Si alguien hubiese venido a contarme que mi hija de 15 años tenía el comportamiento de una golfa desquiciada en plena edad media, aunque inserta en nuestra sociedad actual, como mínimo lo habría cagado a trompadas. Sin la necesidad de consultárselo a ella. Siempre tuve una especial cautela en lo que se refiere a cuidar la reputación de mi familia, y mucha confianza en todos. Eso lo heredé de mi padre. Aquello, seguramente me habría cegado, al punto tal de causarme problemas legales, o de cualquier tipo. Pero nadie me lo contó, ni tuvo que enviarme pruebas, ni se llegó a pagarle a un agente para que se infiltre en la vida de Malena. Yo mismo la vi con mis propios ojos, con mis sentidos de hombre derrotado, con mis dogmas de padre extraviado en un desconcierto total, y con un sofoco en el pecho que, poco a poco se traduciría en: ¿Un nuevo sentimiento? ¿Cómo podía tratarse de una calentura? Yo la reconocía bien, y me culpé en principio por darle paso a semejante sensación. Me repetía una y otra vez que soy su padre, que somos familia, que es mi sangre, y mi legado sobre esta tierra maldita. Por eso, la primera vez que la vi, fingí que era otra nena, alguna muy parecida a ella, con su misma sonrisa. ¡Sí! ¿Cuántas nenas parecidas podrían existir? Pero era ella, inconfundiblemente, con su cabellera colorada y su clásica cola de caballo, con sus guillerminas azules, y su mochila de Barbie. Yo viajaba en el mismo colectivo. Me había sentado al lado de una mujer que hacía dormir a su bebé. Y, fue de pura suerte que encontré asiento, porque a las dos o tres paradas, empezaron a subir todos los críos de la escuela, con sus empujones, ruidos, gritos y olores adolescentes. Vi a Malena tirarle el pelo a un rubiecito que tenía auriculares, pasar la tarjeta por el lector, y sacarle la lengua a una gordita que subió con los ojitos llenos de lágrimas; acaso por haber desaprobado algún examen. Pero Malena no me veía, y gracias a eso, pude seguir observándola desde mi palco preferencial.
El bondi andaba lento por culpa del tráfico, y una marcha piquetera que había cortado un par de calles. Y Malena, viajaba parada, riéndose con ganas. Había quedado atrapada entre la gordita llorona, el rubio, y dos pibes más. La vi sacar la lengua otra vez, y después a la gordita. Los chicos, a excepción del rubio, tenían la mirada ansiosa, como esperando que suceda algo. Y sucedió. No podía escuchar las palabras desde mi posición. Aunque tal vez era una suerte. Pero sí vi a Malena encajarle un pico a uno de los pibes con cara de agrandado, luego al otro, que tenía la cara llena de granos, y por último a la gordita. A ella la conocía. Se llamaba Rocío, y era la mejor amiga de Malena. Recién ahí se escucharon unos vítores, algo como: ¡Eeeee, qué atrevida la Male! ¡Uuuuu, séeeeee, ¡qué atrevida la nena! ¡Y la lengüita que tiene!
Después de una calma aparente, la lengua de mi hija se chocó con la del agrandadito, y la gordita se empezó a chapar con el rubio. Aunque, entre ellos no parecía haber mucha química que digamos. Pero, lo peor, fue que el de los granos se acomodó detrás de Male, y la tomó de la cintura, con la clarísima intención de juntar su bulto a sus nalguitas. No podría decir que Male tenía una linda cola. Es más. Tampoco tenía pechos grandes, aunque bien formaditos. Pero, a los adolescentes, les calienta todo. Y mucho más una guacha que ofrece su lengua, y que se dejaba apoyar como ahora lo hacía. En breve, los dos se frotaban en medio de la gente que los ignoraba por completo. Se frotaban, ella tiraba la colita para atrás, y él se movía de arriba hacia abajo, y un poquito hacia los costados. Imaginaba que la verga de ese pendejo se calentaba cada vez más, y que la puntita se le babeaba de jugos preseminales, y que los huevos se le cargaban de una obsesión indescriptible. Yo también fui adolescente, y recordaba cómo me calentaba el olor de una pendeja cuando la tenía al alcance de mis hormonas. Y a ese pibe, el cuello de Male se le exhibía como un apetitoso menú, imposible de rechazar. Para colmo de males, y sumándose al torbellino de hechos absurdos, la gordita llorona también se sumaba para darle besos en el cachete. A Malena, y al mocoso. Tuve ganas de levantarla y agarrar a mi hija de los pelos. No tenía en claro si lo mejor era una advertencia, una cachetada, o pedirle explicaciones, o si reprenderla al frente de todos. Pero me quedé allí, impertérrito, oyendo el llantito del bebé que ya no quería dormirse, y sintiendo que mi pene buscaba particulares opiniones al respecto de lo que sucedía.
Al toque, después de vagar mi mirada por la ventana, y observar el quilombo de autos que nos adelantaban, bocineaban y puteaban, regresé a Malena. Ahora permitía que el de los granos le suba el guardapolvo, que se prendía por detrás, y que continúe apoyándola. Incluso, en un momento, llegué a divisar un trocito de su bombacha blanca con puntillas. En ese interín, el rubio se besaba con Rocío, y el agrandadito, le comía la boca a Malena, que cerraba los ojos, y esperaba ansiosa las refregadas del bulto del otro en sus nalgas. No había asientos libres, y evidentemente a esos mocosos les venía de maravillas. No entendía cómo es que nadie les prestaba atención. Además, la gordita dejaba que el rubio le manosee las tetas con impunidad. Por otro lado, y por más que me pesara, algo me decía que no debía entrometerme en los asuntos de mi hija. Pero, ¿Y si ese degenerado le bajaba la bombacha? ¿Y si tal vez, ya habían hecho algo? ¿Podrían haber curioseado en el colegio? ¿Y por qué también dejaba que Rocío le besuquee y muerda las mejillas? ¿Acaso no son amigas?
Al rato, los dos nos encontramos en la misma parada. Ella bajó por adelante, y yo había tomado la puerta del medio del ómnibus. Se sorprendió al verme, pero no acusó recibo de nada. Es más. Apenas se saludó con cierto afecto con la gordita, Malena me saludó como siempre, y juntos caminamos las tres cuadras que nos depositarían en nuestra casa. Yo, ni una palabra de lo que vi, y ella, aunque parecía nerviosa, tampoco se atrevió a mencionar nada. De modo que, todo quedó allí.
Pero los días pasaron, y otro mediodía volví a tomar el mismo colectivo que Male. También había sido producto de la casualidad. Mi auto estaba en reparación, y ese día, la audiencia con mi cliente terminó antes de lo previsto. Yo me subí antes que ella, y esta vez tomé asiento al lado de un anciano que leía el diario. Cuando la vi subiendo, una nueva descarga de alteradas profecías me inundó la mente. Sobre todo, porque, el pibe de granos le re manoseó el culo mientras ella pasaba su abono en el lector. El rubio no estaba. Pero sí el agrandado, la gordita, y otro pibe con tatuajes en la cara, en apariencia, dos o tres años mayor que ellos. En la mirada de mi hija, había una clara preferencia por ese nuevo espécimen, a juzgar por cómo se mordía el labio cuando éste le rozaba la cola con su paquete. Esta vez, podía observar cómo el muy pajero la aferraba de la cintura para hacer más precisas las frotadas de su músculo con las redondeces de Malena. Rocío le hablaba, y ella no la escuchaba. En parte, porque el de los granos le comía la boca.
¡Che boluda, dame bola! ¡Después seguís! ¿Nos juntamos esta tarde para lo de inglés?, dijo al fin la gordita, un poco harta de la indiferencia. Male le dijo que sí con la cabeza, y Rocío se dejó apurar por el agrandadito, que intentaba apoyarle el paquete en su culo prominente. Aunque solo le permitió su boca, y sus tetas para que el susodicho se las manosee a gusto y placer. Y, de nuevo Malena dejó que su guardaespaldas le desabroche algunos botones del guardapolvo, y que encima les diga a los demás: ¡Usa bombachitas re caras la Male! ¿Vieron?
Yo no llegué a ver. Pero, de inmediato, el de granos y el tatuado hicieron una especie de sanguchito con mi hija, y ambos, uno por delante y otro por detrás, empezaron a apretujarla, manosearle y darle besos. En especial el de granos, que le pedía que saque la lengua para atraparla con sus labios. También se dio un par de picos con Rocío, que esta vez sonreía un poco más, y trataba de tararear un cuarteto que sonaba en la radio.
¡Qué zafadas que vienen las pendejas de hoy en día! ¿No? ¡Si esa coloradita fuese mi hija, le habría dejado el culo rojo de tantos chirlos! ¡Flor de paliza se ganaba mire!, me comentó el anciano, observándome mirar el mismo espectáculo que sus ojos cubiertos de cataratas le brindaban a su cerebro. Asentí, y casi por un momento estuve a punto de decirle que, esa coloradita que seguía apretando, chuponeándose y recibiendo manos en sus tetitas, era mi hija. Pero me contuve. Por toda respuesta le dije: ¡Sí, están hechas unas locas! ¡Pero, por mí, mejor! ¡Tienen menos estructuras que nosotros!
¡Sí, hasta que alguno les haga el bombito, y después dejan la escuela, no trabajan, vaguean en la casa, y amamantan un bebé que no quieren! ¡Se calientan, cogen como perras, y después paren! ¡Todo por calentonas! ¡Mire, mire cómo el pibe le mete la lengua en la boca! ¡Esa está re alzada le digo! ¡Si no estuviese en un colectivo lleno de gente, ya se habría bajado el calzón!, agregó el hombre, no sin razones ni piedad. No le respondí, pero era cierto. El guardapolvo de Male, casi que estaba sobre su cintura, ¡Y la guacha no llevaba nada debajo! ¡Es decir que, se le re veía la bombacha! Allí fui consciente de la erección de mi verga, y de que me calentaba ver cómo se dejaba apoyar, pellizcar, tironear la ropita, histeriquear por la gordita que quería robarle un piquito, y apretujar por los tres pendejos. Hasta que, la vi palparle el paquete al tatuado. Era obvio que se calentó como una loca al tocárselo, porque empezó a subir y bajar con su manito por ese pedazo de carne. Y peor todavía, ¡Dejó que el pibe le agarre la mano y se la introduzca por adentro de su jean!
Cuando nos bajamos, exactamente igual que la vez anterior, ella volvió a sorprenderse de encontrarse conmigo en la parada. Me abrazó, y cuando le di un beso, noté sus mejillas calientes. También tenía las manos sudadas. O al menos, la derecha. ¿Acaso la otra tendría restos de semen del tatuado? Lo cierto que, esta vez hubo cierta incomodidad más que palpable en ella. Caminaba más rápido de lo habitual, como si quisiera adelantarse a mis pasos, por miedo a ser descubierta en alguna picardía. Cuando me preguntó si me había subido antes que ella, lo hizo con algo de temor en la voz. Le dije que sí, sin revelarle absolutamente nada.
¡Qué loco! ¡Ni te vi subir! ¡Aaah, papi, esta tarde viene la Ro a casa, para hacer un trabajo de inglés! ¡Así que, voy a necesitar plata para comprar algunas facturas!, me dijo, en cuanto llegamos a la puerta de nuestra casa.
¡Esa gordita, debería comer más frutas, y menos harina! ¡La última vez que la vi, estaba más gordita! ¡Y, es chiquita para engordar tanto!, le dije, un poco para molestarla, porque sabía que no le gustaba que hable así de su mejor amiga.
¡Papi, no es chiquita la Ro! ¡Ya tiene quince, igual que yo! ¡No somos nenas! ¡Bueno, pero, tampoco somos adultas! ¡Así que, no le digas gorda a la gorda chancha esa! ¿Me vas a prestar plata entonces?, me dijo, riéndose de su chiste redundante, y acomodándose el guardapolvo.
¡Depende! ¡Siempre y cuando me prometas que te portaste bien hoy!, le dije, y el color de su cara palideció considerablemente.
¿Qué pasó Male? ¿Te mandaste alguna? ¿Por qué te pusiste paliducha? ¡Espero por tu bien, y por el de la gordita, que no te hayas mandado ninguna cagada!, la encerré, observando que los engranajes de su cerebro hacían lo imposible por no delatarla.
¡Heeey, paaa! ¡Si yo me porto bien! ¡No sé por qué me decís esto! ¡Pero, bueno, si querés que las dos nos muramos de hambre, no importa!, me dijo, haciéndose la compungida, llevándose un dedo a la boca. Ese gesto me hizo imaginar aquellos labios en los pitos de esos pendejos en el colectivo, y casi le digo alguna guarangada. Pero, en lugar de eso, la abracé fuerte contra mi pecho, y le dije: ¡Sos una tonta nena! ¡Obvio que no quiero matarlas de hambre! ¡Sé que mi bebé se porta bien, es re buena estudiante, y buena amiga! ¿Cuánto vas a querer?
Ella me dijo que con diez mil hacíamos trato, mientras mi olfato se detenía en su olor a mujercita, a deseo, a calentura juvenil, y acaso a pis en los rincones de su bombachita. Seguro que aquellos jueguitos la hicieron estremecerse más de una vez, y mojarse mucho.
Sin embargo, y aunque mi auto ya estuviese en condiciones, y no tenía la mínima necesidad de viajar en colectivo, me sentí vencido por el impulso de, ¿Acaso sorprenderla en un nuevo show de manoseos y arrumacos obscenos? Lo que sí tenía claro, era que por nada del mundo le explayaría estos detalles a mi esposa. No entendía el por qué; pero, se me hacía que debía ser nuestro secreto. ¿Nuestro? ¡Pero, si Malena no sabía que yo la observaba! ¿Cómo podía perder tanto la noción, al punto de no verme entre los pasajeros?
La cosa es que, un miércoles neblinoso y ruidoso por otra manifestación, me subí al micro que, creía que ella abordaría más adelante. Pero esa vez, Malena no subió. Había faltado a la escuela, porque estaba media resfriada. O al menos con eso me quedé cuando la escuché estornudar un par de veces por la madrugada. Pero sí subieron la gordita, el rubio, el pibe con granos, el agrandadito, el tatuado, y otra chica con aspecto de triste, pero con terribles tetas. Esta vez, vi que los varones molestaban a la gordita, intentando abordarla para que los besuquee, les manotee el paquete, o para que se deje apoyar. En un momento, su voz fue lo suficientemente determinante cuando les dijo: ¡Hey, zarpados, yo no soy la Malenita! ¡A mí no me apoyen, ni me franeleen! ¡Ya saben que soy lesbi, y que no me va la pija!
Recuerdo que la señora que viajaba a mi lado se escandalizó, tapándose el rostro con las manos, murmurando algo como: ¡Aaay, por dios! ¡Qué niñita promiscua!
¡Che Male! ¡Este mediodía vi a Rocío, y a un montón de pibitos que la molestaban, en el micro! ¿Qué onda? ¿A vos no te gustará ninguno de esos? ¡Digo, porque todos tienen cara de nabo!, le dije en la mesa a mi hija, una vez que me contó que había faltado a la escuela porque tenía que sacarse sangre para presentar una planilla en el club. sin esos papeles, no podía asistir para jugar vóley con sus compañeras. Ella estalló en una risa sincera, jurándome que antes de tocar a uno de esos pibes, se cortaba las manos y se las daba de comer a los mendigos de plaza Miserere.
¿Por qué viajaste en micro Omar? ¿Tu auto volvió a darte problemas? ¡Te dije que tenías que cambiarlo, hace un año por lo menos!, me asaltó mi esposa. Le expliqué que, como necesitaba caminar un poco, preferí dejar el auto en la playa del estudio jurídico, y más o menos zafé de más preguntas. Tenía la idea fija de tomarme otro colectivo al día siguiente, en busca de nuevas pruebas que alimenten a las causas de mis actos. Me urgía averiguar todo lo que pudiera de Malena, siempre bajo la más absoluta discreción. Es que, en esos últimos días, tuve la suerte de encontrarme una tanguita de Male, colgada en el grifo de la ducha. La cochina ni siquiera había sido capaz de lavarla. Y, aunque en otro tiempo me hubiese parecido un comportamiento inaceptable, repudiable, y hasta indigno, tomé esa bombacha y la acerqué a mi nariz, para que mi pene reaccione de inmediato y sin preámbulos. Me hice una de las mejores pajas de mi vida, oliendo aquel perfume desolador, fragante, entusiasta, fervoroso y pasional. Esa bombacha se convertía en un compendio de mujeres fértiles, alzadas y descarriadas. No sabía cómo metérmela más adentro de las fosas nasales. Necesitaba extraer de ella hasta la última partícula de su esencia vaginal. ¡Qué rico olía la conchita de mi hija! ¡Sí, era la bombacha de mi hijita, de esa nena buena, que se franeleaba en el colectivo con esos guachitos pajeros! ¿Cómo sería su conducta en la escuela? ¿Andaría deambulando por los baños de los varones? ¿O también buscaría a su amiga para comerle la boca en el baño de nenas?
¿Vas a comer postre Omar?, me interrumpió la voz de mi esposa, mientras mi mente se trastocaba entre sensaciones inalcanzables, y los ojos pícaros de Malena, que ya comí a helado de una forma demasiado sexy para ser real. ¿O es que recién veía a mi hija como a una hembra?
Y lo inevitable sucedió al día siguiente. Una vez más me tomé el colectivo, con las expectativas bajas, casi tanto como las nubes en el cielo. Tenía la vaga inquietud que, por ahí no había coincidido del todo al micro que ella abordaría, o que, una vez más haya faltado al colegio. Pero, el corazón casi se me escapa de las costillas cuando la vi subir, despreocupada y sonriente, segundeando a la gordita rocío, y con toda la manada de machitos detrás. Estaba el pibe de granos, el rubio y el tatuado. Los tres hacían de cuenta que la ayudaban para que no se caiga, tocándole el culo y las piernas. Esa vez Malena no se anduvo con chiquitas. Ni bien los 5 hubieron pasado sus tarjetas por el lector, se acomodaron bien juntitos en un trozo de colectivo, y empezaron a molestarse. Vi que le tiraban el pelo a la gordita, y que Malena empezó a comerle la boca al rubiecito, diciéndole algo que sonó como: ¡Y no hace falta que me pellizques la cola siempre que subo al micro nene! ¡Yo puedo pensar y caminar!
Esta vez estaba un poco más cerca de ellos, y de sus mariposas sexuales. A mi lado viajaba un señor que también pispeaba el asunto con asombro. Incluso, puedo asegurar que me excitó la idea de que mi hija estuviese a upa de ese hombre, engatusándolo con sus encantos.
¡Che Male! ¡Estudiá para química! ¡No seas pava! ¡Mirá que, el profe es re mil bueno con vos!, dijo la gordita, mientras el bondi frenaba bruscamente, y Malena ahora se besuqueaba con el tatuado, que llegó a sincerarse: ¡Fuaaa nena, ojalá mi novia me chuponee así, como vos! ¡Tenés la boquita re caliente pendeja!, mientras Male lo chistaba para que baje la voz. ¿Acaso le daba vergüenza, a pesar de todo lo que hacía? ¿Y dejaba que le hagan?
La cosa es que, aparentemente las manos inquietas de Malena andaban palpándole los bultos al rubio y al tatuado, porque los dos la miraban con deseo. Además, uno le dijo al otro: ¿Viste cómo te la aprieta la chanchona? ¡Se ve que la Lula le enseñó algo!, mientras se reían, y ya empezaban a apretujarla. En un momento vi que le daba un pico a uno, y luego al otro. Pero era un pico largo, en el que hasta podía escucharse el sonido de sus lenguas entrando y saliendo de sus bocas groseras. Incluso la gordita les dijo, en un arrebato de envidia quizás: ¡Che, paren, que se van a terminar casando los tres acá! ¡Aparte, estoy yo! ¡Respetenmé locos!
¡Aaaay, ella! ¡La santita! ¡Vos callate, que te entran las de todos los que estamos acá en la boca!, le dijo el pibe con granos, y se la empezó a chapar como si no existiera nadie a su alrededor. Entonces, poco a poco, el tatuado empezó a separar a Malena del resto, para subirle el guardapolvo tableado de siempre, con la botonera en la espalda. Le desprendió el cinto blanco, y le pellizcó la cola tras levantarle el uniforme. Todos vimos que tenía una colaless rosada de algodón perdiéndose entre las nalguitas, y que el vago le arrimó su erección para fregársela allí, aún con el guardapolvo subido. Ni el señor que seguía a mi lado pudo evitar un murmullo de excitación. Pero, mucha otra gente seguía en la suya. Solo yo parecía observar que el tatuado, poco a poco conducía a Malena a sentarse sobre él, apenas se desocupó un asiento. Fue terrible escucharlo decirle al otro: ¡Y sí boludo, yo la quiero tener encima mío, así me aprieta el ganso con esa colita! ¿Viste cómo se come la tanguita?
El de granos, la gordita y el rubio se les acercaron, y entonces, perdí bastante de la buena visión que tenía hasta ese instante. Malena seguía sin mirar al resto de los pasajeros. Por eso no tuvo recato en chuparle los dedos al tatuado, y después al rubio. La gordita le comió la boca, y le mordió el labio. Escuché que Male les dijo, casi en medio de una risita estúpida: ¡La tiene dura este hijo de puta! ¡Es como sentarse en un palo, o en un tronco!
¡Che! ¿Y no te da para correrte la bombacha, y, sas? ¿onda que, te entre toda de una?, dijo uno de ellos, mientras yo veía que Male se frotaba, y daba algunos saltitos arriba del tatuado, que le metía manos a ella, y a las tetas de la gordita. Y de repente, me levanté para pulsar el timbre, ya que se acercaba mi parada. Malena pareció palidecer de golpe cuando me vio, o creyó verme. Lo cierto es que, se bajó como pudo de las piernas del tatuado, y despidió a todos con cierto apuro. Rocío también me había visto, y pese a que el rubio no quería dejar de tranzársela, también perdió algunos colores de su rostro.
¡Hola Pa! ¡No sabía que viajabas en el mismo micro! ¡Últimamente nos encontramos seguido!, decía Male, una vez que nos encontramos en la parada, con la misma sonrisa luminosa de siempre. Noté que intentaba arreglarse algo, o rascarse, o vaya a saber qué. Entonces, con una erección descomunal, le hablé como si fuese un villano infame y torturador.
¡Callate la boca, y quedate así como estás! ¡Tenemos que hablar, ahora! ¡Antes de llegar a casa! ¡Ya vi todo nena! ¡Exijo una explicación!, le largué, mientras nuestros pasos se apuraban, como si buscaran alejarnos. Pero, casi sin querer, la dirección de mi propio enojo mezclado con deseo y calentura, nos fueron conduciendo a un viejo baldío que había entre una fábrica clausurada y una fiambrería que estaba cerrada a esas horas del mediodía.
¡Papi, yo, yo no hice nada! ¡No sé qué viste! ¡Pero, no sé cómo explicarlo! ¡No sé cuál te comiste! ¡Estábamos jugando, entre todos! ¡Bueno, viste cómo es la Rochi!, intentaba defenderse, o evidenciarse aún más. De golpe, supimos que estábamos lejos de los ruidos de la calle, la gente curiosa y de la mirada indiscreta del poco sol que bañaba a la ciudad. Es que, nos habíamos adentrado en ese baldío mugriento, lleno de árboles viejos y secos, de ropa sucia, basura y pastos altos. Me acuerdo que lo primero que hice fue zamarrearla, levantarle el guardapolvo y darle un chirlo en el culo. ahí descubrí que lo que intentaba arreglarse en la vereda, era la bombacha. ¡La tenía casi que por las rodillas!
¿El tatuado te bajó la bombacha nena? ¿Fue cuando te le sentaste a upa? ¿O fue antes? ¡Contestame!, le dije, y le di una cachetada en la mejilla derecha con la que le salieron algunas lágrimas.
¡Sí, dale, ahora llorás! ¡No tenés vergüenza! ¡Te vi cómo dejabas que te apoyen, cómo te chuponeabas con esos nenes, y cómo te besabas con tu amiguita! ¿Te gusta ella? ¿alguna vez, hicieron cosas chanchas en tu cuarto cuando se quedó a dormir en casa?, le pregunté, sin darle tiempo a responderme nada. Tampoco sabía si necesitaba esas respuestas.
¡Noooo paaa! ¿Qué cosas chanchas te imaginás? ¡Nada que ver! ¡Y, la bombacha, nada, se me fue cayendo! ¡Nadie me hizo nada! ¡Te lo juro!, me decía, tartamudeando más que de costumbre cuando sabía que estaba en faltas. Yo no retrocedí. Y aunque sabía que tal vez de tamaña reprimenda no habría retorno, le dije: ¡Sos una mentirosa! ¡te vi hasta dejando que esos pibitos te metan lengua en la boca, y que uno de ellos te tironee la bombacha! ¿Qué es mi hija? ¿Una putita que provoca a los pibes? ¡Más te vale que no hayas tenido sexo en el colegio, porque se te pudre todo! ¡Tendría que haberte dado un par de buenos chirlos cuando eras pendejita!
¿Y por qué no me los das ahora? ¡Si es verdad que hice todo eso, me los merezco! ¿No?, dijo, tal vez sincerándose por primera vez. Yo, la miré a los ojos, y le pregunté, acaso bajando la guardia un poco: ¿De verdad hacés esas chanchadas en el colectivo? ¡No es la primera vez que te vi nena! ¡No podés mentirme así, tan descaradamente! ¿Qué te hizo ese tatuado cuando te sentaste arriba de él? ¿La tenía durita? ¡También te escuché, hablarle, con toda la saliva en la boca!
¿Vos te escuchás lo que decís pa? ¡Si estás tan seguro de todo lo que viste, y escuchaste, ya fue! ¡Retame, poneme en penitencia, recortame los gastos del mes, pegame, o no sé, haceme llorar! ¡Dale, zamarreame, o prohibime lo que quieras! ¡Aparte, como si no te hubiese gustado verme! ¿Por qué no me retaste si veías que, a tu hija la manoseaban, chuponeaban, o le estiraban la bombacha? ¡Te apuesto lo que quieras que ahora tenés la pija re dura de verme putoneando con mis amigos!, se despachó al fin, sin reprimirse nada, ahora adoptando la postura de una sabelotodo, de una pendeja superada a la que no le entran balas. Me dio bronca escucharla así. Supongo que, eso me llevo a sacudirla del guardapolvo, haciendo que su mochila se caiga a un costado, junto con algunos botones. El cinto blanco, como estaba totalmente desajustado, también cayó a sus pies, y al fin su bombacha evidenció ante mis ojos intrigados que, había humedad en su vagina. Pero ella, parecía disfrutar de ese jueguito perverso.
¡Dale pa, ironeame la bombacha vos, a ver si lo hacés mejor que el tatuado! ¡Aaah, se llama Nicolás para que lo sepas! ¡Y sí, Nico me la bajó! ¡Creo que, si no hubiese tenido que bajar, por ahí el guacho me la enterraba toda!, dijo, dando algunos saltitos, cada vez más pegada a mi cuerpo. Yo la agarré casi que, en el aire, le tapé la boca y le asesté un nuevo chirlo en el culo, diciéndole algo como; ¡No seas insolente con tu padre, pendeja de mierda! ¡Mirá cómo estás! ¡Escuchate cómo hablás! ¡Parecés una villera, una prostituta!
Pero, en contrapartida, su boca se encontró con la mía, y aunque ninguno parecía saber cómo iniciarlo todo, o como si nos hubiéramos olvidado de cómo se besa, de inmediato ella sacó su lengua, y yo se la atrapé para succionársela.
¿Así te la chupa Nico? ¿O la gordita sucia esa? ¿Quién te la chupa mejor?, le dije, en consonancia con nuestros primeros gemiditos, mientras los labios empezaban a reconocerse, y nuestras lenguas batallaban felices, sin un bando, ni instrucciones de otro general que no fuera el deseo.
¡La Ro es re tierna para chuparme la lengua! ¡Me gusta más cuando me muerde las tetas! ¡Pero, Nico, me re calienta! ¡Y más cuando me apoya su verga dura en la chocha!, se declaró, aún más jadeante y melodiosa. Aquellos besos habían logrado quebrar sus defensas, y anular mi autoridad.
¡Ah! ¿Sí? ¿Y a la nena le gusta sentir cositas duras en la chocha? ¡La tenés re mojada Male! ¿Qué pasó? ¿Te hiciste pichí en el colectivo?, le dije, haciéndola reír de pronto. Ella no contestó. Pero se me colgaba de los hombros, como cuando era chiquita y esperaba que le hubiese traído algún chocolate de la calle, en recompensa por sus buenas notas. La agarré un poco de la gamba y otro del elástico de su bombacha para pegarla más a mí, y entonces, mi bulto empezó a pasearse por su entrepierna. Le había rozado la vagina levemente con mis dedos, y me confortaba que la tuviese húmeda y caliente.
¡La que se hace pichí a veces, es la Ro! ¡Esa, bueno, si se alza mucho con los pibes, se mea! ¡Ella igual es media bisexual! ¡A mí me gustan los chicos! ¡Y en especial el Nico, porque lo tiene más grande que los otros! ¡Aunque, me gusta que me apoyen todos!, me explicaba, mientras poco a poco mis labios empezaban a rodar por su cuello, y mis manos se aferraban a sus tetitas. La había dado vuelta para que mi bulto ahora se restriegue contra su colita, ya sin la protección de su bombacha, que al fin se había caído al suelo. Me daba ternura mirarle los zoquetitos rosados con puntillitas asomando por sus guillerminas, y su bombachita siendo pisoteada en el montón de pasto reseco. Ella misma se la había quitado con ayuda de sus pies. Además, tiraba la colita hacia atrás, se movía hacia los costados y me golpeaba el bulto, como si fuesen sentones horizontales en el aire, mientras nuestros pechos se agitaban, y mi boca seguía recorriéndole el cuello, los hombros, y saboreando su lengua. Ella no paraba de sacarla, ni de chuparse los dedos con los que, intuyo que se rozaba la conchita.
¡Sos una descarada nena! ¡No sé qué hice mal! ¡Mirala vos a la Male! ¡Convertida en una muñequita con la que sus compañeritos se divierten! ¡Te gusta andar manoseada, apoyada y chuponeada por ellos? ¿Te da morbo eso?, le decía, sin que ella pueda controlar el sonido de sus gemiditos, cosa que a mi cerebro le fascinaba. Ella, en un intento de agarrarse de algún lado para no caerse, me tocó la pija hinchada, y yo mismo me bajé el pantalón para decirle: ¡Acá lo tenés hija! ¡Tocame la verga, como vi que se la tocabas a esos mocosos! ¿Te gusta pajear a los nenes?
Malena, ni protestó, ni puso cara de sorpresa, ni evidenció otro sentimiento que el de la compasión por mi estado primitivo. Metió su mano por adentro de mi bóxer blanco con flores estampadas, y me la empezó a entibiar, masajear, sobar, apretar y juguetear con el cuero. Mi pene es largo, cabezón y venoso; y estaba repleto de expectativas por conocer el tacto de esas manos sucias y perversas. Evidentemente ya me chorreaban litros de jugos preseminales, porque enseguida su mano y mi tronco estaban resbaladizos, más calientes y flexibles a cualquier novedad que pudiera darnos los buenos días. Y de golpe, ella misma empezó a morder mis labios pequeños, una vez que nuestras bocas se encontraron con decisión. Yo, tardé unos segundos en darme cuenta que mis dedos entraban y salían de la vulvita de mi hija, y que con la otra mano seguía nalgueándola, o amasándole el culito, como si quisiera calmarle el ardor de los chirlos.
¡Sos muy chancha hija! ¡Espero por tu bien, que nunca te sientes a upa de ese pibe, cuando tenga la pija tan dura! ¡Por ahí, se le puede escapar algo, y te puede mojar la vagina con leche! ¡No quiero ser abuelo tan rápido!, le dije, en medio de las incoherencias que nos trituraban los sentidos, un besuqueo más violento cada vez, y un río de flujos incesantes descendiendo por sus piernas, al borde de deshacerme las yemas de los dedos.
¡No papi! ¿Qué decís? ¡No quiero que me embarace el Nico! ¡Primero, quiero que me dé toda la lechita en la boca! ¿Lo dejás? ¿Me dejás que le tome la lechita pa? ¿O querés que, te saque la lechita a vos?, me dijo, en un susurro que, pudo haberse escuchado en toda la ciudad. ¿Y si su madre pasaba casualmente por aquí? ¿O si, algún vecino llegaba a escucharnos? ¿Se animaría alguien a curiosear por este abandono decrépito y desalmado? Como sea, aquello me daba un morbo especial; aunque no se lo compartí a Male. ¡Y ahora, ella estaba dispuesta a sacarme la leche! ¿En qué lío padre nos habíamos metido? Pero, lo cierto es que, aturdido por las fuerzas vitales de la naturaleza, el aroma de su piel, el fuego de sus jugos vaginales brotando como lava, y sus manoseos a mi pija cada vez más desnuda, le dije: ¿Querés la lechita de papi bebé? ¿En serio? ¿Querés probarla? ¡La tengo calentita para vos! ¡Me volvió loco verte hecha una putita con esos mocosos!
Ella estuvo a punto de arrodillarse para tomar contacto con mi masculinidad. Pero, antes, preferí colocarle la pija entre las piernas, juntarla todo lo que pudiera a su vulva para frotarle el tronco en todo lo verdadero de su humedad de hembra salvaje, mientras le mordisqueaba y olía las tetitas encima de su bandó enterizo del mismo color que su bombachita olvidada en el suelo. La hice gemir, temblar y chillar cuando algún mordisco se me pasaba de la raya. Incluso la obligué a pedirme la leche con mis dedos en su boca, mientras sus piernas me apretaban la chota cada vez más sumergida en una realidad que, parecía no pertenecerle. Y entonces, de un empujón la tiré al suelo. Ella cayó desmadejada, boca arriba y con las piernas abiertas. Se quejó por golpearse con una botella de vidrio. Pero, solita se incorporó, hasta arrodillarse encima de una bolsa de libros usados. Tenía el guardapolvo hecho un trapo de piso, el pelo revuelto, la cara más colorada que un cargamento de tomates, el corpiño babeado, y la boquita llena de saliva. No tardé en acercarle mi verga para que, en cuestión de segundos su boca me traslade al mismo paraíso de la fertilidad. Su lengua entró en mi prepucio y golpeteó mi glande, haciendo que mis células se electrifiquen. Su saliva chorreaba por mis huevos, y su boca no se olvidó de ellos. Me los chupó, besuqueó, y hasta tuvo el detalle de refregárselos en la cara. Tomó varias veces mi pija con su mano para pegarse en la cara, en la boca entreabierta, y en su nariz. Me olía con delicadeza, apretando los dientes, y me la escupía sin guardarse ni una sola bala de saliva. También la introducía entre sus muelas y sus mejillas, y cuando llegaba a tenerla un ratito en la garganta, me regalaba unas arcadas tan alucinantes como peligrosas. Además, se palmoteaba la vagina, se nalgueaba solita, se apretaba las tetas desnudas a esas alturas, y gemía como si fuese una bebé muerta de hambre, o una Sex-Starr de OnliFan. Imaginaba que Malena no conocía aquel sitio de la perdición. Pero ya nada podía sorprenderme en ella. Y menos cuando su boca se había convertido en un trozo de divinidad para mi verga cada vez más hinchada, repleta de cosquillas, vanidades y efluvios fecundos dispuestos a saciar su sed. Pero, de repente Malena se soltó de su diversión, y casi que de un salto estuvo enérgica, hecha una pordiosera sexual y tan sonriente como siempre frente a mí. Se me tiró encima, se aferró de mi espalda y me pidió que le manosee las tetas.
¡En el micro, otras veces también dejé que me las pellizquen! ¡Y, creo que tres veces pajeé a Nico! ¡Hice que se acabe encima! ¡Y, sin que nadie se dé cuenta, me chupé los dedos con semen! ¡Ro, y el resto de los chicos sí que me vieron! ¡Dale pa, dame pija! ¡Te juro que, nunca le voy a contar a nadie! ¡Y, si vos no le contás a mami lo que hice en el micro, bueno, nada, vos, me cogés, y la pasamos bien! ¡Es más! ¡No sé cómo mami no se dio cuenta que, un par de veces volví a casa con semen en la calza, en la parte de la cola! ¡Me encanta que me apoyen papi!, me decía la pendeja, llevándome a un juego más que peligroso, asesino y demencial. No pude decirle nada. Solo me dediqué a manosearle y chuparle las tetas con sus pezones chiquitos color café, a nalguearla, y a juntar mi sexo al de ella, sin introducirle nada, pero sintiendo los latidos de su clítoris en mi tronco, seguro que como ella notaba el repiqueteo de mi glande, que ya no sabía cómo oxigenarse entre tanto calor sexual. Y de golpe, dimos unos pasos, sin despegarnos, ni dejar de frotarnos, olernos, y ella de morderme la boca. Mi espalda chocó contra un árbol seco, enorme y descascarado. Ella se colgó de mis hombros, y la perfección humana hizo de las suyas, sirviéndose de la posición de mi verga estirada, dura y caliente, y de la abertura de su vulva húmeda, esplendorosa y abierta. Fue cuestión de un par de movimientos precisos, de unos besos sedientos y de ciertos apretones que nos dimos. Es que, mi pija cruzó sin problemas el orificio de esa fuente lujuriosa, y entonces, ella misma con sus caderas, sabiéndose bien sujeta a mis hombros, empezó a moverse, a dar saltitos y frotadas sutiles. Ella se alimentaba solita de mi imposibilidad de frenarla, de imponerle un castigo, o aplicarle una cachetada. Me decía cosas como: ¡Qué durita está papi, bien durita, y grandota! ¡Me encanta tener pijas adentro de la concha! ¡Pero, aaay, asíiii, la tuya, me re calienta, me abre toda, Síii, abrime toda papiii, dame la lechita adentroooo!
Hasta que, tomé las riendas del asunto cuando la redireccioné para dejarle bien en claro quién es el que manda. Apoyé su espalda contra aquel árbol, le agarré bien las piernitas para abrírselas un poquito más, y empecé a bombearla sin limitaciones, a clavarla cada vez más adentro, a tratarla como una mujercita necesitada de sexo salvaje, y a taparle la boca para que no grite.
¡Callate Malena, callate, y sentila toda! ¡Sos una asquerosa! ¿Cómo le vas a andar tocando los pitos a los pibes en el micro? ¡Sos una desubicada! ¡No quiero volver a verte putonear en el colectivo! ¿Me escuchaste? ¿Ves lo que te pasa por portarte mal? ¡Papi se enoja, y te tiene que enseñar a coger! ¿Te gusta así? ¿Así, bien fuerte? ¡Tenés la concha re caliente! ¡Seguro que la gordita esa no se queda atrás! ¡Las dos son unas chanchas, asquerosas y puerquitas!, le decía, en medio de tantas otras imbecilidades que se me venían a la mente, mientras ella me llenaba las manos de baba y mocos, lloriqueaba, me apretaba la cintura con sus piernas, y permitía que su vagina se caliente aún más. No pude con mi genio cuando, al fin, cuando le destapé la boca para volver a probar el néctar de su lengüita, me dijo: ¡Soy tu putita pa, quiero ser tu putita, y que me garches así, cuando mami no esté, o no tenga ganas de cogerte!
Esas palabras irreales, absurdas, cargadas de ahogos, toses y jadeos, y a la misma vez tan determinantes, calientes y con verdadero amor, me llevaron a apretujarla con todo contra el árbol. Su espalda se friccionó con fuerza en el tronco, y a ella tuvo que haberle dolido. Pero mi semen no se aguantaba un segundo más adentro de mis testículos. Ella se la había ganado. Le pertenecía por derecho, por herencia, por encontrar todos los recursos para calentar a un hombre, ¡Y no a cualquier hombre! Yo soy su padre, el que colaboró con su semen para darle vida. ¡Y ahora descargaba mi semen en su propio vientre! ¡Y ella me lo pedía, lo recibía, y se retorcía de placer mientras también se abrazaba a un orgasmo que le llenaba los ojos de lágrimas! Jadeamos juntos, nos besamos, nos abrazamos como si tuviésemos miedo de esfumarnos del alma del otro, y sentíamos nuestra piel en cada atisbo de temblor inconcluso. No nos importaba el lugar, ni las formas, ni los lazos. O, al menos, aquel instante no era el indicado para elucubraciones afectivas, psicológicas o de formas. Mi verga no tenía ganas de volver a su tamaño normal, y su conchita no quería soltarla. Ella me dijo un te amo que sonó a confusión. Pero también a felicidad, agradecimiento, y a verdad. Yo, la miré a los ojos, y no podía dejar de olerla, ni de rozarme el rostro con sus tetitas transpiradas.
¡Male, tenemos que ir a casa! ¡Creo que, ya sonó tu celu! ¡Mami nos espera mi cielo!, le dije, recobrando el sonido auténtico de mis palabras. No eran vacías, ni se acercaban a lo que deseaba en realidad. Pero era lo que había que hacer.
¡Pa! ¿No estás enojado por lo que hice en el cole?, dijo con un hilito de voz, tratando de volver a respirar normalmente, aunque sus piernas no querían bajarse de mi cintura.
¡No estoy enojado bebé! ¡Pero, ya vamos a hablar! ¡Y, bueno, después de lo que hicimos ahora, yo, también, tengo que hablar mucho! ¡tenemos que darnos una buena charla Male! ¡No quiero hacerte daño! ¡Sé que, no me cuidé ahora, y que, bueno, sabés lo que pasó! ¡Igual, sé que tomás pastillas! ¡Aún así, tenemos que hablar corazón!, intentaba decirle, sintiendo que el mundo se me venía encima. No podía contener las lágrimas, ni la frustración, la vergüenza, el derrotismo, la pesadumbre de haberme mandado flor de cagada.
¡Papi! ¡Cuchame, cuchá lo que te digo!, me interrumpió, poniéndome sus manos en la cara, una vez que al fin su conchita soltó del todo a mi pija bendecida por sus jugos.
¡Si no te enojaste por lo que viste, ya está! ¡Yo te amo pa! ¡Jamás voy a decirle nada a nadie! ¡Te lo juro! ¡La hermana de Rocío tiene sexo con el padre, y solo lo sé yo! ¡Bueno, y ellos! ¡Pero, posta, tranquilo! ¡Además, me encantó lo que me hiciste! ¡Quiero que repitamos esto alguna vez! ¡No sé si acá! ¡Pero, quiero que lo hagamos en otro lado! ¡No quiero que dejemos de hacerlo! ¡bah, digo, si te gustó lo que hicimos! ¡Y, si no, no pasa nada! ¡Papi, es solo sexo! ¡Entiendo que, te excitó lo que viste! ¡Yo, estaba excitada, y me calenté más cuando vi que tenías la pija parada! ¡Entiendo que puede pasarnos! ¡Pero no te culpes, ni te lastimes! ¡Por mí, está todo bien!¡Para mí, no es grave que tengamos sexo!, me dijo Malena, no sé si con la madurez de un ser milenario, o con la determinación de una psicópata en ciernes, o con una enfermedad sexual que yo no podía precisar. Aún así, el alivio que sentí me llevó a comerle la boca una vez más, a modo de agradecimiento. Ella, volvió a usar su lengua seductora como un nuevo presagio. Pero esta vez, le pedí que se vista, y que dejemos las cosas así. Al menos por el momento, por hoy, o por estos días.
Al rato, caminábamos rumbo a casa. Ella lucía su pelo revuelto, y tenía varios chupones en el cuello. Dentro de todo, los demás no eran visibles. No se había puesto la bombacha, y ni siquiera se preocupó por prenderse bien los botones del guardapolvo. Cuando llegamos, mi esposa nos miró extrañada. Yo entré, y fui directo al baño para lavarme las manos y la cara. Seguro que olía a sexo recién hechito, y podía delatarme fácilmente. Las mujeres tienen un don especial para detectar infidelidades. Desde el baño escuchaba cómo mi esposa le recriminaba a Male desde su aspecto hasta el descuido de no atenderle el teléfono. Me pellizqué varias veces para verificar que todo no haya sido un sueño de mal gusto. Me miré la cabeza para comprobar que no tuviese ningún golpe, contusión o daño. Pero, a la hora del almuerzo, las miradas entre Male y yo hablaban por sí mismas. A partir de ahora, solo tendríamos que tener cuidado con los radares de mi esposa.
Fin
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