Dame lechita

 

No podía decir que fuera mi hijastra, porque, casi no la conocía. Al menos, no como se supone que un padrastro debería considerar la existencia de la hija de, podría decirse que de una aventura. Digamos que, había conocido a su madre en una milonga, a tres años de separarme, y desde entonces, se me pegó como una ventosa en la vida. Isabel tenía 35 años, vivía en una casa humilde, era guapa, trabajadora, muy seductora, y bailaba mucho mejor el tango que la milonga. Se ganaba la vida con dignidad, aunque siempre se arrepintió de no estudiar una carrera que le hubiese brindado un mejor pasar económico. Vivía en el barrio de Flores, y no tenía muy buena relación con los vecinos. Y, además, tenía una hija que en ese momento contaba con 3 años. Por esos tiempos, vivía en un monoambiente, porque apenas se había separado de su ex pareja, que, en efecto, era el padre de la criatura. Por eso, la primera vez que me invitó a su cama, (Porque estaba claro que no quería ver una película romántica conmigo), dejó a su hija en la casa de sus padres, o sea, los abuelos de la nena. Pero la segunda noche, fue irreversible cualquier cambio de planes. No solo porque ambos habíamos bebido demasiados licores en la tanguería de Palermo. Recuerdo que llovía a cántaros, que hacía un frío que congelaba hasta las pilas de los timbres, y estábamos al borde de un estallido social, a juzgar por la preocupación que mostraba la prensa.

¡Tranquilo papi, que no pasa nada! ¡Esta guacha duerme que da calambre! ¡No es la primera vez que lo voy a hacer con ella en la cama!, me dijo, una vez que estuvimos prendidos fuego, ya adentro de su pequeño rincón que olía a perfume femenino, entre que nos desvestíamos y besuqueábamos con decisión. Yo, había visto que, en uno de los costados de su cama, una nena de pelito con rulos soñaba feliz, vaya a saber con qué. Estaba bien acurrucada, y tenía una muñequita al lado de su almohada. Le dije que era una locura hacerlo en la misma cama en que dormía su hija. Ella, me chistó, diciéndome que, si se despertaba por lo fuerte que le estaba hablando, todo sería peor. Así que, en efecto, terminé sentado sobre la cama, con la boca de Isabel mordisqueándome la pija con un arte del que no la creía tan versada.

¡No sabés cómo extrañaba esta verga papi! ¡Cómo me la apoyaste en la tanguería, hijo de puta! ¡Tengo la bombacha re mojada, culpa tuya! ¿Así la apoyaste a la rubiecita esa, con cara de gato?, me reprochaba, elevando un poco la voz, mientras ahora acunaba la dureza de mi pija entre sus tetas desnudas, perfumadas y tan ebrias de placer como mis huevos. Podía sentir cómo allí adentro se fabricaban toneles de semen, y ya tenía ganas de enchastrarle hasta el apellido. No le importaba que intente persuadirla de bajar la voz. Solo le interesaba saber si le había manoseado el culo a una minita, o si le había ojeado demasiado las tetas a Lurdes, una pendeja brasileña que solía frecuentar la tanguería. Yo respondía impetuoso que no a todas sus curiosidades.

¡Así papito, dame pija en las tetas, y en la boquita! ¡Así papi, dame toda la verga, toda la lechita! ¿O querés acostarte ahí, y sentir el incendio que me dejaste ardiendo en la concha? ¡La verdad que hace frío!¡Podría cabalgarte toda, como la peor de las percantas, en mis sábanas! ¿Me querés coger? ¿Querés que esta hembra se ahogue con tu pija?, me preguntaba sagaz y sin filtros, señalando el lado vacío de la cama, mientras seguía babeándome la pija, mordiendo mi escroto para forzar mis respuestas, y usando mi pene como un látigo contra sus tetas impactantes. Y, de repente, estuve boca arriba sobre su cama, debajo de sus sábanas, con su cuerpo encima del mío, Yo, ya sin una prenda que me correspondiera. Ella, se había dejado la tanga y las medias color piel, porque decía que tenía frío en los pies. Pero, me aterraba la idea de empezar a moverme. ¡Podía despertarse la nena! Cosa que al fin pasó, en el exacto momento en que mi glande cabeceó el orificio de su vulva ardiente como el mismísimo infierno, y la obligó a gemir. Le mordí los labios para silenciarla. Pero la nena suspiró, y balbuceó algo que nadie entendió.

¿Qué pasa Luji? ¿Tenés frío? ¿O querés hacer pis? ¡Vos, tranquilita, que mami está buscándote un papi nuevo! ¿Sí? ¡Vamos, dormite, que afuera llueve mucho!, le decía Isabel, quedándose quietita con mi pija en los albores de su conchita, acariciándole la cara a Luján que, suspiró de nuevo, con todo el peso de los sueños mal dormidos. Entonces, le sugerí que no era buena idea decirle esas cosas a su hija, para no ilusionarla, o cosas por el estilo. Pero en cuanto el angelito volvió a palmar de sueño, Isabel empezó a moverse como una leona salvaje, diciéndome que yo sería un buen padre para ella, que le enseñaría a bailar muy bien el tango, y que sabría cómo malcriarla, porque me veía pasta con los niños.

¡Ya te imagino, llevándola al boliche, alejándola de los buitres que se la quieran garchar, cuando ande mostrando el culo, o las tetas! ¡Seguro que, con la madre que tiene, va a ser flor de bombachita floja! ¡Dale, así, cogeme toda papi! ¡Cogeme, que andás con el pito caliente! ¡Espero que sea por mí, y no por la brasilerita esa! ¡O, por imaginarte a mi hija mostrando la bombacha en el caño!, me decía, entre delirios, gemidos, cortinas de vapores y saliva, y el percutir de sus caderas sobre mi cuerpo. Podían escucharse nuestros jugos, y cada choque de mi glande en el tope de su sexo felino. Me mareaba su aliento a licor, el perfume de su cuello, el bamboleo de sus tetas en mi pecho, y la forma con la que me pedía que le amase las nalgas. Acabé adentro de ella, totalmente enceguecido, jadeando de emoción, perdido y repleto de temblores. Y fue así, a pija pelada. No hubo forma de pensar en preservativos. Al punto que ella tenía que callarme con sus tetas en la boca para que no asuste a su hija. Es que, entretanto Isabel me insistía con que yo debería ser el instructor sexual de Luján, el hombre que la desvirgue, que le enseñe a ir al baño solita, (ya que algunas veces tenía que ponerle pañales), y un sinfín de locuras que sería imposible recordarlas, por lo perversas, y por el éxtasis del orgasmo que nos enlazaba. ¡Y en mi cabeza, ya me veía haciéndole un hermanito!

Y hubo otras noches en las que Isabel me tumbó sobre su cama para que cojamos allí, ignorando los sueños de Luján. Una de esas veces, ni siquiera le importó que se hubiese hecho pis en la cama, totalmente dormida, vaya a saber a qué hora. Esa noche, los dos salimos a tomar un café, a eso de las 12, una vez que nos aseguramos que Luján dormía. A las dos horas volvimos a su rinconcito peligroso para sacarnos las ganas. Le sugerí que lo hagamos de parado contra la pared, o sobre la mesa. Tuve éxito, porque al principio nos re chapamos apretujados entre la heladera y un lavarropas. Le subí la pollera para pajearla, como ella ya me lo hacía con todo su repertorio. Incluso me había sacado la pija afuera del jean, para salpicarse toda la ropa con los jugos preseminales que urgían por embarazarla. Luego, me hinqué ante su altar sagrado, como si quisiera suplicarle por la vida de miles de invisibles dolientes, y me atreví a bajarle la tanga para comerle la concha, saborearle el clítoris, y deleitarme con la fragancia de sus deseos de hembra deslizándose por sus piernas, como un río correntoso. Pero entonces, me levantó del cuello, y, simulando ahorcarme por haber sufrido con uno de mis mordiscos en sus piernas, me fue arrastrando hacia su cama. Me desnudó el torso entre besos feroces, mientras le recordaba que estaba su niña. Me pidió que le muerda una teta, y ella me pellizcó la pija, sabiendo que eso me vuelve loco. Y al fin, descalzo y desnudo, dejé que sus fuerzas me derriben sobre su cama. ella se acostó sobre mí, pero ofreciéndole su monte de venus a mi boca, y tomando por asalto la virilidad de todo lo que me quedaba por vivir en ese momento. Y se lo dije. Le dije que la cama estaba mojada. Recuerdo que ella le restó importancia, y que, mientras ambos comenzábamos a comer del sexo del otro, murmuró algo como: ¡Sabía que, por las dudas, tendría que haberle puesto un pañal! ¡Igual, no te preocupes, que solo se hace pis! ¡Además, nada, ya tengo que cambiar el colchón! ¡Ese es el riesgo de tener hijos! ¡Si hubieses tenido alguno, te habrías despertado mil veces con la cama meada!

Lo fuerte de todo aquello, fue que el fragor de su vulva en celo me cegaba tanto que, empecé a nalguearla con todo, como si el peso de mis manos tuviera el desdén de juzgarla por sus tristezas pasadas. Ella, se atragantaba con mi verga enfierrada, tosía, me imploraba que no detenga mis chirlos, y me repetía sensiblemente: ¡Seguí así, chupame toda, comete bien mi concha, lameme toda papi, asíiii!

En medio de lo criminal de nuestros chupones, respiraciones cargadas de fiereza y rebeldías, fuimos encimándonos un poco a la nena, que aun así no se despertaba. Pero, fue entonces cuando noté que, todo lo que tenía puesto, era la bombachita mojada.

¡Che! ¿La nena duerme desnuda? ¡Creo que, tiene bombacha nomás! ¡Y está mojada!, le dije, en medio del éxtasis que seguía quemándonos las neuronas, mientras nos seguíamos devorando, mordiendo y sorbiendo.

¡Sí, a veces duerme en bolas! ¡Pero es chiquita! ¡A mí no me jode! ¡Dale, dame la leche, que después cambio a la Luji! ¡Asíiii, mamame la conchaaaa, asíiii!, empezó a gimotear, mientras mi lengua se retorcía en su hueco carnal, llenándose de sus mieles fértiles, al mismo tiempo que mi pija empezaba a convertirse en una ametralladora seminal en su garganta. Me daba cuenta que se esforzaba por tragarse todo, por saborearlo todo, y por lengüetearme las bolas en busca de los restos de semen que se le escabullían. Habíamos estado tan encendidos que, casi tirábamos a la nena de la cama. ella misma tuvo que sostenerla, casi que en el mismo instante en que al fin se despertaba. Y de pronto, todo el cuartito se iluminó con la cruda realidad que nos rodeaba. ¡Ni siquiera me dio tiempo a vestirme! ¡Isabel destapó a Luján, le sacó la bombacha al frente de mis ojos, y se la hizo oler para retarla con una mezcla de dulzura y fascinación.

¡Otra vez meándote en la cama Luji! ¡Por favor amor! ¡Encima, hoy tu nuevo papi se acostó en la cama! ¡Y vos, haciéndote pis! ¡Vamos, levantate, así cambiamos la sábana, y te lavás un poquito, chancha!, le iba diciendo, mientras la nena entre rezongos y poquísimas ganas de moverse, se metía en el baño, y la morocha que la rompía en las pistas de las tanguerías, ahora cambiaba las sábanas de su cama. yo seguía en bolas, y con la pija en llamas. No entendía por qué me había excitado el hecho de mirar a esa nena desnudita. Culpé a Isabel por instaurar aquel extraño sentimiento en mi cabeza. Pero, inmediatamente la perdoné, una vez que Luján volvía a reposar en la cama, y ella retornaba a chuparme la pija, en teoría con la nena ya dormida nuevamente.

El tiempo fue pasando, y varias veces más Isabel y yo tuvimos sexo en la misma cama en la que descansaba Luján. Por lo menos, hasta sus 6 añitos, en que Isabel y su hija se mudaron a Flores. Por ese tiempo ya no se hacía pis en la cama, ni tenía el sueño tan pesado. Por lo que, en ocasiones, si su madre no lograba que ella se ponga a jugar con su celu en el sillón, le pedía que se quede quietita, acostada, y que trate de dormirse, mientras nosotros teníamos sexo de las formas más silenciosas que podíamos. Aunque, era inevitable para ella gemir como una loca cuando llegaba al orgasmo, o cuando yo le chupeteaba las tetas. Isabel le decía siempre cosas tales como: ¡Vos, quedate tranquilita, que mami está trabajando para ver si se queda embarazada otra vez! ¿No te gustaría tener un hermanito? ¡Por ahí, sale una nena, y vas a tener a alguien a quien maquillar! ¡Le vas a poder cambiar los pañales, como a tus muñequitas! ¡Dale Luji, dormite, que mami y el papi Daniel están, haciéndose mimitos, queriéndose mucho, y haciendo el amor para traerte a un hermanito!, mientras gemía, me pedía la leche, festejaba la dureza de mi verga, y me susurraba al oído para que le roce el agujerito del culo, por encima de su tanga. Pero también me decía cosas como: ¡Seguro debe tener la conchita llena de cosquillas, imaginando lo que me hacés! ¿Vos qué decís? ¿Querés que le saque la bombachita?

Yo siempre ponía un freno a todas esas ocurrencias. Solo disfrutaba de engramparme a semejante mujerón. Pero, no quería inmiscuirme en ese tipo de fantasías, fetiches, o desviaciones sexuales. Se lo manifestaba, sin importarme que me pusiera cara de orto, o que me dijera: ¡Cuando crezca, y te pida que le hagas upita, vas a ver cómo se te va a calentar el pito, con su olor, su culito, y el alientito de su boca de nena, diciéndote, papito, chupame las tetas, o mirame la bombacha, o pellizcame la colita! ¡Te va a calentar cuando masque chicle cerca de tu nariz, y tenga olor a calentura en las tetitas!

Sin embargo, una de esas noches, Isabel me sorprendió cuando, en medio de mis envestidas a su conchita más caliente que siempre, por unas escenitas de celo que entretanto construía en mi mente con una japonesa que conocimos en otra tanguería, puso sobre mi rostro algo que, tenía la tibieza, la suavidad, y el aroma que claramente mis sentidos conocían. ¡Sí! Era la bombacha azul de su hija. Se la había quitado mientras yo entraba en su vientre con mis espermatozoides enloquecidos por alimentarla, y me la restregaba con todo, diciéndome: ¡Olela Dani, dale, así la reconocés bien! ¿Huele a mujercita? ¿O todavía tiene olor a pichí la pendejita? ¡Cogeme toda, olé a mi nena, dale papi, danos la leche a las dos! ¿Está calentita la bombacha de mi Luji? ¡Imaginate cómo va a tener la conchita cuando crezca!

¿Se la sacaste ahora? ¿Vos estás loca? ¿Cómo vas a desnudar a tu nena?, llegué a decirle. Pero la verdad es que no podía dejar de drogarme con el olorcito entre juvenil y prohibido de esa mocosita, mientras mi pija se inflaba de semen caliente en las paredes de esa caverna de hembra histérica, que me metía aquella bombachita en las fosas nasales, en la boca, y se la frotaba en las tetas. Olía a una mezcla entre perfumito, jabón, pis, y una frescura imposible de explicar. Creo que, empecé a largarle la leche adentro cuando ella me mordía la boca, haciendo que el músculo y la carne se fundan en un concierto de gemidos vertiginosos, al tiempo que me decía: ¡Llename toda, dale papi, llename de hijitos, haceme todos los bebitos que quieras, asíiii, largame todo, bombeame toda, ahora que la Luji está en conchita, y vos olés su bombacha! ¿Te gusta olerla? ¿Te excita el olor de las nenas que no tienen papá? ¡Por eso se mea en la camita la pobre! ¡No tiene un papi que le pegue en la cola, que le haya cambiado los pañales, o le enseñe a ser una nena limpita! ¡Garchame asíii, arrancame el peloooo, dame pijaaaa, toda la lechita, llename asíii, reventame la argolla que no puedo más!

A los meses, Isabel y Luján se fueron a vivir a Flores. Casualmente el barrio en el que vivía con mi madre, hasta que la pobre falleció. Pero, Isabel no era mi mujer exclusiva, ni yo su hombre para toda la vida. Ambos teníamos nuestras propias aventuras, y no nos debíamos explicaciones, ni reproches. Solo que, durante algunos meses, nos frecuentamos un poco menos. Ella no asistía a las tanguerías, y yo, estaba inmiscuido en mis asuntos laborales. Hasta que, una tarde, coincidimos para salir a tomar un café, y después, tal vez hacernos una pasada por una milonga que se había inaugurado en Palermo. Había una orquesta en vivo con un par de cantantes de la san puta, buenos tragos, y premios a los mejores bailarines, según el pijama de la concurrencia. Nos copó tanto que, pasamos por Pugliese, Di Sarli, Troilo y Piazzolla, casi sin darnos cuenta. Nos ganamos un par de tragos, y un baucher de masajes en un lugar de dudosa procedencia, ya que en el folleto había dos minusas en tetas, con brillitos en los pezones, y unas tanguitas estrafalarias.

¡Che, la semana que viene, tu hijastra cumple ocho años! ¿Le vas a regalar algo? ¡No sabés lo culoncita que se está poniendo! ¡Demasiado para su edad!, me dijo Isabel, mientras caminábamos por Corrientes, buscando algún barsucho para comer algo. Mi primera intención fue la de no decirle nada. Pero, en cuanto empezamos a besarnos en una esquina, le dije: ¡Vamos a ver qué le puedo regalar! ¡Seguro, alguna tontera!

¡Tenés que verla! ¡Esta noche, si querés venís a casa, y cogemos! ¡No te preocupes, que ella tiene su propia camita! ¡No hace falta que nos acostemos con ella! ¡Aunque, sé que, en el fondo, vas a extrañar su perfumito, y el olor de las sábanas! ¡Todavía, alguna que otra vez, se hace pipí!, me dijo entre ocurrente y nerviosa. Acaso por luchar demasiado con el estado que le adjudicaba al Martini, o al mojito cubano que compartimos. A mi modo, le mencioné que prefería hacer a un lado a Luján de nuestras aventuras sexuales. Ella entrecerró los ojos, y se me recostó en el hombro para sugerirme que paguemos la cuenta, porque ya las piernas se le abrían solas de las ganas que tenía de garchar. Entonces, en cuestión de minutos ya estábamos en su nueva casa. No era tan espaciosa como me lo había pintado. De hecho, era cierto que Luján tenía su propia cama. pero compartía el dormitorio con su madre, quien tenía otra cama de una plaza. Recuerdo que nos chocamos todo mientras nos desvestíamos entre besos, manoseos deshonestos, alguna que otra nalgada o pellizco, y risas incontrolables. Hasta que llegamos al cuarto. Isabel no encendió la luz. Aunque, esa vez la luna era un farol de plata colándose por la ventana, iluminando a la perfección la cama de Luján, quien dormía culito para arriba, apenas con una bombachita rosada, gracias al calor que empezaba a vaticinar un verano demoledor.

¡Mirale la cola, dale! ¡Yo te doy permiso! ¿La tiene como dos manzanitas la guacha! ¡Ni yo resisto la tentación de pellizcársela!, me decía Isabel, colgada de mis hombros, manoteándome la pija; ambos en ropa interior, parados entre las mencionadas camas. La verdad, era increíble que esa nena portara semejante culito. Mis ojos se la recorrían mientras su madre presionaba mi glande, me mordía el lóbulo de la oreja, y me friccionaba sus tetas por donde quería.

¡Mirá cómo se te pone esta pija papi! ¡Mmmm, Fuaaa, lo que hace la colita de mi hija! ¿Te calienta mucho? ¡Pero, esa lechita, es solo mía! ¿Me entendiste?, me decía, mientras poco a poco lograba doblegarme para que me siente en su cama. allí su boca rodó por mi pecho como una esfera roja, dejando huellas de labial en mi piel. Hasta que se apropió de mi pija al quitarme el bóxer con impaciencias, y me la empezó a lustrar con esa lengua caliente, serpenteante y guerrillera. Cada lametazo valía un segundo de infierno para la herencia de mi destino. Pero me daba igual. Y peor cuando, Isabel me sorprendió al bajarle un poquito la bombacha a su nena para acariciarle las nalguitas. Primero con su mano derecha. Y luego, con mis propias falanges temblorosas.

¡Tocala papi, dale, toqueteale la colita a mi bebota, así la leche se te calienta, y te hierven los huevitos!, me decía la hija de puta, mientras mis dedos reconocían la línea que dividía esas nalguitas, y su boca seguía esforzándose por tragar y tragar de mi verga hinchada como nunca, afiebrada y demente. Y, de pronto, como si fuese una experta de los sofocones sexuales masculinos, o acaso porque mis jadeos evidenciaron que mi orgasmo me cortaba la capacidad de respirar, la muy turra me obligó a ponerme de pie para que, primero le pegue un par de pijazos en la cola a Luján. Y luego, y no menos importante, para que derrame mi desconcierto seminal sobre esa piel sedosa, en la bombachita y las piernitas de esa nena que, tal vez soñara con cucuruchos, pochoclos, o con ositos de peluche. Ella, mientras yo no paraba de acabar, me frotaba sus tetas de milonguera arrebatada, me chuponeaba todo lo que se encontrara de mi piel expuesta, y me envalentonaba para que cumpla con mi misión, diciéndome: ¡Dale papi, mojala con tu lechita, mojale la cola, la bombachita, y encremala toda! ¡Así tiene la piel firme, tersa y suave como la de su mami! ¡Dale papu, llenala de leche, regale bien esa colita de trola que tiene! ¿Me vas a negar que se te calentó el pito mirándole la cola? ¡Bueno, y espero que, también, con la mamada que te di! ¡Dale hijo de puta, enlechate a mi hija, así aprende lo que es andar con olor a machos en la piel!

Por supuesto que, una vez que el idilio, los ratones, la lujuria y el orgasmo se esfumó, y cuando al fin nos volvimos a mirar a los ojos, ambos tuvimos miles de preguntas. Pero, todo quedó una vez más en la nada, porque ahora debía satisfacer a Isabel. Tarea que no me costó demasiado, teniendo en cuenta la calentura que irradiaba su vulva de gata salvaje. Fue un surmenaje de arremetidas furiosas, de ruidos y escándalo, de fricciones y mordiscos, besos ahogantes, gemidos y palabras inteligibles las que nos llevaron, a mí a un nuevo disparo seminal que se acunó en sus tetas, y a ella, a un orgasmo fatal, con mis dedos laboriosos en su clítoris, y otros más revolviendo sus jugos de irreversible tempestad. Y entonces, ahora sí que nos quedamos en silencio. Quise disculparme por ensuciar a esa nena. No encontré las palabras, ni el momento. Ella seguía reclamando sexo, pasión y guerra. Pero, yo tenía que irme, pues, al otro día me tocaba presentarme en el juzgado, muy temprano.

El tiempo comenzó a pasar. Isabel y yo seguíamos revolcándonos cuando las posibilidades se nos acercaban. En un telo, en algún depósito de súper mercado, en la calle en plena madrugada, en un par de estaciones de subtes, y por supuesto que, en su casa. Estuviese o no Luján. Entretanto, cada uno tenía sus propios filitos. Aunque, ella me superaba ampliamente. De hecho, me lo echaba en cara todo el tiempo. Me decía que, me estaba poniendo canoso, intolerante y tacaño. En cambio, ella se floreaba con tener las tetas firmes, una boca encantadora, un culo dentro de todo bien parado, y lindas piernas. No le faltaba razón. Pero, en lo que a mí respecta, me había vuelto muy exigente con mis posibles aventuras, después de haber sucumbido al hechizo sexual de semejante morocha. Yo le echaba la culpa a ella de mis cacerías, un tanto esquivas, podría decirse. Pero, pasaron 2, 3, 4 años, y nuestra química permanecía intacta. Nos deseábamos con solo mirarnos. Al punto tal que, hasta terminamos fifando en el baño de ciertas tanguerías. También en el baño de un café muy reconocido de Puerto Madero. Todo hasta la noche en que, los guiños de un destino cada vez más turbio me condujeron a lo inevitable. Supongo que, si hubiese hablado de esto con mis amigos, alguno de ellos me habría advertido prudencia.

Esa noche en particular, llovía a cántaros. Isabel y yo nos habíamos hecho hilacha en la pista de una tanguería de San Telmo. Su vestido fucsia con el tajo acorde para la situación, era el faro para toda la muchachada. Incluso, una mujer con pinta de platuda la invitó a bailar, y le halagó las tetas, haciendo que se ponga colorada. Sin embargo, cuando pensaba en pedir una nueva ronda de tragos, Isabel me dio a entender que lo mejor era irnos a su casa. Recién en el taxi me dijo que se sentía descompuesta. De inmediato, un sentimiento egoísta se apoderó de mis sentidos más primitivos. Tal vez, ella también se moría de las ganas de coger. Pero yo estaba excelente, con una erección más que necesitada de una vulva sedienta, o de una boca caliente. Para colmo, Isabel se me echaba en el asiento de ese taxi, con las tetas casi que, saliéndose del vestido, y su perfume me seducía con la debilidad de su estado. Así, vulnerable y media mareada, me llenaba de más ganas de hacerle miles de hijos de un solo mete y saque. Cuando llegamos a su casa, bebimos agua, nos quitamos algo de ropa, y empezamos a franelearnos en la cocina. Ella parecía recobrar los colores de su rostro. Pero como se había tomado una pastilla para el dolor de cabeza, casi que inmediatamente empezó a quedarse dormida en mis brazos. Se disculpaba a cada rato por no poder satisfacerme; aunque no paraba de manotearme el paquete. La acompañé hasta su cama, la descalcé, la ayudé a quitarse el corpiño y a recostarse entre sus sábanas. Me dijo que, si cerraba los ojos, el mundo se le daba vueltas; Pero me aseguró que no quería vomitar, ni atención médica, ni más pastillas; que solo necesitaba dormir. Entonces, vi que la cama de Luján estaba vacía, aunque con varias bombachas y corpiños sobre su almohada. Isabel me sugirió que me recueste allí, a esperar que se recupere, y después, tal vez podíamos deshacernos en pasiones amatorias. Y, casi que, al instante, mientras ella se quedaba dormida, yo enfilaba para la cocina. Necesitaba tomar algo más fuerte que agua, además de revisar mi celular, porque esperaba una llamada laboral importante. Todavía resonaba en mis labios el último beso que esa morocha me regaló mientras le sugería descansar, y prometiéndole darle masa al día siguiente, cuando un fantasma me habló entre la penumbra y la lluvia golpeando el techo.

¿Mi vieja está mejor? ¡Espero que no esté embarazada! ¡No quiero tener un hermanito!, me dijo la voz de Luján, apareciendo ante mis ojos con el pelo suelto, los ojos radiantes de sorpresa, acaso al encontrarme en bóxer, y sus 14 años iluminándole cada tramo de su sonrisa. ¡Isabel me había dicho que su hija se había quedado en lo de sus abuelos!

¡Naaa! ¡Te re mintió! ¡Estaba en el baño! ¡Los escuché llegar, y bueno, imaginé que mi vieja estaba media mareada! ¡No es la primera vez que le pasa!, me dijo cuando se lo pregunté, yendo y viniendo por la cocina. Tenía una remerita azul sin corpiño, y unas tetitas verdaderamente seductoras. Casi tanto como su colita comestible, envuelta en una bombachita blanca que, medio se le caía. Tenía unas crocs en los pies, y una inquietud evidente.

¡Bueno, quedate tranqui, que ella está bien! ¡Yo, mejor me voy! ¡Supongo que tendrás sueño! ¡Es re tarde!, le dije, cuando la lluvia aceleraba su comparsa sobre los charcos que se formaban en mi mente. Necesitaba dejar de mirar a esa hembra de caramelo.

¡Ni ahí tengo sueño! ¡Además, cuando llueve, me dan ganas de ser como mi vieja! ¿A vos te gusta garchar con lluvia?, me sacudió su voz ya sin una pizca de niñez. Me quedé mudo, y estúpido.

¡Igual, de todos mis papis, creo que vos sos el que más veces vino a casa! ¡Y, el que más le gusta a mi vieja! ¡Yo me acuerdo de muchas cosas! ¡Y me gustaba!, insistió, tal vez para quebrar mi silencio incómodo, mientras se sentaba en una silla, después de tomarse un vaso de gaseosa.

¿Qué te gustaba? ¡No sé bien de qué hablás! ¡Imagino que, te acordarás de que, bueno, por ahí tu mami y yo, dormíamos en la misma cama que vos! ¡Hasta que se mudaron a esta casa!, traté de reconstruirle, sin saber si quedarme de pie, o sentarme en el sillón que había junto a la ventana repleta de gotas de lluvia.

¡Sí, y cuando nos mudamos, también garchaban al lado de mi cama! ¡Me acuerdo que, más de una vez hacías chanchadas con mi vieja, y que, terminabas dejándome la leche en la bombacha! ¡Casi siempre en la cola, porque yo dormía culo para arriba! ¡Eso es lo que me gustaba! ¡Pero, por ahí vos ni te acordás!, me puso en situación, sorprendiéndome por completo. Supongo que allí se me borró hasta el ADN, porque no supe qué decirle, ni cómo volver a mirarla a la cara.

¡Hey! ¿Qué onda? ¡Parece que hubieses visto un fantasma! ¡Lo que digo es cierto! ¿O no? ¡La última vez, me acuerdo que llegaron medios borrachos, y que mi vieja te pidió que apoyes tu pija en mis tetas! ¡Bue, en lo que tenía en ese momento! ¡Y, creo que esa vez, mi vieja me sacó la bombacha, y me tapó enseguida, para que no me mires en bolas! ¡Yo la re flasheaba con eso! ¡A ninguno de los tipos que traía, mi vieja me entregaba así! ¡Igual, por mí mejor! ¡Porque, vos sí me calentás!, siguió, ahora abriendo las piernas para frotarse la vulva. Yo creía que el whisky me había pegado como el orto, o que algún hijo de puta me había puesto una pastilla alucinógena en el trago, o que, definitivamente esa piba era la que se drogaba, y su madre no lo sabía. ¡Entonces, la guacha no estaba dormida del todo, cuando los fetiches de Isabel afloraban con todas sus lujurias a flor de piel! ¿Acaso lo sabía? ¿Le hablaba de mí a su hija? ¿De las cosas que hacíamos? ¿Le confiaba lo que sentía cuando cogíamos? ¿Ella misma le preguntaría cosas? ¿Tendría curiosidad por estar con alguno de los hombres que su madre llevaba a la casa? Entretanto, mis pasos me guiaron al sillón, acaso para no desmayarme en el intento de buscarle la vuelta a tanta efervescencia.

¿No te parezco linda, papi? ¡Ya no me hago pis en la cama, ni juego con muñecas! ¡Además, yo soy tu hijastra, y me tenés que enseñar muchas cosas! ¡Últimamente no venís seguido a verme! ¡Ahora que mi vieja duerme, me podés enseñar!, me decía, mientras subía una de sus piernas sobre las mías. Yo no sabía qué hacer con las manos, ni cómo disimular la erección de mi verga que me avergonzaba. Tenía la ilusión de que ella no se percate de ese detalle.

¡Luji, mirá, me parece que, es demasiado balurdo todo esto! ¡Vos sos una nena, y yo, no sé si, tenemos que hablar de estas cosas! ¡No sé qué te puedo enseñar! ¡Y yo, no soy nada tuyo! ¿Entendés? ¡Tu mamá y yo, ni siquiera somos novios!, le decía, tratando de acompasarme en la calma de la lluvia que seguía ignorando la tensión de esa cocina en penumbra.

¡A mí no me importa si sos su novio! ¡Ella tiene muchos! ¡Yo quiero que, vos me enseñes otras cosas!, me dijo, dejando que su lado izquierdo se derrumbe sobre mi cuerpo, y que mi nariz descubra al fin el aroma de su piel húmeda, o acaso por la humedad que había en su bombachita. Lo cierto es que, de repente su boca se abrió como un naranjo en flor sobre mis labios, y saboreé su lengua, ya sin preguntarme si correspondía, si valía la pena, o si me arrepentiría después. Desde entonces, Luján empezó a temblar, a deshacerse en mis brazos, a gemir suavecito, a llenarse de mariposas y saliva, y a subirse poco a poco sobre mis piernas.

¡Bajate nena, dale!¡Mejor, la cortamos acá! ¿Dale? ¡Yo no le digo nada a tu mamá!, le dije, sin forcejear con ella, pero haciendo un tobogán con mis piernas para que se dé cuenta que esto era una locura. Pero Luján me susurró, luego de oler y lamer mi cuello: ¿Me bajo yo? ¿O me bajo la bombacha? ¡Dale papi, enseñame cositas sucias! ¡Cambiame el pañal, que soy tu hijita! ¡Bien que antes me mojabas toda con tu lechita! ¡Ahora, la quiero en la boca! ¡Y por mí, decile a mi vieja que yo te comí la boca! ¡No me importa! ¡Y a ella, tampoco sé si le importe demasiado!

De pronto, su colita tibia y liviana comenzó a deslizarse a lo largo y ancho de mi pija, como en una danza demoníaca que me desconcertaba. Ella sola se subió la remerita y me puso las tetitas en la cara para que se las saboree, huela y mordisquee a placer. Olían a jazmín, a fresias, a jabón adolescente, a pecado incompresible, y a calentura. Las tenía calientes, latían desesperadas, y los pezones se le ponían cada vez más duritos al contacto de mi lengua, labios y dedos. Ahora sí que la nena gemía con entrega, más babita en la boca, manotazos y roces a mi pija. yo le apartaba las manos, diciéndole que eso no se toca, que todavía era chiquita para esas cosas, y vaya a saber qué otras pavadas.

¡Dale papi, no seas malo! ¡Dame la lechita! ¡Yo sé que a mi mamá le gusta tu leche! ¿Muchas veces le acabaste a dentro vos?, me decía, con dificultades para respirar gracias al torbellino de cosquillas que le burbujeaban en la vagina.

¡Hey, es obvio que ya no soy virgen! ¿No se nota? ¡Igual, nunca hice nada con mis otros papis! ¡Solo, con un chico que, fue mi novio, hasta hace unos días!, me decía de pronto, quitándose la remerita, abrazándose a mi cuerpo con las piernas, pegando sus tetitas a mi pecho, y regalándome el aliento de sus verdades en un nuevo besuqueo que estallaba con la misma violencia con la que la lluvia seguía humedeciendo a los árboles de la ciudad.

¡Pará Luján! ¡Sos una zarpadita nena! ¿No te parece que, yo soy un adulto para jugar así, con una nena como vos?, le decía, tal vez entregado y sin fichas al juego perverso de sus ganas de aparearse. Ella, seguía fregándome sus pechitos en la cara, buscando mi lengua para succionarla, y mordiéndome la nariz, o los labios con un leve gemidito en la garganta, repitiendo casi sin querer: ¡Quiero tu lechita papi, dale, dame lechita!

Entonces, casi en un impulso de la noche repleta de agua y viento, y mientras Isabel soñaba tal vez con algún tango en sus caderas, dejé que Luján, su hija, introduzca su pequeña mano en la temperatura sofocante de mi pene que gruñía bajo mi bóxer. Los ojos le resplandecieron como relámpagos, y un suspiro la obligó a retornar a mis labios, mientras sus dedos tibios empezaban a presionar mi glande, a recorrer mi tronco, a rozar mis venas con sus uñas, y a humedecerse con los jugos inevitables de mis ansias por hacerla volar de placer. Y de pronto, la tenía de pie sobre el sillón, con mis manos apretándole las nalguitas, y con su pubis pegado a mi cara, todavía con la bombachita puesta, empapándose de sus amaneceres de mujercita caliente, y soportando el reconocimiento obsceno de mi nariz. Olía a primavera, a libertad, a curiosidades rebalsadas, a pis de nena, y al fuego más peligroso de la naturaleza. No podía dejar de olerla, ni de meterle dedos en la conchita, mientras poco a poco ella misma se bajaba la bombacha. Y entonces, apenas dijo: ¡Meteme la lengua en la concha papi, que no te voy a mear!, esa orden fue lo que mi cerebro precisó para calibrar un lametazo tras otro, una arremetida y otra más, y unas frotaditas a su botoncito que, esta vez sí la hacían gemir. Su voz parecía la de una bebé pidiendo leche, o el chupete. Pero también la de una hembra exigiendo respuestas, fricciones, penetradas y chirlos. De hecho, cuando le di el primero, la desfachatada me dijo: ¡Cagame a palos la cola, dale papi, pegame, dame otro chirlo, que me porto mal! ¡Ando peteando a los pibes en el baño de la escuela!

Ni siquiera le pregunté si aquello era verdad. Solo sé que, cuando me sentí enfermo, incapaz de soportar un segundo más el aroma de su conchita juvenil en mi cara, la bajé de mi rostro para acomodarla junto a las puertas de una nueva aventura. Y ella supo lo que hacer, en cuanto su cara se chocó con mi bulto. Me bajó el bóxer, me escupió la cabecita de la chota, acercó su boca y empezó a lamer mi verga desde abajo hacia arriba, y al revés. Después se pegó en la boquita con ella, me la volvió a lamer, me la llenó de besitos con baba, y luego se la metió en la boca. Al menos, mi glande festejó el contacto de sus dientes y su calorcito. ¡Y ni hablar cuando empezó a atragantarse cuando intentaba mandársela más adentro!

¡Pará bebé, que sos chiquita para meterte la pija de un hombre en la boca así nomás! ¡Disfrutala! ¡Por ahí, la de los nenes de tu edad, no sean tan grandes, o anchas como la mía!, le expliqué, sabiendo que me costaba encontrar las palabras, y hablarle sin gimotear. Es que, esa boquita no era para nada incapaz, o ignorante de lo que hacía. Me besuqueó los huevos, me lamió y mordisqueó el escroto, me pajeó la pija, y hasta se la frotó en las tetitas, después de echarle varias escupidas. Todo eso mientras farfullaba cosas como: ¡Dame lechita papi, que tengo hambrecita! ¡Dame leche en la boca! ¿O me querés largar la lechita adentro de la concha? ¿Te calentaba el olor de mis bombachas cuando era más guacha? ¡Sí, yo quiero que me llenes de leche, que me acabes adentro, como a mi mami!

Ahí se me rompió lo poco que me quedara de conciencia, o de sentido común. Yo mismo terminé de sacarle la bombacha, y se la hice oler, luego de olerla yo, preguntándole si ese noviecito que tenía había sido quien la desvirgó. Me dijo que no; que fue el hermano de una amiga, que tenía 10 años más que ella. Le dio gracia mi risa nerviosa, y se fue acomodando solita sobre mis piernas. Era algo instintivo. Mi glande debía golpear las puertas de su vagina un par de veces, mientras nuestras lenguas volvían a hacer el ritual seductor del sexo urgente. Su voz seguía temblando, y la imagen del rostro de Isabel se hacía más nítido en la penumbra. Aunque el viento y la lluvia parecían detenerse a ver y escuchar lo que pasaba.

¡Dale, metémela toda, ahora, que estoy re mojada! ¡Y, vos tenés el pito re babeado! ¡Qué chancha la chica que te hizo eso!, dijo al fin, en una mezcla de ironía y sarcasmo, casi en la misma dosis que solía usar su madre. Y no pude frenarme, ni detenerla. Desde que mi glande resbaló en la humedad de su vulva hirviendo, no paré de arremeter, penetrarla, bombearla y sacudirnos juntos, sin dejar de besarnos, ni de frotar nuestros pechos, sintiendo cómo sus pezones eran carne viva en cada poro de mis sensaciones más clamorosas.

¿Te gusta bebé? ¿Así, gemí putita! ¡Quiero escucharte lloriquear! ¿Te duele nena? ¿Te gusta sentirla toda adentro? ¿Sos una guachita putona vos? ¿Te re manosean en la escuela? ¡Y sí que me gustaba ensuciarte la bombachita cuando cogía con tu madre!, le decía, cegado y enloquecido de pasiones, mientras sentía que su conchita me presionaba la verga, me hacía explotar de jugos, y me afiebraba las neuronas cuando la nena movía las caderas para metérsela más adentro. Su aroma había cambiado, y sus gemidos eran más salvajes. El sillón se estremecía como nuestros huesos, y mis dedos se incrustaban en su piel. Había lagrimitas en sus mejillas, porque era cierto que le dolía. Pero no quería separarse de mis embates, ni de mis besos furibundos. Y, en cuanto le dije que, si seguía moviéndose así, iba a lograr que le termine adentro, con la idea de preguntarle si se cuidaba de alguna forma, o si al menos llevaba el control de su período menstrual, ella solo aceleró su frenético vaivén, sus remolinos de gatita en celo, y sus jadeos para que mi leche suba como un ejército de soldados desde mis testículos a la punta de mi pija. nos mordíamos los labios, mis manos le tamborileaban el culo, las suyas intentaban arañarme la espalda como aferrándose de lo que pudiera para resistir mis arremetidas, y su vulva multiplicaba jugos con mayores apuros, tal vez presagiando que mi semen podría polinizarla de un momento a otro.

¡Dale papiiii, largame la lechita adentrooo, e lo pido, cogeme toda, asíii, como te cogés a mi adentro! ¡Me encanta escuchar cómo te la cogés! ¡Vos la hacés gritar como ninguno! ¡Aaaay, asíii, rompeme la conchita papiii, que soy tu hija, tu bebé! ¿No cierto? ¿Cierto que soy tu hijita, tu bebé chiquita? ¿Me re manoseabas cuando te garchabas a mi vieja? ¡Decime que síiii!, empezó a gritar la pendeja, tal vez sin pensar que aquello pudo ser el fin para nuestras vidas. ¡Si se llegaba a despertar Isabel, vaya Dios a conciliar algún tipo de perdón para nuestros actos! ¡Pero, yo era el adulto! Y mientras pensaba en todas las veces que había tenido sexo con Isabel, y su nena al lado, o en las que acabé en su colita, o sobre su bombachita, sentí que no había otra cosa por hacer, ni nada que me diera tanto placer como iniciar una flor de descarga brutal en la vulvita de esa nena. Era como si no pudiera parar de largar semen, y ella se llenaba de más lagrimitas, gemidos, jugos y sudores. Fue tan violento el primero de los sacudones que, Luján casi se cae de mis piernas. Aunque su conchita no se apartó de mi poronga. Parecían imantados, o inducidos por el morbo lujurioso de todo lo que ninguno había podido concretar. Yo, no había podido tener sexo con Isabel, y tal vez, Luján se estaba masturbando cuando llegamos a la casa. El segundo sacudón, fue menos animal, pero más lechoso y fértil. Luego, varios chorros de semen tuvieron que introducirse hasta por sus venas, porque, ella temblaba y se retorcía de placer, regándome también con sus propios jugos. No hablábamos, ni hacíamos otra cosa que besarnos, mordernos la boca y apretujarnos.

¡Me encantó tener tu verga adentro, papi! ¿A vos? ¿Te gustó cogerme? ¿Te calentó cogerte a la hija de tu novia, o amante, o lo que sea?, me preguntó Luján, una vez que el aturdimiento, la lluvia, los jadeos, los sacudones y el besuqueo se detuvieron en medio de la penumbra. No le respondí. Tenía el corazón cargado de latidos, y la pija toda pegoteada de su sabia vaginal, y no quería dejar de disfrutar de ese momento tan particular. Solo que, ahora, de repente todo era más incierto que antes.

¡Bueno, no me digas nada! ¡Mami me dijo que, si ella alguna vez no podía, o se descomponía, que yo tenía que hacer de ella, y sacarte las ganas! ¡Dijo que vos podías sacarte las ganas conmigo!, se atrevió a decir, llevándolo todo a un lugar más perverso e indescriptible. La miré como sin poder adivinar si me mentía. Supongo que por eso esbozó una sonrisa, diciendo: ¡Naaa, mentira! ¡Mi vieja no sabe nada! ¡Pero yo sí me quería sacar las ganas con vos! ¡Encima, hoy ando re calentita! ¡Así que, no pasa una! ¡Si vos me das la lechita cuando yo quiera, ni en pedo voy a decirle nada a ella! ¡Tan boluda no soy!

Cuando me desperté, seguía revoleado en el mismo sillón; en bóxer, muerto de sed, y con las marcas de haber tenido a una gata en celo sobre mi piel. Solo que Luján no me honraba con su presencia, por más que su olor y sabor estuviesen rodando en el aire. Isabel no se despertó hasta el mediodía. Por lo que yo aproveché a darme una ducha, aunque no quería por nada del mundo renunciar al aroma de esa nena en mi cuerpo. ¿Qué más daba? ¿Podía confiar en la palabra de una guachita desvergonzada? ¡Qué rico que me la había mamado! ¿Para ella yo había significado algo más profundo? ¡Ni en pedo! ¡Solo quería sacarse la calentura! Así que, lo decidí ese mismo día. Luego de comer con Isabel, bajo el cielo de aquel mediodía gris, me juré que no le diría nada de lo que vivimos Luján y yo. No sé si ella lo supo, o si lo intuyó alguna vez. De hecho, Luján se me sentó en la falda en un momento, para que la ayude con una boludez de su celular. Estaba con una bombacha blanca, y una remera violeta. Isabel, apenas le dijo que se vista un poco, pero ni reparó en los guiños que la colita de esa nena le hizo a mi verga hinchada. ¿Será que es el precio que debemos pagar cada uno de nosotros para tener lo que queremos? ¿Mentirnos, sería suficiente para ser felices?   

Fin

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Comentarios

  1. Anónimo3/11/25

    No hay nada más suavecito tierno y rico que el culito de una nena, que rica paja me hice imaginando a esa bebita, acordandome de mi sobrina Tati, besos Ambar.

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    1. Gracias por disfrutar de este relato! Me pone feliz que te traiga recuerdos tan vívidos! No dejes de leerme! Besos!

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