Cuando conocí a Graciela, supe que algo de ella me atraía, más allá de su belleza intelectual. Nos conocimos en un café, y fue fortuito. O, al menos quiero creer que fue así. Yo había terminado mi horario de oficina, y decidí tomar algo antes de volver a mi casa. Allí, debía lidiar con el Alzheimer de mi mamá, y con otros asuntos cotidianos. Me repetía una y mil veces que, después de separarme no quería quilombos con ninguna otra mina. Pero, de eso, ya habían pasado 10 años, y la soledad comenzaba a pesarme. Y, si bien no me iba mal en el arte de enganchar mujeres, al menos para salir a bailar, era consciente que ya tenía 59 años, y que el tiempo nos pasa factura, irremediablemente.
Sin embargo, Graciela se mostró interesada en el libro que leía, mientras esperaba mi café irlandés. Era uno de Andrómeda Colman, una escritora que abordaba temas de literatura fantástica, mezclando algo de erotismo, ficción, ilusión, y unas fotografías alucinantes. Me pareció extraño que la conociera, porque es una escritora súper independiente que, vende sus libros solo por internet. Cuando se acercó, yo mismo la invité a sentarse en la silla que tenía en frente de mí, y su perfume me sedujo de inmediato. Entonces, ella pareció interesarse en el libro, y en mi sonrisa de sorpresa, según me dijo. Yo, me interesé sin miramientos en su buen par de tetas bajo su remera de breteles finos color salmón, y en los gestos que hacía al mirarme el traje. Era alta, de tez blanca, rubia con el pelo magníficamente libre y suelto como su andar despreocupado, de ojos provocadores, y con un cuerpo de contextura aguerrida. No había perdido el tiempo tampoco en mirarle las piernas macizas y firmes bajo su pollera roja bien cortita de jean elastizado, cuando la vi pidiendo algo en la barra. En el café no había mucha gente, y al parecer ella tenía tiempo de sobra.
¡Pedro, es un nombre firme! ¡Digamos, como de piedra! ¡Dicen que, las madres nos nombran para darnos ciertos dotes! ¡No sé si me entendés! ¡Digo, porque, por más que tengas 59, por allá abajo, todo debe andar de maravillas!, me dijo, luego de tomarnos el café, casi sin contextualizarse demasiado, aunque exponiendo por primera vez sus intenciones. Ella se había pedido un café madrileño, y un jugo de naranja. Recuerdo que me puse tímido con sus palabras. Pero me repuse cuando le dije que ella, debería llamarse Afrodita, por el sex-appeal que desprendía su cuerpo, y su perfume. Ella me sonrió, y paseó levemente su lengua por su labio inferior, como saboreando gotitas de café.
¡Yo, soy profesora de literatura, y de idiomas! ¡En especial de francés! ¡Así que, por ahí, si te hablo en francés, puedo generarte algunas otras cositas! ¡Aparte de mi perfume! ¡Aunque, los hombres se ratonean más por cómo hablan las españolas! ¿A vos te pasa igual?, me dijo, mientras mi mano se entrelazaba a una de las suyas, y nos mirábamos como para hacernos el amor allí mismo. Le sonreí por compromiso, pero le dejé en claro que con las españolas no quería saber nada.
¡Mi esposa era gallega! ¡Y no, no se murió, por las dudas! ¡Me separé de ella hace 10 años! ¡así que sabrás, que me tenía los cojones por el plato!, le dije, simulando el acento español, y ella sonrió con dignidad. No hablamos de nuestras relaciones pasadas, ni de amor, ni de nuevos proyectos.
¡Yo soy una mujer libre, con 45 años, y todo lo que busco es, pasarla bien! ¡Además, me seduce la inteligencia de los hombres que leen! ¡Bueno, siempre que no sean suplementos deportivos!, se previno, y, sin más salimos del café, hablando como si fuésemos amigos del secundario que se tienen ganas, se imaginan desnudos, haciendo travesuras en un cuarto cerca de sus padres, y prometiéndose el mejor polvo de la existencia del otro. Caminamos un par de cuadras, como sin saber qué destinos tomar. Hasta que ella sugirió: ¿Vamos a casa? ¡Mi hija, con seguridad está en lo de sus amigas! ¡Vivo cerca de acá! ¡Che, y no me mires así, que no te voy a secuestrar! ¡Bueno, siempre y cuando, no me ponga juguetona, y no quiera averiguar lo que se esconde tras tanta formalidad de hombre!
Las últimas palabras me las deslizó al oído, como una brisa fresca, y por primera vez tuve ganas de morderle esa boquita pintada de rojo. Porque, ganas de fecundarla ya tenía en el café. Se me había parado el pito desde que el olor de su perfume y la piel que llegaba a adivinar de sus pechos, comenzaba a llevarme a fantasearla desnuda en mi cama. ¡Bueno, tal vez ahora sería en la suya!
¡Si buscás demasiado, vas a encontrar un blíster de Viagras! ¿Con eso te bastará?, le pregunté para bromearla. Y dio resultado, porque, al toque ya estábamos en un taxi, rumbo a su casa. Los dos parecíamos sintonizar las mismas sensaciones. Hablamos de Andrómeda, de la música de mierda que suena hoy, de lo mediocre de nuestra política, de lo atorranta que están las pibas, de lo confundidos que están los adolescentes, y de su hija. Me dijo que se llamaba Belén, y que anda más o menos como el país. Burra, atrevida, sorda musicalmente, ciega desde lo intelectual, vaga como un piquetero, y casi sin límites. De yapa, sin padre. Y no porque no lo tenga. Ella no lo considera como tal. Y para el tipo, eso era papita pal loro.
Después de pelearnos para ver quién le pagaba al tachero, nos bajamos. Ella parecía nerviosa, aunque se notaba que no era la primera vez que llevaba a un hombre a su casa. No iba a reprochárselo. Después de todo, lo tenía merecido por ser el pedazo de hembrón que era. Tenía una casa sencilla, bien mantenida, con un frente de pocas plantas, y un ave psicodélica pintada en la puerta de entrada.
¡Esa soy yo! ¡Y esas, mis garras! ¡Están afiladas, como las mías! ¡Y, si te llego a picar, pobre de vos!, me decía, señalándome las distintas partes del ave, mientras abría la puerta, y nos adentrábamos en la tenue luz del recibidor de la casa. Allí nomás, no hubo espera. Nos acercamos sin pedirnos permiso, y un beso húmedo de ella en la comisura de mis labios le dio paso a un ruidoso besuqueo que, por momentos no nos dejaba respirar. Saboreamos nuestras lenguas, saliva y pasiones, mientras las manos inquietas no se sostenían pacientes. Cuando le toqué el culo por encima de la pollera, ella misma me dijo: ¡Subila, y pellizcame la cola, dale, que te morís por hacerlo!
Así que, lo hice, y ella palpó mi bulto hinchado sin contenerse. Creí que, si no hubiese vibrado su celular con insistencia, hubiésemos copulado allí mismo. Es más. Estuve muy cerca de pedirle que me baje el pantalón y me devore la pija con sus tetas, su boca y sus manos, allí mismo, en el orden que prefiera. Pero entonces, leyó la pantalla de su celular, y algo en mis instintos de buscavidas me decía que, tal vez todo podría salir mal.
¡No te preocupes! ¡Mi vieja, tuvo una recaída con sus cosas! ¡Pero, mi hermana ya está con ella! ¡Y también mi cuñado! ¡Por una vez, que se hagan cargo ellos! ¡Es pesado tener una madre enferma! ¡Vos seguime! ¡Supongo que, querrás conocer mi cama! ¡Yo, ya tengo las garritas mojadas, y el pico listo! ¡Espero que tengas algo rico para comer, para mí!, me insinuaba al oído una vez más, mientras caminábamos lentamente hacia el interior de la casa. Yo, ya había escuchado el sonido como el de una película. Pero, bien podría haber sido en lo del vecino. Sin embargo, una vez que cruzamos el living, confirmé que, en principio, no estábamos solos, como Graciela creía. En un televisor gigante se proyectaba una película oriental, onda anime; y frente a ella, en un sillón que se veía híper cómodo, una chica en ropa interior parecía fascinada, comiendo pochoclos de un valde de papel, como los que te dan en los cines.
¡Aaaah, ella es Belén! ¡Saludá hija! ¡él es Pedro, y me vino a visitar!, dijo Graciela, con la naturalidad propia de los que, aquello no le era anormal, o extraño.
¡Hola!, dijo ella, con la voz como adormilada. Ni me miró, y a mí, ni siquiera se me ocurrió cómo corresponderle el saludo. Se me hacía muy loco que, una adolescente permanezca inmutable ante una visita masculina de su madre, en ropa interior, y no se escandalice por cubrirse nada. Aún así, no pude evitar mirarla con curiosidad, mientras Graciela entraba en la cocina, diciendo que pondría a cargar su celular, por las dudas. Era delgadita, con casi nada de pechos, tenía el pelo despeinado, rubio y limpito en apariencia, y carita de luciérnaga. Algo le iluminaba los ojitos, y no era la pantalla de la tele. Traía unos zoquetitos blancos en los pies, un corpiñito en forma de triángulo color salmón, al igual que su tanguita diminuta. Al estar prácticamente despatarrada, pude divisar que tenía la conchita depilada, y muy chiquita. No podía negar que me había excitado verla así. Pero, la voz de los demonios que me mantienen con los pies sobre la tierra, empezaba a gritarme improperios, y a solicitarme que me aleje de esa chica. Entretanto, Graciela canturreaba algo en la cocina, bebía agua, y tal vez me traía algo para tomar. Yo debí recordar por quién estaba metido en esa casa, y recalculé mis intenciones. Me sentí incómodo al saber que esa nena habitaba la casa donde, tal vez, en minutos su madre y yo nos revolcaríamos hasta quedarnos sin aliento.
¡Tomá amor, una copita de vino! ¡Probalo, que no es veneno! ¡Es un vino especial, que siempre me trae mi prima que vive en Mendoza! ¡Es un vino de cagarse! ¡Acá no se consigue ni en pedo! ¿Brindamos? ¡Pero, mejor venite a la cocina, así la degenerada de mi hija no nos ve! ¡Le da vergüenza que su madre se bese con un hombre!, me decía, siempre en tono de juego, con la voz cada vez más cargada de mieles libidinosas. Le recibí la copa, y caminamos a la cocina, donde noté que ya no tenía la remerita color salmón, y que su corpiño pequeño no parecía sostener un segundo más a su par de tetas. De cerca eran mucho más esplendorosas. Entonces, bebimos, brindamos y volvimos a beber, mientras ella decía algo referido al ave de la puerta, a su hambre voraz, a sus garras mojadas, y al calor que tenía en las tetas. Nos sentamos en una mesa que era como para cuatro personas, y reiniciamos un besuqueo apasionado. Aunque, en mi cabeza seguía latente la presencia de Belén. Ella supo que algo me pasaba, porque me preguntó si seguía todo bien, como al principio.
¡Mirá cómo te ponen mis besos! ¿o son mis tetas? ¡Ojo con lo que vas a responder, picarón!, me decía, palpándome otra vez el pito, aunque ahora con más salvajismo, mientras mis manos le desabrochaban el corpiño. Entonces, sus palabras hicieron estallar tanta lujuria contenida cuando al fin logré dejarla en tetas, y me dijo: ¡Hey, qué degenerado que sos! ¡Me dejaste con las tetas al aire, cuando tengo a mi nena mirando la tele, en el living! ¿La viste? ¿Viste que sexy se ve, en corpiñito y bombacha? ¡Bah, si a eso se le puede llamar bombacha!
No me dejó responder. Sin darme opciones, me puso las tetas en la cara, llenándome del polen que se las embellecía. No podía dejar de olérselas, lamerlas y besarlas. Y fue peor cuando introduje uno de sus pezones chiquitos en mi boca. Ella gemía suave con los labios apretados, me sobaba el paquete, incluso logrando abrir la bragueta de mi pantalón de vestir, y se subía la pollera tratando de encimarse a mi cuerpo. Parecía querer que me la siente encima para que le estacione la pija adentro suyo con violencia, allí mismo, sobre la mesa. Además, una de las copas se cayó al suelo y se partió en mil pedazos.
¿¡Qué rico que maman las tetas ustedes, los que toman pastillitas para que se les pare esta cosita! ¡Chupame toda, babeame las tetas, y mordisqueame los pezones, que eso me pone loca, me abre todos los chacras! ¿Por qué pensaste que estalló la copa?, me decía, entre que me besuqueaba el cuello, jugaba con mi corbata blanca en sus labios, o pasándosela por las tetas, y abría mi camisa oscura a las apuradas. Yo le dije que tenga prudencia, por lo de su hija.
¡Dale Pedro, que cuando nosotros fuimos, ella hizo mil kilómetros más! ¡Aparte esta entretenida con su película de ponjas! ¿Viste cómo le entra al pororó? ¡Debe tener la bombachita llena de miguitas, pobre! ¿Qué te parece mi hija? ¡A lo mejor, ya le pidió a algún pibito que le saque el pororó que se le cae en la bombacha!, me decía, mientras volvía a besarme, ahora fregándome las tetas en el pecho, una vez que me quitó el traje negro para colgarlo de cualquier forma en una silla, y me abrió por completo la camisa. Se reía con dulzura, cinismo y frescura al mismo tiempo, y eso me atraía más que todo lo que insinuaba.
¡No sé, qué puedo decirte! ¡Es linda!, tartamudeé, intentando concentrarme en sus tetas, su boca y sus ojos como misiles, acaso buscando algo de deslealtad en mis respuestas.
¿Linda? ¿Solo eso vas a decir de mi bebé? ¡Es hermosa! ¡Tiene 16, y está tan en celo como su mami! ¡Ella también quiere pito! ¿Sabés? ¿Cuántas veces viste a una nena comiendo pochoclos, viendo tele, y con esa ropita tan sexy? ¡Jurame que no te calentó ni un poquito los huevos!, me decía, confundiéndome gravemente. Quise imponerle mi postura, decirle que no entendía a dónde quería llegar. Pero, por toda respuesta, Graciela se levantó de la mesa, se subió la pollera y empezó a bailarme algo indefinido, con la única intención de mostrarme el culo. me pidió que se lo toque, y entonces descubrí que no tenía ropa interior. Solo unas medias largas de color negro tipo minibacha, que hacían juego con sus botas de tiro corto hasta los tobillos. Se lo toqué, manoseé, sobé y masajeé a voluntad, mientras ella abría las piernas, estiraba una mano para tocarme la verga, me pedía que me levante y se la apoye en el culo, y que la arrincone contra la pared y simule que le hacía la cola, pensando en su hija.
¡Che nena, no jodas con tu hija! ¿Por qué mejor, no vamos a un telo? ¿O a tu pieza? ¡Sería bueno estar lejos de esa criatura! ¡No me interesa meterme en líos!, le expresé a la desesperada, sintiendo que los huevos me pesaban litros de semen de tanto jueguito previo.
¿A un telo? ¡Vos no jodas! ¡Esos lugares están llenos de cucarachas! ¡Y, mi pieza, podría ser! ¡Veo que no te gusta el riesgo! ¡Ya te dije que, a ella le importa un cuerno lo que hagamos nosotros!, me decía, mientras terminaba de desprenderme el pantalón, acercando su rostro ya con el pelo suelto a mi pubis, y sin olvidarse de sonreír. Me mordisqueó el pito por encima del bóxer, y en cuanto se libró de él, lamió mi tronco erecto, luego mis huevos, y por último mi cabecita fulgurante de fuegos artificiales bajo su prepucio. Cuando al fin el calor de su boca se lo introdujo todo, dejando el tronco afuera para juguetear en él con sus uñas pintadas, empezó a chupar ruidosamente, a lamer y succionar como si no hubiese nadie en la casa. Yo se lo recordaba a mi manera, vadeando a los suspiros que me contaminaban la lengua.
¡Tranquilo Pe, que está todo controlado! ¿O pensás que Belén nunca le tomó la lechita a un nene? ¡Vamos, por favor! ¿Te gusta cómo te la chupo? ¡No sabés cómo la deseo adentro! ¡Uuuuf, mirá qué dura la tenés! ¡Y sin pastillitas!, me decía la muy atorranta, quitándose la pija para hablarme, apoyándola en sus labios, y arqueando el cuerpo para que le apriete las tetas. Me tranquilizaba el hecho de que la tele seguía emitiendo la peli, y que escuchaba a la guacha hacer comentarios al respecto. Exclamaciones de incredulidad, o de sorpresa, o de vaya a saber qué, porque había disparos y gritos tremendos en aquella historia japonesa. Entonces, Graciela empezó a tuerquearme la pija con esas tetas desnudas, calientes y abundantes, mientras me besuqueaba la panza, lamía mi ombligo, y me mordisqueaba el escroto luego de escupirme los huevos.
¿Y? ¿Ya viene mi leche? ¿Me la vas a dar toda en la boca? ¡Maquillame con tu lechita Pe, dale, dame leche! ¡Hace mucho que nadie me la da! ¡No seas malo papi! ¡Dale, o llamo a mi hija! ¡Aunque, eso es lo que quiero! ¡Quiero que te la cojas! ¿Te la garchás si te pago? ¡Daaale! ¡Mirá cómo se te ilumina la carita! ¡Si seguro que, se te cargaron los huevos desde que le viste la conchita! ¡Se la depila! ¿Viste? ¿La llamo? ¡Dale papi, en serio, te pago lo que me pidas! ¡Está todo consensuado! ¡No te preocupes, ni dudes de mí! ¡No me interesa denunciarte, ni hacerte problemas por eso! ¡Necesito que mi nena coja, porque está re insopor! ¡A todas nos pasa cuando no tenemos verga! ¡Dale Pe, porfis, garchate a mi hija, y te hago el hombre más rico de este mundo! ¿Dale?, empezó a decirme, entre alucinada, frenética, sin filtros, y ya sin sus botas. Seguía llenándose las tetas de mis jugos preseminales, y su boca de mi dureza de tanto en tanto, mientras me arañaba las nalgas, escupía mi bóxer, y jugueteaba con mis huevos cada vez más pesados. Y entonces, lo inevitable fue un ahogo que se consumó en la locura más irrefutable. Justo cuando, quizás por la inercia de la calentura le decía: ¡Sí, traeme a esa pendeja que te la rompo toda!, mi semen salió de las arcas de mis testículos como un tropel de guerreros ansiosos, directo a las fauces de su boca bandida, grosera y audaz. Se tragó un poco, otro se derramó sobre sus tetas de ensueño, y otro, se inscribió en la tela de su pollera. Pero ella no se rendía, aunque mis palabras, solo habían sido una especie de frase, tal vez para calentarla más. Me mostró sus labios rebosantes de semen, y una sonrisa cada vez más demoníaca se dibujaba en su rostro de chica intelectual. Y para colmo, la erección de mi pija no retrocedía, aunque todavía no estaba presto para otra épica aventura.
Vi a Graciela limpiarse la boca con su corpiño, mientras yo buscaba algún tipo de respuesta en el techo, tomaba lo que me quedaba de vino en la copa, y pisaba retazos de realidad. Aunque, no advertí que la peli había sido reemplazada por una musiquita pop bien suave. Fue allí que miré hacia mi costado derecho, ¡Y casi me da un bobazo al ver a Belén de pie, acariciándose las tetitas, con la vista fija en mi bulto! ¡¡Ni siquiera me había acomodado el bóxer!
¡Esta vez, parece que tu mami eligió bien! ¿Te gusta cielo? ¡Tiene una leche muy rica!, dijo Graciela, antes de acercarse a su hija para nalguearle la cola, haciendo que su cuerpo se tambalee, al borde de caérseme encima. Yo me levanté de la mesa, tal vez con la idea de irme a la mierda. Pero, el perfume juvenil de la piel de esa guachita parecía prohibírmelo sin reservas.
¿Y Pe? ¿Lo pensaste? ¡Mirá qué bomboncito es mi nena! ¡Tiene la pancita llena de pochoclos! ¡Me parece que, ya es la hora de la merienda! ¿Vos, tomaste la leche hija?, insistió la mujer, posando sus labios en los míos para besarme, abrigando una vez más sus tetas en mi pecho apestado de latidos irregulares. Ella dijo que no con la cabeza, y volvió a mirarme el pito.
¡Dale hija, agarrale la mamadera, y fijate si te gusta para tu boquita! ¡A lo mejor no te entre bien, porque es un poco ancha!, le pidió Graciela, sin despegar sus labios de los míos, y me chistó cuando quise hablarles. La nena, tomó mi pija con sus dedos delicados, tibios y temblorosos, y gimió con la boca cerrada. Graciela apretó su mano a mi tronco con la suya, y le susurró al oído: ¡Tocate las tetitas!
¡Esperen un cacho! ¡Esto es una locura! ¡Yo, en definitiva, no prometí nada!, intenté defenderme de lo que ya no podía, ni quería del todo.
¡No hay que esperar a ningún Cacho!, Bromeó Graciela, y la nena se olió la mano que ya había retirado de mi verga. Empezó a tocarse las tetas, cada vez más echada sobre mí, y no tardó en pedirle a su madre, fingiendo una especie de llantito: ¡Mami, yo quero la leche! ¿Te queda algo en esas tetas? ¿O, se la tengo que pedir a él?
Graciela, sin dejar de besarme el cuello, la boca, o de jugar con mis tetillas, agarró a su hija del pelo, y le puso una de sus ubres calientes en la boca. Eso, hizo que un cosquilleo me sacudiera desde la columna vertebral hasta la punta de los dedos de los pies. Es que Belén le chupaba la teta, sorbiéndola y gimiendo como si fuese una bebota hambrienta, y no se olvidaba de manosearse las suyas. Hasta que, tomó una de mis manos, y la introdujo sin problemas adentro de su corpiñito.
¡Tocame toda, que mi mami te deja! ¡Tocame, y oleme el cuello papi! ¿No ma? ¿Cierto que vos lo dejás que me toquetee toda?, me dijo la guacha, todavía con la teta de su madre en la boca. Y, casi sin más, Graciela me empujó para que me siente bien en la mesa, con los muslos sobre la superficie y mis piernas colgando, y le dijo a su hija: ¡Pedile que te haga upita bebé! ¡Sentate arriba de esa mamadera, así después te tomás su leche, bien calentita, como les gusta a todas las nenas! ¡Bueno, y a las mamis también!
En cuestión de milimétricos segundos, las caderas de esa muñeca con olor a jazmines en celo ya estaban sobre mis piernas, apretando su culito contra mi virilidad, y la madre le quitaba el corpiño, diciendo cosas como: ¡Y sí papi, hay que sacarle el babero a la nena, para que no se lo ensucie todo! ¿La babita es una cosa! ¿Pero si se lo mancha con leche, en el cole, se van a dar cuenta que, tiene olor a lechita en las tetas!
Yo sentía que mi pija podría llegar a multiplicarse, como los panes de Cristo bajo ese calor, mientras Graciela nuevamente me comía la boca, y le tocaba las tetas a Belén, invitándome a hacerlo, sin hallar resistencias de mi parte, diciendo: ¡Dale, pellizcala, hacela que gima! ¿No viste los ojitos con los que te mira? ¡Aunque, obvio, que ahora te va a calentar la lechita con su culito, para que después la alimentes!
¡Sí papi, yo quiero leche de un hombre grande! ¡Los chicos de mi edad, son re tontos! ¡Y andan con el calzoncillo con olor a pichí! ¡Eso, me da asquito! ¡Son re cochinos!, dijo al fin la nena, hilando algunas palabras que, estaban bien dirigidas, o aprendidas. Yo, le amasaba las tetitas, chupaba las de Graciela, le mordía los labios, y, de repente, también le lamía los dedos a la nena.
¡Vos, no te hagas la grandecita, que, seguro tenés olor a pis en las manos! ¿O no Pe? ¡Porque, a veces, la muy chancha, anda con la mano adentro de la bombachita!, dijo Graciela, antes de encajarle un beso de lengua a su hija que, logró varios latidos en mi verga, un gemido sorpresivo en la nena, y una flor de franeleada entre los tres. Mi pija ya se había acomodado entre las nalguitas de la nena, y ella seguía moviéndose con sabiduría. Hasta que Graciela le dijo: ¡Bueno nena, basta! ¡Bajate, así le mostramos a Pe lo que tenés! ¿Querés?
De inmediato, la nena se bajó de mis piernas. Pero, con ayuda de Graciela, se subió en zoquetitos arriba de la mesa, con un equilibrio admirable, y dejó que su propia madre le baje la bombachita de a poquito ante mis ojos expectantes. Y casi como una burla de un destino inevitable, su pubis estuvo a pocos centímetros de mi cara. Allí, Graciela dijo con entusiasmo: ¿Y? ¿Te gusta lo que ves? ¿Qué te parece esa ternurita? ¿Es linda? ¿Te gusta la conchita de mi hija? ¿La vas a romper toda? ¿Eee? ¿Con esta verga, la vas a abrir? ¿La vas a bañar en semen papi?
Belén gemía, presa de un frenesí que no le cabía en las células de la piel. Graciela la nalgueó, y me pidió que yo la imite, una vez que volvió a subirle la bombacha, y la bajó de la mesa con un cuidado excesivo, como si pudiera romperse en mil partículas de humanidad. Entonces, sentí que una boca caliente rozó el cuero de mi verga, y que, sin mediar un solo preámbulo, una lengua con la misma fiebre lamió mi glande, mi tronco y mis huevos. Después me escupió la pija, y mientras sorbía sus propias babas decía: ¡Mmmm, mamiiii, qué rica pijota! ¡La quiero toda en la boca! ¿se la puedo mamar? ¡Tengo hambrecita!
Graciela empezó a fregarme sus tetas por todo el cuerpo, mientras le daba permisos a su hija para que al fin su boca cobre vida propia. ¡Qué maneras sutiles tenía esa nena de petear, por favor! Le daba calor con su aliento, la escupía, se pegaba en la carita con ella, toda babeada, y luego comenzaba a mordisquear el tronco. No se olvidaba de chuponearme los huevos, ni de presionarme el glande. Un poco con los dedos, y también con los labios. En cuanto mi cabecita estuvo adentro de su boca, trataba de decirme cosas como: ¡Dame la lechita, que soy una vaquita lechera, y amo el semen de los tipos grandes!
¿Así que vos, ya probaste pitos de tipos grandes, bebota?, dije al fin, tras un largo rato en silencio. Es que no me alcanzaban los circuitos neurológicos, más que para disfrutar de semejante regalo del universo mundial. Ella, por toda respuesta, eructó cuando se sacó mi verga de la boca, volvió a escupirme, y esta vez le cedió el lugar a su madre para que me la acune un rato con sus tetas.
¡Ahora le toca a mami mi amor! ¿Sabés? ¡Solo, le voy a calentar más la leche! ¡Así te la da toda, con azúcar, chocolate, y bien espumosa!, decía Graciela, acogotándome la tripa con sus tetas, frotándolas como si no fuesen parte de su cuerpo, escupiéndome la cabecita de la chota, y dejando que su hija se suba a la mesa para besuquearme el cuello, y susurrarme a cada ratito: ¡Sacame la bombacha Pe, dale, sacame la bombacha, que la tengo re caliente! ¡Y, fijate si tengo miguitas de pororó en la conchita! ¿Te gustó mirármela?
¿Qué hacés hija? ¿Todavía no te la sacaste? ¡Dale, sacate vos la bombacha, y dásela a Pe!, dijo Graciela, que no dejaba de estrangularme el miembro con sus mamas asesinas. Belén, se dejó la bombacha hasta las rodillas, y colocó con violencia una de mis manos en su sexo. Lo tenía empapado, como con fiebre, y resbaladizo. Por lo que, uno de mis dedos no soportó la tentación de investigar qué cosas se escondían en aquellos rincones de mujercita. Así que, le encajé un dedo, y luego dos, y hasta tres. Enseguida di con su clítoris, y ella me mordió el labio, en el momento preciso en que se preparaba para darme un chuponazo de novela. A Graciela no le pasó desapercibido aquel gemido agudo, sostenido y grosero, porque encima la nena dijo: ¡Aaaaay, síiiii, abrime así la conchaaaaaaa!
¡Uy! ¿Qué pasó Pe? ¿Encontraste el botoncito de mi nena? ¡Qué rápido sos para hacer estallar a las bebés! ¿Está muy mojada la cochina?, decía la mujer, incorporándose con una mirada fatal, como si estuviese a punto de clavarme una daga en el medio del alma. Le hizo chupar las tetas con restos de mi presemen a su hija, mientras yo seguía escarbándole la almejita, y con la otra mano me pajeaba la verga con una inescrupulosa lentitud. Estaba claro que no buscaba hacerme explotar todavía.
¡Escuchame amor, ahora, te voy a sacar la bombachita, así Pe te hace upita, y te cura de esa calentura que tenés! ¿Está bien? ¡A ninguna de las dos nos gusta andar con la concha caliente! ¡Aparte, hacía mucho que mami no te traía un hombre grande, para que te haga mimitos, te prepare la mamadera, te coma la boquita, te toque ese botoncito, y después, te llene de lechita!, decía Graciela mientras le sacaba la bombacha a su hija, y la acercaba a mi nariz. Me pidió que la sostenga con los dientes, mientras ella misma acomodaba a su hija sobre mis piernas, y colocaba mi glande en la entrada de su vagina. Entonces, sosteniendo a su hija en el aire, dijo: ¡Cuando yo la suelte, mi hija te la va a comer toda! ¡Gozala toda, hacela gozar a ella, y dejate llevar Pe! ¿Sí? ¡A las dos nos gustan los tipos grandes! ¡Aunque a veces, ella me presta a chiquitos de su edad! ¿Cierto Belu? ¡A mí, no me da asquito que los nenes tengan olor a pichí en las bolitas!
Acto seguido, los brazos de Graciela se olvidaron del peso de su hija, y su cuerpito cayó en las garras de mi masculinidad al palo, endiablada y con todas las ambiciones del mundo. Ella empezó a moverse, y yo a bombearla, nos comíamos las bocas, ella me escupía el pecho, yo le retorcía sus pezoncitos, y ambos jadeábamos. Ella me decía que quería toda la leche en su pancita, y yo, que era una pendejita hermosa, que sabía chupar como una putita, y que tenía la conchita más apretada y caliente que mi pija se había cogido antes. Graciela, nalgueaba a su hija, nos frotaba sus tetas, se golpeaba la concha y el culo, aún con su minibacha puesta, y envalentonaba a su hija con frases como: ¡Así nena, vamos, movete así, bien abiertita, bien salvaje, sacale la lechita, y guardala adentro tuyo mi amor, dale que estás caliente, que te arde la concha, te pica el culito! ¿Querés que mami te lo chupe? ¿O que Pe te meta un dedito?
La nena seguía lustrándome la verga con sus paredes vaginales que, a esa altura estaban hechas de un incendio mayúsculo, y mis huevos comenzaban a llenarme de tiritones, temblores, espasmos y jadeos cada vez más primitivos. Ya no entendía qué me decían, ni qué es lo que intentaba pedirles. Solo recuerdo que, cuando Graciela le dijo: ¡Así nena, todo el dedo de mami en el culo tenés, y la pija de Pe, toda grandota adentro de tu concha! ¡Cogete a mi macho nena, dale, cogételo todo!, allí fue que mi glande pareció renacer, ensancharse, infartarse y prodigarse en un ritual inentendible. Aunque, todo lo que pasaba era que, una oleada de semen caliente comenzaba a estallar adentro de la concha de esa nena, que olía a pochoclos, a menta, a jaboncito, y a camita limpia.
¡Así nena, asíiii, dale, que Pe te echa todo el talquito en la concha, para que no te paspes cuando hagas pipí, así mi amor!, decía Graciela, mientras Belén lloriqueaba presa de un orgasmo que le quebraba los sentidos, y se deglutía cada gota de mi genética. Mi verga aún no se deshinchaba, y parecía querer continuar con los bombeos en su interior.
La música volvía poco a poco a nuestros oídos, y la nena, aún seguía a upa de mis piernas temblorosas, culpables de haber cometido una flor de cagada. Pero Graciela me sonreía, mientras le daba una mano a su hija para que se baje con cuidado. Al toque la nena se puso el corpiño, y la madre le nalgueó la cola para después agacharse y, arrodillarse con un solo objetivo: el de lamerle toda la concha a su hija. Fue breve. Pero su lengua entró y salió de aquel tesoro precioso, y lamió cada rincón de sus ingles, su pubis y abdomen. Luego, le puso la misma bombachita y le dijo: ¡Ahora, te vas al sillón! ¡Y nada de tocarte! ¿OK? ¡Si no, te das una ducha!
Yo no sabía por dónde empezar. Si vestirme, agarrar mi celular para anoticiarle a quien sea que estaba en peligro, si agradecerle a la guachita, o pedirle explicaciones a Graciela, o si prenderme un pucho. Hacía veinte años que no fumaba. Pero la circunstancia lo ameritaba con creces. Hasta que la chica intelectual me dijo: ¡Bueno Pe! ¡Seguro que estás chocho! ¡Así que, no te preocupes, que ahora sí vamos a mi pieza! ¡Te voy a pagar lo que me pidas! ¡Pero, más vale que de acá no te vas, sin antes hacerme el culo! ¿Estás preparado? ¿O vas a necesitar una de esas pastillitas?
Cuando estuvimos en su pieza, ella me pidió que arriesgue un número, de acuerdo a lo que me significó haberme garchado a su hija. Dudé. pero luego le dije, solo para ver hasta dónde podía estirarse tanta morbosidad, la módica cifra de un millón de pesos. Graciela al fin se desnudó, fue hasta un cajón que tenía una clave de seguridad, sacó un par de cajas y las abrió, ante mis ojos estupefactos. Había varios fajos de billetes apretados en sendas banditas elásticas. ¡Nunca había visto tanta guita en manos de una mujer con la que compartía la cama!
¡Un millón de pesos! ¡Ni un peso más, ni uno menos! ¡Es todo tuyo! ¡No te voy a negar que me salió cara la jodita! ¡Pero, no te preocupes, que no sos el primero! ¿Te gustó cogerla? ¡A mí, nada me calienta más que compartir a mi hija con los tipos que traigo a mi casa!, se explayó, mientras se me acercaba como para arrasarme con sus encantos nuevamente.
¡Y, es verdad que me gustan los pibitos! ¡Siempre y cuando sepan usar bien sus pijas! ¡Algunos, la verdad, te sorprenden mucho! ¡Y eso que soy exigente! ¡Pero bueno, ahora, lo prometido es deuda! ¡Acá te esperan mis garras mojadas, y mi culito! ¡Quiero que me lo rompas todo, y me lo dejes lleno de cremita! ¿Podrás?, me dijo, mientras su boca ya comenzaba a rodar por mi cuerpo, hasta encallarse en mi verga que, la esperaba ansiosa.
Fin
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