No se lo digas a nadie (Doña Elba)


Después de las locuritas que hicimos con mi prima Violeta, y antes de algún desatino de mi parte con mi hermana Jimena, sucedieron varias cosas. Tuvimos que mudarnos a un pueblo en las afueras de la capital porque mi padre nos abandonó, a mis hermanas, a mí y a la luchadora de mi madre. Nunca supe bien el asunto. Yo no llegaba a los 14 años, por lo que esas cosas no se les confidenciaban a los chicos. Lo cierto es que a nuestro padre se lo tragó la tierra, porque jamás lo volvimos a ver. No obstante, yo tuve que repetir un año escolar, dado el desastre de la mudanza, el trabajo escaso de mi madre y las tristes condiciones en las que estábamos.
Por suerte, en mi vida apareció doña Elba. Una señora dispuesta a darle una mano a mi madre con mi educación para que pueda terminar el primario. Laura y Jimena, mis hermanitas menores se quedaban con mi madre en el trabajo, cualquiera fuese. Hizo de todo la pobre. Fue costurera, bachera en un bar, verdulera, atendió un puesto de artesanías en la plaza del pueblo, vendió flores, y según un vecino, hasta tuvo relaciones sexuales con tipos grandes. Todo para alimentarnos, vestirnos y malcriarnos un poco. Muchos de esos trabajos los tenía en simultáneo. Por eso a veces solo la veía por la noche, destrozada y sin ánimos de comer. Yo me hacía cargo de Laura y de Jimena. Hasta que a Lauri le consiguieron una escuela de jornada completa, y Jimena decidió quedarse por el día en lo de mi tío Eduardo, el hermano de mi madre. Así que, desde que me admitieron en una escuela estatal, empecé a cursar por la mañana, con toda la responsabilidad que le debía a mi familia. Por la tarde tenía que ir a lo de doña Elba. Ella me preparaba el almuerzo y me ayudaba con mis deberes escolares. Yo era bastante burra. Pero, se me hacía que todo lo que esa mujer me enseñara tenía otro color. Y eso que no era ninguna eminencia. Era una mujer solterona, de buen carácter, de lindos rasgos, con 43 años llenos de vida, y dueña de una voz maternal que me hacía sentir bien. Al principio me sorprendía con sus formas de tratarme. Por ahí, estaba sentada haciendo la tarea, y ella venía lentamente a ponerme un caramelo en la boca, o un chupetín. Me gustaba su sonrisa natural al tomarme desprevenida. Otras veces, me ponía algún chocolate en las piernas, mientras yo trazaba mapas o resolvía cálculos. Siempre cocinaba mis platos favoritos. Compraba jugo de manzana porque sabía que me encantaba, y, si me portaba bien con la tarea, veíamos dibujitos. En esos momentos, de repente me decía: ¡Mirá Sabri, lo que tiene doña Elba!, y se sacaba alguna golosina de entre sus pechos. Creo que allí fue que empecé a fijarme en los senos de mi instructora. De hecho, una vez se le salió una teta del corpiño, y ella se echó a reír como nunca la había visto.
¡Uuuuy, disculpame hijita, esta Elba es una loca! ¿Cómo se me va a escapar una teta así?!, decía, todavía tentada, mostrándome el chocolate que hasta no hacía mucho se posaba entre sus globos perfectos. Pero desde entonces, a veces dejaba que se le escapen las dos tetas, y mi vagina explotaba de felicidades, convirtiendo a mi pobre bombacha en un río de flujos. Claro, ella no lo sabía.
Ya hacía dos meses que iba religiosamente a la casa de doña Elba. Pero esa tarde, después del accidente y de comerme el chocolatín, me puse de malhumor. No había forma que entendiera lo que era una oración. Eso del análisis sintáctico para mi cabecita era chino básico. Entonces, la mujer me llamó chasqueando los dedos, y me pidió que me siente en su pierna, solo en una de ellas. Es decir que, mis piernas le abrazaban la suya.
¡Escuchame angelito, una oración tiene sujeto y predicado! ¡El verbo siempre está en el predicado! ¡Eso te lo expliqué ayer! ¿Te acordás?!, me decía con una cierta agitación que no entendía.
¡Mirame a los ojos cuando te hablo Sabrina! ¡Mariela salió al parque con sus amigos! ¿Cuál es el sujeto?!, me preguntó, a la vez que se subía el vestido. Su pierna comenzaba a quedar expuesta, y mi corazoncito se colmaba de sensaciones conocidas.
¡Mariela!, le respondí segura y calmada.
¡Bien hijita!, me dijo, y me besó muy fuerte la mejilla derecha. Yo no pude evitar frotarme un poquito sobre la pierna de doña Elba.
¡Y, si te digo, Sabrina me mira las tetas! ¿Cuál es el predicado?, me apabulló de repente. Esa oración no estaba en mis anotaciones. No sabía si responderle. Decir la palabra teta delante de esa mujer, sonaba como un crimen.
¡Creo que, si no me equivoco, me mira las tetas!, dije de un modo tan imperceptible que, hasta dudé que me hubiese escuchado. Pero doña Elba me sonrió satisfecha.
¿Viste que no es difícil mi nena?!, me dijo extrayendo un chupetín del medio de sus tetas.
¡Esta vez no se me van a escapar, te lo juro!, agregó risueña, sin saber que lo que yo más deseaba en el mundo era mirárselas. Después de eso, tuve que ir al baño. Apenas me senté en el inodoro para hacer pis, palpé mi bombachita re contra húmeda. Me había gustado frotarme aunque sea un ratito en la pierna de doña Elba. Pero sentía que no podía confiárselo tan abiertamente.
A los días, resolví sobre su regazo un problema con regla de 3 simples, y como lo pude internalizar bien, me apretó la mano con alegría, se la llevó a la boca y me la besó. Además, se subió otra vez el vestido y me acomodó más pegadita a ella, con mis piernas montadas en la suya. Empezó a dar saltitos con esa pierna, mientras decía: ¡Eeesooo hijita! ¡excelente! ¿Vio que no es tan burra?!
Luego apoyó mi mano en su vientre, posó su otra mano en mi espalda para evitarme una caída, y me besó la cara con fuerza. Su respiración había cambiado. Estaba agitada, con el corazón audible en sus muñecas, y con un cierto candor en los pómulos. Yo entonces, instintivamente aproveché a frotarme en su pierna, pensando que era una tontera, que quizás ni se daría cuenta. Pero doña Elba escabulló una de sus manos bajo mi camiseta y llegó a amasarme las tetitas sobre el corpiño. Claro que mis tetas todavía eran dos duraznitos atardeciendo. Pero mis pezones eran tan sensibles que, me prendí fuego al recordar la lengua de mi prima Violeta saboreándolos. Pero doña Elba reaccionó con mayores palpitaciones.
¿Qué te pasa Sabri? ¿Te gusta que mueva la piernita así? ¿Eeee? ¿Qué pasa chiquita? ¿Te gusta? ¡Todavía tenés las tetas de una nena mi cielo!, dijo antes de darme un tremendo chupón cerquita de la boca. Después siguió besando mi cara con furia, mientras yo me frotaba entre suspiros. No quería evidenciarme, pero me estaba mojando toda. Por eso, de repente, doña Elba me bajó de su pierna como a un perrito y me dijo: ¡Ahora dejame ir al baño, que tengo que mear; Sí? ¡Quedate acá!
Cuando se levantó pareció perder el equilibrio. Pero ella tampoco quería demostrarme que algo le pasaba. Yo la seguí en silencio al baño, sin que lo sepa. Aparte, estaba descalza. No tuve forma de evitar tocarme la  vagina por adentro de la bombacha, escuchándola hacer pis. Duró demasiado poco para el calor de mis entrañas. Cuando la oí tirar la cadena, parecía haber perdido la coordinación, porque no podía sacarme la mano de la conchita.
¿Qué hacés mi’hijita?!, me dijo apenas me descubrió, colorada como un enero sobre los techos de las casas.
¡Nada doña Elba, es que yo, yo también quiero pis!, dije, como si fuese una nena tonta. Ella sonrió sin sonido, se arregló el vestido y me dejó la puerta abierta del baño. No tenía mucho tiempo para masturbarme, pero lo necesitaba. Tenía la bombacha toda pegoteada de flujos.
De repente, un trueno hizo temblar a los árboles de la cuadra. Hasta el inodoro vibró. Por eso salí alarmada, con algo de miedo, y a las apuradas. De hecho, se me cayó la pollerita camino al comedor. Pero doña Elba no me vio, porque estaba petrificada en la puerta de entrada de la casa.
¡Pucha hija, se viene un tormentón bastante fulero!, dijo en cuanto me vio detrás suyo. Enseguida se cortó la luz, sonaron unos rayos espantosos, se largó un aguacero inolvidable, y comenzó a soplar un viento feroz. Yo corrí hasta doña Elba, que estaba prendiendo una vela y la abracé.
¿Qué pasa chiquita? ¿Tenés miedo? ¡Conmigo no te va a pasar nada! ¡Es solo una tormenta!, dijo apretándome fuerte a su cuerpo, subiéndome la pollera y dándome un beso en la frente.
¡Vamos a mi pieza, y dormimos una siestita! ¿Sí? ¡Total, son las 3 de la tarde recién!, me dijo agarrándome de la mano. Con la otra llevaba la vela. No tuve otra alternativa que seguirla. Ahora también caían piedras, y alguna cosa se cayó en el patio por la brutalidad del viento.
¿Llegaste a hacer pichí nena? ¡Digo, porque, si no te molesta, te puedo acompañar! ¡Yo soy una maestra moderna!, me dijo segundos antes de llegar a su cama matrimonial, descostillándose de risa.
¡Sí, sí, pude!, balbuceé, mientras me subía a la cama. Ella me limpió los pies descalzos con una toalla primero, cerró las cortinas de la ventana y colocó la vela en un platito sobre su mesa de noche. Apenas las dos estuvimos acostadas boca arriba, ella me tomó una mano para aliviarme el miedo. Yo me hice un bollito a su lado, y ella comenzó a acariciarme la espalda, la cola y las piernas. De repente me estampó un beso en la cara, otro en la oreja y uno más en el hombro. Yo me había sacado la remera porque me la ensucié con mate. Sus brazos comenzaban a acorralarme. Me abrazaba fuerte, me besaba el cuello, las mejillas, y respiraba distinto. Su voz se agravaba. Su boca se abría un poco más, y sus labios húmedos en mi piel me enloquecían.
¡Tranquila mi’hijita que yo estoy acá con vos!, dijo de repente, con el pecho desbocado, mientras me giraba la cara para pegar sus labios a los míos. Me dio dos piquitos que me hicieron encoger los pies y cargarme de temblores. El tercero de los piquitos, yo no pude soportarlo más. Le abrí mi boca y le ofrecí mi lengua, mientras ella decía que sería mejor dormir sin la pollerita. Su reacción me movilizó aún más. Primero me dio un beso con lengua y todo. Le agregó algunos mordiscos a mi nariz, chupones a mis labios y unos lengüetazos adentro de mi boca que parecían no tener fin. Pero luego me dio una cachetada con indignación mientras me rezongaba: ¡Me parece que esta no es tu primera vez Sabrina! ¡No es la primera vez que hacés esto cochina! ¿No? ¡Con razón te frotabas, pendeja alzada! ¿Tu madre sabe que andás con la concha caliente?
Pensé que todo lo que revoloteaba en mi interior, que toda la calentura que me gobernaba se extinguiría. Imaginé a doña Elba hablando con mi madre, y me sentí una estúpida. Pero yo necesitaba que esa mujer me posea como se le dé la gana. Ella no me dirigió la mirada, hasta que yo le reconocí que tenía razón. Más o menos le hablé de las cosas que hicimos con Violeta, y sus ojos se maravillaban más y más. De a poco volvía a acercarse a mi cuerpo en llamas, y en cuanto sus dedos se fundieron en los cachetes al aire de mi cola, ya que se me había subido la pollera, todo volvió a cero. Ahora sus exhalaciones me daban miedo, mientras me besaba el cuello, me lamía las orejas, me estrujaba las tetitas, me revolvía el pelo para lamerme la nuca, me mordía el lóbulo de las orejas y me amasaba el culo. Es que, ahora estaba hecha una fiera. Cuando me metió la mano por debajo de la pollera para acariciarme los muslos, supe que no tardaría en palpar mi bombacha empapada. Yo temblé y me apreté más a ella. En cuanto rozó mi vulva dijo: ¡Aaaah, mirala vos a la Sabri! ¡Tiene la bombachita mojada! ¿Es pichí? ¿O es de calentita nomás? ¿Te limpiaste bien la chuchi?
Me sacó la pollera, el corpiño y la bombacha con una velocidad de otro mundo, y comenzó a recorrerme toda con sus manos. Casi me hacía llorar de la emoción cuando friccionaba mi vagina pegajosa, estiraba mis pezoncitos, o me lamía los muslos. Cuando abría los labios de mi vagina y me soplaba como una suave brisa, me hacía frotar la cola en la sábana como si así pudiera quitarme el incendio de encima. Me olía con felicidad, sonreía cada vez que me estiraba un pezón con los labios, y no me dejaba cerrar las piernas.
¡Igual, por si no lo sabías, tenés olor a pis mocosita! ¡Vas a tener que aprender a limpiarte bien, o a cambiarte los calzones! ¡Si no, doña Elba te va a tener que poner pañalines!, decía con gracia mientras se quitaba el vestido y el corpiño. Ahora podía distinguir en el medio de la oscuridad esas tetas inmensas, con pezones gordos, carnosos y erectos, las que se aproximaban a mi cara lentamente.
¡Tocalas Sabri, haceme el favor guachita!, me dijo en cuanto las tuve a escasos dedos de mis ojos. Se las agarré y se las amasé como Viole me había enseñado. Eran suaves, con algunas pequitas y un delicioso perfume. Hasta que me levantó la cabeza con una mano, como indicándome lo que deseaba en ese momento.
¡Dale hijita, tomá la teta bebé cochina!, pudo construir cuando mi boca ya le succionaba un pezón, después el otro, luego volvía al anterior, y así hasta endurecérselos más. Le gustaba que hiciera ruiditos con mi saliva y los chuponcitos que le daba. Ella gozaba con una adrenalina que, no medía el tenor de sus suspiros, ni de sus palabras.
¡Chupalas bien mocosa, asíii, y de esto ni una palabra a tu madre, ni a tus hermanas! ¿Me oís? ¡Dale, abrí más esa boquita, que doña Elba te va a dar placer, en la cosita! ¡Cómo me calientan las nenas como vos! ¡Si yo hubiese sido tu maestra, ya te habría acompañado al baño para mirarte la bombacha! ¡a vos, y a las otras nenas!, decía, abriéndome el sapito con dos dedos para hundirlos suavemente y comenzar a darme circulitos, frotadas y golpecitos, mientras mi boca seguía comiéndole las tetas.
¡Y yo que daba tantas vueltas para, para tocarte! ¡Y mirá cómo te mojás hijita!, se lamentaba penetrándome la vagina, sacando los dedos de mi interior solo para lamerlos y volver al acecho de mi clítoris. Yo no podía hablarle. Solo repetía como un lorito: ¡Asíii doña Elba, aaay doña Elba, me, me encanta doña Elba!
Después me frotó sus tetas en la cara, me abrió bien las piernas para golpearme la vagina con sus pezones babeados con unos saltitos que me hacían ver las estrellas, y finalmente se puso a chuparme las tetas. Casi que le entraban enteras en la boca, mientras no abandonaba su arte de frotarme el clítoris. En un momento me rozó el agujerito del culo y me dijo con los ojos endiablados: ¿También tenés olorcito a caca en la cola pendejita? ¡Me vuelven locas las nenitas como vos, así, desnuditas, con olor a pis, mojadas, y miedosas!
No sabía controlarse más la dueña del mayor goce que hasta entonces había logrado. Por eso me agarró una mano para acomodarla entre sus piernas y suplicarme con una voz extremadamente lujuriosa: ¡Tocame, tocame nena, dale nenita, tocale el sapito a doña Elba!
No se me hizo difícil, ya que su bombacha yacía por sus rodillas, y su concha gordita, peluda y majestuosa estaba súper empapada. Mis deditos entraron a voluntad en ella, y comenzaron a moverse, a frotarla, a entrelazarse con sus jugos y a intercambiarle suspiros por gemidos casi animales. Pero de repente su cabeza comenzó a descender por mi cuerpo, hasta encontrarse con mi vulva desprotegida.
¡Preciosita mía!, fue lo último que pronunció antes de darle el primer lengüetazo. Yo di un saltito y quedé casi sentada en la cama por el impacto de semejante contacto. Me la lamió, restregó su nariz, me abrió más las piernas y, una vez que las levantó un poco, se introdujo de lleno para penetrarme la conchita con la lengua. Fue indescriptible la cantidad de soniditos, temblores, lamidas, besos asquerosos hasta por mi culito, mordiditas y penetradas con dedos que me ofreció esa mujer. Sentía que la cama me daba vueltas, que el cuerpo podía separarse de mi cabeza, que en cualquier momento me largaría a llorar, o me reiría con todas mis fuerzas. Todo mientras ella decía: ¿Qué rica estás muñequita! ¡Amo tu olor a conchita, y a pis de nena! ¡Largame todo en la boquita pendeja! ¡Daleee, abrite más, asíiii, dale putitaaa!
De repente, creo que cuando uno de sus dedos estuvo a punto de inmiscuirse en mi colita, sentí que algo explotaría adentro mío, tarde o temprano. Entonces, comencé a regalarle todo mi orgasmo en la cara a doña Elba, que se bebió todos mis jugos, jadeando y apretándome las piernas. Apenas salió del refugio de mi intimidad, pareció descompuesta, o como que el aire no le alcanzaba para oxigenarse. Yo no entendía nada. Pero empecé a saltar en la cama como una chiquilla. Ella me atrapaba y me pegaba en la cola, o me la mordía. Yo quería que esa mujer me haga cosas chanchas todos los días. Sin embargo, no sabía a ciencia cierta si habría otras oportunidades.
Entonces, otro divino tesoro se gestó en su cabeza. De repente me aferró con sus brazos para bajarme de la cama, me besó toda la cara con el sabor de mis jugos, me pidió que me arrodille, se sentó en el colchón y me imploró: ¡Ahora vos, por favor, ahora vos, chupamelá como yo te lo hice, dale nena!
No podía negarme. En cuanto me arrinconé entre sus piernas temblorosas, junté mi cara a su vagina, le colé algunos deditos para saborear su sabia, le pasé la lengüita por los labios, y me dispuse a penetrársela con lengua y dedos. Doña Elba me apretaba la cabeza, me tironeaba el pelo, me acariciaba los hombros, me pedía perdón por la bofetada, gemía, se arqueaba cada vez que mi lengua saboreaba su clítoris, y se estrujaba las tetas.
¡Aaaay, que puta hermosaaaa, cómo me duelen las tetas de la calentura mi nena, qué rico que me chupás la conchitaaaaa!, empezó a gruñir con impaciencia. No podía sostener ni un minuto más todo el éxtasis que mi adolescencia le otorgó a sus ratones, y en cuanto le dije: ¡Me encanta chuparle la concha doña Elba!, ella liberó una oleada de flujos incesantes que me cegó por un instante. Había olvidado aquello que después del orgasmo el clítoris queda muy sensible, y seguí lamiéndoselo. Por eso la mujer me levantó de los pelos gritándome: ¡Basta pendeja, ya está!
Acto seguido me pidió perdón por reaccionar así, y me dio un beso en la boca mientras golpeaba la cama para que vuelva a recostarme. Entonces, una vez que estuve acostada, ella me puso la bombacha, y me dijo: ¡Ahora vengo bebé, me voy a limpiar un poco! Y me dejó re loquita en la cama. Obvio que me re masturbé. Pero eso había hecho enojar a doña Elba de momento.
Frotarme en las piernas de esa mujer ya no era una cosa tabú. Ahora ella me dejaba en calzones para que lo haga con mayores libertades. Claro que había que tener precauciones por si llegaba mi madre más temprano de lo habitual.
Una vez, después de besuquearnos en la cama, doña Elba me pidió que me agache y que le saque los zapatos. Yo, no sé por qué razón los olí. Ella no me lo había ordenado. Pero al verme en ese trance, de repente me dijo con dulzura: ¡Dale, lameme los zapatos Sabri!
Apenas le quité ambos zapatos, me dispuse a lamerlos, olerlos y besarlos, sentada en el suelo. Doña Elba estaba acostada, y yo podía escuchar el chapoteo de sus dedos en su flor mientras yo me devoraba sus zapatos. Desde entonces, cada vez que llego de la escuela me pide que le lama los zapatos, que se los quite, le besuquee los pies y que me siente a comer.
Una tarde, antes de hacer los deberes me dijo, mientras se preparaba un té: ¡Escuchame Sabri, desde ahora, cada vez que quieras hacer pis, te acercás a mi oído y me decís: Doña Elba, quiero pis! ¿Entendido?!
Esa misma tarde tuve que cumplir con sus requisitos, porque mi vejiga estaba incomodándome demasiado. En cuanto lo hice, ella me tomó de la mano y mientras decía: ¡Vamos al baño cochina!, me acariciaba la cola.
Una vez en el baño, ella se sentó en el suelo, bien pegada al inodoro, y me dijo: ¡Vamos, subite la pollera, y bajate la bombacha!
Apenas lo hice, ella se metió una mano adentro de su vestido, y con la otra me trajo hacia ella, coincidiendo con exacta maniobra mi pubis con su boca. Y ella me dio la orden precisa mientras me pellizcaba el culo, por si se me ocurría desobedecerla.
¡Hacé pis nena, dale, en mi boca!, articuló, antes de que mi chorro de orina comenzara a empaparla toda. Al mismo tiempo, ella se pajeaba con fuertes espasmos, y su lengua me recorría el abdomen y la vagina. ¡Encima, uno de sus dedos me separaba las nalgas para rozarme el culito!
¡Mañana te toca a vos! ¿Sabés chiquitita?, me dijo una vez que se levantó del suelo, alistando todo para darse una ducha. A mí solo me subió la bombacha, me bajó la pollera y me mandó al living.
A doña Elba también le gustaba maquillarme, y bañarme. En esos momentos no se propasaba conmigo. En realidad, jamás lo hizo. Siempre yo estuve de acuerdo con hacer lo que ella me pidiese. Pero una de esas tardes me maquilló como a una putita, me sentó arriba de sus piernas en el sillón, me comió a besos como a un amante desaforado, y acto seguido me llevó a su cama. Me dejó en calzones, me olió toda y me acostó, tapadita y todo, y mientras me acercaba sus tetas a la boca para que se las amamante me dijo: ¡Meame la cama Sabri, dale, hacete pis en mi camita, con la bombachita y todo!
Cuando me destapó, y descubrió que me había meado como una campeona, tuvimos el mejor show de besos que me pudiera imaginar. Esa tarde volví a casa con la bombacha sucia. Pero me llenaba de morbo saber que doña Elba dormiría en la cama toda mojada por su nena.
Otra tarde me hizo acabar solo con su lengua en mi culito. Fue después de acompañarla al baño para verla cómo se duchaba. Apenas salió, se ató el pelo mojado y me pidió que me baje el pantalón.
¡Tengo ganas de olerte el culo pendejita!, me dijo mientras me mordía las nalgas. Cuando su lengua transgredió mi bombacha, su saliva me lubricó el agujerito y sus dedos apenas rozaron mi clítoris, gemí como una loca. Doña Elba me enterró la lengua en la cola, la movió, jugó con sus dedos, me lo escupió y me dio solo dos golpecitos en la vagina. Yo acabé con un estrépito que, casi me caigo del mareo que me gané.
Así eran mis tardes con esa fantástica mujer. Yo pensaba que me daba cariño demás porque no tenía hijos. pero, lo cierto es que me volvía loca que me toqueteara toda sobre la ropa cuando llegaba del cole. Yo también saboreé su pipí muchas veces, y me atreví a pedirle que me muestre las tetas, que me deje chupárselas después del postre, y hasta cierta tarde le pedí que me masturbe, porque no daba más de calentura.
Doña Elba era una mujer sabia. Le encantaba el sexo, pero estaba sola. Lamentablemente no volví a verla después de que cumplí los 15. Espero que haya encontrado a otra nena chancha, con sus gustos, el amor que ella le tiene al juego previo, y por sobre todas las cosas, que la ame como yo la amé.    Fin

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Comentarios

  1. Anónimo27/2/20

    HermoSo. Me las imagino en otro capitulo en verano andando entangadas por la casa con gomones zuecos sandalias de plataforma. Oliendose las conchas los culos. Pintandosd las unitas de los pies. Que rico. meando la cama. Cagandose en la baniera

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  2. ¡Bueno bueno! tu imaginación es muuuy amplia. eso es bueno. gracias por tu comentario... espero que sigas leyendo.

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