Boquita sucia

El secundario siempre es un ramillete de nuevas sensaciones. Y más si la pubertad, las hormonas y la calentura nos convierte en sus mejores presas. El 12 de marzo cumplí los 14, y ese mismo día comencé segundo año en una escuela modesta pero exigente. La primer semana fue un bajón porque, si bien la mayoría nos conocíamos de primero, había 5 repitientes, uno nuevo y dos chicas que venían de otra escuela. Una de ellas era Daniela, con bastantes problemas de conducta, según la preceptora. La otra era Tatiana, con serios inconvenientes de integración en su anterior colegio por contar con pocos recursos económicos, y por ser discriminada por las chicas. Eso me llamó la atención.
La segunda semana pasó inadvertida por una serie de huelgas docentes. Pero la siguiente ya había rumores de que la Tati era una nena fácil. El Rulo nos contó primero que ella le dibujó una pija gorda escupiendo leche en su carpeta. Enseguida nos la mostró, y no lo podíamos creer.
Luego supimos por el Tincho que le manoteó el pedazo cuando se sentaron juntos para hacer un práctico de informática. Pronto Carlitos se animó a confiarnos que la pibita durante la hora de lengua le metió la mano adentro de su slip y lo pajeó un ratito, balbuceándole al oído: ¡si querés te saco la lechita en el baño!
La bola se corría con el transcurrir de las semanas, y mayo para mí era llegar a casa y matarme a pajas con todo lo que me enteraba de nuestra compañerita. Lucas una vez nos compartió una fotito de su cola cuando la pescó apoyada con los codos sobre la mesa, meneándola lujuriosa. Se le veía hasta el inicio de su rayita y el elástico de su bombacha. Para nosotros en esa época, aquello era terrible! Más tarde, el Laucha nos dijo que él y el Omar se la chaparon en el baño de nenas, que le manosearon las tetas, y que ella les hizo la paja hasta que le acabaron en las manos.
Tatiana no era linda. No tenía buen culo, ni tetotas despampanantes, ni ojos preciosos. Pero sí una cabellera larga y negra, una vocecita de gata alzada, un aroma ensordecedor a su paso, y una picardía que la diferenciaba de las demás bobitas del curso. Ellas se horrorizaban, nos tildaban de zarpados y asquerosos, y no le prestaban ni un lápiz a todo aquel que se hablara con ella. Pero se morían por estar un ratito en la piel de la Tati. La pibita supo desde el primer día cómo ganarse nuestro respeto. Durante aquel mayo la fama de lecherita de Tatiana crecía, con la misma furia que lo hacían los comentarios de las chicas. El Rulo, Omar, el Chelo y Ramiro nos confesaron que la borrega les dijo en el recreo, por separados pero bajo el mismo discurso: ¡Si me das 5 pesos te hago flor de pete en el baño!
Ramiro se apichonó. Pero los otros tres le dijeron que sí, y terminaron arrastrando a Rami con ellos. Se mostraban felices, detallándome cómo la habían pasado.
¡A mí me chupó hasta las bolas, y cuando me saltó la leche se la tragó toda!, dijo el Chelo.
¡Faaaa, a mí también, y me la escupió como una guanaca!, agregó Omar.
¡Yo le ensucié hasta la nariz, y la gila se enojó porque la quería en la boca!, afirmó el Rulo.
¡Yo, apenas pelé el choto se lo mandó de una a la boca, y no pude aguantar bolu! ¡Casi la ahogo, y no me cobró!, se nos burló Ramiro. Yo estaba lleno de pudores, curiosidades y preguntas. Todavía era virgen, aunque gracias a Tatiana me pajeara hasta 8 veces al día. Es más. Hasta cierto día me acabé encima en clases cuando me senté con ella en matemáticas. No podía parar de mirarla y olerla. Ella de repente comenzó a rozarme la puntita del pito re parado sobre mi jean con su lapicera, y mi derrame fue inevitable. Ni nos hablábamos, y no era necesario. La vergüenza nos dominaba como a ratitas de laboratorio. Ahí descubrí que me calentaba su olor a villera, el aliento de su boca siempre nutrida por un arsenal de caramelos, pastillitas y chicles que había en su guardapolvo, y hasta las brisitas del movimiento de sus piernas que acentuaban su esporádico olor a pichí.
Una vez escuché a Romina, Aldana y Paola hablando de la Tati, y desde entonces tuve información clasificada de sus pensamientos, debilidades y acusaciones.
¡Che boludas, ¡Vieron cómo se rasca la cabeza la nuevita?!, dijo Romina masticando un chicle y haciendo globitos cada vez más grandes.
¡Seguro tiene los re piojos!, agregó Pao con cara de asco.
¡Pero los pibes andan re alzados con esa sucia! ¡A mí el Gonza ni me habla, y Rami ya ni se ríe de mis chistes!, dijo Aldana, como mirando al cielo.
¡Es una tarada, pero tenemos que hacer algo! ¡Imagínense si esta putita se termina cogiendo a todos los varones!, se preocupó Paola.
¡Naaaa, no creo que haga eso, que llegue a taaanto! ¡Para mí es re virgen!, dijo con sinceridad Aldana.
¡Ni en pedo boluda! ¿No viste cómo camina? ¡Tiene las caderas anchas, y saca el culo para atrás! ¡Esa ya probó la pija! ¡A mí no me jodan! ¡Esa es más puta que la Pradón!, dijo Romina, y acto seguido las tres salieron del aula, mientras yo me hacía el dormido. Casualmente ellas enaltecían la bandera de las rapiditas del cole. Pero no se animaban ni a un chupón a solas en el baño.
Por aquellos días la Tati escribió en un papel que escondió en mi carpeta: ¡Quiero que me acabes en la boquita, por 5 pesos! ¿Te copás?!
Yo me hice el dolobu. Pensaba en contárselo a los pibes. Pero esa misma mañana me apretujó el pito sobre el jean en la fila del bufet, me dijo que soy uno de los pocos que aún no le dio la lechona, y luego, mientras la de historia nos aburría con Grecia y Roma, su manito se reveló entre mi bóxer para moverse lentamente. Apenas me susurró: ¡Uuuy pendejito, la tenés mojada y durita, como si te hubieses meado! ¡Tenés el calzoncillo empapado!, ahí nomás le saqué la mano, y pronto, en una fracción de segundo eclipsado por la vergüenza sentí cómo me chorreaba el semen por las piernas.
Yo le rehuía a sus provocaciones. No quería saber nada con ella. Pero era más miedo que otra cosa. Apenas me había besado con una chica, y para colmo era una prima. No tenía ni media experiencia! Encima, una mañana el Tincho me confesó que por 10 pesos la turrita lo dejó acabar en la parte de atrás de la bombacha, después que se la mamó con un montón de caramelos de menta en la boca. Ninguno de nosotros le creía del todo, porque él por las dudas siempre llegaba un poco más lejos que el resto. Pero su relato logró que por la noche entre mis sábanas descargue 5 lechazos bien abundantes. Me imaginé a Paola haciéndome lo mismo en el patio de mi casa, y un soplo de viento helado me recorrió la nuca. Siempre me gustó Paola. Pero la Tati era la protagonista exclusiva de mis sueños desde que llegó al colegio.
Y junio fue el mes de la verdad para mi credibilidad masculina. Gracias a profes permisivos como la de inglés o la de biología, la Tati salía dos veces al baño de varones, y enseguida alguno de los pibes iba detrás de ella con cualquier excusa. Una de esas veces me la jugué, envalentonado por mis amigos. Cuando la de inglés preguntó quién se ofrecía a buscar unas tizas y el libro de temas a preceptoría, yo lo hice de inmediato, ni bien los pasos de Tatiana cruzaron el umbral del salón. En oportunidades le inventó a los profes que tenía cistitis, o alguna infección urinaria. Atravesé la galería al trotecito hacia el baño y comencé a buscarla, con las manos sudadas, la boca seca y temblores en el cuerpo. La vi de casualidad, sentada detrás de la puerta de uno de los cubículos, con la pollerita subida y el pelo suelto. Creo que por los nervios le dije: ¡Estás re linda Tati!
Ella se me burló diciendo: ¡Dale nene, pelá la verga que te voy a sacar toda la lechita con la lengua!
Le bajé el pantalón como pude, y ella pegó su cara a mi bulto. Me olió desesperada, me mordió suave la cabecita del pito sobre mi elegante slip, me lo bajó, y en cuanto su boca rodeó mi tronco estremecido comenzó a balbucear: ¡Qué pija guacho, dame leche bebé! ¿Te gusta cómo te la chupo? ¡Me encanta venir a mear al baño de los nenes! ¡Aparte, hoy, vine sin bombacha! ¿viste? ¡Dame la lechita nenito pajero!
No podía soportar la seducción de sus gemiditos, sus chupones y lengüetazos, sus palabritas sucias y su practicidad para lamerme los huevos y apretarme el glande. ¿Cómo iba a recordar si se puso o no una bombacha? por eso no tardé en pintarle los labios con una suculenta acabada que me perturbó por un instante. Me sentí mareado pero feliz, y ella ni me cobró. Nunca había largado tanta leche!
La mañana siguiente no quise esperar a ningún recreo, ni algún resquicio generado por los pibes. Sabíamos que después de lengua, la de historia siempre llegaba 15 minutos tarde. Fue medio de arrebato. Le di 5 pesos a la Tati y nos fuimos a sentar al último banco, porque no podíamos salir del aula. Ella se metió debajo de la mesa, fregó su cara de lado a lado en mi carne viril, me abrió la bragueta, me susurró que tenía olor a semen en el calzoncillo apenas lo corrió para escupirme hasta los huevos, le dio unos besitos a mi pija y la anidó en su boquita de golosina para subir y bajar, ladear su cabeza con su lengüita juguetona y serpentina contorneando mi glande, haciéndome tiritar el tronco con sus labios afiebrados y entrecortando las cosas que decía cuando se la clavaba más en la garganta. Pero esa vez le eyaculé en las manos, unos segundos antes que entre la directora.
Finalmente pasó que el Rulo tuvo la idea de enfiestarla en el baño de nenas del primario, el que por la mañana no se usaba. Los únicos que gozarían de los servicios sería nuestro grupo de amigos. Esto se le ocurrió luego de que un recreo se la mamó a él y a Omar, mientras afuera del bañito esperaban dos más. Esa vez a la Tati se le antojó ir a la escuela sin bombacha como otras veces, y según Omar no podía pensar con su olor a conchita de nena en el salón. Necesitaba descargar, y lo invitó al Rulo. Nos juró que se metía las dos vergas a la vez, que les pedía la leche como nunca, y que hasta se quedó con las tetas al aire para que ambos se las encremen. Ahora Omar, el Tincho, Rami, el Rulo, el Chelo y yo queríamos su boquita sucia para nosotros.
Más o menos por esos días Paola me detuvo a la salida para increparme.
¡Che Gonza, ¡Vos todavía no te chapaste a la nuevita?!, me dijo seria y distante. No le respondieron mis palabras, aunque creo que sí mis gestos y el repentino calor de mi rostro, porque Paola me dijo: ¡Al final sos un pajero como los demás!, y se mezcló con el resto de las chicas.
Pasó que nos enteramos que el lunes la de inglés no venía. Primero teníamos contabilidad, luego dos horas de inglés, y por último geografía. Nosotros seis le pedimos un permiso especial a la preceptora para usar la sala de computación en las horas libres. Por otro lado, era cierto que debíamos terminar una monografía para historia. Lo bueno era que mientras un grupo usaba la sala, ningún otro alumno podía entrar. Salvo que la preceptora lo autorice. La Tati, sin embargo, se las ingenió para entrar a primera hora y esconderse en el baño. Ni siquiera le importó que le pusieran una falta. Nosotros, entre todos juntamos 80 pesos, que para el momento era una fortuna, salimos al recreo, y apenas sonó el timbre corrimos a la sala. Cuando todos los alumnos y profes estaban en clase, fuimos saliendo minuciosamente para dirigirnos al baño. El Chelo cerró la puerta de la sala con llave por si acaso.
Ni bien entramos nos topamos con la chanchita de la Tati, que estaba de pie contra la pared, comiendo un chupetín de frutilla, con el pantalón en los tobillos, y oliendo contenta un calzón rosado que alguna nena debió haberse olvidado en el baño. No contábamos con tanto tiempo para ser cortés con ella, por lo tanto el Chelo le sacó el vaquero mientras yo se la sostenía, y los seis nos quedamos en calzoncillos aunque vestidos de la cintura para arriba por si algo fallaba, y nos tocaba correr. Ella comenzó a gatear moviéndonos la colita, se abría las nalgas para enterrarse la tanguita verde en ese orto pobretón, y enseguida se dispuso a olernos los bultos con urgencia, fregonera y jadeante. Luego se nos apartó para pasearse el chupetín por toda la cara. Ahí mismo la amarramos, rodeándola para comerla a besos entre todos, y enseguida la arrodillamos contra una pileta del baño. Se engolosinó largo rato con la del Chelo primero, entre nuestros piropos obscenos y manoseos deshonestos. Después se prendió a la del Rulo. Se pegaba en la cara con las manos y su pene, se lo escupía y se lo encajaba en la boca, haciéndonos desearla más.
¡Vos también pegame en la cara, que me encantan las cachetadas cuando tomo la mamadera!, le dijo de pronto, mientras hilos de baba le decoraban el mentón. Luego el Rami y yo le desprendimos el guardapolvo y le subimos la remerita media chivada para tocarle las tetas, al tiempo que Omar testeaba la profundidad de su arte bucal, y los demás acustizaban el ambiente con una paja terrible.
Omar era por lejos el que la tenía más gorda, y eso a la Tati le fascinaba. No recuerdo bien, pero creo que lo empujé para que me la chupe como solo esa cochina inmunda sabía. Jugaba con el chupetín y se lo escabullía junto con mi pija pegoteada y dulce. Se baboseaba, se azotaba la cola y me daba unos mordisquitos que te daban ganas de violarla, mientras el Rulo le acababa escandaloso entre las manos, ya que la Tati era tan generosa que aprovechaba a pajear al que no peteaba.
¡Metete el chupetín en la conchita, así trolitaa, te doy la leecheee!, le gritó tan fuerte que Rami tuvo que darle un puñetazo en las costillas. No teníamos que hacer ruidos, ni alarmar a nadie!
Enseguida Omar empezó a estirarle los pezones y el pelo para que mi pito siga regalándole arcadas a su garganta, la obligaba a pajearlo, y hasta en un momento se detuvo para mearle los pies cuando el resto seguía acogotándose el  ganso. Incluso Omar pajeaba al Tincho, y Ramiro dudaba en si vestirse o sacarle fotitos. Pronto la zorrita se comía la de Omar y la del Rulo, mientras yo le pegaba en el culo, le pegoteaba las nalgas con el chupetín, y hasta logré sacarle la bombachita con su ayuda para hacérsela oler, luego de impregnarme los pulmones con ella.
La piba no detenía su peteada por nada del mundo, era increíble verla estornudar con las pijas en la boca, entretanto el Tincho le mordía las gomas como podía. Al parecer tenía alguna alergia o algo, y eso la hacía moquear de lo lindo. Luego me la mamó a mí y al Tincho entre más estornudos, lamidas intensas, escupidas fatales y hasta con lagrimitas cuando le pellizcábamos el culo con vehemencia. Omar no podía aguantarse más. Así que mientras ella gemía atragantándose con su exceso de saliva, apenas la oyó decirle: ¡Quiero tu lechita perro, quiero irme toda sucia a casa!, le enchastró la cara con un chorro blanco que parecía no tener fin, y la muy puta se pasó la bombacha para untarse el pegote y luego metérsela enterita en la boca. Eso nos encegueció de tal forma que Ramiro y yo quisimos cogerle la boquita a lo bestia. Y peor cuando la escuchamos eructar lamiendo su bombacha.
Rami le pidió que le eructe en la cara y lo masturbe, mientras el Tincho intentaba ubicar su cabecita roja entre sus pompis. Omar se vestía, y el Rulo seguía tomándole fotos, pero con la pija hecha un garrote de nuevo. En eso el Tincho dijo que quería acabarle en las tetas, que siempre fantaseó con hacerlo. Así que la pendeja se puso de rodillas en el suelo y le fregó las gomas en la tripa con un ritmo espeluznante, sin dejar de escupírsela, y cuando podía le mordía la puntita. El guacho se las enlechó todas apenas ella le enterró un dedo en el orto, sin detener la fricción de sus globos contra su carne, ni la violenta paja que me ofrendaba su mano izquierda. Ella se puso el corpiño. Omar y el Tincho se fueron a la sala para no despertar sospechas a la preceptora, y el Rulo quiso que la Tati se la chupe recostada en el piso. Ella se echó sobre su ropa revuelta, y él se le sentó en la cara para ensancharle aún más la garganta, mientras la cerdita nos pajeaba, nos exigía que le peguemos con las pijas donde quisiésemos, estornudaba de nuevo y cruzaba las piernas frotándolas fuertemente.
Todo hasta que el Rulo le gritó: ¡Abrí más las piernas y meate toda, putita de mierda!, mientras notábamos que pronto acabaría. Y así lo hizo. De repente su pene emergió de la boquita de Tatiana, y salpicó leche por doquier. Aunque ella con su lengua ancha y bandida logró apoderarse de cada gota del Rulo, que sudaba más que jugando a la pelota con nosotros. Después se las tomó con un poco de culpa. No sin antes sacarle una foto a la nena como la había dejado. Tendida en el piso sobre su ropita meada, con la carita enlechada y con mocos.
En breve solo el Rami y yo estábamos en la gloria, encerrados en ese baño con semejante pendeja. En especial desde que se sentó a mamarnos las pijas. Por momentos de a una, y otras veces las dos juntitas, sin dejar de frotar su cola en las baldosas frías y mojadas. Le fascinaba que se la sacudamos entre los labios abiertos, escupirlas y fregarlas en su cara, gimiendo bajito y comiéndose nuestros huevos colmados de leche con felicidad. Aunque debo confesar que le acabé en las manos mientras me pajeaba y la veía hacerse pichí. Pero de repente estaba más alzado que antes, disfrutando de su boquita besuqueando mis piernas, mi panza y el pito, de los roces de su aliento en mi piel, y de sus lengüetazos hasta por mi culo. Rami al toque le pidió explotar en su conchita. Pero ella se puso la tanga y el pantalón, lo pajeó un rato al tiempo que me la succionaba arrodillada junto a la puerta diciendo: ¡La conchita no se la entrego a cualquiera nenito!
Por eso el Rami decidió hacer como si se la estuviera cogiendo, presionándole el pantalón con la pija empaladísima, aprovechándola con las manos contra la pared, de pie y abierta de piernas. Casi me muero cuando vi que le frotaba la pija entre la bombacha y el pantalón. Si hubiese sido yo el que fundía mi poronga contra su colita, le mordisqueaba la nuca como él, o forcejeaba con ella, que evitaba la penetración, le habría largado la leche en mis primeras arremetidas.
Pero cuando verdaderamente quise apuñalarme con un alfiler, fue ni bien la Tati, me mostró toda la lechita del Rami burbujeando en su bombacha. Según ella le chorreaba hasta por las piernas. Yo le re chupé las tetas, y justo cuando volvía a metérsela en la boca escuchamos unos golpes en la puerta. De todas formas me fue inevitable no atragantarla con mi estallido seminal, mientras afuera la voz de Omar nos apuraba. Al parecer la preceptora se dio una vueltita por la sala de informática, y al no encontrarnos decidió merodear el colegio para buscarnos. Entretanto, la Tati saboreaba mi semen y dejaba caer algunas gotitas de su lengua a sus manos para amasarse las lolas, como burlándose de las represalias que nos esperaban afuera, si la preceptora descubría nuestro plan. La Tati no iba a abrir la boca, porque encima de ganarse nuestra lechita, se llevaba una linda platita a casa. Los chicos tampoco. Pero hasta entonces, no sabíamos que se les pudo haber ocurrido al Chelo, a Omar o al Rulo para dispersar a la mujer.
La Tati terminó de arreglarse la ropa y se metió a uno de los bañitos. Dijo que tenía ganas de hacer caca. Ramiro y yo salimos con todo el terror reflejado en nuestros pasos silenciosos, y nos dirigimos a la sala. En el camino nos encontramos a la profe de historia, y le dijimos que como la portera estaba limpiando el baño de varones, no nos quedó otra que ir al de nenas, y que tuvimos suerte de que no estuviese cerrado con llave.
¡Por lo menos no fueron al de mujeres!, dijo la señora sonriendo, y nosotros logramos entrar a la sala para reencontrarnos con los pibes.
Al rato, luego de transcurrido el recreo, todos los varones estábamos perplejos en el aula por el aspecto de la Tati, por su olor a pis, su aliento a leche y su aparente tranquilidad. En especial nosotros seis.
Las chicas la miraban con más asco y repulsión que antes. Romina comentó algo por lo bajo con Aldana, y ella ni se preocupó por ocultar su humor de perro.
¡Dejala Romi, si es una villerita barata, que ni se baña!, oímos que le respondió a su amiga, y un coro de risitas femeninas lo iluminó todo. La Tati ni les hacía caso. Ni confrontaba con ellas como al principio.
Al día siguiente la nena volvió a comerse un par de pijas. La de Pablo y la de Rami. A mí me había hecho la paja durante el discurso de la charlatana de química acerca de los alimentos transgénicos. De hecho le acabé en la mano, y ella me susurró con malicia al oído: ¿Querés que me chupe los dedos como una nena cochina?!
No tuve que pedírselo. Ella se fue limpiando los dedos con la boca ante mis ojos desorbitados, uno por uno, con una voracidad que hacía que se me vuelva a parar el pito.
Pero el miércoles a primera hora la preceptora nos dió la peor noticia que alguien pudiera darnos en ese momento. Una vez que hubo tomado asistencia, y ni siquiera mencionó el apellido de la Tati, nos explicó con amabilidad: ¡Chicos, lamentablemente Tatiana nos abandonó por dos motivos! ¡Por un lado su familia tiene pensado mudarse a otra provincia por cuestiones económicas! ¡por otro lado, la señorita Riquelme me puso al tanto de las actividades de Tatiana, y a la directora no le agradó en absoluto! ¡Espero que ninguno de ustedes haya sido víctima del sexo oral que la chiquita ofrecía en el baño de nenas, que desde hoy estará clausurado! ¡Si alguien tiene algo para aportar, los escucho!
Para mí fueron varios flechazos al estómago. Riquelme era el apellido de Paola, y aunque no tenía idea cómo supo lo que hacía la Tati, la odié con todas mis fuerzas. Todos la odiaron, discriminaron y le declararon la guerra del silencio. Pero nada de eso pudo con nuestra tristeza de entonces. Nunca más volvimos a verla.       Fin

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