Mamaderas para Juli

 

Julieta, ya desde los 12 años empezó a comportarse diferente. O sea, desde el año pasado. Dejaron de interesarle las muñecas, las pinturitas, la repostería al lado de la abuela quien la instruía con paciencia, y la danza artística. Si bien, nunca fue muy persistente en esto último. Un poco porque mi madre no podía llevarla siempre, y otro, porque perdió el entusiasmo muy rápido. Lo cierto es que, estuvo un poco más vaga con la escuela, miraba tele a toda hora, y cuando no lo hacía, se la pasaba en el patio, mirando su celular a escondidas de mami. Yo nunca la buchoneé, porque jamás habría tolerado que ella lo hiciera conmigo. Pero tenía que cuidarla, como su hermano mayor, de aquellos excesos tecnológicos. Aunque, por ese tiempo yo tenía 15 años, y era tan carente de autoridad como ella. trataba que no se enoje conmigo, y, en definitiva, terminaba convenciéndola de ponerse a terminar sus deberes, que yo me hacía cargo de tener su celu, y que se lo devolvería cuando mami no lo supiera. Incluso, la ayudaba a completar sus tareas, (En especial las de matemáticas), para que no se aburra demasiado. Ella, siempre me agradecía con un beso en la mejilla, diciéndome que era el mejor hermano de su vida.

¡Obvio nena, en especial porque soy el único!, le decía, y a ella se le iluminaban los ojitos de risa. Pero, claramente que yo sabía lo que miraba. Me llamaba la atención, porque eso lo hacíamos más los varones. Incluso, una tarde tomé la decisión de hablar con ella, cuando estaba recostada en su pieza, recuperándose de una gripe.

¡Escuchame Ju, no está bueno que mires esos videítos en el celu! ¡Y no me mires así, que ya sé lo que ves! ¡Los vi! ¡No es bueno que veas eso, porque, es cosa de adultos! ¿Quién te mostró ese sitio?, le pregunté, después de darle el jarabe para la tos, y un té caliente con miel, haciendo referencia a XVideos, que era de donde mayormente miraba cosas. También me sorprendía que, casi todos los videos, eran de chicas con pitos en la boca.

¡Ya sé que son videos para grandes! ¡La Mica me los mostró! ¡Pero, no la cagues a pedo! ¡Yo le insistí para que me muestre! ¡Vos sabés que cuando me pongo cargosa, no me gana nadie! ¡La vi que se estaba, haciendo algo por adentro de la bombacha, mientras dormíamos la siesta, y entonces, llegué a ver un poco de lo que veía en el celu! ¡La tía nos había retado por volcar gaseosa en la mesa! ¡Entonces, le pedí mirar!, me confió, sin una pizca de arrepentimiento. Micaela es una prima que tenemos, que vive al lado de nuestra casa. A mi madre nunca le gustó que nosotros nos juntemos con ella. yo sabía que era porque a Mica le gustaban los chicos. Al punto tal que, ya a los 14 años se andaba besuqueando con pibes de la escuela, con algún que otro del barrio, o ciertos pibes más grandes que conocía del club, ¿Y en plena vereda, en la puerta de su casa, a la vista de todos!

¡Julieta, más te vale que no te vea haciendo las chanchadas que hace tu prima, porque te dejo pelada, te coso la boca, y allá abajo, y te encierro en un colegio pupilo!, le repetía mi madre cada vez que nos enteraba de lo que le había visto hacer a Micaela. Julieta se reía, y yo le murmuraba que no sea tan dura, que no era tan grave. Sin embargo, después de esa charla, Juli fue más reservada para ver sus videos chanchos, porque nunca más volví a pescarla con las manos en la masa.

Pasaron unos meses, en los que Ju había mejorado un poco en el colegio, y mi madre no se mostraba tan seria con ella. aún así, seguíamos limitándole el celu. ¡Y eso que mi vieja no sabía lo que miraba! Hasta que, una tarde, cuando mis viejos salieron de compras, la enganché, tal vez en la primera de sus travesuras. Es que, jamás supe si antes de aquel episodio existieron otros. Yo estaba en el living, con mi primo Diego, y dos amigos, Andrés y Tomás, meta jugar al FIFA. Mi hermana, tenía su celular bajo su poder. Por lo que, yo imaginaba que estaría en su pieza, mirando chanchadas. Pero, era solo nuestro secreto. Nadie más lo sabía. Sin embargo, en lo mejor de nuestro torneo, alguien golpeó las manos afuera. Tenía que ir, porque se nos había roto el timbre, y según mi viejo, jamás debíamos dejar de atender la puerta. Entonces, a regañadientes le abrí al Gabito, que es el hermano de Diego. A ninguno le hacía mucha gracia su presencia, porque Gabito tenía un retraso importante. No solía integrarse a grupos. Le costaba mucho diccionar con claridad, era torpe, grandote, y re acaparador. Diego, ni bien lo vio le dijo: ¡Che, Gabo, andate al patio, a pelotear un rato! ¿Lucas, le prestás tu pelota?

Yo fui a mi pieza, busqué una de mis pelotas más remendadas y se la di a mi primo para que patee a su antojo. Le prevenimos de no darle a ningún vidrio, y que tenga cuidado con la jaula de los canarios de mi viejo. Entonces, ni bien Gabito me abrazó y balbuceó algo que sonó a un gracias, que era el mejor primo y vaya a saber qué más, volvimos a la normalidad. Solo que, de vez en cuando escuchábamos un pelotazo contra la pared. Hasta que Diego me preguntó por mi hermana, y entonces reparé en que ya había pasado como una hora de la llegada de Gabito. Así que, fui a ver si Ju necesitaba algo. De paso, quería controlar un poco sus visitas a ese sitio porno. Creo que, por otro lado, algo me excitaba de aquella situación. ¡Mi hermana de 12 años, mirando cómo otras chicas peteaban a negros, rubios, africanos, y todo tipo de penes! Pero Ju no estaba en su pieza. Y encima, los pelotazos en el patio habían cesado. Por lo que, preferí mandarme hacia allá, y averiguar qué estaba haciendo Gabito. Seguro que Ju bajó a la cocina por un poco de coca, o leche, pensé. ¡Y entonces, los vi! Pero, algo me decía que no debía advertirles de mi presencia. Gabito correteaba por todos lados a mi hermana, chocándose con la torpeza de sus piernas gordas, diciéndole cosas guturales que ninguno entendía. Él, intentaba pegarle en algún lugar del cuerpo con la pelota. Pero era tan malo con su puntería, y mi hermana tan ágil que, podían estar años, y no se habrían tocado siquiera con el pensamiento. Y de repente, Gabito se quedó solo, parado contra la pared que da a mi pieza. Ju salió de su escondite, y lo instó a que la persiga. Pero evidentemente mi primo estaba exhausto, y sus piernas también. Intentó convencerlo. Incluso se le acercó para pisarle los pies, para tirarle agua con su botellita, y para pellizcarle los brazos, o arrancarle los bellos. Gabito se quejaba, pero no se movía de ahí. Hasta que, Ju le tomó una de sus pesadas manos, y la colocó adentro de su remera, para que él le manosee las gomas. Ju no tenía corpiño, y sus tetas, no parecían las de una nena de casi 13 años. Más bien eran como las de mis compañeras de escuela; bien paraditas, de pezones grandes, gorditas y con un aroma especial. Lo había notado últimamente, cada vez que pasaba por mi lado. Mi primo no reaccionó de inmediato. Pero casi al instante, Julieta empezó a sobarle el paquete a Gabito, que lo tenía parado. ¡O al menos eso parecía desde la lejanía de mi presencia oculta! Es que, a medida que Ju se lo tocaba y rozaba, se le paraba más y más. No sabía en qué podía decantar semejante espectáculo. Pero yo seguía firme en la idea de no interferir, no decirles nada, de ni siquiera mostrarme. Entonces, reparé en que los pibes me esperaban para jugar. Así que, entré al living, y les dije que sigan jugando, que yo debía hablar de algo importante con un amigo, que se había peleado con su novia. Ni siquiera supe cómo se me ocurrió aquella mentira tan rápido. Pero ellos me creyeron, y se prepararon un fernet para seguir viceando. Incluso Andrés, nuestro amigo en común, me deseó suerte con esa charla, y dijo que las minas de hoy están todas chapísimas. Además, mis viejos le avisaron a Diego que se quedarían a cenar por la zona de Pilar con un matrimonio amigo. Yo, volví al patio. ¡Y esta vez, lo que vi, me dejó sin habla! ¡Y para colmo, hizo que al toque la verga se me pusiera como un hierro caliente! Gabito seguía apoyado en la pared, como un caballo cansado. Pero sus ojos estaban radiantes de una luz que jamás le había visto. Es que, Ju estaba arrodillada a sus pies, fregándole la cara a lo largo y lo ancho de su tremenda verga gorda, desnuda absolutamente, y con un glande colorado que asustaba. Gabito jadeaba, o más bien balbuceaba cosas, dejando que algunas gotas de saliva se le escapen de sus labios de dinosaurio, y le hacía cariñitos en el pelo a Ju, que poco a poco le besuqueaba la verga con más ruidos, le lamía la cabecita, y trataba de explicarle que abra las piernas. Cuando al fin Gabito reaccionó, Ju comenzó a lamerle las bolas, y a hacer ruiditos con sus manos pequeñas y el glande de ese grandulón idiota. Era obvio que tenía una bocha de juguito en la punta, y unas ganas de entotorarle la boca a mi hermana que, hasta se le leían en las tensiones de su cuello. Inevitablemente me rocé la punta de la chota con los dedos, y sentí el calzoncillo húmedo. Tenía el pito duro, y la voz resquebrajada en la garganta. No podía decirles nada, más que seguir observando. Ju tomó el miembro enorme de mi primo, y luego de restregárselo por sus cachetitos rosados, abrió la boca, y le besuqueó la cabecita. Luego se la lamió, olió y escupió. Para mí ya era demasiado tiempo para estar quieto, pero no me sentía capaz de moverme. Era como si todo mi cuerpo hubiese caído en un hechizo enfermizo, del que no encontraba la cura ni el antídoto. Gabito berreaba incoherencias, suspiraba, se permitía rozarle las tetitas a Juli, y continuaba haciéndole cariñitos en el pelo; aunque estaba clarísimo que le gustaba todo lo que la boca de mi hermana le regalaba. Incluso, aulló como un animal salvaje cuando Ju logró meterse todo el glande entre los labios. Cuando se lo sacó, luego de escupírselo una vez más: la escuché decirle: ¡Me encanta tu pija primito! ¡La tenés re gordita, rica, y toda mojada! ¡Tenés que darme tu lechita! ¿Sí? ¡Quiero probarla!

Entonces, ni bien Gabito gimoteó con ansias en el momento en que Ju volvió a engullir su glande, y movió su cabeza como si tratara de llevarla hasta su garganta, lo inevitable sucedió. Gabito se volteó hacia adelante con violencia, como sin conocer el sentimiento que lo embargaba, y acto seguido, tras un nuevo rugido que llenó los ecos del patio, Ju empezó a toser, mientras le caían hilos de semen de la boca, y otros varios chorros se le pegoteaban en la cara; porque mi primo no podía parar de acabarle en la cara, como si tuviese una regadera. Incluso le ensució la remera, y hasta el pelo. Entonces, Ju se levantó del suelo, le guardó el pitote adentro de su bóxer, y lo ayudó a subirse el pantalón, mientras buscaba sus labios para besarlo. La escuché decirle, entretanto: ¡Si venís más seguido a casa, te puedo hacer esto! ¿Te gustó? ¿Te gustaría mirarme la bombacha? ¿Te gustó tocarme las tetas?

Para mí, todo aquello había sido un montón. Aún no recuperaba el movimiento de mis piernas. Me sentía tan torpe y lento como Gabito. Pero él, ya se veía como si nada, dispuesto a buscar la pelota para volver a pegarle a Ju, que ni siquiera se había limpiado la boca. Interpreté que, para mi primo, aquello solo era una conducta necesaria, animal tal vez, que solo se relacionaba a cumplir con una actividad vital, y nada más. Él no la veía como a una mujer, ni como a una hembra con la que pudiera reproducirse. Pero, claramente respondió a esos estímulos. Y entonces, cuando al fin Gabito se puso a buscarla, porque Ju se había escondido en una heladera vieja, decidí ir a su encuentro para, ¿Retarla? ¿Decirle qué? ¿Cómo podría abordar el tema?

¡Ju! ¿Te parece bien lo que hiciste? ¡Sos una zarpada nena! ¡Primero, lo que hiciste, está muy mal! ¡Te aprovechaste de Gabito porque, sabés que tiene una discapacidad, y no te diría a nada que no! ¡Te la re mandaste nena! ¡No sé cómo te vas a salvar ahora! ¡Y no me mires así, porque sabés que tengo razón! ¡Mañana voy a charlar con mami!, le disparé, mientras ella me chistaba para que Gabito no la encuentre. Pero, enseguida se le llenaron los ojitos de lágrimas, y la boca de súplicas para que no lo haga.

¡No sé Ju! ¡Fuiste demasiado lejos! ¡Te metiste el pito del primo en la boca, y encima, te largó todo en la boca! ¡Y sabés perfectamente lo que hiciste! ¡Te escuché lo que le dijiste! ¡Ni se te ocurra que le vas a mostrar la bombacha!, continué en mi rol de hermano enojado, aunque, sentía que la pija se me prendía fuego. Sobre todo, porque aún tenía semen en la remera, las tetas cada vez más grandes, y los cachetes colorados. Ella insistió con hacer lo que yo quisiera para ganarse mi confianza, jurándome que no lo volvería a hacer.

¡No te creo! ¡Y no quiero que hagas nada por mí! ¡Necesito que te portes bien, y que no hagas estas cochinadas! ¿No te alcanza con los videítos?, le dije, mientras Gabito se acercaba a nosotros, y me encajaba un pelotazo en la espalda, creyendo que yo era parte del juego. Lo re puteé, y de inmediato le pedí disculpas. Julieta le dijo al primo que no quería jugar más, y se echó a llorar para después correr a su habitación.

¡Gabito, vos, seguí jugando acá! ¿Dale? ¡Ya te traigo algo para tomar! ¡No te preocupes por Juli, que, con vos está todo bien!, le dije, mientras no podía evitar mirarle el paquete. Lo tenía al palo otra vez, y no se me pasó el detalle que ahora sí le había re mirado las tetas a Ju.

Al rato, después de viciar un toque con los pibes, de calmarle la sed a Gabito con un vaso de licuado, y de perder olímpicamente un partidito de truco con el grupo de Diego y Andrés, les dije que tenía que ver en lo que andaba mi hermana.

¡Seguro que jugando con las muñecas! ¡Che, pero, ojo en el futuro! ¡Está cada día más tetoncita esa nena!, dijo Tomás, mientras acomodaba las patas arriba de la mesita ratona, aprovechándose de las licencias de estar solos en la casa.

¿Qué hacés Ju? ¿Te acostaste a dormir ya? ¡Ni siquiera son las 9 todavía! ¿No vas a cenar?, le dije cuando entré a su pieza, y le encendí la luz. Ju estaba en su cama, tapada, aunque con los ojos clavados en la pantalla de su celu.

¡Aaaah, ya sé, no me digas nada! ¡Seguís mirando videos para aprender más cosas! ¿Te gustó lo que hiciste con Gabito, cochina?, le dije, acercándome a su cama, tal vez en un intento de recobrar nuestro diálogo, ya que ella ni siquiera me miraba. Entonces, metí la mano por entre sus cobijas y sábanas, y encontré sus pies descalzos para hacerles cosquillas. Eso la hizo reír, aunque seguía sin hablarme.

¡Dale Ju! ¡Solo, tenés que entender que, no podés hacer eso!, le iba diciendo, mientras Juli se destapaba abruptamente, y se sentaba en la cama. me sorprendí, primero porque estaba solamente con una bombacha blanca, y con sus tetas desnuditas. Y segundo porque, dejó su celular en la mesa de luz, y casi sin darme tiempo a nada, me manoteó la pija.

¡Dale luqui, no te hagas el malo conmigo! ¡Si yo, te hago eso en el pito, lo que le hice a Gabito, ya está! ¡Y no tenés que decirle nada a mami! ¡A todos los nenes les gusta! ¿A vos no?, me dijo, en un intento conciliador que olía a chantaje para reparar sus daños. ¡No podía creer que mi hermana me estuviese diciendo semejantes cosas! Yo, que solo había disfrutado de un pete que me hizo la Rusita Natalia, que es una chica de reputación dudosa de la escuela, no podía comprender que ella tuviese tanta curiosidad acerca del sexo. ¡Y menos que me estuviese proponiendo algo así! Pero, no llegué a decirle nada. Su manito tibia entró en mi pantalón de gimnasia, y se encontró con mi pija hinchada, arropada en un calzoncillo húmedo de todo lo que había visto hace una hora atrás por lo menos. No había retorno, ni palabras, ni propuestas. Ella me bajó el pantalón, y en menos de lo que tarda un segundo en darle paso al siguiente, acercó su boca a mi pene. Yo me hice hacia atrás, como para imponerle algo de resistencia. Pero ella me agarró del calzoncillo, apenas me lo bajó un poquito, y empezó a pajearme la verga, bien despacito.

¡Pará Ju, chancha, no hagas esto!, intenté frenarla, aunque no me movía, observando que sus manitos se impregnaban de mis jugos viscosos.

¡Callate nene, y mirame las tetas! ¡Seguro que, te gustan más que a Gabito!, me dijo, acercándose mi pija a la boca.

¿Y a vos? ¿Te gustaba su pija? ¡La tenía re grande, y no te entraba en la boca, cochina! ¿Y qué hacés en bombacha?, le dije, sintiendo que sus labios se abrían en algo parecido a un beso contra mi glande.

¡No me entraba toda! ¡Pero la tuya Sí Luqui! ¡Tocame las tetas si querés!, me dijo, y se mandó mi glande y parte de mi tronco en la boca, mientras mis manos le amasaban los pechitos, y el calor de su paladar me llenaba de cosquillas hasta el culo. sentía que los huevos se me deshacían en sensaciones tan suaves como el algodón, y que mis ojos no se apartaban de sus labios succionando mi pija, ni de su bombachita blanca. Tenía ganas de arrancársela y de olerle la conchita. Se notaba que tenía la vulva gordita, sin nada de vellos, y húmeda.

¡Siempre me gustó dormir en bombacha, o desnuda! ¡Mami siempre me reta por eso!, dijo, y volvió a lamer mi pene, a pasárselo por la cara, y a volver a guardarlo ben el yugo de su lengua pecadora, rebelde y juguetona. En eso, alguien golpeó la puerta de la pieza.

¡Ya voy Diego! ¡Aguantá, que Ju está en bombacha, y le estoy ayudando a buscar algo que se le cayó!, se me ocurrió inventar, una vez que reconocí la voz de mi primo. No sé qué carajos dijo Diego, porque, en ese preciso momento, toda mi leche se derramó como un cedazo de drogas milenarias en la boca de Ju, que enseguida empezó a toser, a saborear, sorber gotitas de sus labios, y a frotarse en la cama. no sabía lo que hacía, pero, no podía dejar de largarle leche y más leche en la cara. Y entonces, todo fue rapidísimo. Mi arrepentimiento, un sabor a culpa insoportable, el relax de haber acabado, la presión de salir como si nada al encuentro de mis amigos y primos, la visión de Ju con la carita sucia, y en bombacha despatarrada en la cama, y su olorcito a nena disperso en el aire macabro de un encierro que, aturdía como el canto de miles de ballenas en celo.

¡Ahora, yo le voy a decir a mami lo que me hiciste!, me dijo mi hermana con una sonrisa llena de picardía y un enojo fingido, cuando yo estaba vestido con una mano en el picaporte, sin saber qué decirle. Aunque, luego de mirarla con una mezcla de agradecimiento y gratitud, le dije: ¡Mañana hablamos de todo! ¿OK? ¡Y, después, vestite, así te vas a buscar algo para comer!

Pasaron los días. Por supuesto que ninguno de los dos buchoneó a nadie. Tampoco volvió a darse nada extraño entre Ju y yo. Al menos hasta unos días antes de que cumpliera sus 13 años. Una vez más la descubrí, esta vez en el patio de los abuelos, con Gabito, cuando la noche oscurecía cada vez más al cielo, y unas nubes horribles amenazaban con lloverse todo. Ella estaba a upa de él, poniéndole sus tetas casi desnudas en la cara, mientras ella le pajeaba la verga, apretada entre sus piernas. Otra vez, fiel a mi pacto de no interrumpirla, seguí observando cómo luego ella se arrodilló a su lado, cómo le besuqueó el glande, y hasta oí cómo se pegaba en la boca entreabierta con ese pedazo de verga, mientras Gabito farfullaba cosas difíciles de traducir. Aunque se destacaba algo como: ¡Pito, primita, el pito de Gabito pa mi primita!

Al rato, alertados por el estrépito de unas copas que se cayeron en la cocina, los dos se separaron como si se detestaran. Entraron a la casa por otra puerta, y, yo los seguí con todo el sigilo del mundo. Vi que Gabito entraba a la pieza de mis abuelos, quienes seguro estaban en la cocina preparando la cena. Eso quería decir que Juli se había escondido allí. Así que, no me quedó otra que entrar. Y habían sido tan rápidos que, mi sorpresa no pudo disimularse. Es que, de inmediato vi a Gabito tirado en la cama, y a Ju arrodillada entre sus piernas, con el culo hacia arriba, y su boca prendida de la verga de mi primo. La escuché pedirle leche, gemir, chupar, escupir y respirar con deseo, y hasta hipar, y eructar. Es que, la atrevida buscaba llevarla a toda costa a las fauces de su garganta. Gabito gimoteaba, apretaba los ojos, enredaba sus dedos rollizos al pelo de Ju, y trataba de pronunciar alguna palabra coherente, sin éxito. Notaron que yo estaba, recién cuando le di un chirlo en la cola a Ju, que de inmediato apartó la mirada para encontrarse con la mía. No supe qué decirle.

¡Luqui, perdón, pero, no digas nada que, que ya terminamos!, dijo Ju a las apuradas, y volvió a manotear ese pito para atravesarse la garganta con todo. La escuché atracarse, dar algunas arcadas, y eructar otra vez. Y, en efecto, Juli tenía razón, porque, luego de un par de chupadas a fondo, de barias escupidas y de algunas mordiditas que le dio en el cuero de la verga, Gabito empezó a retorcerse en la cama para que su semen emerja de sus testículos como un cielo blanquecino de niebla espesa. Ju se tragaba lo que podía, le limpiaba el pito con la lengua, y no paraba de olerle los huevos. Yo, le bajé el pantalón, y le propiné un nuevo chirlo en el culo, advirtiendo que su bombachita olía a pis. Eso me excitó el doble, y vaya a saber por qué. A Gabito le costó recuperar el aliento, la compostura, la poca capacidad de movimientos que tenía, y dejar de berrear como un animal herido. Pero de repente, Gabito había desaparecido de la pieza de los abuelos, y Ju seguía con la colita en pompa, lamiendo las gotas de semen que habían caído en el pesado acolchado beige de los abuelos.

¡Nena! ¿Qué hablamos? ¡Estás re loquita! ¡Mirá si Gabito le dice a alguien lo que le hacés! ¡Y encima, también lamés el acolchado!, le dije, tironeándole el pantalón, pellizcándole una pierna. Ju no se inmutaba. De hecho, cuando quise levantarla de la cama para que recapacite y se detenga, ella volvió a manotearme el pedazo, y me dijo al oído, aprovechando que su cabeza había caído sobre uno de mis hombros: ¡Dame tu pija Luqui, dale, que la tenés re dura! ¡Quiero la leche de mi hermanito! ¡Gabito es bueno conmigo, y me da su lechita!

¡No me importa lo que hagas con Gabito! ¿OK? ¡Eso, no, se, hace, cochina!, le decía, dejando de todos modos que me apriete el pito sobre el pantalón. hasta que, me dijo al oído con dulzura: ¡Gabito tiene una mamadera grandota, pero, yo quiero tu pija en la boca! ¿Me la das?, desde entonces sentí que el mundo se reducía en mis testículos cargados, y no pude hacer otra cosa que bajarla de la cama, pedirle que se arrodille, y ponerle el pito desnudo en la boca.

¡Apurate, que los abuelos nos van a llamar! ¡Tomala toda nena, si no querés que abra la boca!, le decía, sin escatimarle manoseos a sus tetas, ni tirones de pelo para que suelte mi pija y vuelva a atraparla. Ahí era cuando más me calentaba, porque la guacha me la pajeaba un toquecito, me la escupía y volvía a tragársela, sin tantas dificultades como con la de Gabito. Eso me ponía un poco celoso. No sé por qué me daban ganas de atragantarla, escucharla eructar, hacer gárgaras y toser.

¿Por qué con la del primo te ahogás nena? ¿Te calienta más su pito? ¿Eee? ¡Y por qué olés a pichí? ¡Tenés la bombacha meada nena! ¿Te meás con un pito en la boca? ¿O te hacés pis cuando ves esos videítos?, le decía, sintiendo que la leche me subía por el tronco como un presagio divino, imposible de no advertir. Ella apuraba sus chupadas, me apretaba las bolas, me olía la pija, gemía bien pegadita a mi glande, y me decía que se había hecho pis jugando con Gabito afuera, en el patio.

¡Sí, te vi, a upita de ese tarado! ¿Qué buscabas? ¿Querías que te la meta en la concha nena? ¿Buscabas que ese chimpancé te meta esa verga grandota en la concha, y que te duela? ¡Así bebéeeé, chupala toda, así, bien hasta el fondo metela, así te doy la lechita, y después, me peteás en casa! ¿Querés? ¡Aaaay, así bebéeeeee!, empecé a decirle, mientras los amaneceres de mi semen se convertían en una tormenta feroz en la boca de Ju, que esta vez se ahogó, tosió, y eructó cuando al fin retiré mi verga caliente de la faz de su garganta. No me había dado cuenta que le estaba presionando el cuello, ni que le retorcía uno de sus pezones. Y de repente, el calor que sentía era infernal. La voz del abuelo nos llamaba a comer con cada vez mayores impaciencias, y Ju me pedía que la ayude a levantarse del suelo. Ahí, su olor a pichí fue más evidente, y se lo dije. Pero al menos, habíamos logrado zafar de que nos atrapen en esa pieza en penumbras.

Ya con sus 13 años recién estrenados, volví a engancharla en el patio, mirando videítos en su celular. Le advertí que mami andaba lavando ropa, y que en cualquier momento vendría por estos lados a colgar toallones y sábanas. Ella me pidió que me siente a su lado, y enseguida me manoteó el pito, reclinando su cuerpo hacia mi derecha para decirme al oído: ¡Extraño tu pija Luqui! ¿Me das lechita esta noche? ¡Yo voy a tu pieza, y te la chupo! ¿Querés?

No supe qué decirle, aunque le puse cara de enojado, y me levanté, rechazando su contacto, como si pudiera contagiarme de algo. Ella me sacó la lengua, y yo le tiré una piedrita que, no le dio en ningún lado. Pero a la noche, cuando todo lo que se oía era la tele en la cocina, donde seguramente nuestros viejos miraban algo con un cafecito, y justo cuando yo estaba al borde de entrar en un sueño pesado, un peso que olía a perfume de nena hundió uno de los costados de mi colchón. Me hice el dormido. No moví un solo músculo. ¡No podía creer que Ju vendría a la carga por su dosis de semen! ¡Estaba loca! ¿No reparaba en que mi habitación no tenía puerta? ¿Y si mis viejos nos descubrían? Lo claro es que puso sus manos tibias en mi espalda, y dejó que su pelo negro se derrame en mi cara, al igual que sus palabras en mi oído cuando murmuró: ¡Luqui, despertate nene! ¿Te acordás que te dije que iba a venir? ¿Querés que te saque la lechita? ¿Tenés duro el pitito? ¡Creo que, hoy no tengo olor a pipí!

Me di vuelta, la cazoteé del cuello y le dije que estaba chiflada, que mejor raje para su cuarto, o se nos iba a armar si mami pasaba por su pieza y no la veía, y la encontraba en bombacha arriba de mi cama. pero ella me puso un dedo en la boca, y mientras me chistaba, deslizaba sabiamente su cuerpito delgado por mis sábanas, hasta ocultarse debajo de ellas, y mis mantas, diciendo: ¡Acá no me va a ver! ¡Estoy escondidita!

Sentí sus manos en mi calzoncillo, su pelo suelto en la piel de mis piernas, y su respiración como gotas de nerviosismo en el calor de las sábanas. Luego, sus manos en mi abdomen, y un besito de sus labios en mi panza. Olió mis piernas, y estiró mi calzoncillo para olerlo y lamerlo. Cuando sus dedos tomaron mi pene entre ellos, de inmediato lo sentí endurecerse; y Más cuando una de sus manos me acarició los huevos. Instintivamente abrí mis piernas, y la ayudé a bajarme el calzoncillo. Lamió mi glande, me lo pajeó unos segundos, y empezó a chuparlo, lamerlo, besarlo, y a darle unas mordiditas tiernas que me hacían delirar. Pero debíamos guardar el más absoluto del silencio. Sabía bien que, en cuanto la tele se hubiese apagado, nuestros padres irían a su cuarto, y no era descabellado que mami inspeccione que todo estuviese en orden en nuestras habitaciones. Pero Ju estaba desquiciada. Yo mismo había hecho un huequito en las sábanas para que no se asfixie, mientras su boca me bañaba el escroto y el pito con su saliva tibia, sus lengüetazos iban y venían, y cada vez que su paladar aprisionaba mi glande, yo sentía que necesitaba atragantarla, como lo hacía mi primo Gabito. Los ruiditos de sus succiones, chupadas y lamiditas me hacían soñar. Amaba los borbotones de saliva, y sus gemiditos sin palabras, y sus jadeos cuando se sacaba mi pija de la boquita, y la forma que tenía de volver a metérsela para chuparla con ganas. Hasta que, justo cuando introduje mi cabeza bajo la sábana para decirle: ¡Qué rico la chupás bebota! ¿Te gusta mucho tener semen en la boca?, ella había empezado a pegarse con mi pito en la cara, y frotaba sus tetas en mis piernas. También notaba que se las ingeniaba para fregonear su vagina en alguna parte del colchón, o en mis pies. Aquello fue demasiado. Así que, casi sin darme cuenta, la agarré de la cara, y yo mismo empecé a pajearme con el pito bien pegado a sus facciones, con furia, golpecitos, y hasta presionándole la nariz. Ella murmuró algo como: ¡Dame lechita, dale malo, dame leche, ensuciame la carita con tu leche!

Yo la hice callar, en el momento en que le metí la pija en la boca, para que se las arregle con mi furibunda acabada, tan siniestra como eterna. Parecía que estuviese haciéndole pis en la boca de la cantidad que me salía. Y ella, tosía, tragaba y tragaba, gemía, seguía frotándose, y le daba besitos a mi pija mientras se me achicaba lentamente, una vez que abandonó el refugio de su boquita acalorada y jadeante. Fue repentina la forma en la que saltó de mi cama al piso. Me dijo que tendría que cambiarse la bombacha, y salió rajando para su pieza. Yo, no podía creer en la suerte que nos cobijaba. La tele ya no se oía en la cocina, y tampoco los pasos de mis viejos. Yo sentía que el pito se me enamoraba cada vez más de la boca de mi hermana, y que bajo mis pies había un tramo de humedad caliente sobre la sábana. ¿Ju se habría hecho pis mientras me la mamaba?

A los días, Andrés y yo estábamos viciando con un juego nuevo de carrera de autos, fumándonos un porro. No lo hacíamos habitualmente. Pero queríamos tener la experiencia de fumar mientras jugábamos. Obvio que mis viejos no estaban, y Ju tenía que hacer unos deberes en lo de una compañerita del cole que vivía a una cuadra de casa. Cuando llegó, la vimos tomar un vaso de agua, saludarnos desde la cocina, y sacarse el bucito. Ahí fue que Andrés se fijó en sus tetitas transparentándose un poco en su remerita, y me codeó para que yo también la mire; cosa que no habría hecho falta. Lo peor de todo fue su exclamación altanera y decidida cuando dijo: ¡Terrible cómo le crecen las tetas a tu hermana! ¡Ojalá la mía tenga un poquito, aunque sea! ¡O, que le crezca el culo! ¡Aparte, seguro que se las re mirás vos!

Yo trataba de taparle la boca, de hacerle algún tipo de daño, o de apretarle cualquier cosa en el joystick para que se calle. Pero, era demasiado tarde. Ju lo había escuchado, y hasta vi cómo se le iluminaron los ojitos desde la cocina. Le pedí perdón por las boludeces que había dicho Andrés, y que se vaya a su pieza, si es que tenía que seguir haciendo cosas del colegio. Pero Ju vino hacia nosotros, lentamente, como si reptara por el suelo, medio que haciéndose la enojada.

¿Cómo le vas a hablar así a mi hermano de mis tetas? ¡Sos re desubicado nene!, le dijo a Andrés, mientras se hacía un lugar en el sillón, en medio de nosotros. Lo que pasó luego, fue tan rápido, necesario y tremendo que, no tuve tiempo siquiera en pensar cómo reprenderla. Ju empezó a manosearnos las pijas, una con cada mano, y estimularnos con apretoncitos, sobaditas y caricias certeras. A mí, por lo menos, me presionaba el glande, y me rozaba las bolas con sus uñas, ya por adentro del pantalón, y sobre el bóxer. A mi amigo se lo hacía por encima de la ropa. Los dos admirábamos como se le llenaba la boquita de saliva, y la suave mecida que le daba a sus tetas al moverse de un lado al otro. Hasta que se subió la remera, y sus gomas nos perturbaron un poco más. Al punto que, le permitimos que se nos siente a upa, con una nalga en cada pierna de nosotros, para que juntos le manoseemos las tetas, se las pellizquemos y sacudamos a nuestro antojo. Pero luego, Juli se las ingenió para liberar ambas pijas de sus ropas, y se arrodilló en el suelo, a nuestros pies, primero para pajearnos, y para frotar nuestras cabecitas húmedas contra sus tetas. Andrés no podía ni hablar. Incluso, apretaba cualquier cosa en el joystick, provocando tremendos choques en la pista con los autos, totalmente fascinado por cómo mi hermana le pajoteaba el pito. Cuando se lo escupió, se le escapó un tímido: ¡Uuuuy, qué putita que es la Ju! ¡Te gusta el pito en las tetas, nenita chancha!

Eso envalentonó a mi hermana que, de inmediato se lo metió en la boca, y le dio play a un concierto de chupadas, sorbetones, atracones y engullidas. Luego, la soltó para petearme la verga, pajeando a Andrés que, no paraba de tocarle las tetas, ni de balbucearle todo el tiempo que era una boquita sucia, ni de darle algunas cachetaditas en la cara cuando ella volvía a lamerle el pito, o las bolas. Yo tampoco podía hablarle. De hecho, en un instante sublime la agarré de las mechas para fregarle toda la pija en la cara, y enseguida en las tetas. Ella misma, vaya a saber bajo qué instrucciones, la anidó un buen rato entre sus globitos calientes para subir y bajar, apretar y babearme el glande con maestría, mientras me miraba a los ojos. Hasta que volvió a mamársela a Andrés, que lograba rozarle la garganta con su glande, y llenarle los ojitos de lágrimas cuando le pellizcaba las tetas. Yo le pedí que no sea tan bruto, pero ella ni se quejaba.

¡Ju, sos una chancha, una bebé mala, que le gusta mucho la mamadera de los nenes!, le dijo mi amigo, y ella empezó a chupársela con mayor determinación. Y, cuando al fin noté que el sillón temblaba gracias a los aspavientos de Andrés por comenzar a eliminar toda la carga sexual que lo desbordaba en la boca de mi hermana, ella se la soltó de golpe, y ocultó aquel glande hinchado bajo el abrigo de sus tetas. Allí se las fregó, se lo apretujó, babeó y volvió a apretar, hasta que Ju acusó el ritmo feroz de la acabada de mi amigo en sus tetas, cuando éste le pedía que le chupe y muerda los dedos. No podía controlar sus jadeos, ni suspiros de excitación mientras encremaba a mi hermana, mientras ella intentaba silenciarlo con algunos besitos en la pija, que seguía derramando gotas de semen. Entonces, al ver que Ju tenía las tetas enlechadas, la boquita colorada, y una mano adentro de su pantalón, me puse de pie para encajarle mi pija en la boca. No hubo tiempo para demasiadas sutilezas. Recuerdo que, en cuanto se la metí, y luego de cogerle la boquita con tres o cuatro envestidas, empecé a darle mi leche como un desquiciado, sin permitirle que la suelte o la escupa, hasta que no hubiera terminado de acabarle todo allí adentro. A Ju se le escaparon gotas de leche por la nariz, mientras se esforzaba por tragar, respirar, sentir y palpitar con la misma calentura que le había prodigado a nuestros huevos. Y casi sin mediar palabras entre nosotros, me vi con la pija al aire, mientras Ju se perdía en la cocina, con las tetas sucias, el pelo desordenado, y la misma carita de buena que siempre. A Andrés no le expliqué nada. Preferí que, todo aquello quede en el itinerario de un día cualquiera, como una casualidad, o uno de esos sucesos irrepetibles. Él tampoco tenía el valor de preguntarme nada, y se lo agradecí.

En la semana de pascuas, y más precisamente el domingo, entré a la pieza de Juli para buscar un juego de mesa para tentar a toda la familia, que se había reunido en casa. Golpeé por las dudas, para respetar su privacidad. Hasta que recordé que la había visto en el patio con mis primas. Pero, de nuevo Ju hacía de las suyas. Estaba acostada en su cama, culito para arriba y con el pantalón a la altura de las rodillas, pidiéndole a Gabito que le ponga una inyección en la cola, o algo por el estilo. Cerré la puerta de inmediato, y pregunté qué hacían. Gabito intentó explicarme que la Ju tenía nana, y que había que curarla.

¡Andate Luqui, que Gabito está jugando conmigo!, dijo Julieta, acomodándose en el centro de la cama. entonces, me quedé de piedra cuando Gabito se bajó el pantalón y le acercó el bulto a la cara a mi hermana. Ella, le tironeó el calzoncillo verde hacia abajo, le olió la pija con devoción, y empezó a darle besitos, lamidas y pequeñas mordiditas, diciéndole: ¡Qué rica mamadera que me trajo doctor! ¡Con esto me voy a curar! ¡Creo que, no necesito que me vacune!

Además, Ju empezaba a moverse lentamente en la cama, de arriba hacia abajo, y un poquito hacia los costados, mientras mamaba, sorbía, lamía, besaba y se babeaba toda. Entonces, descubrí que bajo su vientre había un almohadón que se frotaba con su bombachita, y su vagina. Ju abría cada vez más las piernas, y Gabito gimoteaba con sus cariñitos en su cabellera, le acariciaba la espalda, y trataba de meter la mano por adentro de la remera de Ju para rozarle las tetas. Después Ju tomó la pija de Gabito en sus manos para pegarse en la cara, diciéndole: ¡No doctor, no me pegue así, con esta mamadera en la carita, que me duele! ¡Es muy grandota, muy pesada, y re lechera! ¡Yo quiero que me ahogue con su leche doctor, que me clave esta mamadera en la garganta! Y, sin dejar de suspirar, salivar y frotarse en la cama, volvió a abrir su boca como las puertas de un paraíso infestado de erotismo, le pellizcó el glande, le mordió el escroto, y se la volvió a mandar hasta la garganta. Ju eructaba, se atoraba de verga, se le ponían los ojos en blanco, y daba saltos violentos con su vulva en el almohadón. Salpicaba saliva, transpiraba, se enrojecía de celo, ahogaba sus gemidos, intentaba respirar aire en lugar de los jugos de mi primo, y en un momento, hasta se nalgueó el culo con furia. Pero Gabito no era capaz de actuar de otra forma que no sea de las más primitivas. Así que, en cuanto Ju empezó a apretarle el culo, a nalguearlo y rozárselo con sus uñas largas, el guacho comenzó a derretirse poco a poco, liberando todo su semen en lo profundo de la garganta de mi hermana, y otro poco en la almohada, la sábana, el pelo y la remera de Ju. Entonces, me pidió un vaso de coca mientras se subía el pantalón, y yo recordaba a qué carajos había entrado a la pieza de Juli. Es que, allí guardábamos todos los juegos de mesa, las cartas, pelotas de pingpong, y las raquetas. Gabito salió medio que, a los tropezones, diciendo algo de la vacuna que había que ponerle a Ju, y cerró de un portazo que, alertó a los abuelos, y a sus padres, quienes lo retaron.

¡Julieta, estás re loca! ¿Por qué hacés estas cosas? ¡Gabito no es tan tonto! ¡Ahora salió diciendo que hay que vacunarte!, empecé a decirle, y ella me chistaba para que baje la voz.

¡Dale nene, llevate los juegos que necesites, y vení! ¡Pero antes, acercate así te digo algo!, me apuró, sin moverse un centímetro de la cama. desde allí me clavaba el destello de sus ojitos verdes que, tal vez fueron los culpables que camine lentamente hacia ella, agache la cabeza y al fin le permita a su boca pegarse a mi oído, y susurrar un cálido: ¡Y después volvé, así me das la lechita! ¡Me encanta tener tu pija en la boca!

Llevé varias cajas polvorientas de juegos al living, que era donde se había reunido la familia, y les dije que volvía en un ratito. Vi a Gabito pateando una pelota en el patio, y a mi primo Diego tomando cerveza. Me comí un bocadito de bizcochuelo, y regresé a la pieza de Ju. Ella, ahora estaba adentro de la cama, boca arriba, y con las tetas al aire. Me hizo un gesto para que se las chupe. Pero, yo necesitaba que me vacíe los huevos, que ya me pesaban una enormidad de siglos mal vividos. Así que, me bajé el pantalón, le acerqué el bulto a la cara, y ella solita me bajó el bóxer para meterse mi verga dura de una en la boca. Entretanto, yo le tocaba las tetas, y como ella poco a poco se iba sentando en la cama para facilitarse la mamada, también inspeccionaba con mi otra mano que seguía en bombacha, y trataba de llegar a su vulva mojada y caliente. Cuando lo logré, se la empecé a sobar, a masajear y frotar, a pellizcar y mimosear; lo que aceleraba sus sorbetones y mordiditas a mi pija. su boca se llenaba de gemiditos, saliva y de mis jugos. Además, de palabritas sucias, y frases que embellecían a mis sentidos. Cosas como: ¡Así nene, vacuname toda, ahogame de lechita, dame todo tu semen en la lengua! ¿Te gusta que te la muerda despacito? ¿Te gustan mis tetas? ¡Así, atragantame de pito nene, así te saco la lechita! ¡Tocame la conchita, así, tironeame la bombacha para arribaaaaa! ¡Clavame todo adentro!

Cuando me saltó la leche, se me escapó un bufido largo, que le coincidía a los pellizcos que le encajaba en las tetas a Ju, mientras ella volvía a tragarse todo, a lamerse los labios, y juntar los restos de leche que se le caían por el mentón. Incluso me chupeteó el calzoncillo, y ponía cara de loca mientras seguía lamiéndome los huevos, pidiéndome que no se los saque de la boca, y apretaba las piernas. Era obvio que, ahora ella se acababa encima, porque tenía una mano adentro de sus piernas, y se escuchaba con toda claridad el chapoteo de sus deditos en su conchita. Y tan rápido como había empezado todo, terminó cuando me pidió que le alcance una bombacha limpia de su cajón. Al rato, todos jugábamos al bingo en familia para tratar de ganarnos alfajores, chocolates, o picos dulces, (la golosina preferida de Ju). Ella también acertaba números, se reía de los chistes del abuelo, comía rosca de pascua, y olía a pis, sentada a mi lado.

Cuando arrancó el mundial de clubes, todos los pibes estábamos fascinados. Pero la gran mayoría se bajoneó cuando River y Boca quedaron afuera. Yo, sin embargo, seguía viendo los partidos. Resulta que el domingo que jugaron el Inter de Mesi y el PSG por los octavos de final, yo andaba con el cuerpo medio cortado. Me dolía la cabeza, y según mi vieja estaba demasiado pálido. Por eso, preferí quedarme en la cama, y comer algo liviano. Ju, optó por quedarse conmigo. Y, los dos nos terminamos bastante rápido el churrasquito con puré que mami nos trajo. Casi sin mediar palabras, Ju se sentó en mi cama, buscó entre mis sábanas, y me empezó a pajear el pito cuando lo encontró, mientras yo miraba el partido.

¡Te la quiero chupar nene! ¿Me dejás?, me dijo al oído de pronto, y casi sin darme tiempo a decirle nada, me dio un chupón en la boca, sin soltar mi verga cada vez más dura. Ju metió su cabeza bajo las sábanas, me bajó el calzoncillo, y se mandó mi pito a la boca. Me lo babeó y llenó de lametazos violentos. Metía su lengua adentro de mi prepucio, me acariciaba los huevos y me los besuqueaba. También se pegaba con mi pito en la cara, y no paraba de fregar su bello rostro por todos lados. Y, como yo me sentía tan alzado, casi que no llegué a prevenirle cuando mi leche me saltó como un cachorro asustado. Fue justo cuando ella me pajeaba con una manito, y me besuqueaba los huevos. Pero, aún así empezó a beberse todo mi semen, y a llenarme de mimitos por las piernas, la panza y el pecho.

El PSG ganaba 2 a 0, y Ju se acomodaba adentro de mi cama, diciéndome que quería ver el partido conmigo. Se descalzó, se quitó el bucito, y se mandó nomás, aunque no dejaba de manotearme el pito. Solo que esta vez, además, me pedía que le toque las tetas, y que le huela la boca. No entendía por qué me excitaba mi olor a semen mezclado con su saliva. Hasta que, casi sin darme cuenta, Ju se había hecho una bolita adentro de mis sábanas, y volvía a comerme el pito con ganas. Esta vez casi no hacía ruidos. Me olía con lentitud, me besaba despacito y me abrazaba una pierna con las suyas. Después, se sacó el shortcito que tenía, y me pidió que le pellizque la cola. Tenía una bombachita súper suave, y solo una remerita celeste que no sostenía los terribles melones que portaba en su pecho. Entretanto el PSG metía el tercer gol, y ella, se adueñaba de mi segundo lechazo, el que no supe contener cuando empezó a frotar mi pene en sus tetas, después de escupírselas. Yo escuchaba cómo soltaba salivita de sus labios, y cómo se las embadurnaba en las tetas. Entonces, reptó despacito hasta donde estaba mi cara, y me dijo al oído: ¿Me vas a dar más lechita? ¿Quiero petearte toda la siesta! ¡Me encanta petear así! ¡Quiero ser una petera Luqui! ¡Me encanta la mamadera de Gabito! ¡Pero la tuya, y la de Andy, me calientan más! ¡Y bueno, a Tomás también se la chupé! ¡Fue el otro día, cuando vos te fuiste a jugar a la pelota!

Mientras me hablaba, se franeleaba en mi cuerpo, me acariciaba el pito que, volvía a tener ganas de esa boquita y soñaba despierto con el fuego de esa concha, y me daba besitos en el cuello.

¿Qué? ¿Cómo que también a Tomi? ¡No me dijo nada! ¿Qué le hiciste, chancha? ¡Me re calentás el pito vos! ¿Sabías? ¡Yo también quiero que me petees siempre nenita! ¡Y siempre que me pidas leche, te la doy, Juli cochina!, le decía yo, cada vez menos consciente que mi cuarto seguía sin una puerta, y que en cualquier momento alguien podría encontrarnos. ¡A Ju en bombacha y remera, y a mí en calzoncillos, y todos pegoteados de semen!

¡Decime cochina, que me encanta! ¡Y, obvio que no te va a contar! ¡Fue al baño, y me encontró sentada en el inodoro! ¡La verdad, estaba haciendo pis! ¡Cuando lo vi entrar, le dije que se quede, que yo ya salía! ¡Me dijo que solo necesitaba lavarse las manos! ¡Pero, cuando cerró la puerta, le toqué el pito! ¡Y bue, le bajé el pantalón, y le pedí que me dé la mamadera!, me decía Ju, mientras ya mi verga se anidaba entre sus piernas, latiendo desmesurada y altiva, mientras su boquita salivaba cada vez más.

¿Y se la chupaste? ¿Haciendo pis?, le pregunté, en el momento en que ella comenzaba a descender hacia los adentros de mis sábanas.

¡En realidad, una vez que hice pis, me quedé sentada ahí! ¡Me bajé bien el pantalón para que me mire la bombacha, y se la empecé a mamar, así, como ahora te la voy a mamar a vos, nene chancho!, me dijo, y su boca volvió a rodear mi glande como una bengala de luces de colores, sonidos intermitentes y fantasías indiscretas. Esta vez Ju tardó mucho más en sacarme la leche. su boca lamió, chupó, mordió y sorbió con paciencia. Me olía y escupía a cada rato, y hacía una canastita con sus manos para darle calor a mis bolas. Me decía que la pija de Tomás le gustaba mucho, y que necesitaba que alguien entre de la nada para que le arranque la bombachita, y le mordisquee la vagina. También me dijo que Gabito le había largado la leche en las tetas dos veces en casa de los abuelos, y que necesitaba que Andrés y yo volvamos a darle lechita, juntos. Además, me confesó que le comió la pija al hermano de una de sus amigas, y que la fulana no estaba ni enterada. Me costaba controlar los gemidos y suspiros que me inspiraba esa boquita babosa. Me encantaba que me apriete el tronco y suba con sus deditos hacia arriba, como buscando que la sabia de un árbol suba para alimentar a sus futuros frutos. A veces, se quedaba un largo rato con mi pito en la boca, y me hablaba así. Habitualmente me decía cosas como: ¡Me gusta este pito nene, siempre quiero tu pito! ¡Nunca dejes de darme leche! ¡Me muero si no me das lechita Luqui! ¡Cuando tengas novia, no te olvides de la lechera de tu hermana! ¡Si querés, contale que tenés una hermanita petera, que te saca la leche! ¿Te gusta mi boquita? ¿Te da asquito que tenga olor a pis en la bombachita? ¡A Tomi le gusta, y hasta huele mi bombacha! ¡Ese día en el baño, la olió, y me la escupió! ¡Dame la lechita nene, dale, que soy una bebé re mamona, lecherita, con la boquita caliente, y las tetas llenas de saliva! ¿Te escupo más la pija?!

Le largué la leche mientras le apretujaba las tetas, oliendo el shortcito que había dejado al costado de mi cama, y sintiendo cada Glup Glup de su boquita en mi glande, tal vez cuando ya le faltaba el aire, mi pecho no daba más de la felicidad, y su bombachita empezaba a ser un problema. Según ella, no se había hecho pis, pero cuando se la toqué con mi rodilla, me pareció que sí. Entonces, volvió a besarme en la boca, sin dejar de mimosearme el pito con admiración, y haciéndome notar que su bombacha había descendido solita, incluso hasta más allá de sus rodillas.

¡Nena, estás con la cola y la vagina al aire! ¡Si no te la arreglás, te la voy a terminar metiendo ahí!, le dije, sin poder separarme del calor de sus tetas.

¿Y querés? ¿Me la querés coger? ¡Debe ser re lindo que te larguen lechita ahí!, me decía, arreglándose la bombacha, y encajándome sus tetas en la cara para calentarme de nuevo. Y de nuevo, Ju volvió a bajar al fuego sofocante de mis sábanas para mamármela otra vez. No hizo falta que nos digamos nada. El partido en la tele se consumía en un 4 a 0 cada vez más aburrido y contundente, y la boca de Ju multiplicaba sensaciones hermosas en mi sexo. Incluso llegó a tocar el agujero de mi culo con su lengua. Lamía y lamía. Chupaba y escupía. Se atragantaba, eructaba y me daba cachetadas en la pija, diciéndome que era un nene malo. Y, de repente, mi viejo entró a la pieza. No lo había visto entrar. Lo supe cuándo, unas manos arrancaron con violencia la sábana y las mantas que nos cubrían. Ju estaba hecha una bolita, con la bombacha toda enterrada en el culo, la remerita toda babeada, y con mi pija en la boca.

¡Vamos Juli, terminá de una vez! ¡Mami ya está durmiendo la siesta! ¡Ni bien termines, nos vamos al baño! ¡¿Tenés ganas de hacer pichí, con la mamadera en la boca?, le decía mi viejo en voz súper baja, mientras le acariciaba la cola, y mi pija se desarmaba en un torbellino que me dejó sin visión ni audición por un momento. Una vez más mi leche le llenó la boca a Ju, que tragaba presurosa, entusiasmada, gimiendo y con el cuerpo ardiendo sobre mis piernas. Oí un chirlo, y entonces abrí los ojos. Mi viejo le había nalgueado el culo, y no solo una vez. Fueron tres, cuatro, cinco, y tal vez más de diez los chirlos que le ofrendó, mientras le decía: ¡Tragá bebé, así, tragá todo, tragate todo cosita de papi! ¡Vamos, así, bien limpita dejale la mema a Luquita! ¿Te gusta esa leche? ¿Querés pis mi amor? ¿Sí? ¿Querés hacer pichí? ¡Vamos, que apestás a pis! ¡Vamos al baño, así te doy más leche!

No entendía nada. ¿Qué carajos pasaba? ¿Mi padre? ¿él también sabía lo que hacía Ju? ¿Y por qué ella no me había contado nada? ¿No nos teníamos confianza acaso? ¿Sería cierto que, también se la chupaba a mi viejo? ¿Por qué no la retó por lo que estábamos haciendo? ¿Mi vieja, no sabría absolutamente nada? Lo cierto es que, mi viejo, de repente volvió a taparme, le puso el bucito a Ju, y cerró la ventana que daba al patio. Afuera había empezado a llover.

¿Cómo terminó el partido? ¿Te sentís mejor Luqui?, me preguntó luego mi viejo, a quien me costaba reconocer como a mi viejo. Le dije que me sentía mejor, y que había ganado el PSG, 4 a 0. Quise preguntarle algo más. Pero no fui valiente, y la verdad, tal vez temí algunas represalias para Ju. Sin embargo, él levantó a Ju del suelo como a una muñequita, le dio un beso en el cachete, la olió, y me la acercó despacito, diciendo: ¡Vamos Ju, decile chau a Luqui! ¡Vamos, con un besito en la boca! ¡Imagino que no te dará cosita, después de haberle tomado toda la leche! ¿Te gusta mucho la lechita de tu hermano? ¿Se portó bien la Ju con el nene?

Ju me dio un beso en la boca, y luego paseó su lengua cargada de saliva por toda mi cara.

¡Vamos bebé, que olés a pichí, y se nota que querés más lechita! ¡Papi tiene mucha leche para vos! ¡Vamos a hacer pichí, y caquita, mientras te tomás la lechona! ¡Y vos Luqui, recuperate campeón! ¡Después, si te sentís mejor, te mando a la Ju, así te hace compañía, y te arregla el pitito!, decía mi viejo, llevándose a Ju a upa, en bombacha y buzo, descalza, oliendo a pis, y con la carita súper feliz. No me quedó otra que pajearme un buen rato, imaginando cómo mi viejo le estaría dando de su pija en la boca a mi hermana, sentada en el inodoro. ¡Qué turrita era esa guacha! ¡Y yo que buscaba encarrilarla! ¡Y, lo peor de todo, sin dudas, era que todo había sido real! ¡Aunque, peor que eso, era que ya extrañaba su olor, su boquita, su calor, y su manera de escupirme todo!   Fin

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