Hace 5 años que me desempeño dando clases
particulares de matemáticas, ciencias naturales y sociales en casa. Solo que,
en noviembre del año pasado tuve unos inconvenientes. A mi esposo se le ocurrió
comenzar con la construcción de la nueva cocina y un quincito. Era verdad,
todos estaríamos más cómodos. Yo tendría una sala de estar para dictar clases,
y él podría tener más libertades en la casa. Solo me quedé con algunos poquitos
alumnos, a los que podía visitar en sus domicilios.
Trabajaba bastante mejor por la mañana. Pero a
la tarde tenía a mis alumnos favoritos. A Yanela, una nena híper divertida,
ingeniosa y enamoradiza. A Felipe, un gordito lleno de problemas de ortografía,
pero tan cariñoso que te compraba. Y a los Fernández, Natalia y Martín, 2
mellizos de 12 años. Los 2 tan malos en matemáticas como traviesos, curiosos
por demás y distraídos. Lo genial es que tenían un padre muy atento, caballero,
gentil, apuesto y cumplidor por demás con el detalle de mis aranceles.
Generalmente me pagaba el doble de lo que costaban las 2 horas que trabajaba
con sus niños. Se llama Omar, y desde el primer momento sentí algo especial por
él, que no sabía divisar con exactitud.
Vivían en una casa lujosa, gozaban de buenos
modales, una empleada que se iba a las 4 de la tarde, (es decir, apenas yo
llegaba), un auto más que interesante, una agenda con varias actividades
extraescolares y más allá de la oficina de Omar, y hasta un jardinero que se
ocupaba del inmenso patio, del jardín y de las plantas de decoración que había
por la casa. Pero, claramente no había una mujer. Esos chicos no tenían una
madre, ni él una esposa. Se notaba en la soledad de la mirada de Omar, en la
falta de afecto de los niños, en ciertos inconvenientes de higiene en Natalia,
y en algunas torpezas de Martín al comer. Eso lo vi la primer noche que Omar me
invitó a cenar a su casa, para agasajarme por mi cumpleaños. Pero, vayamos por
parte.
La segunda tarde que estuve con los niños,
Omar me llamó desde la cocina y me advirtió, mientras ellos resolvían unas
ecuaciones:
¡Mirá Vero, me da un poco de pudor decirte
esto, pero necesito que me ayudes! Yo siempre que puedo lo hago! El tema es que
Martín está en plena pubertad, y anda como loco con sus manitos! Todo lo que
tenés que hacer es, si no te incomoda demasiado, claro, cuando lo ves que se
toca el pene, llamale la atención para que no lo haga! Se toca todo el tiempo!
Si está solo no hay problema, pero no quiero que la hermana lo vea!, me explicó
titubeando, moviendo las manos sin sentido. Lo tranquilicé con mi colaboración
para ese tema, y con lo que necesite, y volví con los chicos.
La clase transcurrió normal por media hora.
Hasta que recordé lo que Omar me había dicho, y vi a Martín sin atención en su
carpeta, y con una mano en la entrepierna.
¿Qué pasa Martín? ¿Querés ir al baño?!, se me
ocurrió preguntarle.
¡No seño, no pasa nada, perdón!, dijo
volviendo en sí, de nuevo a su tarea. No me iba a quedar con la curiosidad. Me
agaché con todo el disimulo del mundo para mirarle el bulto, y el chancho tenía
el pito parado.
Me costaba hacer de cuenta que todo iba bien.
En un momento les pedí permiso para ir a tomar un vaso de agua, y mientras
ellos seguían más preocupados por intentar levantar sus notas, entré a la cocina.
Omar estaba preparando café. En cuanto me vio me preguntó si pasó algo con
Martín. Le conté todo lo sucedido, y de repente, una vez que ya me había tomado
un vaso de agua fría, siento sus manos en mi cola, y su aliento en mi nuca
susurrándome: ¿Y llegaste a ver si tenía la pija parada?!
No supe si mandarlo a la mierda, si
defenderme, pegarle, pisarle los pies descalzos con mis tacos, o simplemente
disfrutar de la apoyada que poco a poco le empezó a regalar a mi culo.
¡Aunque, ya te digo que con esas tetas al nene
se le va a parar seguidito nena!, me dijo al oído, ahora palpando mi vulva
sobre mi calza, pegando aún más su erección a la línea que divide mis nalgas, y
respirando suave contra mi nuca con una erótica perversión. Hasta que hubo un
impacto invisible pero sonoro, justo cuando mi corazón se aceleraba al borde de
perder los estribos.
¡Dale Vero, andá que los nenes te necesitan!,
me dijo separándose de mí, luego de 3 chirlitos en mi cola. Esa tarde concluí
lo mejor que mi sistema nervioso me permitió con las resoluciones de los
ejercicios de los chicos, llamé a un taxi, esperé a que Omar me pague, y me
fui, con la bombacha hecha un tsunami de jugos alborotados.
Esa vez arreglamos una clase los martes y otra
los viernes. Ese fin de semana fue una tortura. Me sentía deseada por ese
hombre, molesta por su exceso de confianza, seducida por su perfume y sus
formas de apoyarme, extrañada por los favores que me pedía, y culpable por
engañar a mi marido, aunque, también me consolaba con la idea de que aún no había
pasado nada. Pero, yo quería que pase algo acaso?
Cuando llegué el martes, los chicos ya estaban
en la mesa del comedor, con los libros y sus útiles esperándome, y con una
jarrita de jugo. Hacía un calor inolvidable. Empezamos de inmediato con las operaciones
combinadas. Les aclaré un par de dudas, y de nuevo tuve que interrumpir a
Martín apenas lo observé:
¡Martu, ¿Estás bien mi vida?!, le dije con
dulzura. El chico enrojeció, pero me aseguró que todo estaba perfecto. Esa vez
también le vi el pito duro, porque encima tenía puesto un short medio playero.
Pero, además de eso, advertí que Natalia tenía olorcito a pis. A ella no podía
decirle nada. No tenía instrucciones de Omar, y no me correspondía. Esa tarde
tuve que pedirle atención muchas veces a Martín, porque se desconcentraba sin
querer para tocarse.
Omar llegó a 15 minutos de mi retiro, y apenas
Natalia entendió lo de los números positivos y negativos, les pedí permiso para
ir al baño a lavarme la cara. Golpeé varias veces, y como nadie contestó entré.
En eso lo veo a Omar reponiendo jabón líquido en un recipiente, y le pido
disculpas.
¡Pasá pasá, que ya me voy, perdón!, dijo
altanero. No sé por qué le respondí que solo me lavaría la cara y listo, que no
era necesario que se vaya.
¡Todo bien con Martín?!, me preguntó mientras
yo me mojaba las manos, y su pija abultada bajo su pantalón de vestir volvía a
fregarse contra mi cola.
¡Y, más o menos! ¡Lo reté como 6 veces! ¡Se
desconcentra mucho, y parece que la adolescencia lo puede!, le dije como podía,
otra vez confusa y caliente.
¡En realidad lo puede la paja al guachito ese!
¿Pero aprende al menos?!, dijo con voz grave, tratando de juntar mis caderas a
la pileta para apoyarse mejor en mi trasero.
¡Sí sí, digamos, pero, me parece que hay otro
problema! ¡Nati anda con olor a pichí! ¡No sé por qué será! ¡La otra vez que
vine lo noté, y me olvidé de avisarte!, le largué mientras una de sus manos
estiraba uno de mis breteles.
¡Qué raro che! ¡Ya voy a hablar con ella! ¿Y,
vos, la pasás bien con ellos, y conmigo nena?!, me dijo resuelto, dejándome en
un callejón sin salida. No sabía qué decirle.
¡Síiii, te encanta nena, te gusta que te
apoyen no, que te toquen las tetas! ¡Quiero que para el viernes, si no te jode,
que vengas sin corpiño! ¡Quiero que Martín se ponga loquito!, me dijo bajándose
el pantalón con una mano, y tomando una de las mías con la otra. Cuando la puso
sobre su paquete caliente, durísimo y lleno de latidos, casi me meo encima de
calentura. Tenía un bóxer de seda precioso, pero mojado de previas sensaciones.
¡Dale, apretame la pija, pajeame así profe,
hacé de cuenta que soy Martín, y que soy un adolescente alzado! ¡No sabés cómo
me calentaba la rubiecita que nos daba clases de inglés en el secundario!, me
dijo con seguridad, sin dejarme sacar la mano de allí. Entonces, se la apreté,
subí y bajé cada vez más rápido, acelerando y bajando la intensidad, estirándole
la tela del bóxer junto con la pielcita de su tronco hinchado, mordiéndome los
labios como una ramera, oyendo su respiración en los albores de lo que parecía
incuestionable, y soñando con esa pija en mi concha. Me mojaba como una nena y,
hasta le obedecí sin reparos cuando me solicitó: ¡Mostrame las gomas Verito,
por favor!
Me subí apenas el corpiño, y en cuando vio
unos milímetros de mi piel desnuda, se puso como loco. Por momentos me cogía la
mano bien apretada a su extensión, diciendo, mientras yo sentía cómo la leche
le subía por el miembro: ¡Mirá si Martín te ve las tetas! ¡Se acaba encima el
pajerito! ¡Y Nati tiene olor a pis porque anda caliente con el pito parado de su
hermano seguro! ¡Para mí se lo re mira la sucia!
Hubo un instante de jadeos acompasados en un
ritmo feroz, sin equilibrio ni palabras, en el que su leche comenzó a derramarse
toda, empapándole el bóxer, los huevos, el pantalón y las piernas. También me
encremó un poco los dedos, porque, en cuanto empezó a eyacular me pidió que le
dé unos golpecitos en la chota, bien suaves y en el tronco. Apenas todo eso se
esfumó, Omar volvió a ser el mismo caballero amable.
¡Vero, no sé cómo disculparme con vos! ¡No sé
por qué carajo hice esto! ¡Pero, te pago el triple! ¡Bueno, yo, la verdad, no
sé cómo redimirme!, decía subiéndose el pantalón mientras yo salía del baño.
¡No te preocupes, que yo entiendo todo! ¡Estás
tan necesitado como Martín! ¡Y, por las dudas, tranquilo, que no te voy a
denunciar! ¡No es tu culpa que no haya una mujer en tu casa!, le dije sonriendo
para no sonar tan directa, y me dirigí al living, donde junté mis cosas, recibí
el dinero de manos de un Omar ya con los pies sobre la tierra, y me fui en otro
taxi.
¡No te puedo contar la paja que me hice en el
baño ni bien aterricé en mi casa! Es que mi marido no estaba, y mi mano
conservaba un poco del aroma de la lechita de Omar, y no podía sacarme de la
mente la pijita parada del nene, ¡ni cómo se propasó conmigo el cerdo de su
padre!
El viernes se me hizo medio tarde, porque me retrasé
con unos trámites municipales. Por eso me demoré media hora en llegar a la casa
de Omar y sus designios macabros. Esta vez Martín me esperaba solito, porque
Nati remoloneó su siesta un poco más de lo debido. Empecé con él, a explicarle
radicación y potenciación. Lo entendía perfecto, pero por ahí tenía ciertas
lagunas atencionales. Cuando lo vi con una mano debajo de la mesa se lo hice
saber. Pero el nene no dudó en asaltarme con la inquietud más inocente, aunque
le costó encontrar las palabras. Pero al fin resolvió decir con su voz aniñada:
¡Seño, ¿hoy no se puso corpiño?!
¡Eeepaaa, qué atrevidito sos nene! ¡Esas cosas
no se preguntan, ni se miran a tu edad!, le dije con cara de mala.
¡Pero es cierto, no llegué a ponerme! ¡Perdón,
pero no quería llegar más tarde! ¡Y te pido, que pongas las 2 manos arriba de
la mesa, sí?!, proseguí, ahora endulzando mi acento, para no sonarle tan ogro. En
eso, justo cuando descubro nuevamente su erección indulgente bajo el mantel,
escucho los pasos de Nati, que con toda la pereza del mundo toma su asiento y
sus apuntes. Esta vez también olía a pichí, y tuve la certeza de que Martín lo
notó. Me pareció que esforzaba sus respiraciones para olerla. Pero, me dije que
podía ser mi imaginación, y volvimos a trabajar.
Ese viernes casi no me lo crucé a Omar. Es que
llegó en el momento exacto en el que yo pedía el taxi. Le dije que los chicos
respondían cada vez mejor a las expectativas, que son inteligentes, y que tal
vez, si todo salía como lo planeaba, serían necesarias solo 2 clases más.
El hombre me invitó a pasar a la cocina para
pagarme, después de saludar con un afectuoso beso a sus hijos. también me
pareció que respiró más fuerte cuando abrazó a su nena.
En la cocina, ni bien cerró la puerta me llevó
contra la heladera y me desprendió sin cuidados la camisita para embobarse por
unos segundos con mis pechos al aire.
¡¿Te las vio Martín? ¿Tuviste que retarlo otra
vez no? ¡Mirá qué tetas tenés guacha!, me decía mientras mis pezones se
erectaban solo con el contacto de las yemas de sus dedos en mis tetas.
¡Sí, me las miraba, se re desconcentraba, y lo
reté, y hasta le vi el pito parado, y creo que tenía el pantaloncito manchado!,
le dije cuando ahora me apoyaba la pija en la vulva y frotaba su prolija barba
en mis lolas, jadeando suave, consciente de que me estaba mojando entera.
¿Y la Nati tenía olor a pis otra vez guachita?
¿Te calienta que te la apoye así? ¿La querés adentro, y llegar a tu casita con
mi leche empapándote la bombacha nena?!, decía enloquecido, ya punzando su pija
en mi sexo con la ropa de por medio. Hasta que me pidió que ponga las manos y
las tetas sobre la heladera.
Escuchamos la bocina del taxi, y a Natalia
decirle a su padre que le había sonado el celu. Pero él les pidió que no entren
por nada del mundo, que estábamos tratando temas de adultos. Entonces, me apoyó
la pija en la cola, y hasta la colocó entre mis nalgas, encontrando con
maestría la entrada de mi ano. De no ser porque yo no lo dejaba bajarme la
ropa, creo que me la hubiese metido sin más. Me hizo tocarle la pija desnuda
para que se la apriete, y volvió a culearme virtualmente, aunque su pija sí me
empujaba, se frotaba y me llenaba de un hormigueo incomprensible. Sentí que un
chorro de flujos ardientes me inundó buena parte de la bombacha cuando me
decía, sin parar de pegarse a mi cintura: ¿Así que vos pensás que Martín la huele
a su hermana? ¿Y que por eso se le para el pito? ¡Y encima la seño le muestra
las tetas! ¡Agarrame la pija guachita, y sacame la leche!
El hijo de puta, esta vez acabó entre mis
manos, ni bien me dediqué a sacudirle la pija, a estirarle el cuero y a presionarle
el glande. Tenía una poronga normal, pero bien gordita, enérgica, aguantadora,
y acababa mucho. Eyaculó enseguida, y casi ni me avisó. Yo lo supe por cómo se
le hinchaban las venas, le subía la temperatura y se le agitaban los pulmones.
No pude conmigo, ni con mi alma de puta. Me
lamí los dedos, uno por uno delante de él, mientras le meneaba las tetas bien
cerquita de su rostro. Me lavé las manos, le recibí la plata y sus nuevas
disculpas por tales acontecimientos bochornosos, y pedí un nuevo taxi, luego de
arreglarme la camisita y ponerme el saquito. ¡No era saludable que el taxista
me vea en corpiño! Solo que, cuando atravesé el living, ya no vi a los chicos.
Me pareció extraño irme sin saludarlos.
Entonces, debí conformarme con otro fin de
semana lleno de dudas, remordimientos, culpas y apreciaciones sobre la moral.
Por un momento, todo eso se diluyó cuando tuve relaciones con mi esposo. Pero,
mientras soñaba, todo aquello me atormentaba una vez más.
El martes Omar estuvo de capa caída, por algunos
por menores en la empresa. Lo vi al final de mi jornada educativa, como
siempre. Pero esta vez solo me pagó y se disculpó por no poder dispensarme
tiempo. Según él tenía una reunión urgente, y de última hora. No le gustó
cuando le dije que no me debía ninguna explicación. Ese martes, reté a Martín
porque, de repente, cuando Nati se fue al baño, se distrajo de mis conceptos
sobre geometría. La cosa es que, esta vez su mano estaba ocupada con su pito. Pero
de repente sintió como un sacudón inesperado. Gimió sin darse cuenta, se puso
colorado y se levantó con urgencia diciendo: ¡Vero, ya, ya vengo, no sé qué me
pasó!
El chiquito se había acabado encima, pensé.
Algo muy común en un nene de su edad. Pero fue tan evidente que me calenté como
una perra. Encima, cuando Nati vuelve a sentarse, tira por accidente una
lapicera, y cuando se agacha a levantarla, descubrí que traía el shortcito roto
en la cola, y que se le re veía la bombachita.
Ese martes me fui rápido a casa, porque para
colmo tenía que preparar una picada o algo sencillo, ya que era mi cumpleaños,
y alguien siempre pasa a saludar. Omar no se había acordado, aunque los chicos
me hicieron una cartita preciosa, en la que él mismo puso algunos billetes
demás, aparte de escribirme sus buenos deseos. No pude evitar sentir un atisbo
de desilusión de igual modo. Pero el miércoles por la mañana me llamó con la
caballerosidad que lo identifica, y me saludó con mucho cariño. Se disculpó por
su desatino, y me prometió un buen regalo. Le dije que no hacía falta. Pero él
me interrumpió invitándome a comer el viernes, a su propia casa, luego de mi
clase con sus hijos.
¡De última, venite a las 7, y estás hasta las
9 con ellos!, resolvió por mí, y yo no se lo objeté. El viernes asistí como
siempre, con todas mis ganas de enseñar. Pero al parecer los nenes no me
esperaban. Martín estaba en la compu jugando, y Nati miraba la tele
despatarrada en un puf.
¡Vamos chicos, a trabajar, que ya es tarde, y
seguro ya se distrajeron lo suficiente!, les dije para que nos pongamos a ver
los últimos temas, antes de las evaluaciones finales. Cuando Martín caminó
hacia la mesa, dejó ante mis ojos la erección de su pene sin ningún recato. De
hecho, apenas se sentó se lo empezó a manosear. Lo reté, y el chiquilín me
salió con un martes trece.
¡Seño, ¿Por qué no vino sin corpiño?!, dijo
mientras su hermana enrojecía y le daba un codazo en las costillas para que se
ubique. Se lo dejé pasar. Pero seguí dispuesta a sacarlo de sus asuntos
masturbatorios involuntarios cada vez que lo veía, y fueron varios retos.
Cuando llegó Omar, a eso de las 9, decidió que
ya era hora de que los chicos guarden sus cosas y se alisten para la cena, que
estaría recién a las 10.
¡Martín, vos te bañás primero! ¡Y vos Nati,
acordate de sacar toallones del altillo! ¡Pero bañate sí o sí, que tenés olor a
pichí bebé! ¿Estamos? ¡Y no quiero sorpresas!, les dijo el hombre, cuando me
traía una taza de café. Ni bien los chicos subieron las escaleras hacia sus
cuartos, Omar me tomó como a una presa fácil, sin esfuerzos ni demasiada
prestancia. Me alzó en sus brazos, me tapó la boca con una de sus manos y me
llevó a su habitación, que estaba en la planta baja de la casa. Quiso que me
siente en la cama, que me descalce y que le reciba un dinero especial, según él
compensatorio por mi ayuda en los cuidados sexuales de su hijo.
¡Sacate la blusita y el corpiño, y decime si
esto te parece conocido!, me dijo con una bombachita blanca en la mano, la que
aproximó a mi nariz lentamente.
¡Es el olor a pis de Nati, ¿No?! ¡Y esto, lo
tenés que ver! ¡Es de Martín! ¡Se vuelve loco mirándote las tetas seño!, dijo
ahora con un calzoncillo rojo manchado de semen fresco.
¡Dale, olelo zorrita, y pasátelo por las
gomas, dale chiquita, no tengas miedo!, me inducía mordiéndose los labios y
tanteándose el bulto hinchado. No solo cumplí con sus órdenes retorcidas. Lamí
la bombacha y el calzoncillo, los escupí, los froté bien fuerte contra mis
tetas, y se los arrojé en la cara.
¡Eeesoo putita, sacate, ponete loquita, acostate
y abrí las piernitas!, me pidió ya sin generosidad, festejando mis acciones. Entonces,
su cara se instaló entre mis piernas, y fregó desde su mentón a su frente ancha
de tano furioso sobre la rabia de mi vulva prendida fuego, mientras me olía,
jadeaba y decía: ¡Los chicos no tienen madre, porque mi esposa murió en un
accidente trágico! ¡Nadie les habla de sexo! ¡Por eso el nene se pajea todo el
tiempo, y Nati anda re meada muchas veces! ¡Necesito que les hables vos! ¡Explicales
todo lo que quieras! ¡Cómo se hacen los bebés, cómo deben cuidarse, cómo se le
da placer sexual a una chica, o a un varón, cómo se chupa una pija, o cómo él
puede hacerle la cola a una pibita sin que le duela… no sé, lo que quieras!
Fue sensato al principio, y hasta pudo haberme
enternecido. Pero lo demás tenía resabios de un morbo incontrolable. Aún así lo
dejé que me baje la calza para que me mire cómo se me mojaba la bombacha, y
entonces, me sentó de prepo para fregarme su bulto aún arropado sobre las
gomas.
¡Seguro que Nati debe soñar con tener tus
tetas morocha, y Martín con que se te tira encima, y vos le ponés el pito en tu
vagina, y le pedís la lechita!, decía sin argumentos pero excitado. Me atreví a
lamerle el pantalón y a frotar mi cara sobre su carpota, y eso hizo que Omar se
deshaga de sus zapatos y pantalón sin pensarlo. Ahora sí mi boca sería feliz, y
no iba a desperdiciar mi momento. Le agarré la pija, la olí y lamí como a un
heladito, le di unas escupiditas, puse sus huevos en el hueco de mi mano, se
los colmé de besos ruidosos, y me metí esa pija cada vez más rígida en la boca
para succionarla, morderla, saborearla, degustar cada partícula de su
libidinosa textura.
¡Cómo te gusta la verga guachona, qué rica
boca tenés, no pares, seguí chupando así perra!, me decía para convencerme, y
yo más se la mamaba.
Recordé que a mi esposo se la chupé solo
cuando éramos novios. Varias veces, pero hace tiempo, y sentí tristeza.
Pero ahora esa pija que no llegaba a mi
garganta, expulsaba más y más juguitos en mi boca, y sus huevos se endurecían
peligrosos.
¡Me encantaría que se la chupes así a mi hijo,
y que le comas la colita a besos a Nati, y que ella te chupe las tetas!, decía,
sabiéndose próximo a eyacular como un desquiciado. Sin embargo, se contuvo. Me
sacó la calza y la bombacha, me recostó en la cama y se me subió para
clavármela tenaz y sin mi resistencia en la concha. Había tomado la precaución
de quedarse con mi tanga negra en la mano, dispuesto a olerla y a rozarla en mis
labios mientras me penetraba.
¿Le vas a hablar de sexo al pibe nena? ¿Le vas
a enseñar putita?!, insistió jadeando y aumentando el ritmo de sus envestidas.
¡Sí papi, me voy a coger a tu nene, me voy a
tomar su leche, y le voy a pegar en la mano si lo veo que se toca la pija! ¡Pero
ahora cogeme fuerte, sacame la calentura perro, dame verga!, me desaté entre
alaridos, porque el bruto me arrancaba el pelo sin sutilezas.
Acabó adentro mío, y fue como un chorro
caudaloso, bestial y cargado de una abstinencia más que atendible. Lo hizo
luego de encajarme la bombacha adentro de la boca y de obligarme a morderle los
dedos, mientras sus perforaciones a mi vagina eran más ágiles y sentidas.
Cuando me levanté aturdida y mareada,
dispuesta a vestirme, el cabrón me prohibió ponerme el corpiño y la bombacha.
Esta vez no volvió a ser el hombre compasivo, de mirada tierna y de gestos
delicados.
Realmente no tengo tan presente cómo fue que
nos sentamos a la mesa a comer unas pizas con los niños ya perfumados y bien
vestidos. Solo recuerdo que me palpitaba el clítoris, que la calza se me mojaba
con los restos de semen que se me escapaban de la concha, y que no podía dejar
de pensar en ese hombre. Quería que me vuelva a coger como quiera, a su antojo
y sin importarme las consecuencias. Pero, luego de la torta que los chicos me
prepararon, un café, algunos regalitos hermosos y las felicitaciones por mi
desempeño profesional, debí marcharme. En el fondo yo sabía que era para
siempre. Omar me dijo que me iba a llamar si los chicos necesitaban de mis
servicios, y me despidió con una frialdad que no me gustaba.
¡Vero, lo mejor es que no nos veamos de nuevo,
o al menos solos! ¡Vos estás casada, y no corresponde lo que hicimos!, me decía
mientras yo salía de su casa, a punto de abordar el último taxi. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
¡Me encanto! Ya ni bomba me parece suficiente para definir tu hermosa forma de relatar. Si tienes tiempo y si te gustan las series te recomiendo "Bajo sospecha" es española. ¡Que tengas un lindo fin de semana!♥️
ResponderEliminar¡Hola Sasha! voy a tener en cuenta la serie que me recomendás. y como siempre, gracias por estar al pie de la letra con mis relatos. ¡Besoooos, y buen fin de semana!
EliminarQue subidon y esa intriga exitante de saber si ese nene se cogeria o no a la señorita...
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