Delito, sexo y venganza


Eran las dos de la tarde. Había un sol radiante, un viento solitario por las calles de la ciudad y bastantes gorriones aturdiendo con sus trinos cuando yo caminaba rumbo a casa. Me quedé un tiempo más en el trabajo para terminar unas impresiones a color. Había paro de colectivos, y casi nunca llevaba plata encima para un taxi por si acaso. Además, era un capricho tomar uno con lo caro que estaban. Era lunes, y todavía se filtraba por algunas ventanas un delicioso olor a comida. Me dispuse a caminar con más sed que hambre las 25 tediosas cuadras hasta mi casa. Pero al llegar a la plaza, oigo pasos precipitarse detrás de mí. Me apuro un poco, pero rápidamente reparo en que no tengo escapatoria. En menos de lo que mi temor tuvo el valor de salir corriendo, una flaca esquelética, aunque con mucha fuerza, y un pibe alto, gordito y con una melena rubia me retienen contra la pared de fibra de vidrio de una garita deshabitada. Ahí casi nadie esperaba el micro de noche. El teléfono público que había en frente no servía para nada, y la cantidad de jeringas que permanecían tiradas en uno de los canteros con plantas resecas, le daban a esa calle el peligroso colorido de la destrucción de la humanidad.
Me sacaron el celular, el bolsito, unos caramelos y un fasito que tenía encanutado. El pibe me manoseó como si me palpara buscando armas, o dinero ,diciéndome: ¡Yo a vos te conozco guacha! ¡Vos sos Florencia? ¿No? ¿Te acordás de mí? ¡Yo soy el Cuqui! ¡El boludo del primario que estaba enamorado de vos! ¡Te re hacías la putita con todos, menos conmigo! ¡Pero ahora cagaste gila!
La mina me tiraba el pelo y me tapaba la boca con las manos para que no grite, mientras yo forcejeaba para huir. No tenía ninguna delicadeza. Y sus axilas parecían avinagradas. Pero cuando el Cuqui me tocó las tetas en medio de una tranza feroz, la que se me tornaba imposible no corresponderle, la mina me cortó un mechón de pelo con una navaja. Sentí un tirón por la brusquedad de sus movimientos, y su urgencia por desaparecer de la avenida cuanto antes.
¡Yo soy Nadia, y más vale que te portes bien con nosotros chetita! ¡O te borro esa sonrisita de la cara con esto!, dijo histérica la chica, pinchándome el hombro con la punta del cuchillo.
¿Así que no le diste el pancito a mi amigo zorra? ¿Y encima sos fasera mami? ¡Mirá el fasito que tenía negro!, decía mientras le daba fuego a mi ex faso, y se lo llevaba a la boca. Después ella me tocó las tetas por abajo del corpiño, sabiendo que el pibe me tenía sujeta de los brazos, y como ella me pisaba los pies no podía impedírselo.
Comenzamos a caminar desde que un par de personas pasaron cerca de nosotros. No entendía por qué no me revelaba, aunque no tuviera con qué defenderme. Ni siquiera me animaba a gritar, aunque no andaba nadie por la calle. Además, los tenía pegados como tatuajes. Ella caminaba adelante y él atrás mío, sin privarse de tocarme el culo, o apoyarme el bulto. No pude evitar sentir que cada vez lo tenía más duro.
Nadia era muy tetona, y con la remera gastada que traía podía ver lo erecto de sus pezones. Tenía un short tan agujereado como sus zapatillas, el pelo desprolijo, la cara demacrada, los ojos rojos de tanto fumar y la voz gangosa. Seguro tenía unos 35, pensé cuando por alguna razón se me escapó decir que me estaba meando. Nadia ni lo dudó. A esa altura ya íbamos por un callejón desierto, el que vaya a saber a dónde nos llevaba, cuando se dio vuelta y me tiró al suelo de una patada. Me bajó la calza y me sentó en el cordón de la vereda con ayuda del pibe.
¡Dale nena, meate toda esa bombachita con puntillitas, cheta de mierda!, dijo ella impaciente, todavía con mi porro en los labios. El Cuqui no me dejó ponerme de pie hasta que no hubiera terminado de mear. Recién entonces ella me arregló la ropa y seguimos caminando con la misma vorágine que antes. No teníamos permitido detenernos otra vez.
Me sentía rara. De repente en mi pecho ardían unas ganas de garchar que, creo que se evidenciaron en la mano que le metí al culo de Nadia. Ella, por toda reacción me dio un sopapo, justo cuando llegábamos a un amplio galpón en el que entramos a los empujones. Allí había motos desarmadas, bicicletas, una mesa, un par de sillas, cajas apiladas, una heladera, cajones con botellas y una cama destendida llena de ropa, y un colchón, entre lo que pude memorizar. También un perro inmenso y rechoncho, el que apenas llegué me olfateó entera.
¡Parece que tu nena es una culo sucio! ¡Mirá como la huele el perro!, le dijo Nadia entre carcajadas al Cuqui, quien enseguida me tiró sobre la mesa mugrienta. Me quitó las sandalias mojadas con pis, lamió mis pies con algo de cariño, y mientras me decía que ahora nadie me iba a salvar me tapó la boca con un pañuelo. Luego me quemó la calza con su cigarrillo y me dio una chupada de tetas que me hizo despegar de la realidad. Se metía una de mis tetas casi entera en la boca, después la escupía y hacía lo mismo con la otra, sin olvidarse de mordisquearme los pezones. Enseguida lo vi pelar una pija rígida y gruesa que asomaba de un montón de pelo púbico.
Nadia entonces se subió sobre mí con las tetas al aire para petearlo, estirando la cabeza. De modo que quedamos con nuestras tetas enfrentadas. El Cuqui permanecía parado, y repetía que me iba a coger por todos lados, a medida que el roce de los pezones de esa mugrosa me quemaba el pensamiento. No podía hablarles por culpa del maldito pañuelo.
Luego siento que la mano de Nadia me baja la calza con brusquedad, que sus dedos tocan mi vulva y que pronto su palma abierta la masajea sobre mi bombacha, como si fuese un bollo de pan casero. Solo podía oírla chuparle la pija al Cuqui y decir entrecortadamente: ¡Qué conchita tenés mami! ¡No tenés ni un pelito, chetita caretona, culeadita, forrita!
Después chasqueó la lengua y los dedos. También silbó antes de comenzar a gritar: ¡Nano… vení chiquito… dale perrito hermoso!
Nano era el perro torpe y medio rengo que se acercaba a nosotros, tras el llamado de su dueña, quien le indicó estrictamente: ¡Vamos, olele la concha a esta guanaca Nano, lamele todo!
Durante unos segundos el perro obedeció, mientras ella continuaba peteando al Cuqui que transpiraba muy concentrado. Hasta que Nano, seguro que molesto por mi afán de querer sacármelo de encima me mordió una pierna, y se bajó de la mesa, ladrando malhumorado en cuanto Nadia lo echó.
El susto me duró un poco, pero ella no dejaba de escupirle la verga al pibe, ni de colarme dedos en la concha.
En eso el Cuqui largó una perorata de mi infancia en el colegio, la que ella oía con falsa fascinación. Aún así, todo eso empezaba a calentarme. Tenerles miedo, estar a merced de sus perversiones, sentir a esa pendeja sucia sobre mi piel me calentaba como nunca antes lo había vivido.
¡Che Nadia, no sabés lo putita que era ésta! ¡Cómo nos tocaba la pija y nos mostraba el calzón! ¡Aparte, todos le metían mano por donde quisieran, y ella les daba piquitos, y se franeleaba con todos! ¡Pero cuando la apurabas para garchar se hacía la boludita! ¡A mí, y a un par más, al menos nos tiró la goma en el baño! ¡Nos mostraba las tetas y nos espiaba cuando meábamos!
Nadia me quitó la remera y el corpiño, murmurándome un suave gemido cerca del cuello. Lamió groseramente mis tetas mientras pajeaba al pibe, quien ahora me recordaba que me gustaba que me dijeran putita al oído. Pronto me vendó los ojos, me quitó el pañuelo de la boca, lo reemplazó con sus pezones desabridos pero hinchados, y llevó mi mano izquierda a la verga del Cuqui para que la ayude a pajearlo. El pibe estaba en calzoncillos disfrutando de mis apretaditas a su tronco caliente, haciendo como si me cogiera la mano cuando la cerraba, y ella gemía en mi oído por el contacto de mi lengua en sus pezones. Recuerdo que me dijo: ¡Yo también te voy a coger negrita de mierda, porque me encanta tu olor a pis y a concha mamita, por si no lo notaste! ¿Qué se siente dormir desnudita en sábanas re caretas pendeja? ¿Te gusta dormir en conchita y en tetitas mi vida?
Al rato se bajó de la mesa. Desde aquel momento yo no pude ver nada más. Por lo tanto, solo me quedaba agudizar lo mejor que pueda el resto de mis sentidos. Nadia me hizo fumar un faso horripilante, me dio vino de un tetra casi vacío, me comió la boca y me escupió las tetas con fuerza. Pronto siento que su lengua lame mi mano y la pija del Cuqui, que seguían fundidas en una paja insoportable. Hasta que ella exclamó: ¡Acabale toda la lechita en la mano de tu amiguita negro sucio, largale todo! ¡Después le vamos a hacer de todo! ¡Ésta, lo único que tiene de santita es la cara!
Enseguida sentí que mis dedos se pegoteaban con su semen y la saliva de Nadia, quien luego me exigió retorciéndome una oreja, y mordiendo uno de mis pezones: ¡Lamete la mano puta, metete los deditos en la boca!
Después me cacheteó mientras lamía mis dedos y me mordió las piernas, al mismo tiempo que en mi vagina ya entraban y salían los dedos del pibe. Yo seguía inmóvil y ciega sobre la mesa, irresoluta, gozando como una cualquiera, y cada vez más al filo de perder el conocimiento de tantas sensaciones.

No entendía cómo es que el Cuqui tenía tanta buena memoria. Era cierto todo lo que expresaba de mí. Pero yo no era la única que me comportaba como una trola. Para mí todo aquello eran simples juegos inocentes, parte del descubrimiento y esas cosas. Por eso, ya no me sorprendió cuando de repente, el Cuqui volvió evidenciarme en voz alta: ¿Te acordás cuando te volvías toda meada a tu casa por jugar a los perritos con los varones?
Nadia detuvo todo acto al oír esa confesión. Inmediatamente le pidió al pibe que consiga una soga y que compre unos pañales en lo del Chino. El Cuqui no mentía en nada. En el cole, cuando yo tenía 9 años, no sé cómo se nos ocurrió jugar a corretearnos por todo el patio con un grupo de tres nenas y seis nenes. Nos perseguíamos ladrándonos, nos peleábamos entre mordidas y rasguños, y también los nenes nos montaban haciéndose los alzados, como cualquier perro a una perra. Yo fui la que inicié aquello de levantar la patita y hacer pis contra la pared. Para eso era primordial correrse un poco la ropa, o directamente bajarnos el pantalón a la altura de las rodillas en ocasiones. era la única de las tres nenas que se atrevía a hacerlo. Para esos nenes era mucho más fácil. Solo sacaban el pito por entre la bragueta, o corriéndose un poquito el pantalón de gimnasia, y listo. Entonces, nosotras teníamos la chance de mirarlos. El tema es que mientras jugábamos, a mí siempre me hacían cosquillas, y yo me hacía pichí encima por causas de los apretones y la risa. Mi vieja me fue a buscar solo dos veces al cole, y no le hacía nada de gracia recibirme toda meada. El Cuqui le iba narrando todo esto a Nadia, quien entretanto me ponía el corpiño y me daba algún que otro lengüetazo en la cara, diciéndome: ¡Mirá lo chancha que eras mamita...... te gustaba el pito de chiquitita… y con mi amigo no fuiste gauchita puta! ¡Por eso, hoy vas a pagar ese error, chetita del orto!
Entonces, el silencio fue interrumpido por dos nuevas voces masculinas desconocidas para mí. Sin más, Nadia me arrodilló en el suelo que era de tierra, y me ordenó como enojada: ¡Chupales la pija a mis dos amigos morocha, que el Cuqui ya viene!
No tuve la opción de negarme, ya que me hizo notar el frío filo de su navaja en el cuello. Además, uno de ellos dijo que tenía un chumbo. Apenas oí que se bajaban los cierres de sus pantalones me mojé un poco. Me excitaba la situación, aunque no sabía si saldría con vida de allí. Pensaba en mi madre, en mis abuelos y en mi mejor amiga. No sabía si los volvería a ver. Pero en el fondo, el clítoris me aullaba en silencio atrapado en mi vulva seguramente toda mojada a esas alturas.
Una a una, esas dos pijas invisibles para mis ojos, pero más que paradas y apetitosas, entraban y salían de mi boca. Se incrustaban en mi garganta mientras presionaban mi nariz, me cacheteaban las mejillas, se llenaban de mi saliva, se imponían a mis eructos y arcadas, se frotaban por mi cara y por mi pelo. Uno de ellos me cogió las tetas tras colocarla entre ellas y mi corpiño. Creo que fue ese el que me acabó en la cara. El otro me hizo tomar toda la leche después de comerme la boca y decirme: ¡Pobrecita la nena! ¡Está re cagada de miedo, no ve nada y tiembla la muy petera! ¡Pero la chupa re sabroso la putita!
Nadia solo me animaba a seguir mamando. Pero los tipos no se aguantaban el rigor de mi boca, y tardaron menos que tres estornudos en enlecharme entera.
¡Así nenita… qué pendeja mamona sos… cómo te gusta la verga sucia… sos de las mías cochina… puerca del orto… seguí mamando así!
Cuando los tres se separaron de mí, oí que hablaban de las cosas que habían robado. Uno de ellos parecía eufórico por la cantidad de guita que traía en una maleta con clave. También oí que ella los re chuponeaba.
Luego se fueron un poco molestos. No supe bien el por qué, y realmente no me importaba. Ella me recogió del suelo para devolverme boca arriba a la mesa, y entonces masajearme las piernas con una mano y acariciarme los labios con los dedos de la otra, mientras susurraba: ¡Sos hermosa lecherita, te re tomás la lechita, porque sos una nena buena!.
Era cierto. Yo temblaba y lloraba, pero ya no sabía si de los nervios o de la calentura. Para colmo, en breve llegó el Cuqui con un tipo que, a juzgarlo por su voz tendría unos 50 años. El pibe quiso que me baje de la mesa y que comience a gatear por el suelo, buscando al tipo que me llamaba como a un perro entre silbidos, palmas, chasquidos y bufidos por mis desorientaciones.
Naturalmente me chocaba con todo, y los tres se reían de mi desgracia. Eso parecía ponerlo nervioso al cincuentón.
Ya me ardían las rodillas cuando al fin me topé con la humanidad del hombre, que en breve dejó caer sus pantalones a los tobillos y me cazó del pelo para que mi boca se la trague toda. La textura arrugada de esa verga erecta pero no muy firme me hizo replantearme que tal vez tuviese unos 60.
Apenas mis dientes la rozaron y un hilo de baba coronó sus acalorados testículos, el tipo jadeó, tembló y llamó a Nadia para que se sume.
¡Dale boluda, ayudala un poquito a esta borrega! ¿De dónde la sacaron? ¡Mucho perfumito, pero le cuesta abrir la boquita parece!, dijo, y los pies descalzos de Nadia la trajeron a mi lado. Nos re comimos la boca alternándonos la pija del viejo, y aunque yo podía tocarla, ella me eructaba en la nariz, me apretaba las lolas, me escupía y me susurraba: ¡Dale nena, lamela más rápido, así le viene la lechita y te la tomás toda cerdita!
Pronto Nadia nos dejó solos, y el tipo me levantó de un brazo. Me sujetó a su cuerpo con sus manos inmensas y frotó sin cuidado su pija en mi pubis. En un momento la acomodó adentro de mi bombacha como para cogerme la concha. Pero sus precoces y maduros años no pudieron llegar, por lo que solo me ensució las piernas y se fue algo contrariado.
¡La tenemos secuestradita don Tito! ¡Y no se preocupe, que ya va aprender a tomar la mamadera como a usted le gusta! ¡Hay que entrenarla! ¿Vio?, le decía el Cuqui. Tal vez cobrándole por mi servicio sexual no consensuado. ¿Yo secuestrada? ¡Qué horror! Pero, aún así, todavía no podía dimensionar la realidad que ya empezaba a superarme.
Nadia hizo un llamado telefónico a una piba, con la que al parecer estaba todo mal. En ese instante el Cuqui aprovechó a tirarme al suelo, me tapó la boca con cinta adhesiva y se montó sobre mis tetas. Sentir ese trozo de carne dura en mis pezones fue demasiado para el celo de mis 22 años desmoronados ante un delincuente, al que no debí subestimar cuando éramos chicos.
Colocó su verga entre mis tetas y se hizo conmigo una turca deliciosa, aprovechando mi inmovilidad, ya que Nadia no demoró en sumarse a nosotros para sostenerme de los pies. Ella en persona me cortó la bombacha. Creo que con su navaja, por lo práctico que resultaron los cortes. Me arrancó la cinta haciéndome doler los labios, y luego introdujo aquel pedazo de tela roñosa en mi boca. Tras unos segundos de calma, el Cuqui descendió de mi cuerpo. Me pasó toda la pija por la cara, enroscó mi cuello a una soga delgada pero resistente, y me escupió las tetas después de juntar mis dos pezones en su mano. Ella utilizó ese momento de desconcierto para ponerme un pañal descartable, luego de olerme un buen rato la vagina, con una locura que la hacía suspirar y balbucear cosas que no le entendía. Solo sé que dijo: ¡Conchita de nena cheta, aaaay, quiero lamerte putita!
Enseguida me juntaron del suelo como si fuese un muñeco de trapo para sentarme sobre la mesa. Los dos se sentaron a cada uno de mis lados, y empezaron a tranzarme con una ferocidad de ensueño, yo aún con mi calzón cortajeado metido en la boca. El Cuqui me hacía apretujarle la verga, y Nadia quería que le pegue en las gomas. Hasta que ambos comienzan a insistirme para que me ponga a gatear en el suelo y les menee la cola. Apenas toqué la tierra con las rodillas, el Cuqui me paseaba controlando mi recorrido con la maldita soga en el cuello, y ella me pedía que me haga pichí como en la escuela con los niños.
¡Meate toda negrita sucia, como cuando eras bebé, y te dejabas montar por los nenes! ¡Dale forrita, o te hago mierda la carita de puritana que tenés!, me gritaba mientras yo gateaba, temblaba, respiraba con dificultad por la firmeza de la cuerda, y la oía levantarse de la mesa. Pronto supe que me perseguía para pegarme con un diario, o algo así. Pero entonces, el Cuqui perdió totalmente los estribos. Me tiró al piso boca arriba otra vez, y me fregó la pija en toda la cara, las tetas y por el pelo.. luego de un momento en que lo oí cuchichear con Nadia, se me sentó en la cara para que le chupe el culo y lo pajee esa verga empaladísima. mientras tanto, ella parada sobre mis cabellos revueltos le pedía al vago que le coma la argolla. Oía con claridad que le pegaba y le decía: ¡Chupala como un macho nene, haceme gozar papi, y dale la leche a esa zorra! ¡Que te coma bien el orto guacho!
Mi lengua le lamía los  huevos y el ano a ese pendejo, en una mezcla de asco y morbo, a la vez que mi mano se acalambraba un poco de tanto pajearlo. ¡No podía creer que se le erectase tanto la pija!
Hasta que pronto percibo que un chorro espeso de semen cae sobre mis tetas, como una catarata caliente. no puedo evitar gemir, aunque el fuego de su culo hirviendo ahogue mis intentos. Nadia enseguida lo aparta de mí para lamer toda su acabada de mis tetas, haciendo que mis pezones deseen sus dientes más que nunca. Ni siquiera había reparado en que me había meado encima. Creo que ella fue la que me puso de pie de un zamarreo insolente, y a partir de allí, entre los dos empezaron a corretearme, sin quitarme la venda de los ojos, ni la cuerda del cuello. Una vez que llegamos al colchón roto que yacía tendido cerca de la heladera, los tres nos desparramamos sobre él como un efecto dominó. Ellos comenzaron a lamerme toda, a acariciarme, a morderme y besarme lo que quisieron, a insultarme y a nalguearme el culo y la cara. Sin embargo, Nadia me rompió el pañal con los dientes, y al descubrirme meada, temblorosa y sollozando se lo dijo al Cuqui como una sentencia de hielo, sin dejar de olerme.
¡Mirá pendejito! ¡Tu amiguita se hizo pis, porque quiere que te la garches! ¡Yo que vos, no pierdo el tiempo! ¡O se te va a volver a escapar, y te la va a garchar un tipo lleno de guita!
En cuanto esas palabras fueron eco en el carcomido techo de chapa, el Cuqui se trepó a mi cintura y clavó sin previo aviso su dura poronga en mi concha, que burbujeaba una fiebre animal capaz de aturdirme. Me cogía rápido, como con desprecio, sin pausa, gimiendo entre lametones a mis tetas y amasadas a mis nalgas, acelerado y repleto de sudor.
Pronto ella se unió a nosotros, y no tuvo mejor idea que sentarse en mi cara para que mi lengua, saliva y gemidos se ahoguen en su vulva peluda, gordita y carnosa. A pesar que no la veía, Podía jurar que estaba desnuda. Su olor era fuerte, y su sabor tenía un cálido éxtasis en cada gota de flujo que emanaba de su vagina. Su clítoris estaba hinchado y duro como un tornillo, y sus frotadas me contracturaban un poco la mandíbula. El Cuqui seguía dándome más pija, ahora también lamiéndole el culo a su compañera de aventuras. Pero cuando creía que su verga sería una manguera de leche en mis entrañas, el pibe se acostó a mi lado boca arriba, y ella me acomodó sobre él para que lo cabalgue.
¡Te quiero ver saltar arriba de esa pija!, me gritó luego de darme una cachetada que me hizo brotar alguna que otra lágrima. Ella misma colocó su pene en mi sexo, y mientras yo saltaba impasible, la guacha me chupaba las tetas y me lamía la cara.
En un momento me atreví y le agarré la mano a la flaca para que me toque la concha, pero la hija de puta, no sé cómo logró introducir casi toda su mano adentro, y eso me puso más loquita y alzada. En el instante de mayor frenesí del polvo, Nadia me levantó y tras unas cachetadas sin por qué a mi rostro lleno de interrogantes, me sentó sobre el Cuqui. Solo que ahora su pene era devorado por mi cola, y su lengua por mi almeja inundada de jugos. No tardé en sentir la propagación del semen de ese macho con cara de malo, pijón y perverso entrar en mi canal, justo cuando la lengua de Nadia me arrancaba un nuevo orgasmo. Para mi cerebro, parecía que no había tiempo para recuperarse de nada.
En breve estuve atada a una columna de caño despintado, dolorida, vendada y con la boca encintada otra vez, casi por una hora. Entraban y salían voces que arrastraban palabras. Hubo discusiones. Nadia se alegró por unos ácidos que alguien le trajo, y el Cuqui hablaba de hacer unos papeles para un auto robado. Al rato solo hubo silencio. Creo que alguien se percató de ello, y puso un par de cumbias villeras. Sin embargo, como salidos de una semilla de la tierra, de repente los dos estaban a mi lado.
¡Escuchá puta! ¡No sabés cómo se la estoy mamando, y lo dura que la tiene! ¡Se te hace agua la concha! ¿No zorra? ¡Me parece que mi amiguito se quedó con ganas bebé!
Nadia confirmaba con palabras lo que mis oídos reconocieron de inmediato. Ella se la chupaba, y él gemía como loco.
¡Andá guacho, matala a pijazos a la tilinga esa!, dijo ella con voz pastosa, y él enseguida se prendió de mis tetas. Abrió mis piernas con decisión y calzó su pija babeada en mi conchita expectante. Esta vez sí su semen explotó en mi interior sin otro destino que ese.
Apenas la pija del Cuqui salió de mi sexo con facilidad, Nadia levantó mis pies del suelo, deslizando suavemente en mi oído: ¡Te estoy poniendo una bombachita limpia, sana y re coqueta, como les gusta a las nenitas de mamá!, y luego, apenas me despegó un poco de cinta para hundir su lengua con gusto a birra en mi boca. Después me dio de beber a la fuerza un poco de vodka con licor de frutilla, y me convidó unas pitadas de su faso.
Pronto hubo otras voces que se acercaban a nosotras. Pero entonces, ella me arrodilló para atarme al poste con los nudos más apretados que le salieron, y se alejó sin tenerme piedad para que tres tipos me manoseen completamente. Uno de ellos tenía la voz aguda y manos chiquitas. Para mí no podía tener más de doce años. Los otros, uno parecía viejo, y el otro, por su voz podría ser un pelado treintón. Pero todo eran suposiciones mías.
Pronto me dejaron sola, pero no tardaron nada en regresar por mí. Ya tenía dos pijas paradas y desnudas contra mi cara, y otra enfundada en un calzoncillo acartonado que olía a pis y a semen, también dura pero más chica que las demás. El pibe gemía al solo contacto de mi lengua en su panza. Los pajeé a los tres, se las chupé, y al guacho le escupí todo el calzón, como me lo solicitó. Probé sus huevos, los del viejo y los del otro, que era poco agradecido. Me pellizcaba los pezones y me pegaba con el puño cerrado en las costillas, y todo el tiempo me pedía que se la muerda. El nene, como le decían, me hizo pis en las tetas, estimulado por los gritos de Nadia.
El Cuqui apareció en escena como un fantasma, y dijo que solo iba a pajearme para ponerme más loca. Pero yo sabía que eso no lo iba conformar, y al ratito me pidió que le mee la mano. Le obedecí, justo cuando el más veterano decoraba mi cutis con un torrente de esperma que no sabía a nada. Eso irritó a Nadia, pues al parecer, ese no era el plan para mí.
El Cuqui subió la soga que amarraba mi cuello, y entonces no tuve otra alternativa que ponerme de pie para evitar ahorcarme. Volví a ofrecerme ahora al supuesto pelado, quien incrustó con habilidad su pene gordo en mi almeja, y no pudo durar más que tres bombazos a fondo.
Nadia no paraba de reírse ni de gritar: ¡Me encanta ver cómo los villeros se violan a las putitas como vos nena! ¡Esas zorras que no entregan y son flor de peteras! ¡Hoy te vas a ir con toda la leche en la bombacha mami!
El pendejo tomó el control de mi cuerpo cansado, y mientras decía: ¡Así putita, cogé, sacame la lechona, todo el quesito nena, meame la verga sucia! Le propuso a mi vagina un mete y saque sensacional. El guacho me pedía que lo agarre del calzoncillo para traerlo más contra mí, y su pito de pajerito sabía cómo hacerme acabar una y otra vez. ¡La verdad, no sé cómo lo lograba! Me encantaba que hiciera que mi cabeza impacte repetidas veces  contra el palo, que me muerda los pezones y que me escarbe el culo con dos dedos para que luego se los chupetee. Yo también inspeccioné su culito con mis dedos, y él me los lamió entusiasmado. Ese guacho también eyaculó adentro mío, y apenas se despegó de mi piel manchada de tanto pecado, todos los que estaban aplaudieron al mocoso.
El Cuqui volvió a regalarle unas penetradas un poco más dulces a mi vulva indefensa, cuando tal vez necesitaba un poco de calma. Pero solo duró un instante. De repente, en menos de lo que supuse me dio vuelta con una agilidad asombrosa para encallar su arma lechera en mi culo. Me dio con adrenalina, sin privarse azotes ni puteadas, y antes de acabar me la sacó para franelearse contra mí, mientras su leche chorreaba de mi bombacha. La sentía brotar y correr por mis piernas, llegar a mis pies y secarse lentamente en mis pliegues.
Estuve un rato más atada y erguida, podrida de no ver un carajo, otra vez con cinta en la boca y mucha humedad en la bombacha que me cubría. Nunca me la sacaron a la hora del garchete.
Pero entonces, otro tipo y una chica me saludaron entre una nueva contienda de manoseos. Ella me tocaba como queriendo seducirme, y el flaco no paraba de sacudirme las tetas. Todo el tiempo me decía que le gustaban mis ubres de putona. Él fue quien me quitó la venda de los ojos, sin ningún cuidado, justo cuando la chica me hizo lamer su mano.. Me costó abrir los ojos y acostumbrarlos a la luz. Pero cuando descubrí con horror que la conchuda de Nadia me había cortado mechones de pelo, se me escapó un grito desolador.
La rochita trató de calmarme lamiendo mis tetas, balbuceando bien pegadito a mi cuello: ¡Tranqui pibita! ¡Mirate como estás, desnuda, con frío, toda sucia! ¡Disfrutá mejor! ¿Sí? ¡En el fondo, sos tan turrita como yo, y la Nadia!
Era linda la guacha. Tenía una calza enterrada en el culo, ojos verdes, unas tetas pequeñas, no más de 18 años y una lengua inquieta que me sofocaba cuando me la paseaba por los labios. Nunca había tenido tanto contacto con una chica. ¡Pero en ese momento, si me pedía coger, creo que hubiese garchado con ella toda la noche!
El tipo me sacó la bombacha con el permiso del Cuqui. Se la enredó en la pija en cuanto la sacó del encierro de su vaquero, me abrió las piernas para entrometer algunos dedos en mi vagina, y más temprano que tarde me arrodilló para que le haga un pete. Me agradaba más el sabor de mi bombacha empapada de semen y flujos que la pija curtida del tipo, quien se agitaba y ladeaba nervioso cuando mi lengua lo complacía. ¡Si no fuera por mi saliva, la pija no se le mojaba ni un poco!
Cuando supe que la leche le subía por esas venas sin fuerza que rodeaban su pene, me desató y me subió a sus hombros para depositarme sobre la butaca trasera de un auto.
¡Te voy a coger como si fueras mi nietita! ¡Así que babeate la carita, hacete la nena y pedime que no te lastime, y esas boludeces!, me advirtió el degenerado. Entretanto vi a la rochita petear al Cuqui, y a Nadia meta porrearse entre vino y más billetes para contar.
En cuanto el viejo tocó la entrada de mi vagina con la puntita de su verga, me ordenó que me haga pis, y como me estaba meando no tuve problemas en conferirle ese deseo. Todavía no había terminado de mearme cuando me la clavó de una, y empezó a envestirme como apurado, diciéndome: ¡Así chiquita, y no le digas a tu mami que tu abuelo te hace chanchadas! ¡Te gusta porque sos una puta como ella!
Acabó en seco, todo adentro mío y sin limitaciones, tras un fuerte impacto de su pubis contra el mío. No me dio ni las gracias. Pero entonces, apenas se levantó, Nadia pareció derrumbarse sobre mí, coincidiéndole hábilmente su concha junto a mi cara desmembrada. Mi vulva también rozaba la suya. Por lo que entonces, presas de una calentura que no nos cabía en las entrañas, nos hicimos un 69 ordinario pero muy jugoso, lleno de gemidos por su parte, mientras el Cuqui nos miraba y se pajeaba.
Cuando su lengua tocaba mi clítoris con precisión, y sus manos castigaban mis glúteos la oí decirme con la misma determinación de siempre: ¡Ahora yo te voy a mear toda esa carita de inocentita que tenés pendeja!
En efecto, cumplió más de lo debido, ya que luego de soportar sus chorros de pis, también se hizo caca. Digamos que sobre la superficie de lo que me quedaba del pelo. En ese momento ella acababa tan en celo como una fiera salvaje, y me juraba que nunca más saldría del aguantadero si no le comía la almeja. No podía negarme a nada. Ya estaba jugada y sin fichas. Por eso le lamí desde el clítoris, hasta cada poro de los adentros de su vagina fragante, desde el ombligo hasta los tatuajes que tenía en la pancita. Le encantaba que respire prácticamente adentro de su hueco afiebrado. Pero de repente me dejó sola. Supongo que porque le mordí sin querer uno de sus labios vaginales, y eso la sacó de todo clímax. Estuve sola y desparramada en la butaca unos segundos, pero solo hasta que el Cuqui se me subió para cogerme. Recuerdo que forcejeamos, porque yo ya no podía más. Cuando nos caímos del asiento la seguimos en el suelo, y fue allí donde me puso en cuatro patas para reventarme la concha a pijazos certeros, profundos y decididos. Fue allí donde volcó su última porción de leche caliente. Nadia solo fumaba y nos miraba. Pero el Cuqui seguía implacable, con la verga dura a pesar de haber eyaculado, y con los ojos re duros. Por eso me recogió del suelo, me puso otro pañal para que la rochita y Nadia se rían desprejuiciadas, me hizo gatear un rato y me sacó la soga del cuello. Me puso el corpiño y la remera, me dio un vaso de agua, y cuando creí que al fin me otorgaría la libertad me arrodilló de un cachetazo para que le chupe la concha a la rochita, que no titubeó en bajarse la calza, orgullosa de andar sin calzones. Esa conchita era deliciosa. La tenía usada, pero depilada, re contra mojada, y si a eso le sumamos que olía a perfumito de bebé, mi lengua no podía más que regalarle un orgasmo con el que mi cara se vio prontamente llena de sus jugos. Pero yo no tenía derecho a pedir que me dejen terminar, hasta hacerla acabar con todo. Así que apenas la rochita se subió la calza, el Cuqui aprovechó mi postura para que le haga un último pete, y mientras me pedía que me mee encima, acababa en mi garganta. Claro que le hice caso una vez más.
Cuando Nadia terminó de vestirme, el Cuqui me subió a un auto y manejó hasta dejarme a 5 cuadras de mi casa. Eran las 8 de la noche y me moría de hambre. Mi cuerpo olía a sexo, y los ojos del Cuqui me miraron triunfantes apenas me bajé. Mientras caminaba por la calle, el pis me chorreaba por las piernas, y eso no me dejaba pensar. No podía creer que aún siguiera tan alzada como en el aguantadero. Nunca me había pajeado tanto como esa noche, en la soledad de mi cama! ¡Hasta rompí una sábana y todo! La verdad, ya no me importaba seguir viva, inmersa en una rutina en la que no exista esa pendeja bardera y ese estúpido lechero.     Fin

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