Para mi hermano Pablo, se había vuelto una obsesión todo lo referido a poseer mi cuerpo, de cualquier forma, y a cualquier costo. Más bien, solo teníamos que estar en el lugar indicado, a la hora que sus hormonas así lo sincronizaran con el universo. Me había vuelto tan sumisa ante su presencia que, por momentos temía ponerme a llorar, o hacerme pis encima con solo mirarlo. Había logrado meterse hasta en mi sueño, en los que me perseguía como un sádico irrefrenable por callejones sin salida, o por plazas iluminadas, o por los baños de una escuela abandonada, o bien, como era su mayor deleite, acosándome al frente de mis amigas, mis compañeros de trabajo, o de mis primas y mi hermana, como fue la última vez que nos vimos.
Ahora, había pasado cerca de un mes, en el que la órbita de la tierra no se puso a revisar nuestras consciencias, actos, realidades o imperfecciones. Más bien, intentaba persuadirnos de que todo lo que habíamos vivido fue real, pese lo que nos pese. Aunque estuviésemos separados, y lo mejor era eso. Sin embargo, en el medio se me rompió la cama que mi abuela me había heredado, y, a falta de un carpintero de oficio, sumado a que no podía comprarme otra porque estaba metida en otras deudas, opté por desarmarla por completo, y dormir por algunos días en mi colchón, sobre el piso. Mi madre me ofreció su cama. Pero jamás hubiese aceptado que acuse dolores de espalda por su generosidad. Y mi hermana, bueno, si por ahí salía, me prestaba su cama un rato, o durante alguna siesta. En definitiva, los días fueron como 15, y la verdad, no me molestaba en absoluto dormir en el piso. De hecho, me recordaba las travesuras que hacíamos con mis primos cuando nos quedábamos a dormir en el piso, en lo de mis abuelos. Aquellos momentos eran propicios para mirar pitos, culos, tetas y conchas. Y por qué no, para comernos a besos, chupones, manoseadas, y un sinfín de petes. A mí, uno de ellos me cogió cuando tenía 13 años, a la vista de Fernanda, quien, en esos tiempos, ni siquiera pensaba en ser madre.
La cosa es que, una mañana escandalosamente lluviosa, un patético sábado en el que había decidido dormir un rato más, ya que por la tarde debía corregir una parva de exámenes de mis alumnos de primaria, me desperté con la violencia del odio menos comprensible. Pensé que mis ojos me traicionaban. Pero no podía fallarme el olfato también. En la confusión, busqué mi ropa para vestirme, creyendo que era viernes, y que llegaba tarde para irme a la escuela. Pero entonces, escuché que mi vieja charlaba con alguien, un poco más alto de lo habitual por la furia de la lluvia en los techos. Recordé que había puesto el despertador a las diez y media, y sin querer me dormité otro ratito. Sin embargo, en un instante de distracción, sentí el calor de otro cuerpo a poca distancia de mi cara. Cuando abrí los ojos, vi a mi hermano, arrodillado sobre el colchón, apretujándose el paquete sobre un bóxer rojo fuego. El descarado se había bajado el short hasta un poquito antes del inicio de sus huevos, y respiraba pesadamente, mirándome la cara, fascinado al comprobar que mis ojos lo miraban con una mezcla de furia y calentura.
¿Así que, de tanta matraca, rompiste la cama? ¿O es porque estás gordita nena? ¿No te habrán preñado ya, de tanta bomba y bomba? ¿Y vos ni te enteraste? ¿Por qué no me llamaste, para que te arregle la camita bebé?, me decía, acercándose cada vez más a mi rostro, como si caminara con sus rodillas. Y justo cuando instintivamente pensé en gritar, me tapó la boca con la misma mano con la que se estimulaba el pito, me arrancó el pelo para obligarme a sentarme sobre el colchón, y prácticamente me hizo frotar mi cara repleta de sueños inconclusos en su bóxer caliente, sus huevos grandes y en su pija como un pepino. ¡La tenía re dura, y re caliente! Hundió sus toscas manos por adentro de mi camisón ancho, largo y viejo, el que usaba siempre para dormir, y me retorció los pezones con ferocidad. Jamás me gustó dormir con el corpiño puesto. Lo que le dio toda la libertar de amasarme las tetas, haciendo uso de todo su repertorio, mientras me pedía que le mordisquee el calzoncillo, y le chuponee los cuádriceps.
¡Mami me invitó a comer! ¡Y, vos parece que ni desayunaste todavía! ¡Abrí la boca putona! ¿Viste que soy bueno con vos? ¡Te traje la lechita a la cama! ¡Olé nena, dale, que es tu mamadera preferida! ¿O no?, me decía luego, cacheteándome el culo, y ya sacudiéndome la verga en la cara, sin soltarme el pelo, una vez que volvió a tumbarme en el colchón con brusquedad. Le pregunté qué carajos quería de mí, y me respondió a su forma, con una cachetada. Le grité que era un cagón, y me dio otra, mientras me machucaba una teta, chistándome como una lechuza. Después, frotó sus dedos gruesos en mi zanjita, por arriba de mi bombacha celeste, abriéndome las piernas con uno de sus pies, y me hizo chupar esos mismos dedos. Le pedí que la corte, que se vaya, que sea prudente, porque nuestra madre podría escucharnos, y ahí sí que la enfermábamos para siempre. Él se me burló con su odiosa sonrisa, mostrándome sus dientes desparejos y manchados de pucho, diciéndome que ella había salido al mercado. Afuera se llovía todo, y la verdad, no sabía qué hacer. Mi hermana no estaba. No tenía a quién pedirle ayuda. No podía saber si el muy imbécil ya se había drogado. Aunque, no olía a alcohol, y eso, tampoco es que lo solucionaba todo. Para colmo, después se me tiró encima, y empezó a fregar su pija dura y desnuda por todos lados, desde mi boca hasta mis piernas. Mientras hacía un tur por mi cuerpo, se masturbaba con vulgaridad y rudeza por cualquier parte de mi cuerpo, intentando romperme el camisón a cada rato, diciéndome que era una putita sucia, que necesitaba mi dosis diaria de leche para vivir, y que nadie la tenía tan caliente y nutritiva como él.
¡Qué lindo es pajearse con tu cuerpito, que huele a pis de nena, hija de puta! ¿Te meás en el colchoncito también? ¿Te cambiás la bombacha vos? ¿O anduviste soñando porquerías? ¿A quién te cogías en el sueño, bebota sucia? ¡Seguro que buscabas esta chota, pendeja! ¿O soñabas con alguno de los profes de tu escuela? ¿O con los pititos de los nenes a los que les enseñás? ¡Qué rica piel tenés, turrita!, me seguía diciendo, sin dejar de pajearse, pellizcarme, olerme, zamarrearme y apretarme bien fuerte contra el colchón. Hasta que en un momento me empezó a morder los pies, las piernas, rodillas, tobillos, muslos, la panza, y hasta la vulva, sin sacarme la bombacha, mientras me clavaba sus codos en cualquier sitio, haciéndome retorcer del dolor. Y sí, seguro que olía a pis, porque me había masturbado en la madrugada. Pero, eso no le daba derecho a tratarme como a un trapo de pisos.
Supuse que, cuando le sonó el celular, encontraría una distracción, o atendería de inmediato. Pero, lejos de eso, y más allá que le echó un vistazo a la pantalla, me puso de pie sobre el colchón casi sin esfuerzos, levantándome de las axilas, me mordió el labio, me escupió una teta, me mordió la otra, y me bajó la bombacha usando uno de sus pies. Ya estaba descalzo, y parecía más peligroso que siempre. Entonces, empezó a refregarme su pija dura y desnuda en la concha, mientras me decía al oído, como si quisiera ocultar a la lluvia hiriente de la mañana: ¡Dale pendeja puta, calentame la chota con esa concha! ¡Así bebé, te voy a garchar de paradita! ¡Abrí las piernas, así te doy pijazos, y te la dejo coloradita!, porque, el guacho me pegaba con el bulto en la concha, me nalgueaba, y me olía las tetas. También me separaba los cachetes de la cola para frotarme algunos dedos en el agujerito del culo. de modo que, durante un momento, estuve sintiendo su fiebre sexual en mi sexo, friccionándonos con fuerzas, humedeciéndonos y compartiéndonos los olores que nos enlazaban. Yo no podía evitarle mi calentura, aunque forcejeara con él para que me suelte. Incluso le pateaba las piernas, o lo pisaba. Pero él se me cagaba de risa, sabiendo que, sin mover una pestaña, podía hacerme puré con un solo empujón. Y de repente, me volvió a tirar al colchón, precisamente de una especie de empujón mezclada con piña en la panza.
¡Te quiero pegar flor de violada, pendeja puta!, me dijo, y esa vez manoteó una de sus zapatillas para pegarme con ella en la cara. Luego me pateó las piernas, sin el mínimo vestigio de dolor en sus dedos, me pisoteó todo el pelo, me tiró su bóxer en la cara, y me frotó uno de sus pies en la concha. Después, también se paró sobre mi espalda cuando me dio vueltas, luego de ponerme la bombacha con toda la violencia que podía caber en su alma. Estaba agitado, en celo y con una adrenalina que me asustaba. Sin embargo, como si me hubiese llegado la salvación de algún dios piadoso, en el que, por supuesto no creo, en medio del quilombo le sonó el celular otra vez, y ahora no podía ignorar la llamada. De hecho, pareció sorprendido. Pablo salió a responderle a quien fuese afuera de mi pieza, quejándose de la señal. Yo, por más que me esforzaba, posta, no podía entender un cuerno de lo que hablaba. Llovía muy fuerte, y el viento no colaboraba. Pensaba que, si gritaba, esa persona podría preguntarle si había problemas. Aunque, nuevamente no tenía fuerzas para nada. Incluso, noté cómo me chorreaban jugos de la vulva, y cómo los pezones se me calentaban contra el colchón, como si estuviesen suplicando por su presencia.
cuando Pablo volvió a respirar del mismo aire que mis ansias, y cerró la puerta a lo bruto, lo único que me dijo fue: ¡Me parece que en un toque vas a tener flor de desayuno!, y me puso otra vez la pija en la cara. Obvio que, mientras yo apretaba los labios para no facilitarle el calor de mis histéricas obsesiones, él me cacheteaba la cara, me pellizcaba el culo dejándome algunos moretones, y me tironeaba la bombacha. Pero, en cuanto su glande pegajoso atravesó mis labios, el turro no paró de cogerme la boca con todo, ahogándome de a ratos, presionándome la nariz, pisándome las manos con sus rodillas huesudas, y haciendo que la bombacha se me incruste en lo profundo de mi concha en llamas. Entretanto, me denigraba con su voz repleta de saliva y jadeos, al revelarme cosas como: ¡Qué lindo fue cogerte al frente de las primas, el otro día! ¿Te dijeron algo esas fracasadas? ¿No te preguntaron por mi verga? ¿Eee? ¿Les dijiste que te gusta más el pito de tu hermano que cualquier otra cosa? ¿Sos una gorda putita, que le gusta andar chorreada, sucia, con semen hasta en el pelo! ¡Tragá cerda, abrí la trucha, probá la lechita de tu papi, dale forrita, chupá, tragá nenita, así bebé, tomate la leche, así después te cambio los pañalines, cuando te cagues y te mees de tanta lecheeeeee!
Cuando quise acordar, lo tenía prácticamente sentado sobre mis tetas, arriándome del pelo como si fuese su yegua, y presionándome la mandíbula para que me atore con su pija. me violaba la boca, sin despegar su culo de mis pechos, regalándome terribles mareos, arcadas, eructos, y un repetido Glop glop con el que, hasta la lluvia parecía querer detenerse para escucharme petearlo. Pero, mi boca no dominaba las acciones. Más bien su glande atravesaba mi paladar con furia, con el mismo desenfreno que el viento utilizaba para doblar las ramas de los árboles. Y de pronto, escuché que alguien llamó a la puerta. Intenté decírselo. Pero con el mismo éxito que él trataba de articular una palabra completa, entre tantos jadeos y embates a mi boca. Entonces, cuando de nuevo unos nudillos golpearon la puerta, en medio de mis aterradas palpitaciones, por si mi vieja llegaba a abrir, su semen explotó como una ruidosa bengala navideña en mi garganta. Tosí, me ahogué, eructé una nota larga y llena de gargarismos, y sentí que hasta se me salía leche por la nariz, mientras él gimoteaba como un tigre herido, sacudiendo su pija contra mi cara en estado de shock. Se levantaba como sin importarle que era mi pelo, o mis manos lo que sus pies pisaban. Me dio una patada en la espalda cuando yo me acomodé de costado, y me ladró: ¡Quedate conchita y tetitas para arriba bebé! ¡Ya me fijo quién golpea! ¡Me parece que, llegó tu delivery de leche!
Y acto seguido gritó, mientras se ponía el bóxer: ¡Voooooy! ¡Boludo, llegaste rapidísimo!
Estaba claro que, no era mi vieja, ni mi hermana. Lo miré con odio, y traté de levantarme. Pero tuve la misma suerte que cuando busqué hacerle una zancadilla desde el colchón, cuando veía un SMS en su celu. No podía hablarle. Sentía la mandíbula anestesiada, las gomas ultrajadas y la garganta como si hubiese tragado ácido. No porque su semen tuviese la culpa. Es que, sus envestidas a mi boca, lengua y paladar habían sido lo suficientemente salvajes como para asfixiarme hasta las ganas de volver a pronunciar palabras.
En definitiva, abrió la puerta, por más que mi corazón estuviese tan desnudo ante él, como mi cuerpo. Escuché que se saludó y palmeó con otro pibe, y que hablaban en voz baja. Además, la lluvia volvía a llover con indiferencia. Sentí una corriente de aire frío atravesar la puerta. Y entonces, vi unas zapatillas llenas de barro subirse a los pies de mi colchón.
¡Dale boludo! ¿Me vas a decir que no te acordás de ella? ¡Mirá cómo te recibe! ¿Sabías que siempre anduvo con la argolla caliente por vos? ¡Ahí la tenés!, le decía Pablo a, ¡Sí, no había dudas! ¡Era Javier, uno de los amigotes de mi hermano! ¿Cómo podía ser que, ese chabón estuviese en mi pieza? ¿Y qué le daba derechos a mi hermano de traerme a un tipo? Y, además, ¿Qué pretendía con eso? Era verdad que Javi me calentaba cuando era una guacha. Pero, él ahora tenía familia, un laburo respetable, y que yo supiera, ya no se frecuentaba con los bandidos del barrio. Aunque seguía viviendo a la vuelta de mi casa.
¿Y? ¿Viste que no soy tan forro? ¡Te traje más leche bebé!, me dijo Pablo, mostrándome una vez más sus dientes amarillos al sonreírme, nuevamente agachándose para sentarme en el colchón.
¿Qué onda Gabi? ¿Andás calentita mami? ¡A mí me empezaste a calentar cuando, cumpliste los 15, o por ahí! ¡Pero, si te tocaba, tu hermano me mandaba al hospital!, se sinceró Javier, mientras se quitaba una campera tipo rompeviento, y la arrojaba a cualquier parte del piso.
¡No te va a responder mi hermana! ¡Ella solo tiene órdenes de chupar, de trolearnos si se lo pedimos, o de hacer lo que yo le diga! ¡O, vos!, sentenció Pablo, haciéndome flotar en una ira que, aún así parecía tener la pólvora mojada. De todos modos, intenté decirles: ¿Qué mierda les pasa a los dos? ¡Javi, todo bien con vos! ¡Acá, el tarado es mi hermano, que se cree el pija del barrio!
Pero, no pude terminar mi disertación, porque Pablo se acercó para sentarme de prepo en la cama, y aplicarme una cachetada que me hizo correr varias lágrimas.
¡Así, maricona y calladita, me calentás bien la pija nena! ¡Y, a este forro también! ¿O no amigo? ¡Dale, mostrale la verga!, le dijo al otro, que ni dudó en quedarse en bóxer y chomba ante mi imposibilidad de hacer cualquier cosa para defenderme. Al toque, los dos estaban parados contra mi cuerpo, dirigiendo mi cabeza para que le chupe la pija a uno, y luego al otro. Javi la tenía curva y gruesa, casi sin vellos, y tan caliente como la de Pablo. Pero mi hermano, cada vez que le tocaba internarla en mi boca, me la hacía tragar con todo, me sostenía la cabeza para clavarla más profundamente, y me frotaba sus huevos por toda la cara. Javier, tal vez preocupado por la expresión de mis ojos pidiendo auxilio, le dijo: ¡Che, despacito man, que la vas a lastimar!
¡Qué despacito, ni nada! ¡Que se la banque! ¿No viste las gomas que tiene? ¡Tocalas nene, dale! ¡Pellizcale las tetas, que le encanta! ¿Te copan las pendejas que se mean en la cama? ¡Esta, vive tan caliente que, hasta se mea por la pija!¿No bebé? ¿Querés mearte por la pija del Javi? ¿O por la pija de tu hermanito lechero?, decía Pablo, mientras intentaba meterme la pija en la nariz, me pegaba con ella en la cara, y me pedía que se la rasguñe en el momento que mi boca se ocupaba de lamer la de Javier. Y, de repente, tuve ambos glandes en mi boca. Sentía que los labios se me iban a cortar como si estuviesen troquelados por una guillotina. Se me inflaban los cachetes de saliva y de pija, mientras los sonidos de mi garganta los ponía más primitivos y ciegos.
¿Y? ¿Qué me decís? ¿Te la ordeña bien? ¡Uuuuf, así, las dos pijitas en la boca, putita! ¡Qué guacha putona que sos! ¡Todos en el barrio te miran las tetas, y se cogotean el ganso porque no te pueden llevar a la cama! ¡Pero, no saben que vos sos una perra, que cogés hasta en la calle si te lo proponen!, seguía diciéndome Pablo, mientras ahora mis tetas se restregaban contra la pija de Javi, y él trataba de pajearse en mi pelo. Incluso se pajeaba contra mis oídos, y me decía que hoy seguro me iba a quedar preñada de tanta leche. y, de golpe, estuve parada en el colchón, tan solo con mi bombacha apestada de jugos, y esas dos fieras prohibiéndome respirar otra cosa que no sea pecado. Me apretujaron contra sus cuerpos, y me metieron dedos en la concha y el culo. no sabía qué dedos pertenecían a quién. Pero sé que Pablo era el que me tironeaba la bombacha, y me decía al oído: ¡Quedate quietita, que te vamos a coger así, paradita, como a una señorita! ¡Vos, todavía no vas a coger como una perra en cuatro patas!
Luego, ambos pubis empezaron a golpear mi culo, el de Javi, y mi concha, el de Pablo. Lo hacían con tanta fuerza, que parecían los martillazos de mi vecino cuando se pone a reparar vaya a saber qué. Entretanto, me escupían toda, me cacheteaban las tetas, y en especial Javier me tapaba la boca para que no grite de calentura.
¿Es cierto que te hacés pichí Gabi? ¿Te pinta la onda lluvia dorada? ¡SI hubiera sabido antes, te pegaba una garchadita nena!, dijo Javi, tal vez por primera vez, ya repuesto de la determinación de Pablo. Yo, recuerdo que, giré la cabeza para mirarlo a los ojos, que atrapé uno de sus labios y se lo mordí, mientras le decía: ¡Sí nene, me cabe mearme, y por vos me re meaba, de guachita!
A Pablo no le gustó que me salga de mi libreto de mujer sumisa. Por lo que me cacheteó la cara, me mordió una teta y me dijo: ¡Calladita putona! ¡No te olvides quién manda acá!
Entonces, sentí que la pija de mi hermano venció a la costura de mi bombacha, y entró de lleno en mi concha. Eso me hizo gemir, y a Javi pareció envalentonarlo, con tanta decisión que, colocó la entrada de su glande en mi culo. por lo que, gracias al bombeo de mi hermano, a su forma de hacerme arquear el cuerpo hacia atrás, y a sus pedidos inusitados para que este cumpla con lo que tenía que hacer, justamente, su pija se acomodó de un solo golpe en mi culo. al menos, un buen tramo de ella, porque de nuevo lagrimeé como una nenita miedosa.
¡Dale amigo, culeala, arrimale la verga y puerteala toda, así le damos pija por los dos agujeros! ¡Le encanta llenarse de verga a mi hermanita! ¡Yo, vivía alzado con ella! ¡Pero, claaaaro, la señorita es mi hermana! ¡Pero, a la prima se la coge, y a la hermana con más ganas! ¿O no? ¡Dale, prendele mecha, y reventale el culito!, le decía Pablo, que me sostenía con la generosidad que su testosterona le indicaba, mientras me penetraba despacito, y me frotaba el clítoris con un dedo. Javier empezó a moverse, y eso fue más doloroso que todo lo que había vivido hasta entonces. Es que, como la tenía curvadita hacia la derecha, tenía que controlar bien sus estocadas. De todas formas, era cierto que me sentía una putita, y que quería más. Si hubiese más pijas, tal vez me habría metido dos más en la boca. Pero no podía gritar, ni gemir, porque mi hermano me cacheteaba, o me pellizcaba con fuerza, o me mordía una teta, o le pedía a Javier que me nalguee el culo con una de sus zapatillas embarradas. Tanta era la tensión que nos cargábamos que, parecía que ninguno de los dos quería germinarme. Era como si, sus leches no fuesen prescriptas para mí.
¿Te gusta cómo te cogemos, perra? ¿Te gusta esa pija en la colita? ¡Guaaau, cómo te mojás nena! ¡Pará, pará che, hagamos esto! ¡Gabi, arrodillate en el colchón, así probás un poquito de pija!¿Tenés hambre? ¡Mirá nena, se te caen los mocos, las lágrimas, y la babita! ¡Bah, arrodillate, así tomás un poquito de guasca!, decía Pablo, mientras él mismo me arrodillaba de prepo en el colchón, y luego los dos empezaban a darme de mamar de sus pijas. Ni siquiera me importaba que la de Javi hubiese estado en mi culo. estaba hechizada, perdida, dominada, obediente, cagada de miedo, o lo que sea. Pero súper alzada, y con el celo más a full que nunca. Entonces, mientras les chupaba las pijas, intercambiando una con otra, o las dos a la vez, o dejaba que me las restrieguen por las tetas después que yo misma me las escupa como si me sobrara saliva, el Javi le preguntó algo al oído a Pablo. Este, ni mudó el gesto. Enseguida me pidió: ¡Che, pendeja, acá, tu noviecito quiere que te mees encima! ¡Dale, meate nena! ¡Así, con la pija de tu hermanito en la boca! ¡Uuuuuf, qué petera de mierda que sooooos!
Yo no le obedecí, ni a la primera, ni las dos o tres veces más que me lo solicitó, dentro de todo con buenas formas. Entonces, le dijo a Javi: ¡Aaaah! ¿Así te vas a portar? ¿Te ponés en culo conmigo? ¡Dale nene, retorcele los pezones, y ahogala de pija!
Javi hizo exactamente eso, mientras Pablo me mordía el cuello, me cacheteaba la cara con la pija del otro pibe en la boca, y me punzaba la espalda con algo que, ni siquiera llegué a ver de qué se trataba. Entretanto, tenía que pajearle la verga. Y, casi sin proponérmelo, me hice pis, sintiendo que era lava caliente lo que empapaba mi colchón, mis piernas y pies, y lo poco que me quedaba de dignidad.
¡Parate nena! ¡Queremos verte toda meada!, dijo Pablo. Lo hice sin ayuda, y eso fue un error, porque estuve a punto de caerme de los mareos que me aprisionaban el cerebro. Mi bombacha estaba pesada de pis, y de jugos vaginales. Sentía la boca hinchada, la espalda ardiendo, las rodillas sin equilibrio, y los ojos secos, sin poder focalizar, ni abrirlos del todo.
¡Sacale la bombacha Javi, y refregásela por todo el cuerpo! ¡Y cuando termines, metésela en la boca un ratito, así se calla!, le ordenó Pablo, mientras volvía a chuparme las tetas, y a pedirme que le pajee el pito. En cuanto Javi terminó de desnudarme, Pablo volvió a la carga por mi concha. Solo que esta vez me arrinconó contra el ropero, y mientras Javi me refregaba la bombacha meada por todos lados, Pablo empezó a descargar sus pijazos en el interior de mi concha, haciendo que mi cabeza golpee el mueble, que mi respiración se mutile en sus brazos, y que luego mis gemidos se ahoguen cuando al fin Javier logró introducir mi bombacha en mi boca mal trecha. Ya ni sabía si pisaba el suelo, o si el cielo aún estaba al otro lado del techo de mi cuarto. ¿Por qué mi vieja tardaba tanto? ¿Sería cierto que lo había invitado a comer? ¿Y por qué carajos Javier había aceptado hacerme todo esto, en presencia de mi hermano?
¡Basta nena! ¡Cuchá bien! ¡Ahora, ponete esto, y vamos afuera! ¡Dale que ya no llueve! ¡Tenés que tragarte nuestras leches! ¿O no? ¿Ya se te fue el hambre?, me decía Pablo, mientras él mismo me ponía una bombacha limpia, me daba la mano y dirigía mis pasos insomnes hacia el patio de mi casa. Yo era una marioneta sin personalidad. Apenas podía silenciar los gemidos que me dominaban. Javier nos seguía. ¿Qué era todo esto? ¿Qué hora era ya? ¿Por qué no había olor a comida en casa? Lo cierto es que, en cuestión de segundos, yo estaba arrodillada en el barro del patio, con la pija de Pablo en la boca, y la de Javier esperando su turno.
¡Acá te vas a tomar la lechita nena! ¡Toda embarrada te vamos a dejar! ¡Embarrada, sucia, lecheada, meada, y desnudita! ¿Te gustaría que la Flopy te vea así? ¿O mami?, decía el cínico de Pablo, mientras mi boca le mamaba la pija a Javi, en un esfuerzo por olvidar el dolor que ya me resquebrajaba la mandíbula. Pero, de repente, justo cuando este empezó a pedirme que le estruje la verga con las tetas, su semen salió disparado como un concierto de flechas en todas direcciones. De modo que, me salpicó el pelo, las tetas, la cara, y la bombacha azul que Pablo me había puesto. Ahora estaba embarrada, porque, mis rodillas me sostenían sobre una parcela de tierra llena de agua, por más que ya no lloviera, y el olor a pis en mi piel se hacía más evidente por la humedad que se desprendía de esa mañana maldita. Pero Pablo tenía la pija hecha un fierro, y no se iba a quedar con las ganas. Así que, de un solo golpe me tumbó boca arriba en el barro, se me subió encima, y mientras me abría las nalgas para clavarme dedos en el culo, encalló su verga en mi conchita para darme duro, para bombearme con todo, haciendo que mi piel se retuerza de suciedad en el suelo, que se deslice con facilidad, y que mis gemidos se fundan en las gotas de lluvia que, regresaban a nosotros.
¡Así putita, te cojo toda, así guachita, toda sucia estás, en el barro de casa! ¡Y no grites, que tu noviecito te escucha bebé! ¿Te measte por él? ¿O por mí? ¿Te gustó que te acabe en las tetas? ¿Te puso putona eso? ¿Te calienta la argolla todavía? ¡Yo le debía guita! ¿Sabés? ¡Ahora, ya saldamos cuentas! ¡Se echó un polvito con vos, te vio haciéndote pichí, y te culeó también! ¡Qué putita que sos guachona! ¡Me gusta que tengas olor a leche en la boquita!, me decía, sin parar de penetrarme, mordiéndome la boca, oliendo mi aliento, abriéndome más el culo, y golpeando mi pubis con la rudeza de un caballo salvaje. Cuando acabó, me sostuvo un largo rato contra uno de los árboles, apretándome la cabeza contra el tronco, mientras su pija vomitaba semen y más semen adentro mío, latía y se estremecía bajo el mandato del calor de mi vagina radiante, y el fuego de mi propio orgasmo. No podía evitarlo. No quería acabar, ni hacerle notar que gozaba como una golfa. Pero, era la verdad.
Cuando la última gota de leche estalló en mis adentros, y su pija empezó a ser expulsada naturalmente de mi vulva, Pablo se levantó, me miró con asco, se limpió las manos en unos toallones que, evidentemente mi vieja se había olvidado de entrar del tender de la ropa limpia, y me dijo: ¡Ahora, fijate cómo te las arreglás para levantarte! ¡Tenés un olor a pichí de bebé que, si no me voy ahora, te vuelvo a violar, pendeja puta! ¡Aaah, y decile a la Ferchu que, cuando quiera le hago un hermanito para la bendi que tiene!
Javier no dijo nada. Pero estuvo mirando cómo mi hermano se me apareaba con un instinto animal que, ni siquiera en la prehistoria tuvo que haber sido tan depredador. Los vi entrar en la casa, mientras pensaba en que tenía que bañarme urgente. Sin embargo, me sentí extrañamente a gusto allí, tirada en el barro, con semen en las tetas, en la concha, oliendo a sexo y a pis, y, con mi sumisión ascendiendo a escalas increíbles. ¡Tendría muchas cosas que explicarme! ¡Claro, pero, eso sería después de limpiar mi pieza! ¿Cómo pude mearme así al frente de Javier? ¡Bue, como si verdaderamente me importara! Y entonces, cuando vi la hora en mi reloj de pulsera, no lo pude creer. ¿Cómo pudo haber pasado todo aquello en 50 minutos? Fin
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Hola! Como va? podrías hacer otro relato de hermanitos bien sucio cochino zarpado como este? quiero que sea en la casa, de noche, cuando todos duermen, ambos adolescentes, puede que él un poco más grande que ella, ella se mete en la cama de él con la excusa de que no puede dormir que tiene frío aunque es verano, ella empieza a provocarlo, primero con risitas, susurrando qué lo vio duro mientras entrenaba en la tarde o jugaba al fútbol con los amigos,después sigue con morderle la oreja, besos babosos en el cuello, lengua por toda la piel, tirones de su pelo rubio algo largo, mordidas en el cuerpo, arañazos, que se escuchen los jadeos bajitos porque anda mami por la casa y si escucha algo sospecha. quiero que se marque el contraste, él con esos ojos azules inocentes, de chico bueno, gimiendo bajito, mordiéndose los labios para no hacer ruido porque se moriría si mami se entera, y ella cada vez más excitada al verlo duro, al sentir cómo tiembla de contenerse, mientras ella con un pijama flojo y nada debajo se retuerce sobre él. Quiere montarlo, desordenarlo, verlo revuelto en la cama, excitado de ver a su hermanita. En tetas frente a él, con el pelo largo suelto, con los labios pintados de rojo para dejarle marcas en el cuerpo y en la pija.
ResponderEliminarquiero charla sucia, reproches, celos cochinos, que ella lo provoque diciéndole que de día es un santito, obediente, educado, y que a la noche se lo quiere coger hasta que deje de ser ese nene bueno
quiero que quede todo desordenado, la cama hecha un desastre, olor fuerte, calor pegajoso, la ropa tirada, la tensión de que mami pase por el pasillo o abra la puerta y los vea
La madre tiene que estar presente todo el tiempo como sombra, que sospeche, que huela el desorden, que vea las sábanas revueltas al día siguiente, pero que nunca se atreva a enfrentarlos quiero que se sienta lo prohibido, lo cochino, el miedo a ser descubiertos mezclado con lo excitante, el morbo de jugar a ser hermanitos, el secreto compartido que los hace cada vez más zarpados. También una escena que imagino es él cogiendola contra la puerta de la pieza enojado porque la vio haciéndole un pete al amigo, y otra escena que me excita imaginar es que él enojado se vaya a la casa de su abuela y ahí ella lo persiga y ambos garchen en la cama de la abuela.
Él rubio, cabello largo, ojos azules, atlético, bueno. Muy educado, caballero, risueño y siempre dispuesto a colaborar con mami y la abuela, ya que el padre los había abandonado cuando la hermanita tenía 5 años. A ella la imagino rebelde, muy putona, tetona y puede que castaña oscura y colorado oscuro, con un lunar en la cadera qué lo vuelve loco.
Bueno, si lo podes hacer voy a estar pendiente de tu blog esperando el resultado de semejante relato para acabar. Hasta luego. Ah y podría ella ir lo a buscar con la tanga llena de semen de él?
Hooooliiiis! Primero que nada, Me encanta La Ideaaaaa! Aunque hay un montón de hermanitos chanchos por aquí. De igual forma, te recomiendo que, me comentes... pero cuando quieras enviarme ideas, lo hagas a mi mail, para mayor comodidad. Bueno, espero que sigas leyendo, y que en algún momento sepa quién sos. Un besote!
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