Perdí la cabeza


Ese día andaba más caliente que una pipa. Había llegado temprano de la oficina, a eso de las 3 de la tarde. Mi esposa no estaba en la ciudad por un inconveniente de salud con su hermana. Nuestra hija Brenda y yo no viajamos porque no nos bancamos a los malcriados de sus hijos, ni al inútil de su marido. Mi esposa lo sabía, y estaba más que de acuerdo con que nos quedemos en casa. Además era miércoles, y Brenda no podía faltar al colegio, ni yo al trabajo.
Cuando llegué, me quedé en bóxer para echarme en la cama, suponiendo que dormiría un rato. Pero tuve la desgracia de dar con la notebook encendida, y con mi mail abierto. Tenía como 20 álbumes de fotos de modelitos en ropa interior, y unos 15 videos de pendejas chupando pitos negros, descomunales y de excelente tiraje seminal. Mi mejor amigo Daniel me los envía religiosamente, y espera mis comentarios al respecto. Solo alcancé a ver un par de fotos, y abrí uno de los videos al azar. Me movilizó que la chica salivara tanto, que eructe sin siquiera llegar a rozarse la garganta con el glande del morochazo que le amasaba las tetas, y que no parara de reírse sacando la lengua cuando éste le ofrecía una tregua. Se reía más cuando le pegaba con la chota en la frente, o si le apretaba la nariz. Pero, resulta que en lo mejor del espectáculo, cuando mi mano derecha estimulaba mi bulto razonablemente erecto y húmedo, me pareció que Brenda bajó las escaleras y que me llamó desde la cocina. Pausé el video, y pensando que podía tratarse de una urgencia, salí disparado de la cama, decidido a bajar las escaleras. Creo que recapacité recién cuando ya estaba en el living que por el apuro permanecía en bóxer. Brenda no estaba allí. La tele estaba apagada. Su gatito tampoco merodeaba buscándola. La llamé dos veces con la voz nerviosa, y como no respondió preferí subir a buscarla al baño, y a su cuarto.
Allí estaba finalmente. Entré con cautela, porque la puerta de su habitación es bastante ruidosa. Quería comprobar que estuviese durmiendo la siesta que generalmente se regala para después hacer los deberes más relajada. No sé qué, o quién había mencionado mi nombre. Pero no era mi pequeña. Ella estaba dormida, con los brazos al costado del cuerpo, boca arriba, con la pollerita del colegio, los zapatitos arriba de la cama y el pelo suelto. Cómo habría estado de cansada que ni se desvistió, pensaba mientras levantaba su mochila del piso para ponerla en una silla. Sentí de repente que un calor me invadió el pene y los testículos. No podía ser que estuviese a pocos centímetros de mi hija de 12 añitos, solo con un bóxer! No podía dejar de mirarle la boquita, la cara, los ojos, el desarrollo de sus pechitos, y una porción de su abdomen que se advertía porque la remerita se le subió. Ella solo respiraba profundamente. No se imaginaba ni por asomo el desatino de mi sentimiento. Solo soñaba, y de vez en cuando se movía un instante. No podía sacarle los ojos de las piernas, y menos desde que, tal vez por el impulso de algún sueño las abrió un poquito. No quería acercarme para no intimidarla. Pero mis sentidos parecían desoír a mis intenciones de marcharme de su cuarto y dejarla en paz. Yo mismo sentía que era una pesadilla lo que se gestaba en mi cabeza, tanto para ella como para mí.
Sin embargo, caminé alrededor de su cama, examiné uno de sus cajones repleto de chucherías, luego otro colmado de bombachitas, medias y corpiños, y enseguida uno más en el que solo se amontonaban recuerdos. Entonces, se me ocurrió descalzarla para que duerma más cómoda. Tenía unos zoquetitos rosados un poco húmedos. No se los quise sacar. Demasiada suerte había tenido en no despertarla al sacarle los zapatos. Mi olfato reaccionó de inmediato apenas lo aproximé a sus pies. nunca me había pasado con ninguna mujer, pero me excitó el olorcito de las medias de mi nena! Me estaba volviendo loco?
Sentía que no había vuelta atrás. Mi pene también se erectaba a medida que mi nariz aspiraba de ese aroma, mientras mi cabeza revoloteaba cerquita de sus pies. El bóxer me apretaba los huevos, y eso me pervertía aún más. De repente se me cayó un hilito de saliva en una de sus piernitas, y dejé que mi lengua se lo limpie. Desde entonces no pude frenarla. Fui lamiéndole de a poquito los tobillos, los talones sobre las medias, y luego las plantas, una vez que logré sacárselas. Tuve que sobarme la verga y sacudírmela un par de veces sin bajarme el bóxer. Pensaba en que solo esa tela repleta de presemen era la que me separaba de cualquier locura, y me empalaba con mayores elementos. Aún así, algo de mi ser intentaba abstraerme de tamaño caos, repudiable por la sociedad, pero no por las hormonas que descarrilaban en mis venas.
En un momento me senté con todo el cuidado que pude en la cama, liberé mi glande del calzoncillo, tomé uno de sus pies y lo rocé algunas veces contra él. Debí esforzarme por no eyacular. Es que el contacto con su piel juvenil, cálida, impregnada de mariposas y golondrinas, me terminó de enloquecer. En ese preciso momento Brenda se despertaba y se tapaba la boca para bostezar.
¡papi, qué pasó?!, preguntó con la voz adormilada, abriendo los ojos apenas. Yo se lo prohibí.
¡no pasa nada mi amor! ¡no abras los ojitos! ¡pasa que papi quiere recordar viejos tiempos! ¡esos días en los que vos eras una nena, a la que había que cambiarle el pañal, darle la mamadera, ayudarla a caminar, enseñarle las palabras, y todo eso! ¿me entendés? ¡a veces los padres no comprendemos que nuestros hijos crecen! ¡la psicóloga me recomendó que haga lo que te voy a hacer ahora mi cielo! ¡pero vos no tenés que tener nada de miedo, ni podés contarle nada a mamá! ¿estamos?!, le dije, improvisando un estúpido argumento, el que ella parecía creer al pie de la letra. Ella siempre colaboró con sus padres, y en especial conmigo. La vi sonreír cuando le hice cosquillitas en los pies, y no se molestó cuando le pedí que no encienda la luz.
¡papi, pero, por qué estás en bóxer cochino?!, dijo, antes de soltar una nueva cortina de risitas.
¡es parte de nuestro reencuentro hija! ¡pero no te preocupes, que todo va a estar bien!, le dije subiéndole la remerita para acariciarle la barriga. Le hice algunas cosquillas más en los pies, le di un beso ruidoso en una de sus piernas, y volví a sobarle la pancita, donde en breve le construí un caminito de besos. Brenda seguía con los ojos cerrados, suspirando y soltando pequeñas risitas de vez en cuando.
¡igual me gusta que me hagas cosquillas pa! ¡se siente rico que me beses la panza! ¡pero, no te parece que estoy un poco gordita?!, dijo de repente. La verdad, tal vez por su poca actividad física, Brenda había subido unos kilitos. Pero a mí no me molestaba, a pesar de los consejos de su madre para que tenga una alimentación adecuada.
¡no mi amor, estás preciosa! ¡y me encanta que te gusten las cosquillitas!, recuerdo que pude decirle sin tartamudear, pero tan nervioso como la primera vez que tuve sexo. Le subí un poco más la remera y comencé a sobarle las tetitas. No tenía corpiño. Por lo que esos globitos de seda, con dos timbrecitos del tamaño de un maní se fundieron en mis manos de inmediato. Brenda suspiraba un poco más musical, y temblaba. Movía las piernas, me tocaba la cara con las manos, como reconociendo lo que no podía ver, se reía cuando le tocaba los labios con un dedo, y no opuso resistencia cuando le pedí que me lo lama. Aquello descargó en mí una sensación tan violenta como desmesurada. Pero supe controlarme.
¡son re lindas tus tetitas Bren, y cuando crezcas, me parece que van a ser fatales! ¿me dejás darles un besito?!, le dije, a punto de dar el zarpaso con mi boca entreabierta. Ella dijo un tenue sí, y entonces, primero se las besé lentamente. Ella se reía como con impaciencia. Pero cuando empecé a lamerle los pezones y a succionarlos, ahí se atrevió a gemir de placer. Seguramente eran sus primeros sofocones, como nuevas libertades revoloteándole en el vientre. Se estremecía y apretaba los labios. No abría los ojos, y eso alimentaba a los lobos de mi alma primitiva.
Pronto empecé a sobarle la entrepierna, justo cuando ella decía: ¿a mí me encantaba cuando me decías chiquitita, y me sentabas a upa tuyo a ver los dibus! ¡decime chiquitita pa!
Ahí regresaron los recuerdos de su niñez, y los de mi vida siempre al borde de no llegar a ningún lado por el laburo. Por eso, cuando podía, en los 6 o 7 años de Brenda, me la sentaba a ver la tele. Ocurre que era verano, y que generalmente ella andaba en shorcito, o en bombachita y remera, o en mayita. Me había olvidado de los artilugios que tenía que hacer para que ella no repare en las erecciones que me provocaba su colita, su olor a nena, el contacto de sus piernitas casi desnudas! Recuerdo claramente que tres veces me acabé en los calzoncillos con mi hija sentada en la falda, comiendo helado y preocupada por alguna película infantil. También que otra mañana fue por el olor a pis insoportable que traía en la bombacha, y en un vestidito suelto. Esa vez vimos dos películas, y yo me eyaculé encima dos veces. Tampoco voy a negar que me pajeé oliendo sus mediecitas, sus bombachas o remeritas de niña, siempre a solas en el lavadero. Pero siempre creí que se trataba de una etapa, que necesitaba más sexo, que con mi esposa teníamos que reordenar un poco la rutina, y que a lo mejor eso me confundía un poco.
¡bueno chiquitita, vos sos hermosa, y me encanta que tengas estas tetitas!, le dije, cada vez más desconectado de mí. A esa altura ya le besuqueaba el cuello, y con una mano le abría las piernas. Ya le había quitado la remera con su colaboración.
¡dale chiquita, ponete los talones contra la cola, y mordele este dedito a papi! ¿te acordás cuando mirábamos pelis de terror? ¡yo me acuerdo que esta chiquitita se hacía pichí del miedito!, le dije, trayendo otros recuerdos a la memoria.
¡síiii, pero ahí yo tenía 6 años pa! ¡y vos no me retabas por hacerme pis como mamá!, dijo, con las rodillas flexionadas, y con mi dedo índice en la superficie de sus labios. Después se puso a lamerlo y morderlo despacito, como se lo indiqué.
¡papi no te retaba porque, bueno, porque también tenía miedo! ¡aparte, no está mal hacerse pis de miedo a veces! ¡digo, no es tan grave!, le dije sonriendo, levantándole un poquito la pollera con la otra mano, y empezando a tener problemas para no eyacularme encima por el roce de sus dientitos y saliva en mi dedo. Pero, como si esto fuera poco, le vi la bombachita roja cubriéndole la vagina. Juro que hasta allí llegó mi amor de padre. Me agaché, y no solo descubrí que la tenía mojada, apenas con la vista. Además tenía olor a pis, y un colorcito marrón, como si una oleada de flujos estuviese emanando cautelosamente de su fuente virginal.
¡Brenda, levantate y sacate la pollerita, ahora! ¡tenés olor a pis mocosa! ¿te bañaste antes de ir al cole?!, le grité. Ella no pareció incomodarse. Solo dijo: ¡sí pa, me bañé! ¡pero, bueno, cuando vos me chupaste las tetas, no sé qué me pasó!
No la dejé levantarse. Yo mismo la puse boca abajo, le quité la pollera, se la hice oler, después le pedí que la escupa y que ponga las manos atrás de la espalda. Era una verdadera tortura tener ante mis ojos su cola bajo esa bombachita, la que se le metía entre los cachetitos con pecas. Se la acaricié, le di un par de mordiscos para hacerla gemir, se la puse colorada con tres chirlos al mejor estilo chicotazo, froté todo mi rostro contra ella, y pronto, me bajé el bóxer. Ya no medía impulsos, ni realidades, ni nada que nos ate a la moral. Tomé mi pija hinchada con mi mano y la usé durante unos minutos como si fuese un pincel sobre sus nalguitas, mientras le decía: ¡vos siempre vas a ser la chiquitita de papi! ¡mirá la cola que tenés pendejita, y andás con ese olor a pis de nenita villera! ¡le voy a tener que contar a mami que la nena, encima de ser una gordita, se hace pis encima, y que no se cambia la bombachita! ¡sos una villerita, una nena a la que le gusta tener piojitos, moquitos, olor a pis y caca en la bombacha!
Brenda odiaba que la traten de villera. Ella es todo lo contrario. Es tan limpita y pura como un manantial. Pero eso, se ve que la hacía reír en ese momento, mientras yo procuraba no apretar el tronco de mi pija para no derramarle toda la leche en las nalgas. Solo se la apoyaba, y se las recorría. En un momento la coloqué debajo de la tela de su bombacha, casi al borde de su zanjita.
¡a ver mi chiquitita? ¡levantá un poco las caderas, así tu papi te saca esa bombachita roñosa!, le dije. Ella colaboró sin cuestionarme nada. solo me dijo por lo bajo: ¡yo no soy ninguna villerita pa!
Apenas tuve su bombacha entre mis manos, la hice un bollito, se la froté en la cola, busqué la parte de adelante para olerla, se la hice oler a ella, me la pasé por el pito y le di otros chirlos en la cola, diciéndole: ¡viste que tenés olor a pichí, villerita sucia?!
Le agarré una de sus manitos y la puse sobre mi pija. Le pedí que me la apriete, que la recorra toda con sus deditos largos y finos, que reconozca el calor de mi glande, que se escupa la mano y vuelva a tocarme el pito. Después le exigí que se huela la mano, que se la pase por toda la carita, que se chupe los dedos y vuelva a abrazarme el tronco, ahora con sus dos manos, mientras yo le amasaba la cola y olía su bombachita.
¡mirá las cosas que hago para que aprendas a no ser una nena chancha hija! ¡dale, tocale el pito a papi, que ni te debés acordar que cuando mirabas los dibus a upa mío, se me paraba contra tu colita!, le dije, tal vez sorprendiéndola. Llegué a posar mi glande sobre sus mejillas, después de olerle el pelo y pedirle que abra la boca para exhalar de su aliento. Hacía todo lo que le pedía. Estaba nerviosa, expectante y dispuesta. Pero también excitada. Lo noté porque cuando la corrí un poquito para sentarme en la cama y mordisquearle la cola otra vez, descubrí que sus juguitos vaginales mojaron la sábana. Desaté un nuevo concierto de besos y mordiscones desde su espalda a sus piernas, y cuando sentí que un hormigueo intenso amenazaba con hacerme saltar la leche como un disparo de arma de guerra, ni lo medité. Me le tiré encima, atenacé su cuerpito con mis brazos, dejando mis manos a la altura de sus pechitos para amasárselos, coloqué mi pija entre sus piernas y comencé a besarle el cuellito. Sentí el calor de su vulva en el glande, y no me atreví a penetrarla. Solo deliré por unos segundos del apretuje de su pancita contra la cama. En el medio mi verga coloreaba de presemen a nuestros lazos eternos. Hasta que, en un arrebato decido levantarme para sentarme en la cama, con la pija hecha un garrote.
¡vení Bren, parate arriba de las piernas de papi! ¡quiero mirarte la vagina! ¡ya no la tenés como cuando eras mi chiquitita!, le dije. Tuve que guiarla un poco, porque ella no quería abrir los ojos, a pesar de que seguro vio el estado de apareamiento de mi verga cuando se la apoyé en la carita. Al fin los piecitos fríos de mi nena se posaron en mis piernas, y el triángulo de su anatomía le coincidió directamente al celo de mis ojos y mi olfato rebelde. Yo la sostenía de la cola para que no se caiga, y ella apoyaba sus manos en mis hombros. Su olor a nenita con flujos y resto de pichí me llevaron a las mismísimas puertas del infierno. Encima ella dijo de repente, como burlándose de mi poco autocontrol: ¿pa, y cuando me cambiabas el pañal, me mirabas la vagina?
Le di un chirlo, posé mi cara en el ángulo perfecto de sus piernas, estiré mi lengua para tocarle los labios de la vulva, y palpité junto con sus escalofríos. Después la olí profundamente, y suspiré cuando gimió algo como- ¡aaaay, qué nena chancha! le recorrí la verticalidad de su zanjita tras abrirle los cachetes con mi dedo, y se lo encontré mojado y caliente. Entonces, mi lengua rodeó el orificio de su vagina, y se animó a entrar para moverse lo que le fuera permitido. No tenía en claro si quería desvirgar a mi hija. Pero mi semen ya no podía aguardar tantas especulaciones. Por eso, de repente volví a recostar a mi bebé en la cama, y mientras ella se frotaba la bombachita en la vagina por petición mía, su boca lamía mi pija tiesa, dolorida de tanto esperar, prisionera de condicionamientos y prejuicios. Le pasaba la lengüita, la olía, la tocaba con su manito libre, y gemía. En un momento crucial, cuando la leche ya se me comenzaba a derramar en su carita, le pedí a los gritos: ¡hacete pis Brenda, dale, meate en la cama nena, quiero verte toda meada hijita!
La vi abrir los ojos con desesperación. Tenía la cara, el pelo, las gomas y la almohada enlechada. No se hizo pis, pero dejó la bombachita repleta de sus flujos, y según ella, sintió como una electricidad en la vagina que se le dispersó por todo el cuerpo. La vi oler mi bóxer, tocarse las tetas y masajearse la chuchi con asombro. Todo eso en el segundo que mi cerebro y mi alma disfrutaba de la tremenda acabada que le ofrendé a mi hija. Me sentía perturbado, miserable, un degenerado que merecía la prisión. Pero mis ojos seguían contemplando la desnudez de mi nena, los restos de mi semen en su cara, sus temblores, la incertidumbre de sus ojos, y las preguntas que su boca todavía no se animaba a revelarme.
¡papi, me das un beso en la boca?!, dijo luego, como si semejante cuadro no fuese suficiente.
¡no hija, yo soy tu papá! ¡no puedo hacer eso!, le respondí, ahora con la noción de que esto podría ser un escándalo.
¡entonces, voy a ser una villera, con piojos, con mocos y olor a caca en la bombacha, y a pis en el pantalón!, me dijo riéndose, pero poniendo cara de enojada. No pude resistirme, y la besé. Fue un beso breve al principio. Apenas junté mis labios a los suyos, y le coincidí a sus movimientos. Pero ella sacó la lengua y la introdujo en mi boca. Eso complicó aún más las cosas. Obviamente, la pija se me volvió a declarar en estado de emergencia. Ahora sí pensaba en que yo podría desvirgarla, enseñarle a coger por la cola, embarazarla, y, en otras palabras hacerla mi putita. Pero, en qué estaba pensando?
Esa tarde se hicieron las 6 más rápido de lo que hubiese sospechado. Tuve que hablar con ella para confirmar que nuestro secreto seguía en pie. Mi esposa no debía enterarse! Ella me tranquilizó enseguida con la facilidad que siempre tuvo de dominarme con su ternura. Ahora también lo hacía con su sensualidad inocente.
¡bueno pa, yo no digo nada, pero si vos me das besitos en la boca todos los días, me tocás las tetas, me dejás jugar con tu pito, me sacás la bombachita cuando llego del colegio, y me das esa cosa blanca que me dejaste en la cara!, me dijo, dejándome sin palabras, sin resoluciones, y sin alternativas.
Todavía no pasó más que eso. Solo nos comemos a besos, ella se deja manosear y apoyar por mí cuando tengo la pija dura, se me entrega para que le saque la bombacha y le roce la vagina con la lengua, y yo le doy mi pito para que me lo toque, lo lama y se maquille la carita con mi leche. claro que no sabe petear, ni yo la desvirgué, ni la obligué a las perversiones que se me vienen a la cabeza cada vez que su olor me destruye las neuronas. Para colmo, últimamente cada vez que llega del colegio, ese aroma parece perpetuarse más en su ropita! Pero, todavía no está dicha la última palabra!      Fin

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Comentarios

  1. Merece segunda parte este maravilloso relato

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    1. Hola! Bueno, si querés una segunda parte, podés sugerirme qué es lo que deseás que suceda, y con todo gusto lo consideraré. ¡Besoooos!

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  2. Que sigan los jueguitos entre padre e hija, que la nena aprenda a petear, que se vaya con ella solita de vacaciones de invierno y la desvirgue de conchita y culito y para finalizar, cuando Brenda termine septimo, que se la enfiesten con dos amigos del padre, todo esto antes de que la beba cumpla 13

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    1. Hooolaaa! Bueno, son todas muy buenas ideas. Desde luego, si gustas explayarte un poco más, podés hacerlo a mi mail. Creo que esto, y mucho más podemos agregarlo a la continuación de Brenda, y ese papi atrevido. ¡Te espero!

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