La señorita


Hace 5 años que me desempeño dando clases particulares de matemáticas, ciencias naturales y sociales en casa. Solo que, en noviembre del año pasado tuve unos inconvenientes. A mi esposo se le ocurrió comenzar con la construcción de la nueva cocina y un quincito. Era verdad, todos estaríamos más cómodos. Yo tendría una sala de estar para dictar clases, y él podría tener más libertades en la casa. Solo me quedé con algunos poquitos alumnos, a los que podía visitar en sus domicilios.
Trabajaba bastante mejor por la mañana. Pero a la tarde tenía a mis alumnos favoritos. A Yanela, una nena híper divertida, ingeniosa y enamoradiza. A Felipe, un gordito lleno de problemas de ortografía, pero tan cariñoso que te compraba. Y a los Fernández, Natalia y Martín, 2 mellizos de 12 años. Los 2 tan malos en matemáticas como traviesos, curiosos por demás y distraídos. Lo genial es que tenían un padre muy atento, caballero, gentil, apuesto y cumplidor por demás con el detalle de mis aranceles. Generalmente me pagaba el doble de lo que costaban las 2 horas que trabajaba con sus niños. Se llama Omar, y desde el primer momento sentí algo especial por él, que no sabía divisar con exactitud.
Vivían en una casa lujosa, gozaban de buenos modales, una empleada que se iba a las 4 de la tarde, (es decir, apenas yo llegaba), un auto más que interesante, una agenda con varias actividades extraescolares y más allá de la oficina de Omar, y hasta un jardinero que se ocupaba del inmenso patio, del jardín y de las plantas de decoración que había por la casa. Pero, claramente no había una mujer. Esos chicos no tenían una madre, ni él una esposa. Se notaba en la soledad de la mirada de Omar, en la falta de afecto de los niños, en ciertos inconvenientes de higiene en Natalia, y en algunas torpezas de Martín al comer. Eso lo vi la primer noche que Omar me invitó a cenar a su casa, para agasajarme por mi cumpleaños. Pero, vayamos por parte.
La segunda tarde que estuve con los niños, Omar me llamó desde la cocina y me advirtió, mientras ellos resolvían unas ecuaciones:
¡Mirá Vero, me da un poco de pudor decirte esto, pero necesito que me ayudes! Yo siempre que puedo lo hago! El tema es que Martín está en plena pubertad, y anda como loco con sus manitos! Todo lo que tenés que hacer es, si no te incomoda demasiado, claro, cuando lo ves que se toca el pene, llamale la atención para que no lo haga! Se toca todo el tiempo! Si está solo no hay problema, pero no quiero que la hermana lo vea!, me explicó titubeando, moviendo las manos sin sentido. Lo tranquilicé con mi colaboración para ese tema, y con lo que necesite, y volví con los chicos.
La clase transcurrió normal por media hora. Hasta que recordé lo que Omar me había dicho, y vi a Martín sin atención en su carpeta, y con una mano en la entrepierna.
¿Qué pasa Martín? ¿Querés ir al baño?!, se me ocurrió preguntarle.
¡No seño, no pasa nada, perdón!, dijo volviendo en sí, de nuevo a su tarea. No me iba a quedar con la curiosidad. Me agaché con todo el disimulo del mundo para mirarle el bulto, y el chancho tenía el pito parado.
Me costaba hacer de cuenta que todo iba bien. En un momento les pedí permiso para ir a tomar un vaso de agua, y mientras ellos seguían más preocupados por intentar levantar sus notas, entré a la cocina. Omar estaba preparando café. En cuanto me vio me preguntó si pasó algo con Martín. Le conté todo lo sucedido, y de repente, una vez que ya me había tomado un vaso de agua fría, siento sus manos en mi cola, y su aliento en mi nuca susurrándome: ¿Y llegaste a ver si tenía la pija parada?!
No supe si mandarlo a la mierda, si defenderme, pegarle, pisarle los pies descalzos con mis tacos, o simplemente disfrutar de la apoyada que poco a poco le empezó a regalar a mi culo.
¡Aunque, ya te digo que con esas tetas al nene se le va a parar seguidito nena!, me dijo al oído, ahora palpando mi vulva sobre mi calza, pegando aún más su erección a la línea que divide mis nalgas, y respirando suave contra mi nuca con una erótica perversión. Hasta que hubo un impacto invisible pero sonoro, justo cuando mi corazón se aceleraba al borde de perder los estribos.
¡Dale Vero, andá que los nenes te necesitan!, me dijo separándose de mí, luego de 3 chirlitos en mi cola. Esa tarde concluí lo mejor que mi sistema nervioso me permitió con las resoluciones de los ejercicios de los chicos, llamé a un taxi, esperé a que Omar me pague, y me fui, con la bombacha hecha un tsunami de jugos alborotados.
Esa vez arreglamos una clase los martes y otra los viernes. Ese fin de semana fue una tortura. Me sentía deseada por ese hombre, molesta por su exceso de confianza, seducida por su perfume y sus formas de apoyarme, extrañada por los favores que me pedía, y culpable por engañar a mi marido, aunque, también me consolaba con la idea de que aún no había pasado nada. Pero, yo quería que pase algo acaso?
Cuando llegué el martes, los chicos ya estaban en la mesa del comedor, con los libros y sus útiles esperándome, y con una jarrita de jugo. Hacía un calor inolvidable. Empezamos de inmediato con las operaciones combinadas. Les aclaré un par de dudas, y de nuevo tuve que interrumpir a Martín apenas lo observé:
¡Martu, ¿Estás bien mi vida?!, le dije con dulzura. El chico enrojeció, pero me aseguró que todo estaba perfecto. Esa vez también le vi el pito duro, porque encima tenía puesto un short medio playero. Pero, además de eso, advertí que Natalia tenía olorcito a pis. A ella no podía decirle nada. No tenía instrucciones de Omar, y no me correspondía. Esa tarde tuve que pedirle atención muchas veces a Martín, porque se desconcentraba sin querer para tocarse.
Omar llegó a 15 minutos de mi retiro, y apenas Natalia entendió lo de los números positivos y negativos, les pedí permiso para ir al baño a lavarme la cara. Golpeé varias veces, y como nadie contestó entré. En eso lo veo a Omar reponiendo jabón líquido en un recipiente, y le pido disculpas.
¡Pasá pasá, que ya me voy, perdón!, dijo altanero. No sé por qué le respondí que solo me lavaría la cara y listo, que no era necesario que se vaya.
¡Todo bien con Martín?!, me preguntó mientras yo me mojaba las manos, y su pija abultada bajo su pantalón de vestir volvía a fregarse contra mi cola.
¡Y, más o menos! ¡Lo reté como 6 veces! ¡Se desconcentra mucho, y parece que la adolescencia lo puede!, le dije como podía, otra vez confusa y caliente.
¡En realidad lo puede la paja al guachito ese! ¿Pero aprende al menos?!, dijo con voz grave, tratando de juntar mis caderas a la pileta para apoyarse mejor en mi trasero.
¡Sí sí, digamos, pero, me parece que hay otro problema! ¡Nati anda con olor a pichí! ¡No sé por qué será! ¡La otra vez que vine lo noté, y me olvidé de avisarte!, le largué mientras una de sus manos estiraba uno de mis breteles.
¡Qué raro che! ¡Ya voy a hablar con ella! ¿Y, vos, la pasás bien con ellos, y conmigo nena?!, me dijo resuelto, dejándome en un callejón sin salida. No sabía qué decirle.
¡Síiii, te encanta nena, te gusta que te apoyen no, que te toquen las tetas! ¡Quiero que para el viernes, si no te jode, que vengas sin corpiño! ¡Quiero que Martín se ponga loquito!, me dijo bajándose el pantalón con una mano, y tomando una de las mías con la otra. Cuando la puso sobre su paquete caliente, durísimo y lleno de latidos, casi me meo encima de calentura. Tenía un bóxer de seda precioso, pero mojado de previas sensaciones.
¡Dale, apretame la pija, pajeame así profe, hacé de cuenta que soy Martín, y que soy un adolescente alzado! ¡No sabés cómo me calentaba la rubiecita que nos daba clases de inglés en el secundario!, me dijo con seguridad, sin dejarme sacar la mano de allí. Entonces, se la apreté, subí y bajé cada vez más rápido, acelerando y bajando la intensidad, estirándole la tela del bóxer junto con la pielcita de su tronco hinchado, mordiéndome los labios como una ramera, oyendo su respiración en los albores de lo que parecía incuestionable, y soñando con esa pija en mi concha. Me mojaba como una nena y, hasta le obedecí sin reparos cuando me solicitó: ¡Mostrame las gomas Verito, por favor!
Me subí apenas el corpiño, y en cuando vio unos milímetros de mi piel desnuda, se puso como loco. Por momentos me cogía la mano bien apretada a su extensión, diciendo, mientras yo sentía cómo la leche le subía por el miembro: ¡Mirá si Martín te ve las tetas! ¡Se acaba encima el pajerito! ¡Y Nati tiene olor a pis porque anda caliente con el pito parado de su hermano seguro! ¡Para mí se lo re mira la sucia!
Hubo un instante de jadeos acompasados en un ritmo feroz, sin equilibrio ni palabras, en el que su leche comenzó a derramarse toda, empapándole el bóxer, los huevos, el pantalón y las piernas. También me encremó un poco los dedos, porque, en cuanto empezó a eyacular me pidió que le dé unos golpecitos en la chota, bien suaves y en el tronco. Apenas todo eso se esfumó, Omar volvió a ser el mismo caballero amable.
¡Vero, no sé cómo disculparme con vos! ¡No sé por qué carajo hice esto! ¡Pero, te pago el triple! ¡Bueno, yo, la verdad, no sé cómo redimirme!, decía subiéndose el pantalón mientras yo salía del baño.
¡No te preocupes, que yo entiendo todo! ¡Estás tan necesitado como Martín! ¡Y, por las dudas, tranquilo, que no te voy a denunciar! ¡No es tu culpa que no haya una mujer en tu casa!, le dije sonriendo para no sonar tan directa, y me dirigí al living, donde junté mis cosas, recibí el dinero de manos de un Omar ya con los pies sobre la tierra, y me fui en otro taxi.
¡No te puedo contar la paja que me hice en el baño ni bien aterricé en mi casa! Es que mi marido no estaba, y mi mano conservaba un poco del aroma de la lechita de Omar, y no podía sacarme de la mente la pijita parada del nene, ¡ni cómo se propasó conmigo el cerdo de su padre!
El viernes se me hizo medio tarde, porque me retrasé con unos trámites municipales. Por eso me demoré media hora en llegar a la casa de Omar y sus designios macabros. Esta vez Martín me esperaba solito, porque Nati remoloneó su siesta un poco más de lo debido. Empecé con él, a explicarle radicación y potenciación. Lo entendía perfecto, pero por ahí tenía ciertas lagunas atencionales. Cuando lo vi con una mano debajo de la mesa se lo hice saber. Pero el nene no dudó en asaltarme con la inquietud más inocente, aunque le costó encontrar las palabras. Pero al fin resolvió decir con su voz aniñada: ¡Seño, ¿hoy no se puso corpiño?!
¡Eeepaaa, qué atrevidito sos nene! ¡Esas cosas no se preguntan, ni se miran a tu edad!, le dije con cara de mala.
¡Pero es cierto, no llegué a ponerme! ¡Perdón, pero no quería llegar más tarde! ¡Y te pido, que pongas las 2 manos arriba de la mesa, sí?!, proseguí, ahora endulzando mi acento, para no sonarle tan ogro. En eso, justo cuando descubro nuevamente su erección indulgente bajo el mantel, escucho los pasos de Nati, que con toda la pereza del mundo toma su asiento y sus apuntes. Esta vez también olía a pichí, y tuve la certeza de que Martín lo notó. Me pareció que esforzaba sus respiraciones para olerla. Pero, me dije que podía ser mi imaginación, y volvimos a trabajar.
Ese viernes casi no me lo crucé a Omar. Es que llegó en el momento exacto en el que yo pedía el taxi. Le dije que los chicos respondían cada vez mejor a las expectativas, que son inteligentes, y que tal vez, si todo salía como lo planeaba, serían necesarias solo 2 clases más.
El hombre me invitó a pasar a la cocina para pagarme, después de saludar con un afectuoso beso a sus hijos. también me pareció que respiró más fuerte cuando abrazó a su nena.
En la cocina, ni bien cerró la puerta me llevó contra la heladera y me desprendió sin cuidados la camisita para embobarse por unos segundos con mis pechos al aire.
¡¿Te las vio Martín? ¿Tuviste que retarlo otra vez no? ¡Mirá qué tetas tenés guacha!, me decía mientras mis pezones se erectaban solo con el contacto de las yemas de sus dedos en mis tetas.
¡Sí, me las miraba, se re desconcentraba, y lo reté, y hasta le vi el pito parado, y creo que tenía el pantaloncito manchado!, le dije cuando ahora me apoyaba la pija en la vulva y frotaba su prolija barba en mis lolas, jadeando suave, consciente de que me estaba mojando entera.
¿Y la Nati tenía olor a pis otra vez guachita? ¿Te calienta que te la apoye así? ¿La querés adentro, y llegar a tu casita con mi leche empapándote la bombacha nena?!, decía enloquecido, ya punzando su pija en mi sexo con la ropa de por medio. Hasta que me pidió que ponga las manos y las tetas sobre la heladera.
Escuchamos la bocina del taxi, y a Natalia decirle a su padre que le había sonado el celu. Pero él les pidió que no entren por nada del mundo, que estábamos tratando temas de adultos. Entonces, me apoyó la pija en la cola, y hasta la colocó entre mis nalgas, encontrando con maestría la entrada de mi ano. De no ser porque yo no lo dejaba bajarme la ropa, creo que me la hubiese metido sin más. Me hizo tocarle la pija desnuda para que se la apriete, y volvió a culearme virtualmente, aunque su pija sí me empujaba, se frotaba y me llenaba de un hormigueo incomprensible. Sentí que un chorro de flujos ardientes me inundó buena parte de la bombacha cuando me decía, sin parar de pegarse a mi cintura: ¿Así que vos pensás que Martín la huele a su hermana? ¿Y que por eso se le para el pito? ¡Y encima la seño le muestra las tetas! ¡Agarrame la pija guachita, y sacame la leche!
El hijo de puta, esta vez acabó entre mis manos, ni bien me dediqué a sacudirle la pija, a estirarle el cuero y a presionarle el glande. Tenía una poronga normal, pero bien gordita, enérgica, aguantadora, y acababa mucho. Eyaculó enseguida, y casi ni me avisó. Yo lo supe por cómo se le hinchaban las venas, le subía la temperatura y se le agitaban los pulmones.
No pude conmigo, ni con mi alma de puta. Me lamí los dedos, uno por uno delante de él, mientras le meneaba las tetas bien cerquita de su rostro. Me lavé las manos, le recibí la plata y sus nuevas disculpas por tales acontecimientos bochornosos, y pedí un nuevo taxi, luego de arreglarme la camisita y ponerme el saquito. ¡No era saludable que el taxista me vea en corpiño! Solo que, cuando atravesé el living, ya no vi a los chicos. Me pareció extraño irme sin saludarlos.
Entonces, debí conformarme con otro fin de semana lleno de dudas, remordimientos, culpas y apreciaciones sobre la moral. Por un momento, todo eso se diluyó cuando tuve relaciones con mi esposo. Pero, mientras soñaba, todo aquello me atormentaba una vez más.
El martes Omar estuvo de capa caída, por algunos por menores en la empresa. Lo vi al final de mi jornada educativa, como siempre. Pero esta vez solo me pagó y se disculpó por no poder dispensarme tiempo. Según él tenía una reunión urgente, y de última hora. No le gustó cuando le dije que no me debía ninguna explicación. Ese martes, reté a Martín porque, de repente, cuando Nati se fue al baño, se distrajo de mis conceptos sobre geometría. La cosa es que, esta vez su mano estaba ocupada con su pito. Pero de repente sintió como un sacudón inesperado. Gimió sin darse cuenta, se puso colorado y se levantó con urgencia diciendo: ¡Vero, ya, ya vengo, no sé qué me pasó!
El chiquito se había acabado encima, pensé. Algo muy común en un nene de su edad. Pero fue tan evidente que me calenté como una perra. Encima, cuando Nati vuelve a sentarse, tira por accidente una lapicera, y cuando se agacha a levantarla, descubrí que traía el shortcito roto en la cola, y que se le re veía la bombachita.
Ese martes me fui rápido a casa, porque para colmo tenía que preparar una picada o algo sencillo, ya que era mi cumpleaños, y alguien siempre pasa a saludar. Omar no se había acordado, aunque los chicos me hicieron una cartita preciosa, en la que él mismo puso algunos billetes demás, aparte de escribirme sus buenos deseos. No pude evitar sentir un atisbo de desilusión de igual modo. Pero el miércoles por la mañana me llamó con la caballerosidad que lo identifica, y me saludó con mucho cariño. Se disculpó por su desatino, y me prometió un buen regalo. Le dije que no hacía falta. Pero él me interrumpió invitándome a comer el viernes, a su propia casa, luego de mi clase con sus hijos.
¡De última, venite a las 7, y estás hasta las 9 con ellos!, resolvió por mí, y yo no se lo objeté. El viernes asistí como siempre, con todas mis ganas de enseñar. Pero al parecer los nenes no me esperaban. Martín estaba en la compu jugando, y Nati miraba la tele despatarrada en un puf.
¡Vamos chicos, a trabajar, que ya es tarde, y seguro ya se distrajeron lo suficiente!, les dije para que nos pongamos a ver los últimos temas, antes de las evaluaciones finales. Cuando Martín caminó hacia la mesa, dejó ante mis ojos la erección de su pene sin ningún recato. De hecho, apenas se sentó se lo empezó a manosear. Lo reté, y el chiquilín me salió con un martes trece.
¡Seño, ¿Por qué no vino sin corpiño?!, dijo mientras su hermana enrojecía y le daba un codazo en las costillas para que se ubique. Se lo dejé pasar. Pero seguí dispuesta a sacarlo de sus asuntos masturbatorios involuntarios cada vez que lo veía, y fueron varios retos.
Cuando llegó Omar, a eso de las 9, decidió que ya era hora de que los chicos guarden sus cosas y se alisten para la cena, que estaría recién a las 10.
¡Martín, vos te bañás primero! ¡Y vos Nati, acordate de sacar toallones del altillo! ¡Pero bañate sí o sí, que tenés olor a pichí bebé! ¿Estamos? ¡Y no quiero sorpresas!, les dijo el hombre, cuando me traía una taza de café. Ni bien los chicos subieron las escaleras hacia sus cuartos, Omar me tomó como a una presa fácil, sin esfuerzos ni demasiada prestancia. Me alzó en sus brazos, me tapó la boca con una de sus manos y me llevó a su habitación, que estaba en la planta baja de la casa. Quiso que me siente en la cama, que me descalce y que le reciba un dinero especial, según él compensatorio por mi ayuda en los cuidados sexuales de su hijo.
¡Sacate la blusita y el corpiño, y decime si esto te parece conocido!, me dijo con una bombachita blanca en la mano, la que aproximó a mi nariz lentamente.
¡Es el olor a pis de Nati, ¿No?! ¡Y esto, lo tenés que ver! ¡Es de Martín! ¡Se vuelve loco mirándote las tetas seño!, dijo ahora con un calzoncillo rojo manchado de semen fresco.
¡Dale, olelo zorrita, y pasátelo por las gomas, dale chiquita, no tengas miedo!, me inducía mordiéndose los labios y tanteándose el bulto hinchado. No solo cumplí con sus órdenes retorcidas. Lamí la bombacha y el calzoncillo, los escupí, los froté bien fuerte contra mis tetas, y se los arrojé en la cara.
¡Eeesoo putita, sacate, ponete loquita, acostate y abrí las piernitas!, me pidió ya sin generosidad, festejando mis acciones. Entonces, su cara se instaló entre mis piernas, y fregó desde su mentón a su frente ancha de tano furioso sobre la rabia de mi vulva prendida fuego, mientras me olía, jadeaba y decía: ¡Los chicos no tienen madre, porque mi esposa murió en un accidente trágico! ¡Nadie les habla de sexo! ¡Por eso el nene se pajea todo el tiempo, y Nati anda re meada muchas veces! ¡Necesito que les hables vos! ¡Explicales todo lo que quieras! ¡Cómo se hacen los bebés, cómo deben cuidarse, cómo se le da placer sexual a una chica, o a un varón, cómo se chupa una pija, o cómo él puede hacerle la cola a una pibita sin que le duela… no sé, lo que quieras!
Fue sensato al principio, y hasta pudo haberme enternecido. Pero lo demás tenía resabios de un morbo incontrolable. Aún así lo dejé que me baje la calza para que me mire cómo se me mojaba la bombacha, y entonces, me sentó de prepo para fregarme su bulto aún arropado sobre las gomas.
¡Seguro que Nati debe soñar con tener tus tetas morocha, y Martín con que se te tira encima, y vos le ponés el pito en tu vagina, y le pedís la lechita!, decía sin argumentos pero excitado. Me atreví a lamerle el pantalón y a frotar mi cara sobre su carpota, y eso hizo que Omar se deshaga de sus zapatos y pantalón sin pensarlo. Ahora sí mi boca sería feliz, y no iba a desperdiciar mi momento. Le agarré la pija, la olí y lamí como a un heladito, le di unas escupiditas, puse sus huevos en el hueco de mi mano, se los colmé de besos ruidosos, y me metí esa pija cada vez más rígida en la boca para succionarla, morderla, saborearla, degustar cada partícula de su libidinosa textura.
¡Cómo te gusta la verga guachona, qué rica boca tenés, no pares, seguí chupando así perra!, me decía para convencerme, y yo más se la mamaba.
Recordé que a mi esposo se la chupé solo cuando éramos novios. Varias veces, pero hace tiempo, y sentí tristeza.
Pero ahora esa pija que no llegaba a mi garganta, expulsaba más y más juguitos en mi boca, y sus huevos se endurecían peligrosos.
¡Me encantaría que se la chupes así a mi hijo, y que le comas la colita a besos a Nati, y que ella te chupe las tetas!, decía, sabiéndose próximo a eyacular como un desquiciado. Sin embargo, se contuvo. Me sacó la calza y la bombacha, me recostó en la cama y se me subió para clavármela tenaz y sin mi resistencia en la concha. Había tomado la precaución de quedarse con mi tanga negra en la mano, dispuesto a olerla y a rozarla en mis labios mientras me penetraba.
¿Le vas a hablar de sexo al pibe nena? ¿Le vas a enseñar putita?!, insistió jadeando y aumentando el ritmo de sus envestidas.
¡Sí papi, me voy a coger a tu nene, me voy a tomar su leche, y le voy a pegar en la mano si lo veo que se toca la pija! ¡Pero ahora cogeme fuerte, sacame la calentura perro, dame verga!, me desaté entre alaridos, porque el bruto me arrancaba el pelo sin sutilezas.
Acabó adentro mío, y fue como un chorro caudaloso, bestial y cargado de una abstinencia más que atendible. Lo hizo luego de encajarme la bombacha adentro de la boca y de obligarme a morderle los dedos, mientras sus perforaciones a mi vagina eran más ágiles y sentidas.
Cuando me levanté aturdida y mareada, dispuesta a vestirme, el cabrón me prohibió ponerme el corpiño y la bombacha. Esta vez no volvió a ser el hombre compasivo, de mirada tierna y de gestos delicados.
Realmente no tengo tan presente cómo fue que nos sentamos a la mesa a comer unas pizas con los niños ya perfumados y bien vestidos. Solo recuerdo que me palpitaba el clítoris, que la calza se me mojaba con los restos de semen que se me escapaban de la concha, y que no podía dejar de pensar en ese hombre. Quería que me vuelva a coger como quiera, a su antojo y sin importarme las consecuencias. Pero, luego de la torta que los chicos me prepararon, un café, algunos regalitos hermosos y las felicitaciones por mi desempeño profesional, debí marcharme. En el fondo yo sabía que era para siempre. Omar me dijo que me iba a llamar si los chicos necesitaban de mis servicios, y me despidió con una frialdad que no me gustaba.
¡Vero, lo mejor es que no nos veamos de nuevo, o al menos solos! ¡Vos estás casada, y no corresponde lo que hicimos!, me decía mientras yo salía de su casa, a punto de abordar el último taxi.   Fin

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Comentarios

  1. ¡Me encanto! Ya ni bomba me parece suficiente para definir tu hermosa forma de relatar. Si tienes tiempo y si te gustan las series te recomiendo "Bajo sospecha" es española. ¡Que tengas un lindo fin de semana!♥️

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    1. ¡Hola Sasha! voy a tener en cuenta la serie que me recomendás. y como siempre, gracias por estar al pie de la letra con mis relatos. ¡Besoooos, y buen fin de semana!

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  2. Que subidon y esa intriga exitante de saber si ese nene se cogeria o no a la señorita...

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