Después de las locuritas que hicimos con mi
prima Violeta, y antes de algún desatino de mi parte con mi hermana Jimena,
sucedieron varias cosas. Tuvimos que mudarnos a un pueblo en las afueras de la
capital porque mi padre nos abandonó, a mis hermanas, a mí y a la luchadora de
mi madre. Nunca supe bien el asunto. Yo no llegaba a los 14 años, por lo que
esas cosas no se les confidenciaban a los chicos. Lo cierto es que a nuestro
padre se lo tragó la tierra, porque jamás lo volvimos a ver. No obstante, yo
tuve que repetir un año escolar, dado el desastre de la mudanza, el trabajo
escaso de mi madre y las tristes condiciones en las que estábamos.
Por suerte, en mi vida apareció doña Elba. Una
señora dispuesta a darle una mano a mi madre con mi educación para que pueda
terminar el primario. Laura y Jimena, mis hermanitas menores se quedaban con mi
madre en el trabajo, cualquiera fuese. Hizo de todo la pobre. Fue costurera,
bachera en un bar, verdulera, atendió un puesto de artesanías en la plaza del
pueblo, vendió flores, y según un vecino, hasta tuvo relaciones sexuales con
tipos grandes. Todo para alimentarnos, vestirnos y malcriarnos un poco. Muchos de
esos trabajos los tenía en simultáneo. Por eso a veces solo la veía por la
noche, destrozada y sin ánimos de comer. Yo me hacía cargo de Laura y de
Jimena. Hasta que a Lauri le consiguieron una escuela de jornada completa, y
Jimena decidió quedarse por el día en lo de mi tío Eduardo, el hermano de mi
madre. Así que, desde que me admitieron en una escuela estatal, empecé a cursar
por la mañana, con toda la responsabilidad que le debía a mi familia. Por la
tarde tenía que ir a lo de doña Elba. Ella me preparaba el almuerzo y me
ayudaba con mis deberes escolares. Yo era bastante burra. Pero, se me hacía que
todo lo que esa mujer me enseñara tenía otro color. Y eso que no era ninguna
eminencia. Era una mujer solterona, de buen carácter, de lindos rasgos, con 43
años llenos de vida, y dueña de una voz maternal que me hacía sentir bien. Al
principio me sorprendía con sus formas de tratarme. Por ahí, estaba sentada
haciendo la tarea, y ella venía lentamente a ponerme un caramelo en la boca, o
un chupetín. Me gustaba su sonrisa natural al tomarme desprevenida. Otras
veces, me ponía algún chocolate en las piernas, mientras yo trazaba mapas o
resolvía cálculos. Siempre cocinaba mis platos favoritos. Compraba jugo de
manzana porque sabía que me encantaba, y, si me portaba bien con la tarea,
veíamos dibujitos. En esos momentos, de repente me decía: ¡Mirá Sabri, lo que
tiene doña Elba!, y se sacaba alguna golosina de entre sus pechos. Creo que
allí fue que empecé a fijarme en los senos de mi instructora. De hecho, una vez
se le salió una teta del corpiño, y ella se echó a reír como nunca la había
visto.
¡Uuuuy, disculpame hijita, esta Elba es una
loca! ¿Cómo se me va a escapar una teta así?!, decía, todavía tentada,
mostrándome el chocolate que hasta no hacía mucho se posaba entre sus globos
perfectos. Pero desde entonces, a veces dejaba que se le escapen las dos tetas,
y mi vagina explotaba de felicidades, convirtiendo a mi pobre bombacha en un
río de flujos. Claro, ella no lo sabía.
Ya hacía dos meses que iba religiosamente a la
casa de doña Elba. Pero esa tarde, después del accidente y de comerme el
chocolatín, me puse de malhumor. No había forma que entendiera lo que era una
oración. Eso del análisis sintáctico para mi cabecita era chino básico.
Entonces, la mujer me llamó chasqueando los dedos, y me pidió que me siente en
su pierna, solo en una de ellas. Es decir que, mis piernas le abrazaban la
suya.
¡Escuchame angelito, una oración tiene sujeto
y predicado! ¡El verbo siempre está en el predicado! ¡Eso te lo expliqué ayer!
¿Te acordás?!, me decía con una cierta agitación que no entendía.
¡Mirame a los ojos cuando te hablo Sabrina!
¡Mariela salió al parque con sus amigos! ¿Cuál es el sujeto?!, me preguntó, a
la vez que se subía el vestido. Su pierna comenzaba a quedar expuesta, y mi
corazoncito se colmaba de sensaciones conocidas.
¡Mariela!, le respondí segura y calmada.
¡Bien hijita!, me dijo, y me besó muy fuerte
la mejilla derecha. Yo no pude evitar frotarme un poquito sobre la pierna de
doña Elba.
¡Y, si te digo, Sabrina me mira las tetas!
¿Cuál es el predicado?, me apabulló de repente. Esa oración no estaba en mis
anotaciones. No sabía si responderle. Decir la palabra teta delante de esa
mujer, sonaba como un crimen.
¡Creo que, si no me equivoco, me mira las
tetas!, dije de un modo tan imperceptible que, hasta dudé que me hubiese
escuchado. Pero doña Elba me sonrió satisfecha.
¿Viste que no es difícil mi nena?!, me dijo
extrayendo un chupetín del medio de sus tetas.
¡Esta vez no se me van a escapar, te lo juro!,
agregó risueña, sin saber que lo que yo más deseaba en el mundo era mirárselas.
Después de eso, tuve que ir al baño. Apenas me senté en el inodoro para hacer
pis, palpé mi bombachita re contra húmeda. Me había gustado frotarme aunque sea
un ratito en la pierna de doña Elba. Pero sentía que no podía confiárselo tan
abiertamente.
A los días, resolví sobre su regazo un
problema con regla de 3 simples, y como lo pude internalizar bien, me apretó la
mano con alegría, se la llevó a la boca y me la besó. Además, se subió otra vez
el vestido y me acomodó más pegadita a ella, con mis piernas montadas en la
suya. Empezó a dar saltitos con esa pierna, mientras decía: ¡Eeesooo hijita!
¡excelente! ¿Vio que no es tan burra?!
Luego apoyó mi mano en su vientre, posó su
otra mano en mi espalda para evitarme una caída, y me besó la cara con fuerza.
Su respiración había cambiado. Estaba agitada, con el corazón audible en sus
muñecas, y con un cierto candor en los pómulos. Yo entonces, instintivamente
aproveché a frotarme en su pierna, pensando que era una tontera, que quizás ni
se daría cuenta. Pero doña Elba escabulló una de sus manos bajo mi camiseta y
llegó a amasarme las tetitas sobre el corpiño. Claro que mis tetas todavía eran
dos duraznitos atardeciendo. Pero mis pezones eran tan sensibles que, me prendí
fuego al recordar la lengua de mi prima Violeta saboreándolos. Pero doña Elba
reaccionó con mayores palpitaciones.
¿Qué te pasa Sabri? ¿Te gusta que mueva la
piernita así? ¿Eeee? ¿Qué pasa chiquita? ¿Te gusta? ¡Todavía tenés las tetas de
una nena mi cielo!, dijo antes de darme un tremendo chupón cerquita de la boca.
Después siguió besando mi cara con furia, mientras yo me frotaba entre
suspiros. No quería evidenciarme, pero me estaba mojando toda. Por eso, de
repente, doña Elba me bajó de su pierna como a un perrito y me dijo: ¡Ahora
dejame ir al baño, que tengo que mear; Sí? ¡Quedate acá!
Cuando se levantó pareció perder el
equilibrio. Pero ella tampoco quería demostrarme que algo le pasaba. Yo la
seguí en silencio al baño, sin que lo sepa. Aparte, estaba descalza. No tuve
forma de evitar tocarme la vagina por
adentro de la bombacha, escuchándola hacer pis. Duró demasiado poco para el
calor de mis entrañas. Cuando la oí tirar la cadena, parecía haber perdido la coordinación,
porque no podía sacarme la mano de la conchita.
¿Qué hacés mi’hijita?!, me dijo apenas me
descubrió, colorada como un enero sobre los techos de las casas.
¡Nada doña Elba, es que yo, yo también quiero
pis!, dije, como si fuese una nena tonta. Ella sonrió sin sonido, se arregló el
vestido y me dejó la puerta abierta del baño. No tenía mucho tiempo para
masturbarme, pero lo necesitaba. Tenía la bombacha toda pegoteada de flujos.
De repente, un trueno hizo temblar a los
árboles de la cuadra. Hasta el inodoro vibró. Por eso salí alarmada, con algo
de miedo, y a las apuradas. De hecho, se me cayó la pollerita camino al
comedor. Pero doña Elba no me vio, porque estaba petrificada en la puerta de
entrada de la casa.
¡Pucha hija, se viene un tormentón bastante
fulero!, dijo en cuanto me vio detrás suyo. Enseguida se cortó la luz, sonaron
unos rayos espantosos, se largó un aguacero inolvidable, y comenzó a soplar un
viento feroz. Yo corrí hasta doña Elba, que estaba prendiendo una vela y la
abracé.
¿Qué pasa chiquita? ¿Tenés miedo? ¡Conmigo no
te va a pasar nada! ¡Es solo una tormenta!, dijo apretándome fuerte a su
cuerpo, subiéndome la pollera y dándome un beso en la frente.
¡Vamos a mi pieza, y dormimos una siestita! ¿Sí?
¡Total, son las 3 de la tarde recién!, me dijo agarrándome de la mano. Con la
otra llevaba la vela. No tuve otra alternativa que seguirla. Ahora también
caían piedras, y alguna cosa se cayó en el patio por la brutalidad del viento.
¿Llegaste a hacer pichí nena? ¡Digo, porque,
si no te molesta, te puedo acompañar! ¡Yo soy una maestra moderna!, me dijo
segundos antes de llegar a su cama matrimonial, descostillándose de risa.
¡Sí, sí, pude!, balbuceé, mientras me subía a
la cama. Ella me limpió los pies descalzos con una toalla primero, cerró las
cortinas de la ventana y colocó la vela en un platito sobre su mesa de noche.
Apenas las dos estuvimos acostadas boca arriba, ella me tomó una mano para
aliviarme el miedo. Yo me hice un bollito a su lado, y ella comenzó a
acariciarme la espalda, la cola y las piernas. De repente me estampó un beso en
la cara, otro en la oreja y uno más en el hombro. Yo me había sacado la remera
porque me la ensucié con mate. Sus brazos comenzaban a acorralarme. Me abrazaba
fuerte, me besaba el cuello, las mejillas, y respiraba distinto. Su voz se
agravaba. Su boca se abría un poco más, y sus labios húmedos en mi piel me
enloquecían.
¡Tranquila mi’hijita que yo estoy acá con
vos!, dijo de repente, con el pecho desbocado, mientras me giraba la cara para
pegar sus labios a los míos. Me dio dos piquitos que me hicieron encoger los
pies y cargarme de temblores. El tercero de los piquitos, yo no pude soportarlo
más. Le abrí mi boca y le ofrecí mi lengua, mientras ella decía que sería mejor
dormir sin la pollerita. Su reacción me movilizó aún más. Primero me dio un
beso con lengua y todo. Le agregó algunos mordiscos a mi nariz, chupones a mis
labios y unos lengüetazos adentro de mi boca que parecían no tener fin. Pero
luego me dio una cachetada con indignación mientras me rezongaba: ¡Me parece
que esta no es tu primera vez Sabrina! ¡No es la primera vez que hacés esto
cochina! ¿No? ¡Con razón te frotabas, pendeja alzada! ¿Tu madre sabe que andás
con la concha caliente?
Pensé que todo lo que revoloteaba en mi
interior, que toda la calentura que me gobernaba se extinguiría. Imaginé a doña
Elba hablando con mi madre, y me sentí una estúpida. Pero yo necesitaba que esa
mujer me posea como se le dé la gana. Ella no me dirigió la mirada, hasta que
yo le reconocí que tenía razón. Más o menos le hablé de las cosas que hicimos
con Violeta, y sus ojos se maravillaban más y más. De a poco volvía a acercarse
a mi cuerpo en llamas, y en cuanto sus dedos se fundieron en los cachetes al
aire de mi cola, ya que se me había subido la pollera, todo volvió a cero.
Ahora sus exhalaciones me daban miedo, mientras me besaba el cuello, me lamía
las orejas, me estrujaba las tetitas, me revolvía el pelo para lamerme la nuca,
me mordía el lóbulo de las orejas y me amasaba el culo. Es que, ahora estaba
hecha una fiera. Cuando me metió la mano por debajo de la pollera para
acariciarme los muslos, supe que no tardaría en palpar mi bombacha empapada. Yo
temblé y me apreté más a ella. En cuanto rozó mi vulva dijo: ¡Aaaah, mirala vos
a la Sabri! ¡Tiene la bombachita mojada! ¿Es pichí? ¿O es de calentita nomás?
¿Te limpiaste bien la chuchi?
Me sacó la pollera, el corpiño y la bombacha
con una velocidad de otro mundo, y comenzó a recorrerme toda con sus manos. Casi
me hacía llorar de la emoción cuando friccionaba mi vagina pegajosa, estiraba
mis pezoncitos, o me lamía los muslos. Cuando abría los labios de mi vagina y
me soplaba como una suave brisa, me hacía frotar la cola en la sábana como si
así pudiera quitarme el incendio de encima. Me olía con felicidad, sonreía cada
vez que me estiraba un pezón con los labios, y no me dejaba cerrar las piernas.
¡Igual, por si no lo sabías, tenés olor a pis
mocosita! ¡Vas a tener que aprender a limpiarte bien, o a cambiarte los
calzones! ¡Si no, doña Elba te va a tener que poner pañalines!, decía con
gracia mientras se quitaba el vestido y el corpiño. Ahora podía distinguir en
el medio de la oscuridad esas tetas inmensas, con pezones gordos, carnosos y
erectos, las que se aproximaban a mi cara lentamente.
¡Tocalas Sabri, haceme el favor guachita!, me
dijo en cuanto las tuve a escasos dedos de mis ojos. Se las agarré y se las
amasé como Viole me había enseñado. Eran suaves, con algunas pequitas y un
delicioso perfume. Hasta que me levantó la cabeza con una mano, como indicándome
lo que deseaba en ese momento.
¡Dale hijita, tomá la teta bebé cochina!, pudo
construir cuando mi boca ya le succionaba un pezón, después el otro, luego
volvía al anterior, y así hasta endurecérselos más. Le gustaba que hiciera
ruiditos con mi saliva y los chuponcitos que le daba. Ella gozaba con una
adrenalina que, no medía el tenor de sus suspiros, ni de sus palabras.
¡Chupalas bien mocosa, asíii, y de esto ni una
palabra a tu madre, ni a tus hermanas! ¿Me oís? ¡Dale, abrí más esa boquita,
que doña Elba te va a dar placer, en la cosita! ¡Cómo me calientan las nenas
como vos! ¡Si yo hubiese sido tu maestra, ya te habría acompañado al baño para
mirarte la bombacha! ¡a vos, y a las otras nenas!, decía, abriéndome el sapito
con dos dedos para hundirlos suavemente y comenzar a darme circulitos, frotadas
y golpecitos, mientras mi boca seguía comiéndole las tetas.
¡Y yo que daba tantas vueltas para, para
tocarte! ¡Y mirá cómo te mojás hijita!, se lamentaba penetrándome la vagina,
sacando los dedos de mi interior solo para lamerlos y volver al acecho de mi
clítoris. Yo no podía hablarle. Solo repetía como un lorito: ¡Asíii doña Elba,
aaay doña Elba, me, me encanta doña Elba!
Después me frotó sus tetas en la cara, me
abrió bien las piernas para golpearme la vagina con sus pezones babeados con
unos saltitos que me hacían ver las estrellas, y finalmente se puso a chuparme
las tetas. Casi que le entraban enteras en la boca, mientras no abandonaba su
arte de frotarme el clítoris. En un momento me rozó el agujerito del culo y me
dijo con los ojos endiablados: ¿También tenés olorcito a caca en la cola
pendejita? ¡Me vuelven locas las nenitas como vos, así, desnuditas, con olor a
pis, mojadas, y miedosas!
No sabía controlarse más la dueña del mayor
goce que hasta entonces había logrado. Por eso me agarró una mano para
acomodarla entre sus piernas y suplicarme con una voz extremadamente lujuriosa:
¡Tocame, tocame nena, dale nenita, tocale el sapito a doña Elba!
No se me hizo difícil, ya que su bombacha
yacía por sus rodillas, y su concha gordita, peluda y majestuosa estaba súper
empapada. Mis deditos entraron a voluntad en ella, y comenzaron a moverse, a
frotarla, a entrelazarse con sus jugos y a intercambiarle suspiros por gemidos
casi animales. Pero de repente su cabeza comenzó a descender por mi cuerpo,
hasta encontrarse con mi vulva desprotegida.
¡Preciosita mía!, fue lo último que pronunció
antes de darle el primer lengüetazo. Yo di un saltito y quedé casi sentada en
la cama por el impacto de semejante contacto. Me la lamió, restregó su nariz,
me abrió más las piernas y, una vez que las levantó un poco, se introdujo de
lleno para penetrarme la conchita con la lengua. Fue indescriptible la cantidad
de soniditos, temblores, lamidas, besos asquerosos hasta por mi culito, mordiditas
y penetradas con dedos que me ofreció esa mujer. Sentía que la cama me daba
vueltas, que el cuerpo podía separarse de mi cabeza, que en cualquier momento
me largaría a llorar, o me reiría con todas mis fuerzas. Todo mientras ella
decía: ¿Qué rica estás muñequita! ¡Amo tu olor a conchita, y a pis de nena! ¡Largame
todo en la boquita pendeja! ¡Daleee, abrite más, asíiii, dale putitaaa!
De repente, creo que cuando uno de sus dedos
estuvo a punto de inmiscuirse en mi colita, sentí que algo explotaría adentro
mío, tarde o temprano. Entonces, comencé a regalarle todo mi orgasmo en la cara
a doña Elba, que se bebió todos mis jugos, jadeando y apretándome las piernas.
Apenas salió del refugio de mi intimidad, pareció descompuesta, o como que el
aire no le alcanzaba para oxigenarse. Yo no entendía nada. Pero empecé a saltar
en la cama como una chiquilla. Ella me atrapaba y me pegaba en la cola, o me la
mordía. Yo quería que esa mujer me haga cosas chanchas todos los días. Sin
embargo, no sabía a ciencia cierta si habría otras oportunidades.
Entonces, otro divino tesoro se gestó en su
cabeza. De repente me aferró con sus brazos para bajarme de la cama, me besó
toda la cara con el sabor de mis jugos, me pidió que me arrodille, se sentó en
el colchón y me imploró: ¡Ahora vos, por favor, ahora vos, chupamelá como yo te
lo hice, dale nena!
No podía negarme. En cuanto me arrinconé entre
sus piernas temblorosas, junté mi cara a su vagina, le colé algunos deditos
para saborear su sabia, le pasé la lengüita por los labios, y me dispuse a
penetrársela con lengua y dedos. Doña Elba me apretaba la cabeza, me tironeaba
el pelo, me acariciaba los hombros, me pedía perdón por la bofetada, gemía, se
arqueaba cada vez que mi lengua saboreaba su clítoris, y se estrujaba las
tetas.
¡Aaaay, que puta hermosaaaa, cómo me duelen
las tetas de la calentura mi nena, qué rico que me chupás la conchitaaaaa!,
empezó a gruñir con impaciencia. No podía sostener ni un minuto más todo el
éxtasis que mi adolescencia le otorgó a sus ratones, y en cuanto le dije: ¡Me
encanta chuparle la concha doña Elba!, ella liberó una oleada de flujos
incesantes que me cegó por un instante. Había olvidado aquello que después del
orgasmo el clítoris queda muy sensible, y seguí lamiéndoselo. Por eso la mujer
me levantó de los pelos gritándome: ¡Basta pendeja, ya está!
Acto seguido me pidió perdón por reaccionar
así, y me dio un beso en la boca mientras golpeaba la cama para que vuelva a
recostarme. Entonces, una vez que estuve acostada, ella me puso la bombacha, y
me dijo: ¡Ahora vengo bebé, me voy a limpiar un poco! Y me dejó re loquita en
la cama. Obvio que me re masturbé. Pero eso había hecho enojar a doña Elba de
momento.
Frotarme en las piernas de esa mujer ya no era
una cosa tabú. Ahora ella me dejaba en calzones para que lo haga con mayores
libertades. Claro que había que tener precauciones por si llegaba mi madre más
temprano de lo habitual.
Una vez, después de besuquearnos en la cama,
doña Elba me pidió que me agache y que le saque los zapatos. Yo, no sé por qué
razón los olí. Ella no me lo había ordenado. Pero al verme en ese trance, de
repente me dijo con dulzura: ¡Dale, lameme los zapatos Sabri!
Apenas le quité ambos zapatos, me dispuse a
lamerlos, olerlos y besarlos, sentada en el suelo. Doña Elba estaba acostada, y
yo podía escuchar el chapoteo de sus dedos en su flor mientras yo me devoraba
sus zapatos. Desde entonces, cada vez que llego de la escuela me pide que le
lama los zapatos, que se los quite, le besuquee los pies y que me siente a
comer.
Una tarde, antes de hacer los deberes me dijo,
mientras se preparaba un té: ¡Escuchame Sabri, desde ahora, cada vez que
quieras hacer pis, te acercás a mi oído y me decís: Doña Elba, quiero pis! ¿Entendido?!
Esa misma tarde tuve que cumplir con sus
requisitos, porque mi vejiga estaba incomodándome demasiado. En cuanto lo hice,
ella me tomó de la mano y mientras decía: ¡Vamos al baño cochina!, me acariciaba
la cola.
Una vez en el baño, ella se sentó en el suelo,
bien pegada al inodoro, y me dijo: ¡Vamos, subite la pollera, y bajate la
bombacha!
Apenas lo hice, ella se metió una mano adentro
de su vestido, y con la otra me trajo hacia ella, coincidiendo con exacta
maniobra mi pubis con su boca. Y ella me dio la orden precisa mientras me
pellizcaba el culo, por si se me ocurría desobedecerla.
¡Hacé pis nena, dale, en mi boca!, articuló,
antes de que mi chorro de orina comenzara a empaparla toda. Al mismo tiempo,
ella se pajeaba con fuertes espasmos, y su lengua me recorría el abdomen y la
vagina. ¡Encima, uno de sus dedos me separaba las nalgas para rozarme el
culito!
¡Mañana te toca a vos! ¿Sabés chiquitita?, me
dijo una vez que se levantó del suelo, alistando todo para darse una ducha. A
mí solo me subió la bombacha, me bajó la pollera y me mandó al living.
A doña Elba también le gustaba maquillarme, y
bañarme. En esos momentos no se propasaba conmigo. En realidad, jamás lo hizo.
Siempre yo estuve de acuerdo con hacer lo que ella me pidiese. Pero una de esas
tardes me maquilló como a una putita, me sentó arriba de sus piernas en el
sillón, me comió a besos como a un amante desaforado, y acto seguido me llevó a
su cama. Me dejó en calzones, me olió toda y me acostó, tapadita y todo, y
mientras me acercaba sus tetas a la boca para que se las amamante me dijo: ¡Meame
la cama Sabri, dale, hacete pis en mi camita, con la bombachita y todo!
Cuando me destapó, y descubrió que me había
meado como una campeona, tuvimos el mejor show de besos que me pudiera
imaginar. Esa tarde volví a casa con la bombacha sucia. Pero me llenaba de
morbo saber que doña Elba dormiría en la cama toda mojada por su nena.
Otra tarde me hizo acabar solo con su lengua
en mi culito. Fue después de acompañarla al baño para verla cómo se duchaba.
Apenas salió, se ató el pelo mojado y me pidió que me baje el pantalón.
¡Tengo ganas de olerte el culo pendejita!, me
dijo mientras me mordía las nalgas. Cuando su lengua transgredió mi bombacha,
su saliva me lubricó el agujerito y sus dedos apenas rozaron mi clítoris, gemí
como una loca. Doña Elba me enterró la lengua en la cola, la movió, jugó con
sus dedos, me lo escupió y me dio solo dos golpecitos en la vagina. Yo acabé
con un estrépito que, casi me caigo del mareo que me gané.
Así eran mis tardes con esa fantástica mujer.
Yo pensaba que me daba cariño demás porque no tenía hijos. pero, lo cierto es
que me volvía loca que me toqueteara toda sobre la ropa cuando llegaba del
cole. Yo también saboreé su pipí muchas veces, y me atreví a pedirle que me
muestre las tetas, que me deje chupárselas después del postre, y hasta cierta
tarde le pedí que me masturbe, porque no daba más de calentura.
Doña Elba era una mujer sabia. Le encantaba el
sexo, pero estaba sola. Lamentablemente no volví a verla después de que cumplí
los 15. Espero que haya encontrado a otra nena chancha, con sus gustos, el amor
que ella le tiene al juego previo, y por sobre todas las cosas, que la ame como
yo la amé. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
HermoSo. Me las imagino en otro capitulo en verano andando entangadas por la casa con gomones zuecos sandalias de plataforma. Oliendose las conchas los culos. Pintandosd las unitas de los pies. Que rico. meando la cama. Cagandose en la baniera
ResponderEliminar¡Bueno bueno! tu imaginación es muuuy amplia. eso es bueno. gracias por tu comentario... espero que sigas leyendo.
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