¡Abu, se te ve la bombacha!


Mi nieto Leandro, ese día estaba jugando a la Play en mi casa, con dos amigos de su infancia, que siempre vivieron en las cercanías de mi barrio. Era la siesta, y mi marido había salido a pescar con mi hermano. No solían volver el mismo día. En general, después de todo el ritual que les requería la pesca, el asadito, truco y vinito a la orilla del río, se quedaban en la casa de mi hermano para regresar al día siguiente. Era un sábado soleado, templado y con un poco de viento. Leandro, había almorzado conmigo, y fue allí que me dijo que sus amigos Martín y Ariel vendrían a visitarlo, a eso de las 3 de la tarde. Leandro y sus amigos tenían 18 años, y claramente, estaban a full con los videojuegos. No tuve inconvenientes con que reciba a sus amigos en mi casa, siempre que me ayude a levantar la mesa, ordenar un poco la cocina, y darle de comer a los 4 perros que teníamos en el patio. Es que, aprovechando la ausencia de mi esposo, arrasé con media botella de vino; Cosa que él no me permitía, a no ser para alguna circunstancia especial entre nosotros. Así que, andaba media mareada, me reía por todo, y aquellos elementos me entorpecían un poco las manos. Hasta Leandro se preocupó porque, en ese estado podía romper algo. Aún así se me reía, y no paraba de decirme que me hacía falta un poco de diversión. Además de prometerme que no le diría nada a su abuelo. En un momento, me dio un par de chirlos en el culo, cuando le insinué que ya iba siendo hora de presentarme a la noviecita con la que estuviese saliendo. Recuerdo que, casi descaradamente, le pregunté si había hecho el amor con alguna chica. Él, después de asegurarme que no salía con nadie, me respondió un ligero: ¡Abu, hoy no se les hace el amor a las chicas! ¡Solo, bueno, ya sabés! ¡Se las coge! ¡así como ellas nos cogen a nosotros!

¡O sea que, sí, ya te cogiste a una chica! ¡No creo que uses esa cosita dura que te vi muchas veces, solo para jugar en tu cama, o para hacer pis!, le dije, sin siquiera entender cuán lejos habían llegado mis palabras ebrias de vino, mientras sentía la lengua un poco pesada. Pero Leandro me sonrió, y luego me confesó que sí, que había estado con tres chicas, y que la última lo había dejado re loquito. Pero me aclaró que solo por las cosas que hacía con su boca, y su vagina. Según él, no daba para enamorarse de una de las pibas más populares del colegio.

En definitiva, a eso de las cuatro llegaron los chicos, mientras yo intentaba concentrarme en unos crucigramas, totalmente echada en mi cama. Escuché el barullo, y atiné a levantarme para cerrar la puerta. Pero, entre las vueltas que me daba la cabeza, la modorra que me embotaba todo el cuerpo, y el encanto de oír las risas de esos jóvenes, preferí quedarme acostada; aunque tenía bien en claro que debía respetar la privacidad de mi nieto. Sin embargo, se me hizo imposible no detenerme en sus conversaciones eufóricas, una vez que ya había pasado una media hora en la que solo jugaban, se puteaban por no estar atentos, o gritaban con algún gol. No sé quién comenzó con la charla. Pero, estaba claro que yo no debía escuchar esas cosas.

¡Sí boludo! ¡Te lo juro! ¡Yo y el Manu fuimos a la casa de la Luna, y nos re enfiestamos con ella! ¡El Manu se re zarpó, y se la mandó por el culo! ¿Viste el culo que tiene la negra?, dijo Ariel totalmente desbocado, después de otras groserías que no puedo recordar. El pobre siempre tuvo la misma voz de flauta dulce.

¿En serio? ¿Se la culeó? ¡Yo, el otro día logré que la Yesi me tire la goma en el auto de su viejo! ¡Estaba guardado en el garaje! ¡Boludo, se la re tragó la guanaca esa!, dijo un Martín refulgente de felicidad, mientras los otros dos lo coreaban. Leandro, le pidió detalles de aquella felación, y Martín se los proporcionó, mientras volvían a jugar.

¡Me lamió las bolas, y posta, la muy perra hacía como un anillito con su boca, después de babearse toda para subir y bajar por la chota! ¡Me ponía re al palo! ¡Creo que, si no estuviésemos tan apretados en ese auto de mierda, le habría pedido que me chupe el culo! ¡Tiene una lengua tremenda! ¡Y le cabe eructar cuando se la sacás de la garganta! ¡Aaah, y que le pegues en la geta con la verga toda babeada! ¡No saben cómo la escupe! ¡Aparte, te abre la boca y te pasa los labios abiertos por toda la verga! ¡Eso, a mí me re contra ceba!, se manifestaba Martín, sabiendo que tenía un público expectante, aunque no supiera de mis oídos. Y, Leandro, no tardó en decirles: ¡Yo, el otro día me garché a la hija de la Sonia! ¡Es una mina tremenda! ¡Esa sí que te pasea por la cama! ¡Aunque, ese día garchamos en el suelo del patio de su casa, arriba de unas mantas, porque sus hijos estaban haciendo los deberes en la cocina! ¡Creo que el marido estaba en el taller!

¡Boludo, pero, esa mina tiene treinta y pico! ¿Te gustan las vacas viejas? ¡Porque, encima está media gorda! ¡Aunque, bue, tiene terribles tetas! ¡Si te agarra la pija con esos globos, te la quiebra!, decían entre Ariel y Martín, seguramente haciendo ademanes y cargoseándolo, porque él les pedía que dejen de pegarle, aparte de los movimientos y risas de nerviosismo y calentura adolescente. Entonces recordé que Sonia es la costurera del barrio, y que su hija, una tal Marisol, tenía 35 años, y tres nenes. ¿Cómo podía ser que mi nieto estuviese teniendo sexo con una mujer más grande que él?

¡Chee, chabón! ¡Imaginate a esa putona, dándole la teta a los hijos! ¿Yo, sabés cómo le ordeño esa leche? ¿Y, le largaste la leche adentro boludo? ¿Mirá si te hacés padre, antes que nosotros?, lo cargaba Martín, mientras el silencio del videojuego evidenciaba que estaban más preocupados por sus relatos que por seguir jugando. Leandro les dijo algo acerca de la cola de Marisol, y luego, casi que muerto de risa se expresó: ¡Y encima, se pone las bombachas de la hija que tiene 10 años! ¡Se hace la pendejita la gorda!

A continuación, hubo un coro de risas, unas cargadas, el ruido de al menos dos latas de birra que se abrían, y casi como si no hubiese pasado nada, comenzaron a jugar de nuevo. Yo, me sentía extraña. Imaginar a mi nieto encima del cuerpo de esa gorda, revoleada en unas mantas sobre el suelo de su patio, retorciéndose por las envestidas de una pija sedienta en su sexo, me encendía los motores como nunca. Además, también me imaginaba al otro nene con su pija en la boca de la tal Yesi, apretados en un auto, y a Ariel mordiéndole las tetas a una tal Luna que no conocía, mientras otro pibito se la desenvainaba toda en el culo. Instintivamente me sobé los pechos, y me palpé la vulva. Eso fue todavía peor para el crepitar de mis ansias desbocadas. Ahora el mareo del vino se había transformado en indecencias. Caía en la cuenta que aún tenía 58 años, y que con mi marido siempre lo habíamos hecho en la cama, y de las formas más tradicionales que existían. Nunca nos practicamos sexo oral, con la desfachatez con la que lo expresaban esos mocosos. ¡Qué bien que la pasan los pibes de hoy en día!

Lo cierto es que, necesitaba salir de aquel cuarto que me invitaba a preguntarme más y más insatisfacciones. Y, como ya eran las 5 de la tarde, pensé que sería una buena idea calentar agüita, preparar el termo, armar el mate y rajar para el patio. Ya estaba en condiciones de ponerme a regar las plantitas mientras mateaba, me fumaba algún puchito, y escuchaba mi Playlist de Luis Miguel. De modo que, fui a la cocina, puse la pava, serví un plato de bizcochos de grasa y se lo llevé a los chicos, sabiendo que Leandro los ama. Abrí la ventana del living, prendí un sahumerio para cambiar un poco el ambiente, y saludé a los dos amigos de Leandro con un beso. Siempre fueron amorosos conmigo. Les dije que cualquier cosa que necesitaran, yo estaría en el patio. Los cargoseé con no tomarse las 22 latitas de cerveza que quedaban en la heladera, le dije a Martín que estaba cada día más alto y atlético, y me adentré en la cocina para empezar a preparar el mate. Y, de repente, la voz de Leandro me devolvió al concierto de ratones que, creí haber dejado debajo de mi cama, en el dormitorio, apenas dijo sin reprimirse: ¡Abu, se te ve la bombacha! ¿Sabías?

De pronto no supe cuál era mi lugar en el mundo, ni en mi propia casa. Fui consciente que traía un short descosido en la parte de la cola, el que habitualmente usaba para dormir por las tardes, y que, obviamente, cuando fui y vine de la cocina al living trayéndoles cosas, Leandro se percató de ello. Además, también tuve que agacharme para recoger una latita vacía de cerveza que yo misma había pateado sin querer. ¿Acaso me lo dijo para evitarme otras miradas indiscretas? Y, si fue así: ¿Por qué me lo dijo en voz alta? Lo claro es que, esa pregunta me prendió fuego por dentro. Al punto que, le retruqué al desconcierto de la tarde cuando se me ocurrió pronunciar: ¿Estás seguro? ¿A ver? ¿De qué color es mi bombacha, picaflor?

¡Es negra Abu! ¡Y sí, se te ve, porque tenés un agujero en el pantalón!, dijo Leandro, e inmediatamente Martín aseveró: ¡Para mí era roja desde acá!

¡Hey, che, no le mires el culo a mi abuela, infeliz!, lo reprendió mi nieto. Yo, con mis manos busqué el agujero del short, haciéndome la desentendida, y casi que, sin premeditaciones ni objetivos claros, al menos a priori, agrandé un poquito más aquel roto tan particular.

¡Ahora se me ve mejor! ¿No cierto? ¿Para Vos Ari? ¿De qué color es? ¡Vamos, no te pongas tímido! ¡Después de todo, es una bombacha! ¡Supongo que pendejos divinos como ustedes, deben haber visto, y bajado unas cuántas!, les dije con alegría, sintiendo que el pecho me campaneaba de tantos latidos inmorales.

¡Sí señora, es negra, como dijo el Lean! ¡Y, no es que sea tímido! ¡Pasa que, yo no bajé tantas como estos dos tarados!, dijo al fin Ariel, envuelto en una ola de murmullos. Los dos empezaron a delirarlo, y a pegarle en las costillas, ya que el pobre estaba sentado entre los otros dos atorrantes. Y claro, desde ese momento, sin otro desvío posible, supongo que la mano de alguno de ellos se estiró hasta mi nalga derecha, y me la acarició.

¿Quién fue el desubicado?, pregunté al darme vuelta, mirándolos desafiantes.

¡No sé abu! ¡Ahora, vos tenés que adivinar quién pudo haber sido!, sugirió Leandro, tan intimidante como prepotente. Los otros dos se quedaron de piedra. Ninguno quería revelarme nada. Entonces, yo, por obvio, señalé a mi nieto, acusándolo.

¡No abu! ¡Yo no fui! ¡Aunque yo tuve la idea! ¡Fue el Ari! ¡Y vos que pensabas que era un tímido!, dijo Leandro, luego de empinarse una lata de cerveza. Supongo que todos mis músculos se tropezaron en mi rostro, y que mis mejillas se tiñeron de rojo al instante. Y de golpe, vi que Martín se acomodaba el pito por encima del pantalón. Le vi las dimensiones, y no cabían dudas de que lo tenía re parado. Se me ocurrió mironear a los otros dos, y descubrí que Leandro tenía flor de bulto en el jean, ¡Y que al pobre de Martín el short le oprimía cada centímetro de pija al tenerlo tan apretado! ¿Qué les pasaba? ¿Podía ser posible que se les hubiese parado por mirarme la bombacha? ¡Noooo, claro que no! ¡Eran alucinaciones mías! Pero, estuvo clarísimo cuando Martín balbuceó: ¡Señora? ¿Usted, nos está mirando los bultos?

Y fue peor cuando mi nieto replicó: ¡Abu, ahora hacete cargo, y fijate qué podés hacer! ¡La que vino a mostrarnos la bombacha, fuiste vos! ¡Posta, no te enojes! ¡Pero, es obvio que necesitás un poquito de acción! ¿Ustedes qué dicen che?

Los chicos asintieron con cabezadas, y toses nerviosas. Y casi no hubo tiempo para pensar en consecuencias irrenunciables. Me di vuelta como para irme, dejándolos con las palabras en la boca, y las lechitas en las puntas de sus pitos enormes. Creo que, sin saber cómo reaccionarían, aunque muy segura de que esperaba todo lo que pasó a continuación. Alguien estiró el elástico de mi short, y Leandro dijo: ¡No abu, no te vas, hasta que no te veamos la bombacha entera!

Yo forcejeé por unos instantes inútiles, porque, en menos de lo que imaginé, ya tenía el short a la altura de las rodillas, las manos de esos mocosos acariciándome todo el culo, y la voz de Martín que me pedía: ¡Dale mamu, date vuelta, así vemos cómo te queda ahí adelante!

Les di el gusto. Pero no dejé que me pusieran un dedo encima. Fui más rápida que ellos al estirar mis manos para buscar directamente sus bultos. El de los amigos de mi nieto, y también el de Leandro. Empecé a palpárselos, sobárselos, reconocerlos calientes, húmedos, especialmente el de Martín que era el más prominente y ancho, y totalmente necesitados. El viento que soplaba afuera parecía traer un calor de infiernos que zumbaba en mis oídos como un panal de abejas furiosas. No podía descifrar del todo las palabras de los muchachos. Solo notaba que mis manos los hacían gemir y suspirar entre más sobadas, apretaditas y golpecitos a sus glandes. Leandro dijo un tímido: ¡Uuuy, qué rico putita!, cuando le pellizqué la puntita del pito por arriba de su pantalón. Y, fue a él a quien se lo bajé primero. ¡Y entonces descubrí que el muy chancho no se había puesto ni siquiera un bóxer! Sus amigos se rieron de lo chiquita que la tenía al principio. Pero luego, cuando mi mano derecha empezó a pajearlo, luego de escupírmela un par de veces, su grosor cambió por el de una morcilla blanquecina, rodeada de vellos púbicos rubios, húmedos y bastante bien cortaditos.

¡Che, acá tenés otra morcilla, un poquito más gruesa!, dijo Martín, bajándose él mismo pantalón y calzoncillo, ofreciéndole a mi mirada turbada un hermoso ejemplar de pija bien parada, súper brillante por los hilos de presemen que la decoraban. Mi otra mano no se negó a ser babeada por mis labios incontrolables para luego aferrarse a ese tronco fibroso y duro, casi tanto como la pata de una mesa. De modo que, durante unos minutos tal vez, estuve subiendo y bajando el cuero de dos penes cargados de deseo, semen y lujuria, mientras el otro nene se lo tocaba solito, sin atreverse a desnudarse todavía.

¿Vieron que les dije que estaba buena mi abu? ¡Pasa que, ella no se la cree mucho! ¡Así abu, apretanos bien el pito, que estamos re calientes! ¡Y más desde que te vimos la bombacha! ¡Tenés flor de culo para tu edad! ¿Te lo dijeron? ¡Y eso que no vas al gym!, decía Leandro, condenándome a una irreversible libertad de movimientos, pensamientos y sentires que, no parecían coincidir con las realidades que me correspondían por el rol que debía ocupar.

¡Dale guacho, pelá la verga, así mi abuela te la mira, y te la ordeña con las manos, como nos lo hace a nosotros! ¿O no te la aguantás?, le dijo Leandro con toda la carga emotiva a su amigo, que de un solo sacudón terminó en pito ante mis ojos desorientados.

¡Uuuuh, mirá qué lindo pilín tiene este otro nene!, dije como atontada, y mi mano se ocupó de rodear esa otra pija tersa, gruesa y caliente como el mismo centro de la Tierra. Ahora sí que mis manos eran abejas en busca del polen más dulce, frutar y perverso. A los tres les hacía ruidito el glande, producto de los líquidos que salpicaban mis dedos, y el olor de sus bolas trabajadoras se intensificaba en el aire. No sabía cómo mirarlos a la cara, ni si decirles algo, o si prohibirles que me rocen los pechos, como ya lo hacían Martín y Ariel. Para colmo de males, todo lo que llevaba arriba era una remera ancha de la cintura hacia abajo, y bien apretada en el escote; y no traía corpiño. Así que, mis gomas estaban desnudas, palpitantes y expuestas a esos dedos que, ya me las pellizcaban suavecito, y me las masajeaban sin experiencia, pero con pasiones desmedidas. Leandro se hizo el malo con sus amigos cuando les gritoneó: ¡Che, no sean hijos de puta! ¡No le manoseen las gomas a mi abuela, que es una señora grande!

Yo lo miré como el culo, pero no fui capaz de articular palabra. Al punto sentí un chirlo estrellarse en mi nalga derecha, y me sentí aún más extraña al notar que provino de la mano de mi nieto.

¿Te gusta que te chirleen la cola abu? ¿Y las pijas de mis amigos? ¡Espero que te guste un poquito más la mía! ¡Acordate que soy tu nieto, y eso, significa que me debés algo de atención preferencial!, dijo el mocoso, sumándose a los manoseos de sus amigos a mis tetas. Y de pronto, sus caras no del todo adultas ni perfectas comenzaron a frotarse en mis tetas, estirándome la remera con sus manos, y babeándomela cada vez que abrían la boca. Imaginaba que, tal vez, sus lenguas podían encontrarse, y me excitaba más. Uno de ellos atrapó mi pezón derecho, y me hizo chillar cuando me lo mordisqueó. Luego, los demás lo imitaron, y de esa forma, todos fueron mordisqueándome las tetas, los pezones, el abdomen, y uno solo de ellos, Martín, se ocupó de sobarme la entrepierna, con las voluntades de mi cuerpo a su disposición.

¡Son unos asquerosos, los tres! ¿Cómo puede ser que le estén haciendo esto a una señora grande? ¡Parecen bebotes, extrañando las tetas de sus madres! ¿Acaso, las chiquitas de su edad, no les prestan sus tetas para que se las chupeteen y muerdan así? ¿Eee?, comenzaba a desatarme, y mi garganta a recobrar la voz que necesitaba para ponerlos en ridículo; sabiendo que, en realidad, yo estaba más caliente que una mamá embarazada en prisión.

¡A vos, Lean, debería darte vergüenza! ¿Primero mirarle la bombacha a tu abuela! ¡Y, segundo, hacer que tus amigos también me miren!, insistía, mientras ellos seguían amasándome las gomas, prácticamente apartándolas de mi remera. Cuando reparé en que las tenía desnudas, y que Martín me chupaba uno de los pezones, y que Ariel me mordisqueaba el otro, todo mientras se toqueteaban las pijas, sin siquiera un mandato, un guion o una premisa determinada, le agarré el bulto a mi nieto y lo empecé a pajear con todo. Y fue tan ágil, tan ardiente y violenta la paja que le hice que, el pobre empezó a gimotear de lujuria, mientras derramada un copioso chorro de esperma en mi mano. Los otros dos, no dejaban de chuparme las tetas, mientras se le reían por no aguantarse los trapos, o algo por estilo. Incluso Martín le dijo que así, no le daría bola ninguna mina, acabándose tan rápido. Pero, llamativamente, la pija de mi nieto estuvo solo unos segundos como en estado de shock, porque, al instante volvía a recobrar su forma y esplendor, mientras yo me atrevía a chuparme los dedos frente a los ojos de esos tres ilusos, descreídos y desubicados. Hacía ruidos mientras me sorbía los dedos, y eso los confundía, los excitaba, casi al punto de tener que controlar sus eyaculaciones. Salvo Leandro que, estaba un poco más tranquilo, y me decía, mientras me daba pequeños chirlos en el culo: ¡Sos una abuela chancha, que le gusta mostrar la bombacha a los guachos, y mirarnos los pitos! ¿Te gustó mi leche, asquerosa? ¿Y ahora, quién es la asquerosa? ¡Vos abu, porque te morías de ganas de probar leche de pendejos como nosotros!

Entonces, ciega del aturdimiento y el cosquilleo que me inundaba las sienes, el alma y la vulva, reparé en que ya no tenía la remera, cubriéndome absolutamente nada. Así que, anonadada por la virilidad de esos nenes babosos, tomé la decisión de juntar mis pechos a sus pijas, y frotarlos como si fuese una muñeca inflable. Jamás había sentido una pija entre las tetas, y la primera vez que lo hice, con la de Martín, tenía la sensación de un ardor tan placentero como insoportable en mi piel. Con la de Ariel fue un poco más disfrutable, porque él mismo me había sugerido escupirme en el hueco de las tetas. Mo entendía cómo era que esos mocosos sabían tanto del goce sexual. Porque no era erotismo, ni mucho menos admiración, ¡Y ni hablar de romances! Solo era sexo. La carne, los fluidos, las erecciones, los olores de sus cuerpos, hormonas furiosas, contacto, aliento, saliva y sudor. Tanto que, ni siquiera me había percatado que mi nieto estaba meta subirme y bajarme el short, apoyándome de vez en vez su pija hinchada y caliente en el culo. Lo noté recién cuando sentí la viscosidad de su glande entre mis nalgas, habiéndome corrido un poco la bombacha.

¡Uuuy, sí, así abu, frotales las tetas en las pijas a mis amigos! ¡Siempre te veíamos las tetas! ¡Y el culo! ¡Y no es la primera vez que te vemos la bombacha! ¡Aparte, las chicas de nuestra edad, están zarpadas en histéricas! ¡Ni les hables de meterse una verga en la boca! ¡Y menos entre las tetas, así, como te las ponés vos! ¡Qué rica abu tenés Lean! ¡Ojalá, mi abuela fuera tan perra, y tan buena turqueando pitos, como la tuya! ¡Ni hablar que, las pibas están re locas! ¡La Romi está buenísima! ¡Pero está enamorada de un pibe que es re gay! <<¡Y la Gabi, si lográs ponerla en pedo, por ahí te la podés chapar! ¡Siempre y cuando no se haga pis en el boliche!, decían los pibes, hablando entre ellos, y halagando mis aptitudes, las que ni yo conocía de mí misma, mientras mis tetas seguían fundidas en sus pijas más duras y musculosas, más húmedas y turbulentas, mientras Leandro me chirleaba la cola, y me decía al oído: ¡Abu, cuando yo te pellizque fuerte, te parás, y te bajás el short, así los chicos te miran la bombacha, pero la parte de adelante!

Entonces, decidí que no era momento de esperar al bendito pellizco. En cuanto estuve a punto de meterme la pija de Martín en la boca, casi sin poder evitar los gritos de mi propia sed de hembra, les puse mis manos en sus pechos para separarlos de mí, di unos pasos hacia atrás, y me bajé el short, abriendo las piernas todo lo que mi estabilidad emocional me permitió.

¡Ahora sí, guachitos asquerosos! ¡Mírenme la bombacha, todo lo que quieran! ¡Seguro que las bombachitas que se entierran en el orto las pendejas de ahora, les calientan más!, dije, mientras Leandro se sentaba nuevamente al lado de Ariel. Pero Martín se sentó arriba del respaldo del sillón, meneando su pija y señalando mi boca.

¡Dale che, vení, y mamame la pija, que no doy más!, dijo el muy turro, y los tres empezaron a aplaudirme a modo de arenga para que cumpla con el pedido sollozante de ese mocoso. Así que, perdida por perdida, me quité el short, y aproveché la perfecta altura que me proporcionaba el sillón para juntar mis labios al glande babosos de ese pendejo, y primero lo obligué a desearme, haciendo que friegue su pija en toda mi cara, mis labios cerrados, y hasta por mis tetas, esforzándome un poco. Y, en cuanto los otros dos escucharon el primer Glup del ingreso triunfal de esa pija en mi boca, bueno, Leandro empezó a chuparme las tetas, y Ariel a sobarme la vagina, olisquear mi bombacha, y a estirarla con los dientes. Entretanto, mi aliento le asfixiaba la testosterona a Martín con mis lamidas, mordiditas y escupidas cuando lograba sacármela un ratito. Me sentía un pez en la tierra cuando no la tenía clavada en la garganta, aunque me costara respirar, y repartía gargarismos como si tuviese problemas para pensar. Leandro decía cosas como: ¡Qué lindo comerte así las tetas abu, como si fuese un bebé, y vos, una mami que también necesita leche!, y el otro rufián no paraba de decir: ¡Qué hermosa zorra tiene la doña! ¡Toda la zorrita mojada, peludita y caliente! ¡Amo este olor a concha por dios!

Cuando sentí los dedos de Ariel, o tal vez los de Leandro en el interior de mi vulva, no lo soporté más. Me estaba prendiendo fuego por dentro, por fuera, y por todos los lugares en que mis ancestros me estuviesen mirando desde algún sitio. Sabía que si aceleraba la mamada que le ofrecía con tanto morbo a ese nene, no tardaría en quedarme con todo su semen en la garganta, ¡Y me moría por probarlo! Pero también necesitaba pijas en la concha. De modo que, tomando el control de la situación, me aparté del sudoroso Martín, le sostuve la pija con una mano, y los miré a los ojos para decirles: ¿Y ahora? ¿Quién le va a sacar la bombacha a esta vieja sin dientes, arrugada, de tetas caídas, y con la boquita sucia de pitos de nenes malcriados?

¿Qué decís abu? ¡Casi ni tenés arrugas! ¡Tenés todos los dientes, y, si vos tenés las tetas caídas, no importa, porque nosotros te las vamos a dejar como nuevas!, decía Leandro, mientras los tres me rodeaban para adivinar, o, mejor dicho, para adueñarse de mi bombacha. Pero yo, les ofrecí mis tetas, y les dije: ¡El que me chupe el pezón con más ternura de los tres, me saca la bombacha, y me mete el pito en la concha! ¿De acuerdo?

Ganó Leandro. Tal vez por ser mi nieto, y tenerme bastante más cariño que sus amigos, que solo estaban alzados. Posiblemente para ellos solo era una mujer con tetas, vagina, y una boca descarrilada con hambre y sed de verga. De modo que, a pesar que los otros protestaron por intuir favoritismos, observaron cómo Leandro me quitaba la bombacha y se acomodaba en el sillón para que luego yo haga lo mismo sobre sus piernas. Él lo había preferido así. La verdad, no necesité consultárselo a ningún dios, ni presionarme por nada, ni desatarme de nada. Ni bien sentí la cabecita de su pija contra mis labios vaginales, hice el movimiento púbico necesario para que, casi sin inmutarse, o esperar la orden de lo establecido, nuestros cuerpos comiencen a fundirse, a penetrarse, y su pija a formar parte de mis entrañas.

¡Así doña, cogete bien a este boludo, a ver si por fin se coge a alguien que sabe!, me decía Martín, mientras me chupaba las tetas, y al que mis manos le pajeaban el pito. Ariel, estaba parado peligrosamente sobre el sillón, colocando su pija en mi boca. No solo para silenciarme por los gemidos que me arrancaba la cogida que Leandro me asestaba, ya que, luego de unos instantes, él fue quien tomó el control y el curso de las penetradas, porque mi casi nula actividad sexual por esos tiempos me exponía un poco. También para que le succione y mame esa hermosa pija cada vez más caliente. Él solo repetía: ¡Asíiii, la puta madreee, comete mi pijaaa, sacame la leche, así vieja puta, comete mi lecheeee, que te re gusta la leche de los guachos!

Claro que me gustaba. Solo que, hasta ahora no lo sabía. Por eso se me antojaba todo. Quería saborear el semen de los tres, y que los tres me la metan en la concha, y hasta en el culo, por más que por allí no lo había hecho jamás. Y Leandro parecía haber escuchado mis pensamientos, mientras me rasguñaba el culo y me aferraba a su cuerpo para profundizar aún más en mi interior, porque en un momento me dijo: ¡Abu! ¿Querés la pija de alguno de los guachos en la concha? ¿Querés sentir otra pija? ¿O querés que yo te la llene de leche? ¿Te acabo Abur?

Obvio que yo le contestaba que sí a todo. Y al fin, un estruendoso concierto de gemidos, palpitaciones, respiraciones tumultuosas y toses precipitadas le dieron paso a una acabada tremenda. La de mi nieto adentro de mí, con todo su semen incendiándose adentro de mi concha, mientras Martín me despedazaba las tetas a chupones, y el otro casi me atragantaba con su pija, haciendo de cuentas que mi boca era una vulva experimentada.

¡Dale negro, ahí la tenés! ¡Subítele arriba, y cogela, que te la dejé bien lubricadita! ¡Dale, que te re cabe cogerte a las casadas después que se las garcha el marido!, le dijo el generoso de mi nieto a Martín, que ni siquiera se propuso rechazar la oferta. Yo, a esa altura ya estaba recostada en el sillón, totalmente aturdida, húmeda y borracha de tanto placer, cuando el pendejo se subió a mis caderas, y luego de darme un par de vergazos en la vagina murmuró un tierno: ¿Querés que te la ponga toda?

Yo le imploré con mi cara y mi voz que, ni se le ocurra hacerme desear.

¡Cogeme toda, ahora, pendejo asqueroso! ¡Llename de lechita, como tu amiguito!, le dije al oído, agarrándolo de la cabeza para asegurarme que me entienda a la perfección. El guacho, ni bien movió su pubis, y me mordió una teta, ya había clavado su pene en mi concha radiante para luego moverse con una agilidad que, creí que mis huesos no podrían soportar. Al mismo tiempo, Ariel olía mi bombacha y me ponía su pija en la boca, dispuesto a ofrecerme su semen de una puta vez, como tanto se cansaba de repetir. Leandro nalgueaba a Martín para que me coja más rápido, como a una puta, o como si se estuviese cogiendo a su hermanita. Esas eran las cosas que le decía. El pibe se quejaba y lo puteaba, pero no desatendía sus acciones de macho empalado, y, de no ser por la pija de Ariel que restallaba de presemen y saliva en mi boca, habría aullado como una loba salvaje. Por un momento imaginé que mi marido me encontraba súper enfiestada con esos pendejos, y con mi nieto. Eso me regaló una adrenalina aún mayor, si aquello pudiera ser necesario.

¿Te gusta cómo te la mete mi amigo abu? ¿Se mueve bien el hijo de puta? ¡Mirá que, si no te gusta, le sigo pegando!, decía Leandro, acaso con el timbre de su voz más relajado que los otros dos. Pero no tuve oportunidad de contestarle, porque en ese momento, justo cuando Martín me chupaba las tetas, moviéndose con ritmo, haciendo chocar su pubis con el mío como si fuese n martillazos de un carpintero, Ariel empezaba a decir: ¡Asíiii, tomáaaa perraaaa, toda la perrada, solo para vos, la puta que te parióooo, asíiii, deslechame la vergaaaa! ¡Uuuuf, qué rico que me la chupasteeee, asíiii, chupasteis!

En breve comencé a tragar, a toser y a gimotear entre unas gárgaras que jamás había experimentado. Sabía que, si respiraba muy fuerte, varios hilitos de semen traspasarían mi nariz, y quizás podría ahogarme. Así que mantuve la calma, y hasta dejé que algunas gotas se me escapen de los labios. Además, la locomotora que vibraba en mi concha aún seguía carburando, penetrándome con fiereza, dominándome como a una niñita miedosa, y abriéndome todos los chacras de la sexualidad. Leandro ya no lo castigaba, y Ariel, poco a poco se alejaba de mi campo visual, aunque todavía seguía olfateando mi bombacha, jadeando como si estuviese maravillado por el espectáculo que acababa de vivir.

¡Así doña, pedime la leche, y te hago un tío para este guacho! ¡Decime que soy el que tiene la pija más dura, el que mejor te coge, el que te hace gozar, el que mejor te chupa las tetas!, decía al borde del colapso el pobre Arielito, dando unas bocanadas intensas contra lo que quedaba del color de mis tetas, babeándome toda, y clavándome la pija hasta arrancarme unos gemidos que no podía controlar, los que antes no emitía por tener la boca ocupada. Yo le decía todo eso. Además, agregaba cosas como: ¡Así bebé, hacete hombrecito, y cogete a esta abuela, que tiene ganas de leche! ¡Esta abuela es muy lechera con los machitos como vos! ¡Me chupaste las tetas mejor que todos, y tenés un pilín de nene que me calienta mucho la concha! ¿A vos te gusta lo calentita que tengo la concha? ¡Después, robale mi bombacha a tu amiguito, y te la llevás a tu casa! ¿Querés? ¡Así podés guardarte mi olor en tu habitación, y pajearte esa pija hermosa, y enlecharte todo, pensando en mí!

Aquello fue demasiado para la mente cargada de morbo de ese pendejito. Empezó a delirar, a balbucear cosas que nadie podía entenderle, y a pegar su pubis hasta el dolor contra el mío, mientras su pija parecía convertirse en una manguera de los bomberos. Solo que de ella brotaba más y más semen caliente, el que me ardía como nunca, me llenaba por completo, me humedecía hasta los recuerdos más recónditos, y me hacía sentir tan mujer como nunca. Quiso besarme en la boca mientras eyaculaba, me llenaba y me apretaba las tetas. Se excitó más cuando se lo negué, y me dijo que era una vieja putona. Eso logró arrancarle un par de chorros más de leche, y entonces, su pija empezó a ceder ante los latidos de mis paredes vaginales. Sentía que el clítoris me bailaba la tarantela, o perreaba el más ordinario de los reggaetones del momento. Tuve que ayudar a ese mocosito a incorporarse por los temblores que aún le agarrotaban cada músculo de su hombría. Los otros dos se le cagaron de risa. Pero, en definitiva, como si alguien estuviese esperando al otro lado de la ventana del living, o escondido en alguna parte con alguna cámara indiscreta, los cuatro comenzamos a aplaudir, a aplaudirnos, felicitarnos con las miradas, y a reírnos como intentando descomprimir toda la enjundia que nosotros mismos construimos, a través de un hecho tan absurdo como el desatino de mostrar un pedacito de mi bombacha.

Entonces, me reconocí ante ellos, desnuda, sudada, con marcas de dedos y dientes, con olor a semen y a saliva, con temblores y revoluciones en el vientre, y con ganas de seguir haciendo cositas chanchas. Acaso, con las mismas ganas que ellos. Pero Leandro ya se había vestido, y los otros dos, se habían puesto los calzoncillos. Hablaron entre ellos cuando, mis ojos desacostumbrados a la rutina buscaban al menos mi remera para cubrirme un poco. En realidad, ninguno sabía qué decirle al otro.

¡Abu, nosotros, en un toque, nos tenemos que ir a, un torneo de fútbol! ¡Yo, bueno, yo vuelvo a comer! ¡Los chicos, no creo!, dijo Leandro tras cambiar unas miradas con sus amigos. No respondí de inmediato.

¡Señora! ¿Sigue en pie lo que me dijo? ¿O sea, lo de que, me puedo llevar su bombacha?, dijo Martín, ya no tan gallito como cuando lo tenía dentro de mí. Yo, me reí con toda la naturalidad que me reconocí, y le dije: ¡Por supuesto nene! ¡Promesas son promesas! ¡Buscala, y llevatelá? ¡te la regalo, para que le hagas lo que quieras!

Aquello fue como un vaso de agua fresca para los cuatro. De inmediato todo se suavizó. Al punto que Leandro sugirió: ¡Bueno abu, la próxima, cuando vos quieras, nosotros tres te damos una manito! ¡Vos, lo único que tenés que hacer, es, mostrarnos la bombacha! ¡Esa es la señal!

¡Bueno, eso, y que no esté su marido! ¡Si no, se nos arma la podrida a todos!, dijo Ariel, con el mismo tono despreocupado de siempre, recordándome al niño que poco a poco abandonaba. Por supuesto que les pedí absoluto secreto, discreción y lealtad. Solo iba a ceder ante cualquier cosa que se les ocurra, siempre y cuando sean ellos tres. De modo que, enseguida me levanté para chocarles los puños, como una adolescente más, mientras me ponía la remera, y sentía cómo se deslizaban gotas de semen de mi vagina por mis piernas.  

Fin

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