Narella me tenía podrido con que, era mi responsabilidad arreglarle la bicicleta que su prima, o sea mi hija, le había roto. Mi hermana insistía con lo mismo, y me pedía que por favor lo haga, porque últimamente la pendeja estaba imbancable y caprichosa. Así que, un día fui a su casa con mis herramientas, y la soldadora. Me costaba creer que mi hija la hubiese roto. Más bien, lo más seguro era que se la hubiese prestado a su noviecito, o que se hayan subido varios pibes encima de la pobre bici, porque, tenía el cuadro partido, la goma trasera pinchada, y la rueda de adelante, totalmente descentrada. Cuando llegué, mi hermana me dijo que Nare andaba con un humor de perros.
¡Alberto, te pido por dios que no la contradigas! ¡Seguile la corriente! ¡Creo que desaprobó una materia, y discutió con su profesora! ¡El lunes tengo que ir al colegio para charlar con la directora! ¡Me mandaron una nota y todo! ¿Podés creer? ¡Con la cantidad de laburo que tengo! ¡Pero, me parece que se peleó con un pibe! ¡Hace rato que le vengo diciendo que no boludee con los pendejos, y que se ponga a estudiar! ¡Pero no me escucha! ¡Y el padre, no tiene las pelotas para hablarle!, me escupió Fernanda, mientras se alistaba para una reunión importante con un cliente, ya que es abogada. Le dije que dejara todo en mis manos, que no iba a molestarla, y que yo resolvería las cosas si Narella llegaba a “portarse mal”.
¡Siempre dijo que sos su tío preferido! ¡Ahora, anda media pelotuda! ¡Son las hormonas, y la adolescencia, que le pegó como el culo! ¡Los pibes de hoy se deprimen por todo!, seguía diciendo mi hermana, yendo de un lado al otro de la casa, mientras afuera lloviznaba y salía el sol, como una postal de un absurdo sin elocuencias. Entonces, luego de rezongar porque nunca encuentra las llaves, y de echarse un poco de perfume en el cuello, me dio un beso apurado, y me recordó que en la heladera había cosas para comer, y cervezas frescas.
¡Vengo a trabajar Fer! ¡Aparte, si me llego a tomar una birra, en presencia de tu hija, es capaz de denunciarme!, le dije, intentando cortar la tensión del ambiente; y en cuanto se fue, me mandé con mis cosas para el patio, donde me esperaba la bicicleta rota, triste y abandonada. Enseguida supe que la siesta era un buen momento para ponerme a trabajar. La llovizna amainaba, y para mi fortuna, Narella estaría atorranteando con su celular en su pieza. Así que, saqué la bici del galponcito, desplegué las cosas que necesitaba, conecté la soldadora, y me puse una musiquita con una radio que encontré. Me puse del orto cuando noté que no tenía cigarrillos, y estuve tentado de ir al kiosco de en frente. Siempre me ponía nervioso estar a solas con una pendeja, aunque Narella sea mi sobrina. Por lo que, agradecía que aún no se hubiese aparecido por allí. Pero, lógicamente, apareció a los 20 minutos, más o menos, cuando se cortó la luz, gracias al consumo violento que suelen generar las máquinas de soldar. Me gritó algo desde su pieza. Como no le entendí, totalmente infiel a mis instintos le grité: ¡Si querés decirme algo, vení y decímelo en la cara nena, que estoy trabajando para vos!
¡Sí, obvio, arreglando la bici que “tu hijita” me rompió, supongo!, gritó, esta vez con toda la claridad, mientras yo subía el disyuntor y le devolvía la luz a la casa, ya que, abruptamente se volvió a nublar, y esa vez fue para toda la tarde. Oí la voz de Nare que me rezongó algo, y luego, la escuché moverse por algún lado de la cocina. Le dije que no cuando me preguntó, de malos modos, si quería tomar algo fresco. Luego, el zumbido de la soldadora, y mi silbido desafinado cuando acompañaba un tema de Memphis que sonaba en la radio. La térmica volvió a saltar a los minutos.
¡Tío, no seas mala onda! ¡Vas a quemar todas las cosas de la casa! ¡Al final, me parece que sos re inútil arreglando vos!, me dijo al fin, y esta vez su voz se oía un poco más cerca. También oí el arrastrar de unas ojotas, y distinguí la estela de un perfume juvenil. Evidentemente, cuando volteé hacia atrás, luego de dar la luz nuevamente, la vi. Tenía cara de siesta, aunque una mirada despectiva, y un gesto como de oler algo podrido. Sus 16 años se traducían en su abundante culito bien parado, apretado en un short de jean que se le perdía un poco entre sus nalgas, en sus poquitos pechos, al punto que no traía corpiño, aunque sugerentes en su remerita azul, y en la rebeldía de su boca entreabierta, que no decía nada. Nunca, hasta ese momento, había mirado a mi sobrina como a una mujer, como a una hembra capaz de satisfacer a un hombre, o a un macho. Tal vez fuera que hacía por lo menos seis meses que con mi esposa no pasaba naranja. O, a lo mejor, venía medio cebado por lo que me había contado un amigo, respecto de su hija, y de un momento específico en que la había encontrado enfiestada con dos pibes en el patio de su casa. Pero, por algún motivo, sentí de inmediato que mi verga empezaba a humedecerme el bóxer, tan solo con mirarla, y exhalar el aroma de su piel, a varios pasos de mi humanidad.
¡La que no sabe nada sos vos! ¡Pasa que, las soldadoras hacen que la luz se corte, por una especie de sobrecarga que se genera en el sistema eléctrico! ¡Pero, siempre es mejor que se corte, a que se quemen las cosas! ¡Para eso existen los disyuntores! ¡Además, un poco de respeto che!, le dije, desviando mis ojos de su culo por un instante.
¡Sí, sí! ¡Bla-bla-bla! ¡Sos malísimo tío! ¡Aceptalo! ¡Ni siquiera te ganaste un vasito de gaseosa!, me instigó, acaso sabiendo que yo no iba a rebatirle.
¡Tampoco te pedí nada nena! ¡Me traje mi propia botellita de agua!, le dije, mientras le mostraba mi nueva botella térmica, la que casi me devora con sus ojos claros.
¿Te gusta? ¡Si te portás bien, por ahí, te compro una para tu cumple!, le dije, y me regalé unos tragos de agua, antes de volver a soldar. Pero ella no se iba. Y tampoco se callaba.
¿¡La próxima, decile a tu hijita que no me rompa la bici! ¡O le voy a tener que decir a mi vieja que te pida una bici nueva para mí! ¡Y la que me arregles a mí, se la das a esa tilinguita!, decía, mientras yo seguía silbando los temas que sonaban en la radio.
¡Aparte, se la da de re copada porque, tiene como tres novios! ¡Ojalá se cambiara la bombacha tan seguido!, se burló de mi hija, aún sin lograr que yo le prestase atención. La máquina volvió a zumbar, y la escuché reírse cuando se me cayó un electrodo.
¿Sabías que la gila de mi primita, fuma mariguana? ¡Por ahí no te lo dijo! ¡La tía lo sabe! ¡Y, también sabe que, bueno, que medio zafó de un embarazo!, me pinchaba Narella, ahora yendo y viniendo por el patio, haciendo que el perfume de su cabello rubio hasta el inicio de su espalda se esparza por el aire, como el presagio de un peligro insostenible.
¿Qué decís? ¡Mi hija nunca tuvo riesgos de embarazarse nena! ¡Eso, debe ser una huevada que escuchaste, y seguro que, equivocada! ¡Lo del porrito, no lo sabía! ¡Pero no me jode que fume!, le respondí, tratando de no mirarla. Con olerla ya era demasiado. Las hormonas de las adolescentes te perforan las fosas nasales con suma facilidad, y los latidos de mi pito duro ya se lo notificaban a mi cerebro. Es que, para colmo de males, había decidido sentarse en un cajón de botellas vacías cubierto con una tabla, desoyendo mis súplicas para que se cubra los ojos.
¡Escuchame Nare, no tenés que mirar para acá! ¿O querés quedar ciega? ¡Te lo repito por última vez! ¡Sería mejor que te vayas para adentro!, le repetía, una y otra vez. Ella, al menos tenía la precaución de mirar hacia otros puntos cuando yo soldaba. Pero no se movía del lugar.
¡Tío! ¿Sabías que también se anduvo chuponeando con chicas? ¡Es más, una amiga de la escuela, me dijo que, hasta se acostó con una chica que, es re salvaje! ¡Corte que, es media villera!, me informó de prepo, como tratando de lastimar mi dignidad como padre, o sencillamente, buscando que yo reaccione.
¡Tampoco me molesta que se besuquee con chicas! ¡Y, si es media villera, bueno, la que se la tiene que fumar, de última, es ella! ¿No? ¡A lo mejor, vos tendrías que probar, para ver qué onda! ¿O estás celosa?, le largué, sin pensarlo demasiado.
¿Qué? ¿Yo? ¿Besarme con una chica? ¿Celosa? ¿De quién? ¡Naaah, ni en pedo! ¡No me gustan las chicas! ¡Eso, queda para las trolas, como tu hija!, me dijo, dando unos saltitos en su asiento improvisado, intentando contener su furia. La vi mejor, y tenía un dedo en la boca, como si se estuviese comiendo las uñas.
¡Sacate el dedo de la boca, chancha! ¡No te olvides que todo está lleno de microbios! ¿O todavía necesitás chupete? ¡Grandulona!, le dije, cagándome de risa, como siempre que la ridiculizaba de alguna forma. Pero ella siguió con sus dardos afilados contra el mismo objetivo.
¡Nooo, a mí no tío! ¡Pero, por ahí, a mi primita sí que le gusta el chupete! ¡En la escuela dicen que es re petera!, se repuso de inmediato, ya sin su dedo en la boca, pero con un hilo de saliva que le rodeaba los labios.
¡Bueno, mirá nena, yo que vos, de última, le pido consejos a tu prima! ¡Por ahí, lo que te falta es eso! ¡Probar un poquito! ¡Las chicas adolescentes que no tienen sexo, se vuelven inaguantables! ¡Aparte, cuidá la boca nena!, le dije, ya sin controlar mis excesos de información, prudencia o recato. Además, ya estaba pensando con la cabeza de la chota, porque su aroma me envolvía como si fuese un hechizo extraño, y para colmo, había notado que tenía el cierre del jean totalmente abierto. Por el medio de esos extravíos de la luz del sol, veía un trocito de una bombachita rosada, y mis dientes fantaseaban con rompérsela en mil pedacitos.
¡Estás re chapa tío! ¡Ni en pedo voy a pedirle nada a esa idiota! ¡Aunque seguro que re contra debe saber, porque es una experta! ¡Tendrías que preguntarle si se traga la lechita!, dijo Narella, sin elevar demasiado la voz, pero con la seguridad de saber que había llegado muy lejos con sus apreciaciones.
¡Aaaah, bueno! ¡Ahora sí que te zarpaste! ¿Cómo vas a decir semejante cosa? ¡No te olvides que soy un adulto!, le rezongué, sintiendo que los electrodos se me prendían fuego entre los dedos.
¡Sí, un adulto que, no sabe soldar, y vuelve a cortar la luz! ¿Qué hiciste ahora chabón? ¡Vas a quemar todo!, dijo con crudeza, segundos antes que el interruptor volviese a saltar, y la radio se quede tan en silencio como el resto de la casa.
¡Y vos, una mocosa que se come las uñas! ¿Te comés los moquitos también? ¿Te sabés atar los cordones? ¡Imagino que, ya podés sumar y restar, y cambiarte la ropita sola!, le dije, sintiendo algo parecido a una punzada de ira en los testículos, y un fuego abrazador en el pecho, ya que nuevamente volvía a mirarla, y a descubrirla de piernas abiertas. Es decir que, se le veía mucho mejor la bombacha. Me tranquilicé, reinicié el circuito eléctrico, y retomé el último tramo que me quedaba por soldar. Le pedí a Nare que encienda la radio, y de paso si me traía algo para tomar. Nunca había sido consiente de la sed, ni de las ganas de coger que me producían hasta dolor de cabeza. Todo por culpa del aroma de esa pendeja, de su adolescencia disuelta en palabras groseras, y de su forma de confrontarme. ¿Por qué le permitía que diga semejantes cosas de mi hija? Y lo que era peor… ¿Por qué me excitaba escucharla expresarse así?
¡Primero, terminame la bici! ¡Ganate mis servicios!, me dijo, dejando que una de sus ojotas negras se caiga al piso. Le miré el pie descalzo, y hasta pude traducir la quemazón de mi glande contra mi ropa. Me pedía que corra a chupárselo, y a fregarlo con fuerzas a lo largo de toda mi virilidad.
¡Dale nena! ¡Hace una hora que estoy arreglando esta cagada para vos! ¡Siempre hay que resolverle todo a la señorita!, le rezongué. Pero ella ni se movió.
¿No tenés nada que hacer, aparte de respirar del mismo aire que yo? ¿Por qué mejor no te vas a tu pieza? ¡Además, ya te dije que es peligroso que estés acá! ¡Si te salta una esquirla en los ojos, la vamos a cagar bien cagada!, le dije una vez más, sin pensar en provocarla. Es que, necesitaba tenerla lejos de mi vista, o todo podría complicarse. Pero… ¿Por qué? ¿Estaba dispuesto a hacerle algo a esa guacha?
¡Esta es mi casa! ¡Onda que, me voy a mover si yo quiero! ¡Aparte, para que sepas, sé sumar, atarme los cordones, y cambiarme solita! ¡A lo mejor, tu hija no sabe cambiarse sola! ¡Bah, en realidad, le gusta que la empeloten, la manoseen, y la llenen de chirlos!, se atrevió a decir, ahora con la claridad a su disposición, ya que no sonaba la radio, y los autos de la calle parecían tomarse unos segundos para escucharla. Entonces, yo perdí definitivamente los estribos. Sé que me levanté del peso de mis rodillas enclenque, gracias a la posición en que debía permanecer para no pifiarle a los detalles, que la miré fijo a los ojos, y le dije: ¿Ah Sí? ¿Tan cancherita te creés nena? ¿Y a vos? ¿Te gusta andar con el kiosquito abierto para que se te vea la mercadería?, señalándole el centro de sus piernas semi cruzadas. Ella, de inmediato las separó, pero no hizo nada más que eso.
¡No entiendo qué me querés decir!, dijo desafiante, aunque con las mejillas levemente coloradas.
¡Aaaah, claaaaro! ¡La nena no entiende! ¡Tenés el cierre del jean abierto, y andás mostrando la bombacha! ¿Eso también lo hacés en el colegio? ¿O cuando te juntás a estudiar?, le aclaré, sintiendo que la lengua me pesaba un siglo, y que los ojos se me distraían inconscientes hacia su entrepierna. Ella, tardó unos segundos en saltar del cajón de botellas que la sostenía en calma. Entonces, revoleó la otra ojota que le quedaba puesta, dándole una patada al aire, y apuró el paso, como para venir a sopapearme por lo que le había dicho. Sin embargo, bajó la voz, se desprendió el botón del jean, y dejó que lentamente se deslice por sus piernas, hasta caer derrotado sobre sus tobillos.
¡Ahora me la podés mirar, sin tener que hacerte el boludo! ¿Te gusta mirarme la bombacha tío? ¡Seguro que la tengo más limpita que tu hija!, dijo, nuevamente con un dedito en la boca, casi como en un susurro, abriendo las piernas sin elegancia, y dejando que su aroma a mujercita le declare la guerra a mi cerebro atontado. No tuve demasiadas opciones. ¿O sí? Lo cierto es que, dejé los electrodos en el suelo, moví las manos torpemente, como si no supiera cómo usarlas, y retrocedí unos pasos, pensando en regañarla. De hecho, le dije algo como: ¡Cuando venga tu madre vamos a hablar!
¿Y qué le vas a decir? ¡Perdoname hermanita, pero mientras le arreglaba la bici a tu hija, me la pasé mirándole la bombacha! ¡Naaah, sos re cagón para decirle eso!, me increpó, prácticamente pegando su cuerpo al mío, pisándome los zapatos con sus pies descalzos.
¡Salí de acá nena! ¡O te piso las patas, y te vas a poner a llorar como una pendejita malcriada! ¡Más de lo que sos!, le dije, intentando apartarla de mi cuerpo. Parecía que me había olvidado de mis fuerzas de adulto, que podían doblegar sin problemas a las suyas. Para colmo, sentí que su cuerpo se restregó contra mi bulto. A ella no se le pasó ese detalle.
¿En serio, se te puso así por mirarme la bombacha? ¡Fuaaa! ¿Hace cuánto que no cogés tío?, me preguntó, luego de frotarme el paquete con una mano.
¡Basta guacha! ¡Si vas a calentar la pava, bancate las consecuencias!, le dije, ya con una mano palpándole ese culo hermoso, abundante, bien carnoso y suave como la piel de un bebé.
¡Obvio tío! ¡Yo te voy a pagar, por arreglarme la bici! ¡A veces, a mí también se me sale la cadena de la concha! ¡Y quiero coger todo el día!, me dijo al oído, babeándome el lóbulo de la oreja con su aliento fresco, impregnando cada gotita de su perfume en mis sentidos, y dejando que mis dedos se entrelacen a su vedetina para juguetear a que se la sacaba, en puros amagues inocentes. Ella, en un momento me agarró todo el bulto con la mano y empezó a simular una paja burda y clamorosa. Tal vez me la apretaba más de lo debido. Pero cuando me hizo cosquillitas en el glande, en el exacto momento en que mi olfato se embriagaba con el olor de sus tetitas, su voz empezaba a tornarse en gemiditos de esperanzas, y sus frotadas contra mi cuerpo generaba una chispa tras otra, la agarré del culo y pegué su pubis a mi erección endemoniada para fregarla con todo.
¡Mirá cómo me la pusiste, guachita atorranta! ¡Y después, te llenás la boca hablando de tu prima! ¿No te da vergüenza, calentar a tu tío así?, le decía, sintiendo el calor de su vulva en mi glande, a pesar del short tipo maya azul oscuro que servía como anticonceptivo por el momento, de su bombacha, y de lo imperfecto de nuestros movimientos, al permanecer parados. Como no soy tan alto, el hueco de su intimidad me quedaba a la perfección. Además, ella es delgadita; lo que me permitía alzarla un poquito para frotarla mejor. Aparte, me venía muy bien mi estado físico gracias al gimnasio.
¡Sos re zarpado tío! ¡Me gusta cómo me apretujás así! ¡Dale, chirleame como chirlean a tu hija! ¡Vos la chirleás a ella? ¿O te copa saber que otros pibes la re palicean?, me decía la muy atrevida, sabiéndose en desventaja, porque ahora yo dominaba sus movimientos, y le nalgueaba ese culo, en el que mis palmas revotaban con una alegría inmensa.
¡A vos tendrían que haberte dado varios chirlos, por bocona, por hacerte la que te las sabés todas, y por hablar de los demás, guachita malcriada! ¡Me encanta el culazo que tenés! ¡Seguro te lo re manosean! ¿O te pensás que yo soy boludo? ¡Bien cagadita a palos te voy a dejar!, le decía, oyendo que mis nalgadas sonaban más fuertes e inescrupulosas en su piel, mientras atrapaba sus tetitas con mi boca y se las babeaba, con la remerita y todo.
¡Síii, nalgueame tío, cacheteame la cola así, dale, y sacame la bombacha, así me la metés toda, y me hacés gritar! ¡Quiero pija! ¡Dale tío, ponémela toda, poneme la cadena, así te saco la lechita con la concha! ¿Querés? ¡Ni en pedo le digo a mi mamá, si me cogés toda, y todos los días que yo quiera!, me decía, imponiéndome tal vez un trato imposible de no analizar. ¿En qué estaba pensando? ¡Es tu sobrina! ¡No podía ser tan impune, tan poco ser humano! Además… ¿Podía confiar en la palabra de una pendeja caprichosa? Lo cierto es que, al toque la nena estaba arrodillada sobre el cajón de botellas, desde el que antes me bardeaba con exasperante manía, y mi bulto se restregaba contra su carita colorada, caliente y vanidosa. Los ojitos le brillaban, y la bombachita se le mojaba todavía más. Hasta que yo mismo le pedí: ¡Dale nena, bajame el short, y agarrá lo que te corresponde! ¡Vamos a ver si tenés pasta de petera, y si sabés usar la boca para otra cosa que no sea, acusar a los demás!
Narella no tuvo que escucharlo dos veces. Me bajó el pantalón, me olió el bóxer naranja repleto de mis líquidos previos a la fecundación, me mordió el glande, le tomó la temperatura a mi glande con sus manos, y empezó a mordisquearme todo el tronco, estirando la tela de mi bóxer, totalmente divertida y predispuesta.
¡Aparte, tío, entre nosotros! ¡Vos estás re fuerte! ¡Tenés unos ojos re lindos, y una linda pija! ¡Cortita y gruesa! ¡Creo que, no sé si me va a entrar bien en la conchita! ¡Hay que ver si para eso, servís! ¡Por ahí, me la metés, y se corta la luz!, me instigaba, cuando ya mi bóxer se empapaba con su saliva, y sus deditos me presionaban el glande. Yo mismo, arto de sus jueguitos, opté por cazarla del pelo, bajarme el bóxer y encajarle la pija en la boca. No quería escuchar su voz ni un minuto más. En realidad, quería oírla atragantada, tosiendo, esforzándose por devorar mi verga, y asquearse de jugos, saliva y más jugos. Ella, lo hizo de la mejor forma que pudo, con lo que su experiencia corta, o vaya a saber cuánta, le había otorgado. Pero, no se olvidaba de escupirme los huevos cada vez que yo le quitaba un ratito la mamadera; ya que tenía otros planes para el derrame de mi semen furioso. Cuando me sacaba la lengua, repleta de su baba y del sudor genital que me circundaba, me miraba a los ojos, y se apretaba las tetas. Tenía la remerita húmeda por el ejercicio de su boca, las salpicaduras, y por el propio sudor de su piel juvenil.
¡Se ve que no es la primera pija que te llevás a la boca, nena chancha! ¡Y después decís de mi hija! ¡Sos una atorranta, una cochina, una pendejita lengua larga! ¡Pero, bastante bien la mamás bebé!, recuerdo que la envalentonaba cuando sus lametazos y sorbetones me ponían los ojos en blanco por momentos. Ella casi no me hablaba, por obvio; y cuando lo hacía, solo me repetía: ¡Dame leche tío, dale, lechita dame, quiero lechita!
Hasta que, sabiendo que el encanto podría romperse, por un millón de variables, “entre ellas, que pudiera llegar su madre”, recuerdo que le di un chirlo en el culo, que ella misma se bajó de aquel asiento inestable, y que luego de quitarse el jean, dejó que mis manos le rodeen la cintura y la den vuelta para que ese hermoso culito se golpee con mi pija babeada por el arte voraz de su boquita. Le corrí la bombacha, junté mi pubis todo lo que pude a sus redondeces, y comencé a frotarla con todo, al tiempo que le daba suaves golpecitos en la vulva. La humedad de su sexo me endiablaba los sentidos, y a ella le arrancaba un gemido tras otro. Le desesperaba el hecho de que mi dedo jugueteara en el orificio de su vagina, sobre la tela de su bombachita, y no se atreviera a penetrársela.
¡Así bombona, tuerqueame la verga con el culo, así nena! ¡Qué rico culito tenés, que te re parió! ¡Me dan ganas de partírtelo al medio! ¡Me ponés loquito, guacha atorranta!, le decía al oído, devolviéndole gentilezas a sus lóbulos, nuca y cuello. Ahí era donde mayormente más se centraba aquel perfume fatal que me invadía. Le lamí los hombros, y en un momento crucial la di vuelta para atrapar sus tetitas con mi boca, y se las chupeteé como para sacarles litros de leche. ella gemía todavía más entusiasmada. Al punto tal que, ya no tenía la bombacha, y se había asegurado de bajarme el bóxer, completamente. Por lo tanto, no había otra cosa por hacer.
¡Dale tío, meteme la verga, metémela ahora, ya, y garchame toda!, me decía, tal vez ignorando cualquier consecuencia de sus actos. O sencillamente tan caliente que, hasta sopesaba que dichos resultados posibles le excitaban de sobremanera. De modo que, en cuanto mi pija desnuda y ardiente estuvo en medio de sus piernas, y luego de que su vulva la humedeciera con su calor infernal, la guacha dio varios saltitos, colgada de mis hombros, haciendo que sus tetitas me calienten la musculosa que llevaba. Y de repente, en uno de esos tantos saltitos, y aprovechándose de mi anatomía más que dispuesta, mi glande arremetió en la puerta de su conchita de pocos vellos, y ese simple acto nos hizo apretar la mandíbula hasta desangrarnos por dentro, tal vez para no aullar de felicidad, como hubiese sido lo adecuado. Sin embargo, hubo un instante en el que solo disfrutamos de la sola idea, de sentirnos así, suspendidos en el tiempo, con mi glande apretado por sus labios vaginales. Hasta que ella me dijo, prácticamente hablándole a mi nariz: ¡Cogeme tío, dale, que ya me tenés toda empijadita!
Aquello fue suficiente para que nuestras figuras, hasta entonces como dibujos del aire, vuelvan a recobrar vida, movimiento y vigor. Di unos pasos, sin sacar mi pija de aquel rincón afrodisíaco, y caminé así con ella hasta una pared. Ya no importaba cuál era, ni a dónde estábamos. Solo sé que allí, le abrí más las piernas, le mordí una teta y clavé aún más mi pija en los adentros de su conchita, para empezar a bombearla duro, sin pausas, con toda la energía que tenía, bajo los designios de toda la ira acumulada, y en nombre de todos los rumores que me había acercado de mi hija. Ahí sí que Narella gemía, cerraba los ojos, me pedía leche medio que lloriqueando como una nenita a la que le prohibieron tomar helado por semanas, y ardía entre mis dedos, ya que con una de mis manos la aferraba bien de ese culito hermoso. En un momento nos separamos de la pared, sin sacarle la verga de adentro, y le di unos cuantos chirlos, repitiéndole cosas como: ¿Así te gusta, cachorra? ¿Toda adentro? ¿Bien envergadita te gusta andar a vos? ¡Se nota que te gusta mostrar la bombachita, atorranta! Y, si andás en bici por el barrio, ¿también la mostrás? ¡Te vas a ir a dormir con la colita colorada, y la conchita abierta, pendejita trola!
¡Sí tío, me encanta, así, pegame, nalgueame toda, y envergame toda la concha, asíii, dame vergaaa, mucha pija tíoooo, y toda la lechita adentroooo, que todavía soy chiquita, y necesito lecheee!, me decía la muy zarpada, entre gemidos y los atracones que se daba con su mismo exceso de saliva. Y luego, caminamos así, pegaditos, como si estuviésemos abotonados, hasta una mesa larga, en la que habitualmente se solía comer asado en familia, los sábados en la noche. En realidad, el que caminaba era yo, porque ella tenía los pies separados del suelo. Algo así como que, ella era mi marioneta, y yo la manejaba al antojo de ambos. Allí, recuerdo que la recosté boca arriba, que le mordisqueé todo el culito, que se lo nalgueé un par de veces más, y que le coloqué la pija bien cerquita del agujerito, mientras le repetía: ¿Querés que te lo rompa, guachita de mierda? ¿Querés que te largue la lechita acá?
Ella me pedí que por favor no se lo hiciera, porque seguro le iba a doler como la puta madre. Yo sentía que los huevos se me desintegraban en el escroto, y que la leche me subía a mares, como si fuesen espasmos de lava milenaria. Pero no quería hacerle daño. Además, ni siquiera sabíamos qué hora era. Aunque, teniendo en cuenta el cielo, el atardecer parecía una mancha cada vez más visible. Por lo tanto, recuerdo que di vuelta a la pendeja, que le regalé varios pijazos a su conchita hermosa, y que entonces se la vi bien, ya sin su bombachita. Eso sí que me dio ganas de embarazarla ahí nomás. Y peor fue cuando acerqué mi nariz para olerla.
¿Me la vas a chupar tío? ¿Querés comerme la conchita? ¡Mirá que, eso no es parte del pacto!, me dijo con insolencia, justo cuando mi lengua le tocaba la superficie de la vulva. Así que, volví a tomarla de la cintura, como si estuviese totalmente perdido entre sus palabras y mis verdaderos deseos, y me la senté a upa, esta vez sobre uno de los bancos laterales de la mesa de mosaicos. Ahí le chuponeé bien las tetas, le pedí que me eructe en la cara, y le clavé una vez más la pija en la conchita. Yo mismo manipulaba su cinturita para que ella baile sobre mi glande, para que se moje como si me estuviese meando de tantos jugos vaginales, y para que gima de placer cuando, su clítoris se frotaba crudamente contra mi pija. Además, yo le puerteaba el culito con un dedo, luego de chupármelo para lubricarla un poquito, y le decía: ¡Querés que te lo meta adentro? ¡Dale guacha, si es lo único que te falta! ¿Vos no te metés deditos en la cola cuando te masturbás? ¡Fuaaaa, qué apretadita concha nena! ¡Me vuelve loco cogerte toda asíiii! ¡Y nada de contarle a tu prima! ¿OK? ¡Me entendiste, putita sucia?
¡Síii, obvio tío, me cojo la concha y el culo con los dedos cuando me pajeo! ¡Me pajeo por vos, y por todos los tipos maduritos! ¿Sabías? ¡Ya cogí con un par de tipos más grandes! ¡Me encantan los que tienen la pija así, como la tuya!, me decía la Nare, sabiendo que mi leche estaba cada vez más cerca de fecundarla. Pero ella no se detenía, y parecía estar buscando precisamente eso. Y, casi que, sin poder darle lugar a ningún pensamiento razonable, la apreté bien contra mi pecho, y le ensarté la pija todo lo más adentro que pude de esa zorra caliente, mientras le decía: ¡Tomáaaa, putita suciaaaa, guachita saciada! ¡Ahí tenés la lechita del tío, toda la leche! ¡Me calentaste la verga toda la tarde bebé! ¡Te voy a garchar toda la próxima vez que te vea! ¿Me escuchaste putita? ¡Y cuidate ese culo, porque, yo te lo voy a desvirgar, la próxima vez que me muestres la bombacha!
Ella no me decía nada. Solo gemía, me pasaba la lengüita por el cuello, y movía su pubis como una experta para quedarse con cada gotita de mi leche en el interior de su vientre. Su cuerpito parecía flotar sobre el mío, o reptar, embriagado de pasiones de otra era. cuando al fin se bajó de mis piernas, se me acercó para morderme los labios, diciendo algo como: ¡Gracias tío, por darme la lechita! ¡Ahora, arreglame la bici! ¡Y vení a mi casa a ponérmela todas las veces que quieras! ¡A mí ni me importa cagarte la vida, contándole nada a mi vieja, ni a nadie! ¡Solo quiero pija!
No supe cómo corresponderle. Todavía temblaba por el enorme sacudón que me había prodigado el hecho de disparar todo mi semen en su conchita, y en todos los recursos humanos que gasté en hacerla mi hembrita. Solo recuerdo que le pregunté: ¿Y, vos te cuidás Nare? O sea… ¿Tomás pastillas? ¡Lo hicimos sin forro, por si no lo notaste!
¡Obvio que me cuido tío! ¡Ni en pedo me voy a quedar preñada por una calentura! ¡Trancu, que tá todo legal! ¿Te traigo algo para tomar?, me decía luego, generando un silencio cargado de suspenso, en el que mi vida se debatía entre la peor cagada del mundo y los mil quilombos que esto me acarrearía. Narella se metió a la cocina, en bombacha, sin esperar mi respuesta; pero sabiéndome aliviado de cualquier cargo. Por lo tanto, no me quedó otra que volver a soldar, para poner en condiciones aquella bicicleta bendita. Por ahí, si no anochecía tan rápido, y mi hermana no llegaba, podíamos jugar un ratito más con mi sobri. Fin
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