Mi nombre es Mélanie, y hace dos años que me puse de novia con César, después de muuucho insistirle. En realidad, tal vez no fui del todo bien interpretada por él en todo el secundario. Así que, recién en primer año de la facu, como ambos cursamos abogacía, me animé a decirle lo que sentía, y él, con una cara de sorpresa imposible de olvidar, empezó a tartamudear más de lo normal. No sabía qué decirme, ni cómo enfrentarse a su propia timidez. Hasta que nos acercamos lo suficiente como para comernos la boca en el bufet, y luego nos pusimos de pie, al borde de tirar las tazas vacías de café, con los cuerpos tensos y torpes, necesitando de algo más concreto. Por eso corrimos hacia uno de los baños de profesores que no funcionaba desde que empezamos a cursar, y allí adentro, no solo nos saboreamos las lenguas y los cuellos. Empezamos a frotarnos contra la pared, a manosearnos, entrelazar nuestros brazos desaforados, y a mostrarnos un poco más de nuestros tesoros ocultos. Allí fue la primera vez que César me chupó las tetas, y yo, que le palpé la verga dura por encima de su bóxer, y me guardé para siempre el grosor de su virilidad, cada vez más caliente al contacto de mis besos, mi aliento y los roces de mis tetas desnudas en su pecho. Hasta que, lo inevitable sucedió. Mi pantalón chupín cayó al suelo, y el ocasional roce frenético de su bulto contra mi vulva logró que mis labios vaginales se humedezcan de embriaguez, y que mi culote ceda ante la presión de su glande para que, al fin, y sin necesitar de mi permiso, se introduzca como un forastero entre las mieles de mi conchita para penetrarme con todo, contra esa pared húmeda y fría. Gemí como una loca, a pesar de su nerviosismo para que baje la voz. Le pedía la leche, que me coja toda, que me parta bien la concha, y que me viole como a una perrita cualquiera. Me daba vergüenza, y a la vez me emputecía oír mis propias palabras obscenas. Y entonces, su leche guerrera comenzó a nadar inmensamente en los recovecos de mi intimidad, mientras nuestros besos acelerados se pronunciaban a todo volumen, como un himno nacional entonado por miles de ángeles. De modo que, esa tarde, intenté tomar apuntes en derecho constitucional, sintiendo que la bombacha se me empapaba con sus restos de semen, mientras su figura me embelesaba a pocos bancos de donde yo estaba sentada, y el sabor de sus labios me daba fuerzas para fantasearlo una y otra vez en mi cama. Solo pensaba en estar con él, en sentirlo, que me sienta, que salgamos a comer, que gritemos de alegría por la ciudad, y que todos sepan que cogimos en el baño de la facu. Por lo que, desde ese día específico, el 6 de abril del 2024, nos pusimos de novios.
No queríamos que nuestras familias nos cargoseen con eso. Así que, al principio, solo se lo contamos a nuestros amigos más íntimos. Desde luego que, ese día César y yo garchamos en mi cama, y al día siguiente, en el auto de su padre, yo me animé a mamarle la verga. ¡Jamás había tenido una pija tan deliciosa en la boca!
¡La cantidad de veces que fantaseé con esto! ¡Desde tercer año que se me abría la conchita, pensando en esta pija, en esta verga hermosa!, le decía, mientras le rodeaba la cabecita con mi lengua, sorbía mis propios hilitos de saliva mezclados con sus juguitos en el auto, y me la volvía a incrustar en la campanilla. Le encantaba que yo misma me convierta en una bebota lechera, y que haga resonar mi glotis cada vez que su glande se encontraba con el tope de mi garganta.
Durante dos años llenos de regalos, viajecitos al río, al mar y a la montaña, de caprichitos, exámenes, su trabajo como cadete en un estudio jurídico, y mucho sexo, (El que desplegamos muchas veces más en aquel baño abandonado de la facu), César se mudó a una casita sencilla, en Avellaneda. Era una posibilidad única por lo accesible del alquiler, y no la quiso dejar pasar. Cuando me dijo que podría ir a vivir con él si lo deseaba, ni hablar que me emocioné muchísimo. Pero, por algún motivo, sentía que aún no estaba preparada para convivir. Sentía que, si daba ese paso fundamental, mucha de la magia que nos unía, nos colmaba de felicidad, y también nos otorgaba cierta libertad, podría romperse. Mis amigas coincidían en parte conmigo. A él no le pareció mal mi punto de vista. Por lo que, yo seguí viviendo en lo de mis padres. Aunque, cada vez pasaba más tiempo en la nueva casa de César. Allí teníamos vía libre para cogernos en el piso, el patio, arriba de la mesa, en los sillones, y hasta en una pequeña cochera abandonada, o en refacciones que había a la derecha de la casa. Además, él se había desinhibido mucho, y gracias a eso, podíamos cumplir algunas fantasías. Como, por ejemplo, la de vestirse de chica sexy para mí, o la de hacer de una mujer sumisa, a punto de ser violada por un sátiro pervertido. Allí podía gritar, putearlo, pedirle la leche con todas las ganas, y hasta mearme encima cuando me hacía el culo, habitualmente atada a unas barras que tenía en el patio para hacer algo de ejercicio físico. A él le fascinaba que me haga pis, y más que luego lo desparrame con mis pies descalzos.
Una tarde, mientras él se duchaba, y yo tomaba unos mates, pasando en limpio unos apuntes de teoría general del proceso, su celular vibró varias veces sobre la mesa. Le grité a César que había recibido mensajes. Él me autorizó a fijarme, ya que su papá estaba enfermo, y quizás su mamá lo necesitaba para comprar medicamentos, o algún otro asunto. En efecto, había mensajes de su madre, otro de su primo Ignacio, y otro de un número que no tenía agendado. Solo leí el último de cuatro mensajes, sin entrar a ese chat sospechoso, en el que decía: ¡Y acordate que no hay más forros! ¡Y lo de la bombacha!
La curiosidad me hizo entrar en pánico. Pero yo confiaba en él. No podía explicarme por qué, ni quién le había escrito eso. Me repetí una y mil veces que César está conmigo, que me ama, que nos tenemos, que acabábamos de tener sexo, y que nada era más certero que eso. Sin embargo, yo no le pedía que use forros para cogerme, porque los detesto. Además, siempre tomé pastillas. Así que, preferí ignorar lo que había leído. No pensaba enroscarme con algo sin contenido, y que no era de mi incumbencia. Cuando salió, envuelto en una bata, chorreando agua del pelo, sonriente y bromeando, porque se había pegado en el dedo gordo del pie, le di su celular, y él ni se inmutó. También pareció obviar aquel ridículo chat. Después de eso, salimos a un bar de comida árabe, y volvimos a su casa para enroscarnos como babosas en celo en su cama. Esa noche me hizo acabar como una loca cuando me chupó la concha. Nunca me la había chupado tan rico, ni con tantas ganas, ni usando esa lengua jadeante como un pito ardiente contra mi clítoris.
A los días, ya me pareció extraño encontrar una bombacha negra, que no reconocí como propia, colgada en el grifo de la ducha, mientras hacía pis. Lo llamé para mostrarle aquella prueba irrefutable, y él apareció enseguida.
¡Aaah, sí! ¡Es de Lu! ¡Ayer pasó por acá, y me pidió permiso para darse un baño! ¡Le dije que cuelgue su bombacha en el tender del patio!, dijo con naturalidad, mientras me amasaba las gomas con una mano, y estiraba mi bombacha con la otra. Lu, o sea Luciana, es su hermana menor, que estaba por terminar el secundario. Las dos nos caíamos bien, y, creo que eso hizo que mis aceleradas presunciones queden en la mismísima nada.
¡Bueno, si está limpita, llevala, y colgala afuera! ¡No me interesa saber qué bombachitas usa tu hermana!, le dije, mientras empezábamos a comernos la boca, encendiéndonos de a poco. Y, casi que como en una escena fatídica, patética y excitante, terminamos cogiendo en la ducha, mientras él me asfixiaba con esa misma bombacha húmeda, con olor a jabón y humedad. Yo, ni siquiera me había subido la ropa. Pero tenía la concha prendida fuego. No podía negarme a los bombazos de esa verga hinchada, ansiosa, cargada de bestialidades y de semen. Y luego, César comenzó a ahorcarme con aquella mísera bombacha, penetrándome con todo, al borde de explotar en mi vientre, mientras me gritaba: ¡Abrite perra, así, te voy a quebrar el cuello, con la bombacha sucia de mi hermana, que es re putita, y le encanta coger, como a vos, guacha degenerada!
Nada de eso me llamaba la atención, porque siempre jugábamos a incluir a gente en nuestros encuentros sexuales. Y más cuando andábamos tan calientes. Yo sabía que César no se ratoneaba con su hermana, ni con la tetona de su prima, ni con mi tía Laura, ni con la gorda Paola, que es una compañera de las más atorrantas que tenemos en la facu, ni con la profesora de Inglés, que es flor de minón. Sin embargo, se me había metido en la cabeza que, esa bombacha no le pertenecía a Lu. Pero, seguí fiel a mi postura de no decirle nada, y comérmela otra vez.
También me hice la boluda cuando encontré preservativos en uno de sus cajones, gel íntimo con sabor a frutilla, y una colaless color chocolate. También había una vulva de juguete. ¡No podía cuestionarlo por eso! Bueno, es que, había veces que no estábamos juntos, y cada quien tenía sus necesidades. Aunque, yo podía reconocer abiertamente que los consoladores ya no me satisfacían como la verga de César. Entonces, fantaseé que aquella bombacha, más el gel y los forros, quizás los usaba para hacerle el amor a ese juguetito de látex. Más adelante, le dije que le iba a regalar una muñeca sexual, para cuando no pudiéramos estar juntos, y allí le confié que había visto aquellos elementos. César tampoco pareció sorprenderse. Incluso, me dijo que cada vez que acababa en esa vulva gomosa, pensaba en mis tetas, en mis jugos, mi saliva, y en la forma que tenía de mamarle el pito. Eso, nos condujo a enredarnos en un traqueteo feroz en el sillón, donde me rompió el culo, y yo grité como nunca.
Todo hasta el extraordinario jueves de la semana que pasó. O sea, antes de ayer. Estábamos un poco cansados por los festejos de nuestros primeros dos años. Además, se nos acercaban dos parciales importantes. Los dos llevábamos la carrera más o menos iguales. Sin embargo, cada uno tenía su propio grupo de estudios. Yo, con la gorda Paola, Matías, (Un chico gay que venía de Mercedes), María, (Una señora de 40 años que tenía un hijo discapacitado), y Mariano, (Un chico bastante nerd que venía de La Matanza). Él, en teoría se juntaba con todos varones, y una sola chica, a la que jamás mencionaba. Eran las seis de la tarde, y yo había quedado en avisarle a César si iba a tomar unos mates con él, para relajarnos un poco. Eso, si llegaba a leer todas las unidades de la materia. En definitiva, ni siquiera supe bien por qué, pero elegí caerle de sorpresa. Muy pocas veces lo hacía, y en general, a él le gustaba que lo hiciera. Nunca lo había encontrado en nada raro. A excepción de una de las tardes, en que el chancho estaba viendo una porno, pajeándose a dos manos, muy echado en su cama. todavía me muero de risa cuando recuerdo la cara que me puso al verme de repente, parada en la puerta de su pieza, con las tetas al aire.
Sin embargo, esa tarde fue diferente. Cuando me recibió, me dijo si no quería ir a buscar unas facturas a la panadería de a la vuelta, o en el chino de la cuadra siguiente. Apenas me dio un pico, y me pellizcó la cola, con cierto retardo entre una acción y la otra. Parecía entre recién levantado y mal dormido. Yo, lo empujé hacia adentro de la casa, y empecé a manotearle el paquete, apoyándolo contra la pared, mientras le decía: ¡Qué facturas, ni tortitas negras! ¡Yo, acá tengo mi cañoncito de lechita caliente, y toda para mí solita! ¡Vos, si querés, acá tenés estos bollos de masa! ¡Podés ponerme crema de leche en las tetas, y mordérmelas toda la tarde! ¿Me extrañaste, pendejo? ¿Estudiaste? ¿O pensabas en esta conchita? ¡Quiero cogerte nene, ahora!
César respondía a mis besos, jadeaba y le permitía a su pene que se ponga como una roca. Pero, aun así, algo de su cuerpo rechazaba al mío. Y fue más evidente cuando me dijo: ¡Obvio que te extrañé amor! ¡Pero, tengo hambre! ¡Dale, comprate unas facturas, que yo pongo la pava, y tomamos unos mates! ¿O preferís café?
Y estuve a punto de preguntarle si se sentía bien, o si le pasaba algo, o si tenía mucho stress acumulado. ¡Era muy raro que no quiera sexo, más allá que habíamos cogido hacía un día, para nuestro aniversario! Entonces, casi como una respuesta necesaria a los devaneos de mi mente desconcertada, una voz emergió desde algún lugar de la casa, diciendo con absoluta claridad: ¡Chechu, ya está! ¡Te dejé todo ordenado! ¡Igual, esta vez no dejé ninguna bombacha colgada en tu baño! ¡Así que, la Meli no se va a enterar!
¿La Meli no se va a enterar? ¿De qué? ¿Quién está en el baño? ¿Qué mierda pasa nene?, le dije, sin elevar la voz, para que la perra cizañera no advierta mi presencia. Pero, césar seguía calmado. Tal vez algo descolorido. No insistió con las facturas, y dejó que la puerta se cierre tras de mí. Él mismo le puso llaves, y dio unos pasos torpes. Otros pasos, algo más seguros llegaron hasta el sillón, y entonces, aquella voz regresó a la tensión de la casa.
¿Quién era gordo? ¡Seguro que, a esta hora, algún testigo de Jehová! ¡Son infumables!, dijo la voz de la chica, a quien ya podía verle el pelo rubio ondulado, precioso.
¡No Belu! ¡Es Meli!, ¡A veces viene de sorpresa! ¡A mí me encanta que lo haga! ¿No amor?, dijo el muy caradura, ahora con la voz monocorde, como intentando recuperar esa alegría que solían transmitir sus ojos celestes. La tal Belu se levantó del sillón, caminó hasta donde nosotros intentábamos movernos, y con una risa auténtica iba diciendo: ¡Aaaaah, Meli! ¡Bueno, al fin nos encontramos! ¡Fuimos compas del secu! ¿Te acordás de mí? ¡Bueno, fueron solo dos meses, porque después mis viejos me cambiaron de colegio! ¿Cómo estás? ¡Nosotros, estábamos estudiando a full! ¡Yo soy un queso con el derecho civil!
Me dio un beso en la mejilla, y de inmediato recordé la pequeña estadía de Belén en el colegio. Tenía los ojos verdes más lindos que había visto jamás. Tenía una camisa floreada divina, un pantalón chupín de jean de todos colores, y unas chatitas re parecidas a las mías en los pies. Tendría 95 de pechos, porque yo tengo 100, y me las veía más grandes. Fue instantáneo el hecho de compararme con ella. La sentí mi rival, y enseguida busqué la forma de mearla, para que sepa que ese macho era solo mío. Entonces, reparé en un detalle demasiado evidente.
¡Sí, me acuerdo de vos! ¡Estuviste re poquito tiempo! ¡Estás re linda nena! ¡Ahora, hay algo que no entiendo! ¿Cómo es que venís a estudiar con mi novio, sin corpiño bajo la camisita? ¿Vos la viste Chechu?, les dije, ironizándolos por igual. ¿Cómo se atrevía a decirle Chechu? ¡Ni yo lo llamaba de esa forma!
¡No Meli, no te comas cualquiera! ¡Es que, lamentablemente tuve un accidente! ¡En la facu, se me cortó uno de los breteles del corpiño! ¡Traté de arreglármelas para que no se note! ¡Pero, me puse un corpiño muy chiquito! ¡Y bue, César entendió la situación, y me permitió, sacármelo! ¡Y no me miró nunca! ¡Es claro que solo tiene ojos para vos!, me decía Belu, clavándome sus ojos inmensos y sinceros, aunque sin lograr calmar a las fieras que empezaban a rugir en mi interior. Le miraba la cinturita, y me la imaginaba sentada en la pija de César, cabalgándolo como una putita. Le miraba la cola, y buscaba algún signo de debilidad, o algún pellizco marcado, o mancha, o cualquier prueba. Pero todo estaba en su lugar, a excepción de sus tetas desnudas bajo su camisita.
¡Che, pero sentémonos, así nos tomamos unos mates! ¿Les parece? ¡Ah, y Meli, la verdad, tu novio es un amor! ¡Además, se nota que te adora! ¡Habla todo el tiempo de vos! ¿Pongo el agua gordo?, iba diciendo Belén, caminando con sigilo, cada vez más lejos de nosotros, con rumbo a la cocina.
¡No Belu, no pongas agua! ¿Les pinta mejor una birrita? ¡También tengo fernet, y coca! ¡Digo yo, para relajarnos un poco! ¡Estudiamos como cerdos, todos los días! ¡Encima, hoy en el laburo me sacaron la mierda! ¡Tuve que firmar bocha de entregas, y recibir a un par de clientes histéricos!, dijo César, como si toda aquella situación diera para relajarse, o fuese absolutamente cotidiana. Yo pensé y repensé. ¿Qué se traía entre manos la tilinga esa? ¿Y él? ¿Qué pretendía lograr metiendo a esa chica a su casa? ¿Cuántas veces lo había hecho? Pero, en definitiva, fui hasta la cocina para preparar dos fernets, y abrir una latita de birra para mí.
¡Nena! ¡Vos no cursás con nosotros! ¿Estás en primero? ¡Creo que vos sos un año menor que César, y yo!, le dije, casi que cerrándole el paso cuando quiso abrir la heladera. Ella me clavó los ojos de nuevo, y murmuró un tímido: ¡Sí, estoy en primero! ¡Soy más chiquita que ustedes! ¡Por eso no compartimos el curso! ¡Pero, yo me acuerdo de los dos, de las excursiones que hicimos, y porque compartíamos las horas de gimnasia!
Al rato, los tres estábamos sentados en los sillones. César y yo en el grande, y Belén en uno individual, frente a nosotros. Cada uno tomaba su trago, mirando hacia cualquier sitio, sin poder encontrar un punto de partida.
¡Che, la verdad, es re linda tu casa! ¿No te matan con el alquiler? ¡Digo, porque esta zona es medio careta!, dijo Belu, mordiendo el sorbete de su trago. Se le había desprendido el primero de los botones de su camisita.
¡En realidad, sí, es caro! ¡Pero pegué onda con el padre de un amigo, y me lo dejó baratito! ¡Igual, tengo que pagar en efectivo!, explicó César, que no la miraba. Más bien, intentaba alejarse un poco del contacto de mi pierna derecha, tal vez percibiendo las alteraciones de mi estado de ánimo.
¿Y hace mucho que estudian juntos ustedes? ¡él, no te había mencionado! ¡O sea, yo sabía que hay una chica en su grupo de estudios!, me animé un poco, cuando el gas de la cerveza parecía darme algo más de claridad.
¡Sí, a veces estudio con ellos, y otras, solo con César! ¡Pasa que, como ustedes están en segundo, yo, hay cosas que, bueno, se las pregunto a los que van más adelantados! ¡También le pregunto a Rocío, y a Martín, que son dos hermanos que cursan con ustedes! ¡Es increíble que sean mellizos, y no se parezcan en nada!, explicó Belén, después de tomar unos buenos sorbos de fernet.
¡Es que, los mellizos no son los que más se parecen entre sí! ¡Sí, ellos cursan con nosotros! ¡Pero son medios boludos!, dije, más para contrariarla que otra cosa, porque ellos me caían re bien.
¡Chicos, y ustedes, por lo que veo, se llevan re bien! ¡Digo, porque, César me contó que cumplieron dos años juntos ya! ¡Sos una grosa nena! ¡Los dos, se re merecen! ¿Salen desde el secundario?, preguntó Belén, reclinándose un poco en el sillón, haciendo que sus tetas le desprendan el segundo de los botones de la camisa.
¡Empezamos a salir cuando arrancamos a cursar! ¡Antes, creo que yo no le daba ni bola!, decía César, entre temeroso y confundido.
¿Le vas a contar todo? ¿O sea, todo? ¡Mirá, la primera vez, yo lo avancé, y ese día terminamos garchando en el baño de los profes que no funciona! ¡Estuvo buenísimo! ¡Me cogió como un toro!, me solté, mientras le frotaba la pierna a César, bebía un buen trago de birra, y acto seguido, le frotaba el paquete con la latita a medio tomar. César se puso incómodo.
¡Fuaaaaa! ¿Posta? ¿Cogieron ahí? ¡Están re chapas! ¡Y, bueno, imagino que, a partir de ahí, no se soltaron más!, decía Belén, que parecía no captar el estado de tensión de mi voz, ni las actitudes que realizaban mis acciones.
¿Qué querés saber nena? ¿Vos, ya te lo cogiste? ¡Digo, porque seguro que, esa tanguita chocolate que vi en su pieza, a lo mejor es tuya! ¡O, la otra que dejaste en el baño! ¿Qué onda? ¿Qué pasa entre ustedes? ¡Díganme ahora, y me voy a la mierda!, estallé, sin darle paso a lágrimas, ni a reacciones histéricas, ni a pulsiones nerviosas que me llevaran a golpear o putear. Les hablaba con toda la calma que lograba reunir. Los dos, inmediatamente se pusieron de pie, y empezaron a consolarme, sin tocarme, aunque con todas las intenciones de hacerlo.
¡Nada que ver Mel! ¡Te expliqué que esa bombacha era de Lu! ¡Y, la colaless que viste, esa la compré yo! ¡Fue para una de las veces que perdí una apuesta con vos! ¡Tenía que ponérmela, y sacarme fotos para un estado que iba a durar un ratito! ¿Te acordás?, decía César, como si de repente se le hubiesen resfriado las cuerdas vocales.
¡Nena! ¿Qué decís? ¡Nunca hicimos nada! ¡Jamás tendría sexo con el novio de nadie! ¡Y eso que, ni siquiera somos amigas! ¡él siempre me gasta con que no hay que dejar ropa colgada en su baño, porque vos después te enojás! ¡Pero, es más un chiste que otra cosa! ¡Pero, mirate un poquito! ¡Tenés un pelo castaño hermoso, unos ojos cafés que matan, unas gomas re zarpadas, y encima sos re inteligente!, decía Belén, más para sulfurarme que otra cosa.
¡Callate tarada, que no necesitás exaltarme nada! ¡No te pedí opinión, ni aprobación!, le dije, siempre calmada.
¡Pero estás re sexy! ¡De hecho, me encantás!, insistió, bajando un poquito la voz, moviendo su camisita para que el inicio de sus pechos se ilumine con la luz que entraba por la ventana.
¿Qué decís? ¿Te volviste loca?, le dije, esta vez ya perdiendo un poco los estribos.
¡Amor, escuchanos! ¡Mirá, creo que, de otra forma no hubiese funcionado esto! ¡Lo que dice Belén es verdad! ¡Nosotros nunca hicimos nada! ¡Pero, bueno, por ahí… qué sé yo! ¡Te acordás que, una vez hablamos de hacer un trío? ¡Es más, el domingo pasado me dijiste que, te gustaría que incluyamos a una chica! ¡Pensé en Belu, porque es incapaz de divulgar nada! ¡La conozco del grupo de estudio, y sé que no nos va a cagar! ¡No es fácil encontrar gente así!, se explicó mi novio, habiéndose tomado todo lo que le quedaba de fernet. Sonreí, más por descaro y autómata que otra cosa. Los miré con rabia, y enseguida bajé la guardia.
¡Gordo! ¿Vos querés decir que, esta guachita se uniría a nosotros? ¿Y lo armás así, sin consultarme nada? ¿Vos pensás que así se hacen las cosas?, le dije, levantándome del sillón como un disparo de furia. Aunque, cuando volví a mirar a Belén, algo extraño sucedió en mi vientre. César se sentó, tal vez presintiendo que todo le había salido para el orto; cosa que, podría haber sido así, si no fuera por mi voluntad. ¿O por mi calentura? Es que, todo el fastidio, la bronca de sentirme una cornuda, engañada, pisoteada y poco defendida, y la desconsideración de César de ni siquiera haberme consultado nada, todo eso se transformaba en un fuego que no me dejaba pensar.
¡Aaah, bueno! ¡Ahora resulta que, tenemos a la nena para cumplir nuestra fantasía! ¡Perfecto! ¡Entonces, vení taradita! ¡Acercate!, le dije a la chica, que ahora parecía una gatita asustada. Sin embargo, dejó que mis manos terminen por desabotonarle la camisita, y que mi boca se acerque a su cuello.
¿Olés bien nena, olés rico, a nena que quiere pija! ¿Es verdad? ¿Querés pija Belu?, le dije al oído, mientras una de mis manos se aferraba a sus glúteos, y con la otra la agarraba del pelo, aunque sin hacerle daño. Enseguida empecé a besarle el cuello, a mordisquearle los hombros, a frotarle una de mis piernas en las suyas, y a pedirle que las abra.
¡Vení vos! ¡Sacale la camisita, y olele las tetas! ¡Desde ahora, las cosas se van a hacer como yo quiera! ¿Entendieron?, les grité, sin importarme si mi voz traspasaba los vidrios de la ventana, y llegaba a oídos de la gente en la calle.
¡Vos, tranquilita, que te voy a convidar de la lechita de mi novio! ¿OK? ¡Abrí las piernitas, dale perra!, le dije a Belén, rozándole los labios con la punta de mi lengua. César todavía no se atrevía a tocarle las tetas, ni siquiera con la fantasía; aunque sí le había quitado la camisita.
¡Dale nene, olele las gomas a esta chiquita! ¡Vamos a ver si te gustan más que las mías!, le dije al fin, agarrándole las tetas a Belén para frotarlas en la cara de mi novio, quien al fin comenzaba a olfatearlas.
¡Chupalas, chupale las tetas, vamos! ¡mordele los pezones! ¿Te gusta rudo nena? ¿Te calienta que te muerdan las tetas? ¡Me acuerdo que en la escuela, una vez te vi mostrándole las tetas a un pibe, en el patio! ¡Los dos estaban fumando! ¿Te acordás?, le dije a Belén, regresando a su boca, ahora para abrírsela con la lengua, y al fin saborear su aliento, su saliva y sus labios ansiosos. Ahora, la chica atrevida y preguntona parecía haber perdido la voz tras una conmoción atípica. Pero yo no iba a dejarme vencer. Me quité la remera de algodón, y empecé a frotar mis tetas vestidas con un corpiño deportivo contra las de Belén, mientras le apretujaba las nalgas, y le friccionaba una de mis rodillas en la vulva, diciéndole cosas como: ¡Así chiquita, sentime, dale, sentí el fuego de una hembra caliente, enojada, furiosa! ¿Querés la lechita de Chechu? ¿Estás caliente? ¿Decime que te calienta mi novio, dale putona! ¡Quiero que se te caliente bien la argolla con mi novio! ¡Y que te mojes toda!
¡Sí mami, me mojo toda! ¡Me encantan tus tetas, y tu cola bien redondita! ¡Me voy a mojar bien la bombacha para vos! ¡Me voy a mojar como vos, como cuando César te hace la cola! ¡Te gusta hacerte pis con su pija en el culo?, dijo la muy perra, exponiendo con toda franqueza una de las cosas que, solo César pudo haberle contado. Me enfurecí con él. Incluso, me quité las chatitas y se las revoleé por la cabeza, diciéndole: ¡Sos un hijo de puta! ¿Qué mierda tenés que contarle de mí? ¿Qué más le contaste?
Belén tuvo que calmarme, porque, tal vez, por única vez había perdido la consciencia de quién era, y de lo que me había propuesto. Entonces, furiosa y conmocionada, empecé a chuparle las tetas a Belén, mientras le exigía a César que nos baje los chupines y nos nalguee con todas sus fuerzas.
¡Dale guacho, nalgueala fuerte, dejanos el culo colorado! ¿Te gusta nena? ¿Te gusta que te nalgueen fuerte? ¿Sabés qué? ¡Vos también te vas a hacer pis cuando mi novio te la meta en el culo! ¿Querés eso, putarraca?, le gritaba en el oído cuando dejaba de chuparle las tetas, y trataba de dedearle la concha por encima de su bombachita blanca bordada. César seguía nalgueándonos, y al toque estuvo de rodillas en el suelo, bajo mis órdenes. Ahora ella también tenía que chuparme las tetas, o frotar las suyas en las mías tras escupirnos con violencia, una vez que me quité el corpiño. César, en medio de tamaño delirio felino, nos seguía enrojeciendo los culos, con chirlos, y a ella especialmente con una de sus chatitas. Además, nos olía profundamente, abriéndonos las nalgas, y en otros momentos, deteníamos nuestros lametones a nuestras tetas para frotarle las vulvas en la cara. Cuando era el turno de ella, yo lo agarraba del pelo y le incrustaba la cara en el calzón de la pendeja, gritándole como una desquiciada: ¡Olela, dale, olele la conchita! ¿Te calienta su olor a perra? ¿O tiene olor a pichí, como una nena de la escuela? ¡Mordele la vagina a esta putita de mierda!
Al fin, cuando nuestros pies descalzos comenzaron a sufrir los embates de los cuerpos enardecidos, nos sentamos los tres en el sillón grande. César, En el medio de nosotras. Belén ahora tenía ojitos de calentura, las tetas tan machucadas y babeadas como las mías, y todavía llevaba el pantalón por los tobillos.
¡Gordo, sacale el pantalón a la visita! ¿Qué va a pensar de nosotros? ¡Somos buenos anfitriones, aunque no parezca!, les dije con ironía, sintiendo que el clítoris me palpitaba de lujuria y expectación. César me obedeció, y en el momento en que volvió a sentarse, le agarré la oreja a Belén para susurrarle: ¡Metele la mano adentro del pantalón, y pajealo!, e inmediatamente empecé a comerle la boca. Belén gemía, y respondía a mis besos. Pero sus manos no parecían acatar mi orden principal.
¡Dale mamu, pajealo, ahora! ¡Ponele la pija dura con esa manito!, le repetí, mientras César trataba de no mirarnos. Acaso para no acabarse encima. Entonces, Belén fundió sus dedos largos en el interior del pantalón de César, y al toque sus jadeos de hombre evidenciaron que Belu hacía bien su trabajo.
¡Ahora sacá la manito de ahí, olela, babeala, y volvé a pajearlo! ¡A él le encanta que lo pajeen con la mano babeada! ¿No cierto gordo?, les dije. Pero César, tomó otra decisión. No pude impedírselo, ni tomar aquello como un cambio drástico a las reglas que yo misma quise imponer. Es que se puso de pie frente a nosotras, nos agarró del cabello, ya con su pantalón por las rodillas, y empezó a fregarnos sus huevos y su verga dura como un pedazo de piedra milenaria en las bocas. Las dos empezamos a escupir, lamer y besarle la verga, a comernos la boca con hilitos de nuestra saliva, y a pasarnos el glande con los labios, mientras nos decíamos cosas como: ¡Así bebé, tomá la mamadera de mi novio! ¡Uuuy, me encanta que me la prestes un ratito, que la chupemos las dos! ¡Sí mami, así, agarrá, mordele un poquito la tetina, que le encanta! ¡Qué nenitas pajeras que somos! ¡Sí mi amor, y vos te morís de calentura por esta leche! ¡Se la saco todos los días! ¡Incluso se la saco en cualquier lado! ¡Mmmm, me encanta que seas tan lechera, tan mamona Meli! ¡Tenés nombre de petera! ¡Y vos de putita, de que te gusta culear! ¡Y vos, de que te gusta mearte encima, con pitos en el culo!
César se retorcía de placer, gimiendo como un nene extasiado por un juguete imposible de alcanzar, y nos manoseaba las tetas. Yo sentía sus pellizcos, sus cachetadas y machucones. En un momento, las dos nos sentamos bien a la orilla del sillón para que nos friegue su pija en las tetas, después que las dos nos las escupíamos copiosamente. Allí fue también que Belu abrió las piernas para cachetearse la vulva, tratando de no irse en aullidos que ya su garganta no podía resguardar para la posteridad. La pija de César seguía endureciéndose, y el fuego de los tres cuerpos comenzaba a ser un peligro mortal para la sociedad.
¡Gordo, basta, sacanos las bombachas, y cogete a la que quieras! ¡Te vas a coger a las dos! ¡Tenés dos conchas para vos esta tarde, hijo de puta!, le dije a César, luego de reclinarme hacia atrás, y haciendo lo propio con Belén, tomándola de un hombro. César, durante un instante fue una figura grotesca, con su pija parada chorreando juguitos, cubierta de nuestra baba, y con una fiebre terrible atenazándole lo que le quedara de razón. Pero, en definitiva, se agachó para sacarle la bombacha a ella primero, y luego a mí. Yo, en un impulso di un saltito en el sillón, y le quité la bombacha de Belén de las manos. La mía cayó al suelo. Recuerdo que la olí, y que la agarré del pelo para morderle los labios, diciéndole: ¡Me gusta tu olor, perrita sucia! ¡Quiero que te cojas a mi novio! ¡Quiero que nuestra cama tenga tu olor a hembra alzada!
César no supo qué hacer, ni a quién elegir en primera instancia. Hasta que, a fin se apartó de sus pantalones, camiseta y bóxer, y se tiró encima de mi cuerpo. Apenas su glande rozó la entrada de mi vulva, empezó a tomar la sinergia de una máquina fuera de serie, bombeándome con todo, ahorcándome por momentos, mientras me decía: ¡Así, cogé putita, cogé así, movete perra, abrite toda, dale, que la Belu nos mira garchar, y se re pajea!
En efecto, la pibita se re cacheteaba la concha, ahora desnuda, y me manoseaba las tetas con la otra mano. Además, se acercaba para escupirme las tetas, para encajarme algún pico, y en una oportunidad prácticamente única, para besarnos a los dos. Las tres lenguas se chocaron, y eso fue la muerte. Al menos yo recuerdo que tuve el primer orgasmo con la lengua de esa nena en la boca, los dientes de César en el mentón, y su pija golpeando los rincones de mi concha acelerada, repleta de furia y anocheceres inconclusos.
Al rato, la conchita de Belén liberaba tensiones y jugos sobre mi boca. Yo ya estaba sentada en el sillón, mientras ella, de pie y entre mis piernas soportaba los chirlos que le encajaba César. Hasta que se la sentó encima, como un tío haciéndole upa a su sobrina favorita, y le incrustó la pija en la concha, mientras yo me apropiaba de sus tetas para mordérselas y babeárselas. Era una sensación única tener el golpeteo de sus tetas en mi cara, gracias a los bombazos de mi novio en su sexo. Y luego, de nuevo las dos nos arrodillamos para que César nos vuelva a dar de su mamadera guerrera. Era obvio que el guacho, o bien se había pajeado un par de veces en la siesta, o que se había tomado alguna pastilla milagrosa. Cualquier hombre en situaciones normales, ya habría eyaculado al menos dos veces. Pero, ahora Belu era quien lo peteaba a sus anchas, casi al borde de vomitar por cómo la conducía hasta un poco más allá del precipicio de su garganta. Yo, aprovechaba para pajearla, para mamarle las tetas, y para lamerle la boca cada vez que soltaba la pija de mi novio, mientras le decía: ¡Chupá putita, dale, ahogate de leche, comete todo, sacale todo, bien perra te quiero, bien sucia, bien zorrita! ¿Te gustó tenerla en la zorra? ¿Eee? ¿Te gustó que mi novio te muerda las tetas, y te chirlee el culito?
Y casi en el abismo de las perversiones más absolutas, y sin saber por qué había tomado esa decisión, me puse detrás de César para lamerle los huevos, mientras Belu continuaba llenándose de arcadas, saliva, toses entrecortadas y gargarismos burbujeantes; y se me ocurrió escupirle el culo a mi novio.
¿Querés ponerte una bombachita para nosotras, perrito?, le dije, antes de volver a escupirle el culo, y al fin de encajarle el primero de los tal vez cien besos negros que le propiné. César gemía agradecido, sin entender cómo codificar tanto placer, tanto fuego. Al parecer, la pija se le ponía más grande y más dura. Y, Belén casi se rinde al borde de perder el sentido de su mandíbula, su consciencia y el brillo de sus ojos. César empezó a acabar chorros y más chorros de semen. Un poco en la boca de Belu, otros en sus tetas, en el piso, y en las bombachas que estaban en el suelo. Por eso mismo, yo las agarré de prisa y se las encajé en la cara a esa perra lechera, que casi no sentía la piel de su cuello. Es que, césar, mientras le encajaba su pija cada vez más adentro de su garganta, le presionaba el cuello, le metía dedos en la nariz, le cacheteaba la carita y le arrancaba el pelo.
Entonces, César se echó en el sillón para acariciarse la verga exhausta, repleta de babas furibundas, para jadear como un animal enfermo, recobrar algo de oxígeno, y tal vez para ordenar todo lo que había vivido. Belu y yo estábamos más alzadas que antes. Supongo que, por eso, las dos nos arrodillamos en el sillón para frotarnos las conchas y las tetas al principio, mientras nos devorábamos a chupones sin destino, y lengüetazos cargados de libertinaje. Y luego, para dejarla que me chupe las tetas y me meta dedos en el culo. Entretanto, su vocecita se hacía eco en los rincones de mis tetas cuando me decía: ¡Meate encima nena, dale, que te hago la cola con mis dedos, meame, meate para mí!
Y no tuve más opciones que hacerlo. Ni ella otro camino que el de alcanzar un orgasmo terrible con mis dedos en su clítoris, y mi bombachita hecha un tubo de tela adentro de su vulva repleta de jugos afrodisíacos. César nos aplaudía con un brillo asesino en los ojos, todavía derrumbado en el sillón, olisqueando mi corpiño y la bombacha de Belu, siendo testigo de un caos más que comprensible a su lado, y de dos mujeres revolucionadas con ganas de más. Un líquido ambarino goteaba caprichoso por el tapizado del sillón, y entonces me morí de vergüenza al comprobar que me había hecho pis al frente de una absoluta desconocida. Pero no había nada que hacer.
En cuestión de minutos fuimos recobrando nuestros colores, personalidades y objetivos. No recuerdo quién rompió el hielo. Pero sí que Belu dijo, tal vez trayéndonos definitivamente a la realidad: ¡Chicos, tomemos un cafecito! ¿Les parece? ¡Meli, si querés te ayudo a limpiar todo este enchastre! ¡Si querés, date una duchita!
Lo creí conveniente. César abrió una ventana, puso musiquita suave en la tele, se vistió con cierto desgano, y se me acercó para comerme la boca, mientras me agradecía por el increíble momento que pasamos, me juraba que era el amor de su vida, y un montón de cosas más. Sin embargo, mientras me duchaba, mi mente comenzó a trabajar de nuevo, a atar cabos inexistentes, a revelarse en disconformidad con todo, y a vagar por los senderos de la ambigüedad. Tampoco podía olvidarme del aroma de esa pendeja, ni de lo rico que me había chupado las tetas. ¿Acaso, había descubierto que existía un lado lésbico en mí? ¡Nooo! ¡Seguro que, enseguida sonaría el despertador, y todo esto sería un extraordinario sueño para contarle a César! Pero no. Belén aún estaba en la casa, y César preparaba café mientras ella limpiaba los restos de jugos, semen, sudor y excesos de confianza de tres personas que, habían decidido amarse por igual. ¿Acaso era eso? ¿Y si, a césar le calentaba esa chica?
Fin
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