariz a su sexo, y luego de mordisquearle la tanguita me dediqué a lamerle el clítoris, y a penetrarle la vagina con mis dedos, haciendo que el chapoteo de sus jugos salpique con todas las libertades que pudiera concederle. Ella gimió, tembló, me arrancó el pelo, me retorció las orejas, y tembló aún más fuerte. Tenía un dejo de olor a pis que, me hacía imaginarla en la popu de alguna cancha, siendo apoyada, manoseada por miles de infradotados que solo pensaban en garchársela ahí mismo, y haciéndose pis de alegría, de calentura, o por pura diversión. Pero el fuego de su vientre descendía hasta mi lengua como un guijarro de luz espejada entre mis sensaciones y sus inconvenientes por conservar el equilibrio.
¡Paráaaa, nooo, no sigas comiéndome la concha, o te voy a mear la cara! ¡Mejor, levantate, y garchame toda, ahí, contra el lavamanos!, me dijo, con la voz detonada de temblores, saliva y tensiones desmedidas.
¡Che! ¿Y estás cómoda con esa tanguita tan chiquita metida en el culo? ¡Digo, no debe ser fácil con el bebé!, le decía, mientras me incorporaba del suelo para acomodarla contra el lavamanos que ella me indicó, con la colita hacia afuera. Ni siquiera se bajó la tanga. Me puso las manos en sus tetas, y, calibrando con precisión el ángulo para que mi pija se acomode entre sus nalgas, me dijo: ¡Culeame toda, y ordeñame las tetas! ¡Quiero irme enlechada, meada y con las tetas machucadas de acá adentro! ¡Violame nene, dale, ahora, cogeme toda!
Si me lo volvía a repetir, tal vez me arrepentía. Así que, ni bien sentí la presión de su tanguita en el tronco de la chota, acomodé mejor mi glande entre sus cachetes, y al sentir el calor de aquel rincón, no tuve más que presionar, empujar, y al fin penetrárselo con ganas. Arremetí unas cuantas veces, mientras ella me chupaba y mordía los dedos para no gritar con todo el rango que le daban sus pulmones. Yo le tiraba mi aliento en la cara, la despeinaba, le retorcía los pezones, le juntaba las tetas para apretárselas, y sentía que mis testículos también querían anidarse en ese culo no tan apretadito como parecía.
¿Te gusta que te culeen, embarazadita, encerradita en el baño? ¿Te gusta que te coja un desconocido mami? ¿Así, más pija querés?, le decía al oído, mientras ella se escupía, derramaba lechita materna en mis dedos, y sacaba más culito para comerse cada tramo de mi pija. yo seguía dándole, bombeándola con fiereza, porque ella no quería que fuese tierno con ella, y estirándole la tanga. Ella me decía que, si se la rompía, no le importaba.
¡Aaaay, pará, dejala quietita un toque, y pegame en la concha! ¡Dale, cachetaditas en la argolla dame papi! ¡Apurate, ahora, quiero que me pegues en la conchaaaa, así me acabo como una puta!, empezó a pedirme, al filo del escándalo. De hecho, los dos escuchamos que golpearon la puerta. Ella estuvo rápida al decir que estaba descompuesta, pero que en breve salía para cumplir con su turno médico. Así que, en cuanto empecé a palmotearle la argolla, sin mover ni un centímetro la pija de los adentros de su culo, ella se dejó fluir. Al punto que, primero su cuerpo se sacudió como antecediendo a una tormenta salvaje. Después, su boca se cubrió de saliva y gemidos, y enseguida empezó a mearse como si no hubiese un mañana, bajo el consciente cacheteo de mi mano a su sexo. Entonces, me pidió que vuelva a penetrarla, y que se la clave en lo más profundo del orto. Lo hice, y mientras le preguntaba si se había hecho pis verdaderamente, me dijo que sí, y que siempre le pasaba cuando entregaba la cola. Aquello, más el tremendo polvo que me estaba echando, y la presión inaguantable de su culazo en mi glande, determinaron que todo mi esperma estalle en una suerte de balacera heroica, un poco adentro de su culo, y otro en cualquier parte de sus piernas. La sostuve un buen rato para clavársela, moverme y socavarla toda, hasta que estuviese seguro que toda mi leche la hubiese llenado como lo buscaba. Y, de repente, la estaba ayudando a ponerse la calza, ya sin su tanga, que yacía rota y meada sobre el suelo.
¡dejala ahí! ¡Ni te preocupes en levantarla! ¡Cualquier chica puede tener un accidente! ¿No? ¡Ahora, bueno, el doctor me va a tener que revisar! ¡A él le da lo mismo si estoy meada, o con semen en la cola! ¡Y, de última, estuve con mi marido, un ratito antes de venir!, me decía, como si estuviese ensayando lo que iba a manifestarle al médico.
¡Molina! ¡El doctor te llamó dos veces! ¿Estás bien?, le dijo una secretaria, una vez que ambos salimos del baño, y ya estábamos mezclados entre la gente.
¡Sí, sí, estoy bien! ¡Pasa que, bueno, me descompuse, y me hice pis en el baño! ¡Espero que el doctor no tenga problemas en examinarme igual!, le iba diciendo Yamila a la secretaria, mientras juntas avanzaban por un pasillo.
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Con Laura, di una noche que no se definía si llover, o si mostrarnos al fin las bondades de la luna. Yo bajé del colectivo en la misma parada que ella. Pero la había estado observando allí adentro, ya que ambos viajábamos parados. Ella no se había percatado de mí. La suerte quiso que se le cayera el celular de la mano, en plena vereda, y que ella no se percatara de ello. Yo, corrí para alcanzárselo, y ella me agradeció, tal vez, aceptando caminar a mi lado. Era alta, flaca, de unos cuarenta y pico, de tez trigueña, con lindas tetas y mejor cola, y parecía despreocupada. Tenía un jean chupín tiro alto nevado negro, una camisa celeste bien clarita, y unos mocasines de mujer bastante pitucos. Con ella, fue un poco más fácil entablar conversación.
¡Ya no quedan caballeros como vos! ¡La verdad, gracias por lo del teléfono! ¡Hoy, están carísimos! ¡Aunque, bueno, siempre creo que éramos más felices sin teléfonos!, me decía, como si disfrutara de cada paso que daba. Lomas se iluminaba, solo con los ojos verdes de aquella desconocida que cada tanto me miraba. ¿Acaso pensaba que podría robarle en cualquier distracción?
¡Y, mirá, yo tengo el mío en reparación, hace tres semanas! ¡Y la verdad, no lo extraño!, le mentí, aunque había tenido la precaución de ponerlo en silencio, y de guardarlo en mi mochila.
¿Y qué hacés por acá? ¿O vivís por Lomas?, me preguntó. Le dije que vivía cerca, que venía del laburo, que andaba mal con mi esposa y que necesitaba tomar aire, y que tenía muchas ganas de tomar una cerveza. Ella me dijo que estaba cansada de la rutina, de su trabajo… y de su marido.
¡Creo que, ahora debe estar con sus amigotes! ¡No creo que se enfieste con loquitas, ni nada de eso! ¡Pero, la verdad, si estoy o no en la casa, a él parece que le da lo mismo! ¡Y, eso que, estoy segura que le hago todo lo que le gusta! ¡Desde cocinarle cosas ricas, hasta, bueno, tirarle la goma en cualquier momento! ¡Perdoná que sea tan sincera!, se descargó, acaso sin saber que nada me atraía más en el mundo que una mina insatisfecha, y casada. Pero de repente detuvo sus pasos, y me puso una mano en el pecho.
¡Escuchame bombón! ¡Vos a mí, no me engañás! ¡Me parece que, vos olés a las mujeres casadas con ganas! ¡Te hacés el boludo, y, bueno, a lo mejor, después intentás algo con ellas! ¿Me equivoco?, razonó, quizás más para descubrir algo de malicia en mis intenciones. Me quedé helado, pero reaccioné enseguida al decirle que estaba re equivocada.
¿A ver? ¡Mirame a los ojos, y decime que es mentira que no querés, por ejemplo, que te chupe la pija, o que te haga una buena turca, o que me trague tu lechita! ¡Ahora mismo, tenés la verga que te va a explotar el pantalón!, me apuró, mientras el semáforo daba el verde para los autos que atravesaban la avenida principal. Una vez más lo negué todo. Pero le repregunté: ¿Y vos? ¿Tenés ganas de guampear a tu marido? ¡A lo mejor, está rodeado de locas, chupando tetas, y abriendo conchitas con su verga! ¡Y vos, cuestionándome!
¡Sos un desubicado! ¡Pero, me calientan los mal educados como vos!, me dijo, introduciendo sin importarle un carajo una de sus manos adentro de mi bermuda, y de mi bóxer para palparme la chota. Yo, le pellizqué el culo, y entonces, intentamos caminar así, un buen rato. Ella con su mano bajo mi bóxer, y yo con la mía rozándole el culo con descaro.
¿Vos decís, que ese hijo de puta tiene a una putita alzada sentada en su pija? ¿Y, por ahí, a otra dándole de mamar de su conchita?, me dijo al oído, haciéndome partícipe tal vez de uno de sus fetiches. Quizás, a ella le calentaba imaginar a su marido cuerneándola.
¡Yo creo que, primero que nada, debe tener a dos guachas prendidas de su pija, una mamándole las bolas! ¡Y, por ahí, otra guacha bien tetona, se las pone en la cara, repletas de crema! ¡Y, alguno de sus amigos, le insiste para que le desvirgue el culo! ¿Qué te parece?, le propuse, y ella me apretó el glande, haciendo una especie de anillito con sus dedos. Tuve que decirle que, si lo volvía a hacer, se quedaría con mi semen en los dedos. De modo que, la muy turra lo hizo, y para mi sorpresa, mi semen salió hecho una furia, convirtiendo a mi bóxer en un pañal de nene asustado, y pegoteándole los dedos a Laura. Ella, retiró aquella mano con cuidado del interior de mi ropa, y la ocultó rápidamente en las profundidades de su camisita. Se palpó las gomas, y luego la sacó para pasársela por los labios. ¡Menos mal que a esa altura habíamos llegado a una parada de colectivos sin gente, ni curiosos, ni policías!
¿Sabías que tu lechita es dulce? ¡Me encanta! ¡Pero, no te creas que me vas a dejar con las ganas! ¡Dale, ponete ahí, y fijate si tengo olor a perra alzada!, me indicó, sentándose en un banco mugriento, desprendiéndose el jean, y apurando a mis decisiones con sus gestos. Sabía que no me quedaban alternativas, y no tenía por qué ofenderme. En cuanto le bajé el jean, me di a la tarea de absorber los juguitos que almacenaba su tanguita verde, con algunos pelitos inscriptos en la tela, y tan fragante como me había imaginado. Ella, buscó su clítoris, me rozó la lengua con sus dedos, y me ordenó: ¡Chupalo, dale! ¿Tengo olor a mujer casada? ¿O a perra alzada?
¡A las dos cosas!, le aseguré, mientras sorbía, lamía, lengüeteaba y besuqueaba su vagina perfectamente depilada, le succionaba el clítoris en llamas, y bebía los chorritos de flujo que manaban del fuego de su santuario de hembra. Ella abría las piernas hasta el tope de sus posibilidades, y me repetía: ¡Dale, chupalo, mientras mi marido se revuelca con loquitas con olor a putero, con guachitas que se cogen a veinte tipos por día, con nenitas sucias, que se mean las bombachitas por viejitos platudos, o con alguna pendeja planera, que se embaraza para cobrar boludeces, y seguir regando esta tierra de nenes, y de nenas que van a ser putitas! ¡Asíiii, chupame la concha hijo de putaaa, arrancame un orgasmo ahoraaaaa! ¡Chupame la concha, así se te pone bien dura la verga, y me la enterrás en la concha!
¡Ya la tengo dura mami, toda durita para vos! ¿La querés ahora?, le dije, en cuanto pude separarme de sus aromas perpetuos. Entonces, justo cuando mi lengua estaba pronta a llegar al agujerito de su culo, ella me levantó de la cabeza y me dijo: ¡Mordeme la boca! ¡Dale! ¡Quiero el sabor de mi concha en la boca!
Le mordí los labios, el mentón, la nariz, y nos pegamos una flor de tranzada que, podía escucharse en la noche más que los escapes de las motos impacientes. Y entonces, Laura me sentó de prepo en el banco, del que ella se levantó con todas las probabilidades de caerse, ya que tenía el jean desprendido. Así que, se lo bajó hasta las rodillas, y se me subió encima para, prácticamente sin anunciármelo, colocar el fuego de su conchita babeada por mí en el límite más sensible de la cabecita de mi verga. Y el resultado fue inmediato. Le entró de una, sin escalas ni pudores. Ella movía su vientre como una bailarina fatal en la noche, ahora repleta de nubarrones, mientras repetía cosas como: ¡Mirá Lucas, mirame cómo estoy cogiendo con un guachito cualquiera! ¡Tengo toda su pija adentro, bien adentro de la concha! ¡Y encima, el guacho me la re chuponeó toda! ¡Y me acabó en la mano, y yo me limpié su leche con mis tetas! ¿Querés ver? ¡Mirá, hijo de puta, mientras vos te cogés a esa nenita! ¡Cómo te calienta tu sobrinita, hijo de puta! ¿Te gusta que se te haga pichí en la falda? ¿Como una gatita meona? ¿Por qué mejor no te la cogés en pañalines? ¡Así, mirame gordo, mirame cómo cojo, cómo me abre la concha este hijo de puta!
Laura ya exponía sus tetas a los ojos de la noche, y a los de cualquier transeúnte que pudiera pasar por allí. Aunque, teníamos la posta que era una zona muy insegura, y que ya era muy tarde para que alguien aparezca a curiosear. Me llamaba la atención cada reproche que le hacía esta loca a de mierda a su marido invisible. Pero, por otro lado, me daba más adrenalina, más ganas de bombearla, y más cosquillitas en los huevos.
¡Aaah, a tu marido le gusta su sobrinita! ¿Le gusta la nena, porque es tiernita? ¿Y es cierto que se le hace pis cuando la tiene a upa?, le preguntaba, muerto de un placer que solo podía equipararse al morbo de sus palabras.
¡Síii, una vez lo encontré con esa pendejita en la cama! ¡La guacha estaba acostadita encima de él, en calzones, meada, y él con la chota dura! ¡Ella tenía 12 años en ese entonces! ¡Pero, antes, el muy turro disfrutaba de que la nena se le mee a upita! ¡Yo tenía terribles celos! ¡Aaaaah, asíii, garchame máaaas, mordeme la boca, y arrancame el pelooooo!, me decía Laura, salpicando nuestros jugos por doquier, calentando aún más a cada centímetro de nuestra ropa, y dándose cachetadas en las tetas. Hasta que, en un arrebato de euforia contenida, justo cuando me decía que la sobrinita ahora tenía 15, y solía pasearse por la casa de sus tíos en bombachita cuando iba a visitarlos y se quedaba a dormir, mi lechazo fue una campanada de rebeliones, presagios, confesiones alteradas, verdades a medias, y fetiches estrangulados en la garganta de la noche. En este caso, en el interior de la concha de una mina que estaba más chapa que cualquier colifa del Borda. Empecé a retorcerme de estrés, a sentir que largaba litros de leche en sus entrañas, mientras los dientes de Laura se marcaban en mi cuello, y mis dedos en sus tetas tibias, suaves y pegoteadas.
¡Vos, Carlos, sin dudas, fuiste el que te garchaste a Cintia! ¡Es una gordita de treinta años, que tiene un bebé! ¡A lo mejor no te acordás! ¡No sé a cuántas te cogiste! ¡Pero, ella es mi hermana! ¡Estaba tan contenta cuando me habló del polvazo que se echó con vos que, la verdad, estoy feliz de haber podido conocerte! ¡hacía mucho que no me acababa así!, me dijo luego, mientras todavía mi pija seguía anidando entre sus paredes vaginales, expulsando más leche, y sintiendo los latidos de su sexo. Fue una suerte que su teléfono comenzara a vibrar con insistencia. Tal vez, si seguíamos allí, le terminaba haciendo el culo.
¡Es mi marido! ¡Tengo que volver! ¡Obviamente, esto, nunca pasó! ¡Será un secreto entre nosotros! ¡Aunque, a mi hermana se lo tengo que contar! ¡Aaah, y menos mal que no apostamos! ¿Viste que tenía razón? ¡Vos, olés a las casadas, y te las cogés! ¡Aunque, yo jamás podría juzgarte! ¡Ojalá existan más turritos como vos!, me iba diciendo, mientras se acomodaba la ropa como podía, se echaba un poco de desodorante, escribía un SMS a su marido, se arreglaba más o menos el pelo, y me dejaba ayudarla a subirse el pantalón. Luego me mordió el labio, y me murmuró: ¡Y me encantó calentarte con lo de mi sobri! ¡Seguro, en algún momento, te la vas a garchar! ¡Pero, al menos, esperá a que deje de hacerse pichí! ¡Chau bombón! ¡Y chau, pijita hermosa!
Le dedicó una última caricia a mi verga todavía a media asta, pero ya adentro de mi ropa, y se hizo humo por entre los recovecos de la noche, cada vez más espesa. Pensé en esa tal Cintia, y entonces, la recordé. No se parecía en nada a Laura. Cintia, era una planera, villerita, bastante provocadora, y con 5 hijos. Tal vez, aquel garche con esa chica se encuentre entre los más nefastos de mi anecdotario. Pero, valió la pena para conocer las bondades de la conchita de Laura. ¡Qué caliente y apretadita la tenía! Fin
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