Valeria: ¡Qué no pasó en esa cama! ¡Quién de todos nosotros no perdió algo de su inocencia allí! Mi hermana y yo, por ejemplo, fuimos las que más veces nos quedamos a dormir en la casa de mis abuelos. Era una casa normal, y ellos fueron dos personas en general conflictivas entre sí. Pero a nosotros jamás nos negaron nada. El abuelo Nelson siempre fue complaciente, gracioso, compinche y consejero con sus nietos. La abuela Nelly era media bruja, algo tacaña, y en ocasiones ponía cara de orto si alguno de sus nietos quería quedarse unos días en su casa. Pero, a la larga nos aceptaba, porque colaborábamos con las actividades que ella detestaba realizar, como darle de comer a los animales, limpiar el patio, lavar y secar los platos, entre otras cosas. Nosotros, o casi todos, procurábamos hacerle caso para no ponerla furiosa. Además, todos los primos teníamos algo en común. Estar en esa casa era mejor que vivir en las nuestras respectivas.
Natalia: Mi hermana Valeria era la que más disfrutaba de hacer enojar a la abuela. Por alguna razón, a ella le molestaba verla sentada a upa del abuelo. Para colmo, el tata siempre remarcaba que le gustaba su perfume. El tema es que, no solo nosotras perdimos la virginidad allí, en esa casa. Más precisamente en la pieza que ellos designaron para las visitas. Ahí, nosotras dos, por ser las primeras nietas, dormimos muchas veces. Al principio solas. Pero luego, con el correr del tiempo, comenzaron a llegar nuestros primos.
Ezequiel: Siempre me comió la cabeza el culo de la Vale. Me acuerdo que cuando tenía 11, y ella 13, no podía pasar un minuto sin mirarle el culo. De hecho, muchas veces la abuela me daba un varillazo cuando se enteraba que yo se lo tocaba. ¡Valeria nunca me mandaba al frente! Cuando cumplí los 13, Omar, mi hermano mayor me rompió la ilusión de una trompada.
¡Yo ya me la cogí a la Vale, así que dejá de andar alzado con ella nene, que todavía sos muy pendejito para esa hembra!, me dijo, después de persuadir a la abuela para que no me queme las manos con agua hirviendo, ya que otra vez me descubrió acariciándole la cola a mi prima. ¡Pa’ colmo, la Vale se re dejaba! Entonces, más tarde supe que aquello había pasado donde muchas cosas sucedían. En la pieza de la casa de los abuelos.
Omar: Yo soy el más grande de 8 hermanos, y tuve la suerte de desvirgar a la Vale, el día que cumplió los 14. Ese día se festejó en la casa de los nonos, y no faltó nadie. Además era verano, y el abuelo nos había prometido un show de fuegos artificiales. Obviamente, esa noche, el abuelo le pidió a la Vale que se quede en su casa. Tenía pensado llevarla a comprarle un regalo al día siguiente, uno con el que ella le había insistido muchas veces. La verdad, a mí ni me importaba de qué se trataba. Lo cierto es que yo también me quedé. Y, como los abuelos eran un poco ingenuos, los dos dormimos en la misma cama. En esa pieza, todo lo que había era una cómoda destartalada, un ventilador de pie que hacía más ruido que el viento que arrojaba, una lámpara, varias cajas de ropa en desuso, y una cama de dos plazas. Esa cama, con el tiempo se convirtió en el cogedero preferido de los primos. Supongo que nosotros dos la estrenamos.
Valeria: Yo ya me había chuponeado con algunos chicos de la escuela. En eso estaba pensando, una vez que me acosté. La verdad, estaba tan cansada que ni me percaté en ponerme el pijama. Para cuando Omar entró a la cama, ya era tarde. No sabía qué me pasaba. Quería estar bien pegadita a él, a su calor, a ese cuerpo musculoso aunque medio flacucho. Me intrigaba saber que estaba en calzoncillos, y yo en bombacha y con un camisón que me quedaba re cortito. Era uno que usaba cuando tenía 11 años. De pronto empezó a sobarme la pierna, y a respirar algo más agitado, mientras me decía: ¡Ya tenés 14 pendeja! ¡Estás cada vez más linda! ¡Ya tenés más tetas que tu hermana, y eso que ella es más grande!, me decía, acariciándomelas por encima del camisón. Yo no quería pedirle que no me las toque, aunque sabía que eso estaba mal. Él tenía 18, y yo me moría de ganas por tocarle el pito. Ya se lo había tocado a Mariano, uno de mis compañeros. Pero, el suyo seguramente sería más grande, y lo tendría más parado. No sé si le dije algo. Sólo, dejé que sus manos me soben la panza, las piernas, que después me toquen la cara, y que por último su cuerpo se pegue contra mi cola. Él me había acomodado de golpe sobre mi costado derecho para frotarme su paquete en la cola. ¡Lo tenía re duro y parado, quizás como me lo imaginaba!
¡Te gusta que la abuela lo rete al Eze cuando te toca el culo nenita! ¡Y provocar al Emanuel, sabiendo que no te puede ver!, me dijo, subiéndome el camisón.
¡Dejame tocarte la verga!, le dije, sabiendo que la concha se me prendía fuego. Él, fue tan rápido que no puedo recordarlo todo con precisión. Me agarró las manos para meterlas adentro de su calzoncillo, y mientras él mismo me bajaba la bombacha me pedía que le apriete el pito. Hasta que se me tiró encima, empezó a morderme los labios, me manoseó y mordió las tetas sobre el camisón, mientras me sugería que no se me ocurra gritar, y al fin, empujó aquel pedazo de carne en el orificio de mi vagina. Fue tremendo sentir aquel desliz. Se sintió como un martillazo, un desgarro dulce y a la vez ardoroso que no me dejaba pensar en otra cosa que en seguir pidiéndole más.
Omar: ¡Así primo, metela toda, dame ese pito, dame pito toda la noche mi amor!, me decía la tontita, clavándome sus uñas filosas en la espalda, mientras mi verga aumentaba su tamaño adentro de su celdita apretada y mojada. Le dolía, porque la vi lagrimear un poquito. Pero se movía para tenerla más adentro. Recuerdo que le acabé en las piernas y la panza, por el cagazo que me agarró, si por esas casualidades tenía el mal orto de embarazarla. Pero cuando me la imaginé con las tetas cargadas de leche, mi pija pareció querer regalarle otro polvito. Sin embargo, le puse la bombacha, le arreglé el camisón y nos empezamos a chuponear con lengua, como si estuviésemos enamorados. Sus besos eran demasiado calientes como para no prometernos coger de nuevo si se daba la oportunidad, y se dio nomás. Al otro día, la abuela encontró sangre en la sábana, y por lo que sé, habló seriamente con Valeria.
Georgina: Yo soy la del medio de dos hermanas. María es una insoportable sabelotodo, y supongo que por eso no pensaba en otra cosa que en libros. Antonella era chiquita cuando yo descubrí la magia de quedarme en lo de los abuelos. Ese día hubo que internar a mi madre, porque la muy estúpida se metió un montón de pastillas, luego de discutir con mi padre. María se quedó a cuidarla, ya que tenía la edad para hacerlo. Anto y yo nos quedamos en lo de los abuelos, a pesar que Omar estaba pasando unos días allí, para ayudar a los viejos con el kiosko. Yo le dije mil veces al abuelo que Omar es un chorro, y que él es el único responsable de la plata que siempre le faltaba en la caja. Pero el abuelo no iba a escuchar a una mocosa de 13 años. La cosa es que, esa noche, Anto y yo dormiríamos en la cama de dos plazas, y Omar en un colchón que la abuela se empeñó en armar al lado de la cama. Ni bien escuchamos a los abuelos roncar, pusimos la tele. Omar cerró la puerta, y se tiró en el colchón en calzoncillos, después de revolear su pantalón contra la pared. Parecía que le molestaba dormir en el piso.
Omar: ¡Vení tarado, acostate acá, que, de última yo me acuesto ahí, y listo!, me dijo la Georgi, mientras cambiaba los canales en la tele. Al fin clavó una peli de superhéroes. Le dije que no me rompa las pelotas.
¡Che, la Vale me contó algo! ¿Es verdad?, me dijo de repente, después de pedirle a su hermana que se saque las zapatillas. Le dije que no tenía idea de lo que me hablaba.
¡Dale nene, no te hagas el tonto conmigo! ¿Te la cogiste a la Vale?, me largó sin pensárselo. La chisté para que se calle.
¡Es cierto, te la volteaste! ¿Y fue acá?, insistió.
¡Callate nena, que está tu hermana!, le dije, preocupado por si la pendeja le corría con el chisme a los abuelos, o a mis viejos, o a los de la Vale.
¡Mi hermana no va a decir nada! ¿No cierto Anto?, le decía, prometiéndole algo que yo no llegaba a entender desde el suelo.
Georgina: ¿Qué te pasa? ¡Dame bola nena! ¿Cómo se llamaba la piba que trabajaba en la película de Harry Potter? ¡Es tan densa como tu hermana! ¡Se cree que se las sabe todas!, me decía Omar. Yo no le quería contestar. Por suerte Antonella ya dormía. A pesar de tener 8 años, entendía más de lo que aparentaba. Pero, por las dudas, no quise seguir hablando con Omar. Por alguna razón me sentía rara. Encima, estaba que ardía por dentro. Tenía unas ganas de coger que ya no las podía silenciar.
¿Qué onda pendeja? ¿Estás celosa, porque me la re moví a la Vale, y a vos no?, me dijo de pronto, apoyando sus manos en la cama, bien pegadito a mi cuerpo. Evidentemente se había arrodillado en el colchón, y su respiración lo hacía sonar como alterado. Además tenía aliento a cerveza, ya que siempre se tomaban 4 o 5 con el abuelo, después de comer.
¡Qué hambre que tenés pendejo! ¡Nada que ver! ¡Sos un gil! ¿Qué te pensás, que sólo vos tenés una verga?, le contesté, buscando separarme de su contacto. Pero él se anticipó a mis movimientos, y antes que decida darme vuelta para no mirarlo, me tomó una de las manos y la colocó en su paquete, diciendo: ¡No sé primita, no todos tienen una verga como esta! ¡A la Vale le re cabió! ¡Yo que vos, no me quedaría con las ganas!
Eso fue peor para mi calentura. ¡Tenía la verga re dura, gorda y casi sobresaliéndose de su calzoncillo rojo! Estuve a punto de darle una cachetada. Pero se la acaricié, y él supo que había ganado el duelo.
¡Dale nena, abrí la boquita y mamala, que no aguanto más!, me dijo apretándome la mano que se aferraba a su dureza. Como no le contesté, caminó con sus rodillas hasta la cabecera de la cama, y me agarró del pelo para conducir mi cabeza hasta su pubis. Como es alto, su paquete permanecía un poquito más elevado que la cama.
¡Salí tarado, que está mi hermana! ¡Sos un degenerado!, le dije. Pero él me tapó la boca y me retiró la sábana completamente, admirándome con un shortcito azul que me quedaba re apretado.
¡Tu mano no decía lo mismo cuando me acariciabas la nutria pendeja! ¡Dale, haceme un pete guacha!, me dijo, y entonces, él mismo se bajó el calzoncillo para pegar su pija sudada a mi cara. Su olor me inundó los pulmones, antes que pudiera decidir por mí misma, mis labios le rodearon el glande para acumular saliva y presemen adentro de mi boca. Se la chupé un ratito, porque el muy pajero ya tenía la leche en la puntita. De hecho, me re ahogué cuando me agarró del pelo con fuerza, mientras empezaba a descargar su semen adentro de mi boca. Yo tosí, escupí la sábana y seguí tragando lo que pude. Casi no llegué a disfrutar de esa verga tremenda en mi boca, porque no me dio tiempo ni a saborearla.
Omar: ¡La boquita de la Georgi estaba tan calentita, que no pude controlar mi lechazo, apenas su lengüita empezó a meterse adentro del prepucio! Pero, lo claro es que las cosas no iban a quedar así.
¡Dale tarado, chupame la concha! ¡No seas forro! ¡Yo me tragué toda tu leche forro!, me decía Georgina, con las piernas colgando de la cama, sentada y bufando al verme echado boca arriba en el colchón, con la verga desnuda. Yo no le daba bola, porque sabía que eso le calentaba más.
¿Qué pasó primita? ¿Ahora querés garchar? ¿No era que soy un degenerado y todo eso?, le decía, haciéndole cosquillas en los pies. Ella me los quitaba de las manos y me los ponía en la cara, como acariciándome con ellos. Ahí fue que me metí el pulgar de su pie derecho en la boca, y la guachita gimió como si le hubiese metido un dedo en el orto.
¡No podés ser tan forro nene!, me dijo luego de darme una patada en la cara. Entonces, me arrodillé en el colchón, y antes que vuelva a ocultarse bajo las sábanas, la manoteé de las piernas, le bajé el short y la bombacha, me ubiqué en el centro de sus rodillas y me atreví a lamerle, chuparle, besarle, olerle y lengüetearle la vagina. ¡Dios, qué cantidad de juguitos que tenía la bandida! Pero aún así no me dejó saborearla mucho rato. De pronto, ella misma empezó a agarrarme la cabeza para pegar mi cara todo lo que le fuera posible a su conchita, y se frotaba con tanta agilidad que, ni se dio cuenta que se le escapaban algunos pedos.
¡Así, frotame la cara en la concha pajerito, comeme la concha nene, asíiii, qué rico me la chupaste! ¿Te gusta más la mía, o la de la puta de la Vale? ¿A ella también se la chupaste?, me decía, sin dejar de fregar su pubis contra mi nariz, boca y mentón. Yo no podía contestarle en ese estado. Solo sé que, cuando no lo soporté más, me levanté como si tuviera un resorte en el culo, la tumbé en la cama y me le subí arriba para clavársela sin más en la concha.
¡La Vale era virgen! ¡No sé si te lo dijo! ¡Pero no le chupé la concha como a vos! ¡Ella la tenía sin un pelito, como la de una beba! ¡Vos, la tenés peluda, y re caliente, como las buenas putonas!, le dije ni bien se la ensarté. Ella empezó a herirme la piel con sus rasguños. Pero mi verga empezó a abrirse paso entre sus paredes vaginales para bombearla con todo. Ni me importó si Antonella se despertaba, y supongo que a ella menos. Después de un rato de un mete y saque fabuloso, me bajé de la cama para pararme bien pegado al colchón. Extraje sus piernas sudadas de arriba de la sábana, me acomodé entre ellas, y mientras se las sostenía volví a incrustarle la pija en la concha. Seguro le dio más de un cabezazo a su hermana. Pero en esa posición mi primita podía sentir cada centímetro de mi poronga, el golpeteo de mis huevos en su frontón, y cada roce que yo mismo le generaba en el clítoris cuando se me salía y se la regresaba de a poquito, por culpa de lo empapada que estaba la guacha. Finalmente, cuando supe que estaba cerca de explotar, me acerqué a sus tetas, me pajeé contra ellas y le largué toda la leche, un poco en la panza, las gomas, la cara y las sábanas. ¡Ella sabía que si me buscaba, me iba a encontrar!
Natalia: Mi hermana me contó lo que hizo con Omar, y aunque al principio quise cagarla a trompadas, enseguida un hálito de empatía me invadió. Según ella, ellos dos estrenaron sexualmente la cama de los primos, como empezamos a llamarla entre nosotras, una vez que nos enteramos de tantas cosas. Pero yo fui la primera. Mejor dicho, Cristian y yo. Eso pasó cuando yo tenía 15 años. Los dos nos habíamos quedado para ayudarles a los abuelos a armar unos estantes nuevos, y a clasificar la mercadería del kiosko. Cristian es hermano de Omar y de Ezequiel, y en ese momento tenía 16 años. Durante la noche, después de extasiarnos con el estofado que preparó el abuelo, ni bien ellos dos comenzaron a discutir por un asunto de papeles que no viene al caso, Cristian y yo nos fuimos al kiosko para terminar de guardar las últimas cajas de caramelos, chicles y alfajores. Es importante decir que los hijos de mi tío Jorge son Omar, Cristian, Ezequiel, María Laura, Paola, Nelson, Nicolás y Abril, en ese orden. ¡Mi tía Adriana fue una máquina de engendrar hijos!
Cristian: ¡No sé primo, todos se vuelven locos por la cola de la Vale! ¡La verdad, yo creo que tu hermana, cuando pegue el estirón, va a ser peor!, me decía la Nati, mientras compartíamos un licor de dulce de leche. Ya habíamos terminado de acomodar las cajas. Pero como los abuelos seguían discutiendo, preferimos quedarnos allí.
¡Bueno, pero, entre la burra de la Vale, y tus gomas, olvidate, es una perdición!, le dije después de pasarle la botella para que vuelva a tomar unos tragos.
¡Callate nene! ¡Los varones son todos iguales, unos pajeros, que solo miran tetas y culos! ¡Supongo que no andarás mirándole la cola a tu hermanita!, me dijo pegándome en el hombro, revoleando su melena para que todo su perfume me aturda, y algunos trozos de su cabello me rocen la cara. Estábamos re cerquita, parados, apoyados en las heladeras de las gaseosas.
¡Y ustedes, se la pasan hablando de pitos! ¡Todas hablan del tamaño, de cómo se marca el bulto, y todo eso!, le dije, con un temblequeo que nunca había sentido en la mandíbula.
¡Haaam, mentira! ¡Esas deben ser las chicas que vos conocés! ¡Se ve que son medias putitas! ¡Pero tus primas, bueno, al menos yo, no soy así! ¡A mí no me gusta hablar mucho!, me dijo mientras me apoyaba las tetas en el pecho.
¡Tocalas si te gustan nene!, me dijo, destilando su aliento a licor en mi cara, cada vez más cerca de mis labios. Yo todavía era virgen, y no sabía cómo reaccionar. ¿Qué le pasaba a mi prima?
Natalia: Al fin tuve que apurar el trámite. Sabía que Cristian no había estado con ninguna chica. Cuando se lo pregunté se puso colorado, y, al igual que todos los virgos, me prometió que tuvo sexo con tres chicas diferentes. Le comí la boca, después de lamerle los labios con la puntita de la lengua, y empecé a franelearlo con mis tetas primero. Incluso me agaché para fregárselas en la chota. Como tenía un pantalón de gimnasia, se re notaba cómo se le paraba sin control, estirándose cada vez más, poco a poco. Comencé a sobarle el pito, y sus gemiditos lo delataron aún más.
¡Vos todavía no debutaste primito! ¡Seguro que, lo único que hiciste hasta ahora, fue hacerte la pajita, en tu cama!, le dije, frotando mi cara en su bulto. Enseguida ascendí lentamente para comerle la boca, esta vez ya sin mi remera. A él le temblaban las manos cuando me tocaba las tetas. Entonces, empecé a sentir la dureza de su pija contra mi vagina al apretujarlo contra la heladera, y así frotarme toda, mientras me lo comía a chupones. Hasta que supe que ya era el momento. Yo misma lo agarré de la mano, apagué la luz, y lo guié por el pasillo a oscuras hasta la pieza que ya conocíamos de sobra. Le quité la remera, le bajé el pantalón y lo empujé para que caiga boca arriba en la cama. Empecé a morderle la pija por encima del calzoncillo, y él a suspirar completamente hechizado por mi actitud dominante. Me bajé el pantalón, y una vez que me subí a sus piernas, le ofrecí mis tetas desnudas para que me las chupe, mientras yo fregaba mi concha contra su pija, ambos con la ropa interior puesta. Pero tanto a mí como a él se nos fue bajando el calzoncillo y la bombacha respectivamente. Así que, fue cuestión de esperar unos segundos para que su pija me inunde la concha con su carne tiesa, sus latidos y sus jugos seminales, para que entonces mis caderas se pongan a danzar en el nombre del celo de mi clítoris, y para que mis pezones sientan el rigor de esos labios llenos de baba de nene pajero.
¿Te gusta cómo te cojo nenito? ¿Te gustan mis tetitas? ¿Querés más concha? ¡Sabía que sos un mentiroso! ¡Esta pija todavía no conocía la conchita nene!, le decía, haciendo que la cama golpee una y otra vez la descascarada pared. Él no me hablaba, pero me pellizcaba la cola, estiraba aún más hacia abajo el elástico de mi bombacha y dejaba que su pija crezca más y más adentro mío. Hasta que sentí que sus palpitaciones culminarían por desarmarlo totalmente, y en breve un disparo de leche caliente me convirtió en la mujer más feliz de ese momento.
¡Acabaste nenito! ¡Me dejaste toda la lechita adentro! ¿Te gustó taradito?, le decía, mientras nos chuponeábamos. Enseguida terminé de desvestirnos, y cuando quise acordar, volvíamos a cogernos entre esas sábanas manchadas de tanto pecado. Fueron tres veces más en las que logré apropiarme de su lechita caliente. Estuvimos toda la madrugada cogiéndonos.
Georgina: Algunas veces no estaba bueno dormir en esa cama. Yo sabía cuándo se habían quedado los varones, porque las sábanas estaban repletas de manchas de semen. También cuándo se había quedado María Laura, porque al otro día te picaba todo. La madre nunca le revisaba los piojos. Pero lo más obvio era saber que Florencia, la hermana de Emanuel y Juan había dormido allí, porque siempre dejaba la cama con olor a pichí. La abuela no era cuidadosa con las sábanas. Generalmente, de esa cama nos hacíamos cargo los nietos, tanto como de la limpieza de aquel cuartucho mal oliente. Una noche me tocó dormir con mi prima Florencia, que en ese momento tenía 12 años. Me acuerdo que ni bien se sacó el pantalón para meterse en la cama, el olor a pis que emergía de su bombachita rosada me quemó la nariz.
¡Sí nena, obvio, yo me cogí al Omar, y por lo que sé, la Vale también! ¡El Cristian debutó con la Nati acá mismo! ¡Vos tenés que elegirte a uno de los primos, y cogértelo acá!, le decía, mientras mirábamos un programa de modas. Ella parecía no escucharme. Yo me había acostado en tetas, y ya no podía contener la tentación de masturbarme. Nunca me había pasado con tanta desesperación.
¿Y, vos decís que solo ustedes hicieron el amor acá?, me dijo, con vocecita de inocente. Siempre me pareció que la Flopy era media tonta, o que se hacía la mosquita muerta.
¡No seas tarada nena! ¡Nosotras no hacemos el amor! ¡Solo cogemos, abrimos las piernitas, o la boca, para que ellos nos den pito! ¿Vos no querés tener un pito adentro tuyo?, le preguntaba, mientras me manoseaba las tetas, sabiendo que ella me ignoraba. Se acomodaba lo más lejos que podía de mí en la cama, como si le diera vergüenza mi desnudez. Tal vez, ella no quería que note el olor a pipí que traía.
¡No Georgi, yo no soy como ustedes! ¡Yo soy chiquita para pensar en penes y esas cosas!, me dijo, poniéndose una mano en la cara.
¿Ah sí? ¿Posta que todavía no te chuponeaste con ningún chico del colegio?, le pregunté, acercándome de a poco a ella, sin buscar intimidarla.
¡Sí, algunos piquitos con un chico de otro curso! ¡Y, bueno, con un vecinito de mi barrio!, me confiaba, observándome con desconfianza, pero quietita.
¿Y te gustaron esos besitos? ¿Te metieron la lengua adentro de la boca? ¿Te tocaron las tetas esos chicos? ¿O te metieron la mano en el culo, o la chocha?, le preguntaba, a un paso de echármele encima. Sentía que los pezones se me prendían fuego, y que solo la lengua de mi primita podía apagarlo. Entonces, en un impulso demente la destapé, y mientras me decía que nunca le tocaron las tetas, y me preguntaba cómo era eso de la lengua adentro de su boca, lo llevé a la práctica. Le apoyé las tetas en su cuerpito, busqué sus labios y se los empecé a comer, morder, lamer y succionar.
¿Te gusta pendeja? ¿Querés que te pajee toda? ¿Te pajeás vos?, le preguntaba mientras ella temblaba, suspiraba, transpiraba y buscaba la forma de apartarme de su cuerpo. Aunque a la vez, intentaba que todo el tiempo su lengua se encuentre con la mía.
¿Te vas a hacer pipí en la cama de lo calentita que estás pendeja? ¡La abuela siempre dice que sos vos la que se mea en la cama! ¡Todos sabemos que sos vos!, le decía, agarrándole las manos para que me toque las tetas, mientras con una de mis rodillas buscaba frotarle la chuchi. La Flopy no me hablaba, pero gemía re lindo. Y más desde que logré bajarle la bombachita. En ese momento le clavé un dedito en la vagina, sin dejar de comerle la boca, y ella me apretó una teta.
¡No sabía que te gustan las primitas, y que te pajeen así! ¿Sabés lo que voy a hacer ahora? ¡Te voy a sacar la bombacha!, le decía mientras me ponía a la tarea de cumplir mis palabras. Ella estaba inmóvil, soportando que mis tetas se frieguen contra su cara. No hizo falta que le pida que me las chupe, por más que lo hubiese hecho bastante mal. Incluso, en un momento me mordió una lola. Entonces, le agarré una de las manos y la oculté bajo mi bombacha para que me pajee.
¡Tocame nena, y olé tu bombachita! ¡Tenés olor a villerita meona, a sucia, a guachita que quiere muchos pitos en la conchita!, le decía, cuando ya sus dedos lograban excitarme. No era que me estuviese pajeando muy bien. Pero la calentura que me cargaba, más el contacto con sus labios repletos de saliva me hacían volar de un delirio que no me dejaba dominar mis gemidos. Pero de repente acabé, y me dio asco todo lo que estaba haciendo con mi prima. Incluso, quise irme a dormir a otro lado cuando, en mitad de la madrugada noté que se había meado encima.
Florencia: ¡Si mi primita supiera que mi hermano Juan y yo hacíamos tantas chanchadas en esa cama! supongo que la primera vez yo tenía 10 años, y él 12. Yo no sabía lo que hacía. Imagino que para él también era un juego. Esa noche nos quedamos los dos a dormir en lo de los abuelos, porque mi hermano Emanuel, que es no vidente, tenía una entrega de premios por una feria de ciencias. Obviamente mis padres lo acompañaban. Todo empezó cuando nos acostamos, o mejor dicho, un ratito antes, cuando ambos nos quedamos en ropa interior. Ni siquiera sé cómo fue que todo se dio así. De repente, los dos nos mirábamos las piernas, la boca, y él me penetraba la bombacha con sus ojos, ambos de pie, a centímetros de la cama que nos esperaba. Yo descubrí que el pito se le paraba cada vez más, pero no supe cómo preguntarle el por qué. Cuando quisimos acordar, los dos estábamos pegándonos en la cama, peleándonos por algo que no comprendíamos, y oliéndonos la boca. Él me apoyaba su pito duro en las piernas y en la cola cada vez que, por causas de nuestra peleíta él terminaba encima de mi cuerpo. Hasta que ambos empezamos a olernos la ropa interior. Él fregaba su nariz contra mi vagina con unas palpitaciones que me hacían temerle un poco. Yo también le olía el calzoncillo, y no me desagradaba su aroma a humedad, como si de su pubis emergiese una brisa cálida que me ensanchaba los pulmones. Era una mezcla de olor a transpiración, a pis y a jabón de lavar la ropa que me enloquecía.
¿Te vas a sacar la bombachita enana?, me dijo de repente, y empezó a comerme la boca entre lengüetazos, mordiditas a mi mentón y nariz, y algunos tirones de pelo. Pronto comencé a sentir la dureza de su pene contra mi vagina, y notaba que la bombacha se me calentaba de una forma extraña. Entonces, aprovechando mi estado de shock, él me bajó la bombacha, me olió y besuqueó la vagina, y luego comenzó a frotar su pito contra mis piernas, mi panza y mi vulva, mientras me baboseaba las tetas. No supe si duró mucho tiempo, pero, cuando algo adentro mío clamaba por querer ese pito abriéndome la conchita, toda su leche me empapó como un dulce viento, desde el inicio de mis tetitas hasta mis piernas.
Juan: ¡Me encantaba comerle la boquita a mi hermana, más o menos desde que ella cumplió los 8! Mami muchas veces nos descubrió a los chupones, en el patio, o en nuestra pieza, escondidos entre un placar y un perchero. A ella nunca le decía nada. Pero a mí me fajaba. A veces con un cinto, y otras con una rama de paraíso, lo suficientemente gruesa como para dejarme marcas rojas en las piernas. Pero a mí no me importaba. Me volvía loco besarla en la boca, su olorcito, sus nervios por el miedo de ser descubiertos, y sus enojos cada vez que le decía al oído: ¡Tenés olor a pichí pendejita! A ella le aterraba hacerse pis cada vez que mi viejo la retaba. Pero nunca fui tan feliz como el día que le largué la lechita en el cuerpo, en la casa de los abuelos. Además, la noche siguiente la convencí para que me lama el pito. Solo pensaba en dejarle toda la lechita en la cara, mientras ella me lo lamía, le daba besitos, me lo acariciaba y se lo metía un ratito en la boca. A mí se me endurecía cada vez más, y peor todavía al tenerla de piernas abiertas. Estábamos en la cama de los primos, y yo ya le había sacado la bombacha.
¡Meate nenita, dale, que, si te hacés pis, te doy la lechita en la cara!, le dije un par de segundos antes que su vagina empiece a mojarse con su río amarillo. La veía mearse sin preocupaciones, sosteniéndole una rodilla para que ni se le ocurra juntar las piernas, mientras un millón de cosquillitas me rodeaba el glande, preparándolo para que un suculento ramillete de semen salga despedido como una flecha, directo a la cara de mi hermanita. Esa noche, la Flopy se engolosinó tanto con mi pija, que volvió a chupármela dos veces más. Una de esas veces la cochina se atrevió a tragársela casi toda, y la otra, volví a descargársela en la pancita.
Pero la Flopy no era la única que me la mamaba en la casa de mis abuelos. A los 13 años, creo que ya tenía más experiencias que el resto de mis primos.
María Laura: ¿De verdad tu hermana te la chupa?, le pregunté a Juan, la noche que nos quedamos en lo de los abuelos. Estábamos en el patio, terminando de levantar la mesa. El tata se había mandado flor de asado, y la abuela ya descansaba. Es que nosotros nos habíamos quedado con el abuelo jugando a las cartas.
¡Naaah nena, cualquiera te mandaste!, me dijo, mientras yo le apretaba el pilín por encima de la ropa. Nosotros ya nos habíamos re tranzado y nos manoseábamos cada vez que podíamos, a pesar que yo tenía su misma edad.
¡Ella me lo dijo el otro día! ¡Es más, parece que andaba cagadita de miedo! ¡Cree que estuvo para el orto lo que hicieron! ¡Pero, tu hermana es una nenita! ¡Yo estoy re buena al lado de ella, que no tiene ni tetas!, le decía, mientras sentía cómo se le ponía duro el pito. Enseguida, antes que el abuelo aparezca a buscar más cosas me levanté la remera y le puse una teta en la cara.
¡Quiero que esta noche me las chupes!, le dije, y el puerquito me escupió esa teta después de morderme un pezón, y luego me re comió la boca.
La noche, enseguida nos acunó adentro de la cama, donde curiosamente encontré una bombacha. ¡Juan no podía creer que esa bombacha fuera de su hermana! ¡Se le iluminaron los ojos cuando se la mostré!
¿Tanto te calienta? ¿Te la vas a coger? ¿Se la querés meter toda en la conchita? ¿Te calienta esa pendejita? ¿Más que yo primito?, le preguntaba entonces, mientras nos mordíamos los labios, y yo le pasaba la bombacha por el pito. Él ya estaba en calzones, y los tenía por las rodillas, mientras yo conservaba la bombacha y la remera. Hasta que, de trola que soy nomás metí la cabeza debajo de la sábana, le agarré el pito con una mano y me empecé a pegar con él en la cara. Le di un par de escupidas, se lo envolví en la bombacha sucia de la Flopy, y empecé a morderle la cabecita, sintiendo cómo la tela se humedecía con su juguito. Totalmente alzada de tanto escuchar sus gemiditos, abrí las piernas, y sin sacar la cabeza del encierro de la sábana y las frazadas, me subí a su cuerpo para acomodarle la conchita a poquita distancia de su cara.
¡Oleme primito, y arrancame la bombachita, dale, que ahora te voy a tragar toda la lechita, la que no le querés dar a tu hermanita!, le dije, y le apreté bien fuerte el tronco de la verga con esa bombachita, para que ahora sí mis labios se pongan en contacto directo con la fiebre de su glande. Apenas le di una chupadita, él me dio una nalgada.
¡Dale nene, sacame todo, y tocame la concha!, le dije mientras me ardía la cola, y algunos hilos de mi saliva le rodeaban el pito. ¡Me encantaba el pito de mi primo! ¡Su sabor, su olor a nene caliente, y la forma en que se le paraba cuando yo se lo rozaba con las uñas, no se parecía a ninguno de todos los pitos que me había llevado a la boca en el colegio! Pero, de repente, justo cuando mi bombacha se había separado un poquito de mi vagina, por que el muy tonto solo se concentraba en la peteada que mi boquita le regalaba, y no llegó a quitármela, su lechita empezó a brotar de todos lados. Por un momento pensé que me estaba meando la cara por la cantidad que le salió. Pero sabía reconocer el olor y el sabor del semen, y entonces, le lamí hasta los huevos para quedarme con toda su acabadita en los labios, la cara y la garganta. Enseguida subí lentamente hasta su boca, y me lo empecé a tranzar. A él le daba un poquito de asco que lo bese con su leche en la boca. Pero a mí no me importaba.
¡Te encanta que te chupen la pija nenito, y te vuelve loco que esa chancha te la chupe! ¿Te gustó el olor de mi conchita? ¿O te gusta más el de la chucha de tu hermanita? ¿Todavía se mea encima cuando tu viejo la reta?, le decía, mordiéndole una oreja, acariciándole la verga, que lentamente volvía a ponerse tiesa. La tenía baboseada, caliente y tiernita. Pero, una vez que mi mano la palpó como para volver a fecundarme la boca, me subí encima de él, y casi sin ningún esfuerzo me la calcé adentro de la concha, sin sacarme la bombacha. Yo sabía lo que tenía que hacer. Tenía algo de experiencia, porque ya no era virgen, hacía dos años. Así que, después de ponerle un ratito las tetas en la cara y de sentir sus chuponeadas, empecé a dar saltitos, a frotarme para que la pija se me entierre más adentro, y a gemir suavecito. El tema es que la cama, que ya estaba bastante destartalada, rechinaba con intensidad. ¡Y eso que no éramos adultos pesados! Nosotros nos agarrábamos del pelo, nos mirábamos a los ojos, y él me escupía las tetas, y yo la boca.
¡Quiero que me cuentes cuando te cojas a la Flopy! ¡Cuando esté durmiendo, tocale la concha, bajale la bombachita si podés, y subite encima de ella, para que sienta que tenés la verga dura por ella!, le decía mientras gemía, me movía cada vez más rápido, le pasaba la lengua por la nariz, y le pegaba cada vez que sus tirones de pelo me hacían doler el cuero cabelludo. Él no paraba de decirme putita sucia, tragona y petera. Pero de repente, escuchamos unos golpes en la puerta.
¡Chicos, ¡Qué está pasando ahí?!, se oyó la voz del abuelo al otro lado de la puerta.
¡Nada abuelo, pasa que, hay mosquitos!, le dijo Juan, intentando persuadirlo, aunque yo ahora me movía muy despacito arriba de su pubis.
¡Síi, me parecía! ¡Acá traigo un espiral! ¡A lo mejor ya se les apagó!, dijo el abuelo, y no esperó el permiso de nadie para entrar. Enseguida, antes que encienda la luz, yo me acosté encima de Juan, y nos cubrimos con la sábana. Todo lo que se me ocurrió hacer, es fingir que dormía. Entonces, la luz encandiló mis ojos. El abuelo se agachó para dejar el espiral en el suelo, al lado de la cama. ¡Y entonces, se encontró con la bombacha toda pegoteada de la Flopy en el piso! Estuvo un rato en silencio, parado al lado de la cama. Hasta que al fin apagó la luz, se hincó un poco para hablar con Juan, y luego de quejarse por un calambre repentino le dijo: ¡Juancito, escuchame bien! ¿Tu prima está dormida?
¡Sí abu, ahora la acomodo mejor! ¡Se quedó dormida así porque, la comían los mosquitos!, le dijo Juan, que aún conservaba el pito duro adentro de mi concha, quietito, con algunos espasmos, como si todo eso le excitara aún más.
¡Y, decime! ¿Se sacó la bombachita al frente tuyo? ¡Imagino que no debe estar durmiendo desnudita!, agregó, mostrándole la bombacha sujeta en una de sus manos. La voz del abuelo sonó como la de un viejo verde.
¡No abu, está vestida! ¡Tiene un pantalón cortito! ¡Creo que se cambió en el baño, y después se acostó, con el pantaloncito!, le explicó el degenerado de mi primo, sorprendiéndome por completo. El abuelo, tal vez sin creerle demasiado, optó por dejar la bombacha en el suelo, y se fue. Obviamente, apenas lo escuchamos cerrar la puerta de su pieza, yo empecé a cogerme a Juan con todo, y no paré hasta sentir que toda su leche me llenaba la vagina.
¡Sos un tarado nene, pero me re calienta cogerte así, y que a vos te caliente tu hermana! ¡Dame pito nene, quiero más pito, cogeme, cogeme fuerte, asíiiii!, lo incentivaba para que al fin sus dedos me pellizquen la cola, uno de sus dedos busque rozar todo el tiempo el agujerito de mi culo sobre mi bombacha, y su lechita invada poco a poco la sed de mi sexo.
Emanuel: Tal vez, el que más disfrutaba de pajearse en la casa de mis abuelos era yo. Habitualmente, cuando yo me quedaba, lo hacía solo. O sea que, tenía toda la privacidad para mí. Es por eso que, siempre encontraba la cama desordenada, olorosa, y en algunas ocasiones, hasta húmeda. Quizás, el hecho de ser ciego, suponía algún riesgo para cualquiera de mis primos en compartir el espacio conmigo. Cuando tenía 8 dormí muchas veces con María Laura, que era chiquita. Pero a los 11, dormí muchas veces más con Lucía, la hermana menor de Natalia y Valeria, que en ese momento usaba pañales. Claro que no de los descartables que conocemos hoy en día. Más bien usaba los de tela, recubiertos con una suave y perfumada bombachita de goma, que al calentarse si la nena se hacía pis, despedía una fragancia particular. Eso era una de las cosas que, sin encontrarle explicación, me cargaba los testículos de cosquillas. Era muy clara la señal para mis sentidos. Apenas yo me acostaba con ella, el pito se me llenaba de sensaciones extrañas. No sé cuándo fue que descubrí que me gustaba acercarme y olerle el pañal. Recuerdo que, una noche, apoyando el pito desnudo en la sábana como un loco, con la parte de atrás del calzoncillo metido en la cola, me di cuenta que, en el remolino de mi paja burda y exasperante, mi cara se encontró con la entrepierna de Lucía, que dormía placenteramente. Entonces, pegué mi nariz a su bombachita, y con una de las manos se la deslicé un poquito por las piernas. Toqué la tela de su pañal empapado, y tomé la decisión de apretarme el pito con furia, hasta que terminé por quitarle la bombacha, completamente. Enseguida llamé a la abuela, para decirle que Lucía se había hecho pis. Antes de eso, largué un terrible chorro de semen en la sábana, oliendo y lamiendo como un condenado aquella bombachita.
¿Vos le sacaste la bombacha Emi?, me preguntó la abuela, al descubrir que Lucía solo tenía puesto el pañal, y que un poco se le había desordenado. Le dije que no, y la ayudé a buscarla por la cama, asegurándome que no encuentre mi charquito de semen. Hasta que yo mismo la levanté del suelo, donde inteligentemente la había arrojado. La abuela se sorprendió, pero enseguida le echó la culpa a la marca de las bombachitas, diciendo que no se sostienen bien, y que se pueden salir si los nenes dan demasiadas vueltas por las noches. La cosa es que, desde esa vuelta, cada vez que yo dormía con Lucía, le sacaba la bombachita para tocarme el pito. Un par de veces, hasta me la puse. La abuela siempre la encontraba casi desnuda cuando venía a cambiarla. Cabe destacar que los padres de Lucía, no confiaban en sus hijas para dejarla a su cuidado, cada vez que tenían que trabajar afuera de la ciudad.
Esa cama para mí siempre fue un manjar, a pesar que no sabía quién, o quienes se hacían pis. A veces encontraba bombachas, forros, calzoncillos, o bombachas de gomas rotas. Así que, yo también me ocupaba de marcar mi territorio en ese colchón. Generalmente acabándome las veces que quisiera. Pero, también aprovechaba a mearme encima para luego pajearme así, cosa que me fascinaba hacer en esa cama.
Juan: La verdad, después de haber cogido con mi prima, estaba más alzado con mi hermana. Ya le había sacado un montón de veces la bombacha mientras dormía, y la muy tonta no se daba cuenta que amanecía desnuda. Pero sí se prendía a darme besitos en el pito cada vez que se lo ponía en la boca, justo antes de empezar a quedarse dormida. A veces forcejeaba con ella para que me abra las piernitas. Pero una vez que lo hacía, debía ponerse una almohada en la cara para amortiguar sus gemiditos de tantos lengüetazos que le daba a su vagina, siempre mojadita.
Una noche me quedé a dormir en lo de los abuelos con María Laura y Ezequiel. Ese viernes fue una noche normal. Ella durmió en un colchón, y nosotros dos en la cama. Pero al otro día se sumó mi hermana. Es que, el domingo el abuelo nos iba a llevar al campo. Siempre nos tiraba unos pesos para que lo ayudemos a recolectar hongos, para que le demos una mano con la plantación de algunos árboles o con el armado de los alambrados. Ese campo era de él y sus hermanos. Tenían algunos animales, y varias plantaciones de tomate, zapallo, papas, cebolla y ciruelas, entre otras cosas. Así que el sábado, después de comer unas pizzas, los cuatro nos quedamos jugando al truco. Hasta que la arpía de la abuela, a eso de las 2 de la mañana nos mandó a dormir.
¡Las nenas en el colchón, y los nenes en la cama! ¿Me entendieron? ¡Y ojito con andar haciendo porquerías! ¿Y vos Florencia, antes de acostarte, andá al baño, así no meás a tu prima en mitad de la madrugada!, nos dijo mientras nos apagaba la luz del quincho, cerraba una persiana y golpeaba sus chancletas en el suelo con fastidio, cansada de nuestros gritos, insultos y silbidos.
Al rato, el Eze y yo mirábamos una peli de autos y policías que ni me acuerdo cómo se llama, mientras mi hermana y María Laura cuchicheaban, vaya a saber qué. Pero, apenas mi primo se durmió, y las pendejas se callaron, yo empecé a tocarme la pija. ¡No aguantaba más las ganas de hacer algo con la Flopy, o con mi prima! Pero no sabía cómo hacerlo, ni si Ezequiel se opondría, o me cagaría a piñas si me viese haciendo algo. Así que, primero me levanté a tomar un poco de cerveza, y cuando volví me arrodillé delante de la cara de la Flopy, que en teoría dormía. Pero la guacha empezó a tocarme el pito con una mano, y a bajarme el calzoncillo de a poco, tal vez pensando que María estaba durmiendo.
Florencia: ¿Qué hacés cochina? ¿Le vas a mamar el pito a tu hermanito, al lado mío?, me dijo de repente mi prima, poniéndome re nerviosa, porque habló en voz muy alta. Juan la chistó para que se calle, y enseguida ella le manoteó el pito con una mano, mientras me ponía su otra mano en la boca.
¡Acá mando yo nenita! ¡Y la pija de tu hermano es para mí solita!, me dijo al oído, un segundo antes de empezar a petearlo. Para eso se sentó en el colchón, poniendo sus pies arriba de mi panza. Juan le tocaba las tetas, y le agarraba el pelo para que a ella se le rebalse la boca de saliva. En un momento, la muy cerda me escupió la cara después de lamerle las bolas a mi hermano.
¿Qué pasa? ¿Te ponés celosa nena? ¿Te gusta que tu hermanito te robe la bombachita cuando dormís? ¿Te chupa rico la conchita?, me decía ella acariciándome las piernas, mientras mi hermano le daba pijazos en las tetas, y ella se la escupía para pajeársela con unos ruiditos que me ponían re loquita.
¡Vamos nena, dale, subí a la cama, despertá a mi hermano y chupale bien la pija, dale, quiero verte con el pito de mi hermano en la boca!, me dijo entonces, ayudándome a ponerme de pie, una vez que Juan la soltó por un ratito. Aunque una de sus manos no dejaba de pajearlo.
Ezequiel: Posta que, no cacé una cuando me desperté. No sabía quién o cuál de las dos intentaba bajarme el calzoncillo. Pero las dos parecían pelearse.
¡Dale tarada, ahí lo tenés, mirale la pija, fijate bien, y tocate la chocha si querés!, decía mi hermana. Ahí descubrí que era ella la que me bajaba el calzoncillo, y tal vez Juan era el que les pegaba en la cola a las dos. Lo claro es que la verga se me puso dura al instante
¿Querés la boquita de la Flopy en la pija vos? ¿No cierto que sí? ¡Mirá cómo se le pone el pitito al pobrecito!, decía mi hermana.
¡Síii, lo tiene re lindo!, dijo la putita de mi prima, tal vez con menos miedo que al principio. Entonces todo fue muy rápido. Juan empezó a cogerse a mi hermana al lado mío, mientras la Flopy empezaba darle besitos a mi pija como un fierro hirviendo.
¡Así no pendeja, metela toda adentro de tu boca, y chupame bien la verga!, le dije, apretándole la cabeza para que le entre toda. Ella lloriqueó un poquito, pero en breve su carita saltaba contra mi pubis, sus primeras arcadas sonaban a la par de los pedidos de pija de mi hermana, y su saliva empezaba a empaparme los huevos.
¡Dale nena, tragala toda!, le pedí, re cebado, elevando un poco mi cuerpo para que su garganta sea profanada por mi glande cada vez más hinchado. Entretanto, Juan y María Laura se enroscaban, rasguñaban, se besuqueaban y fundían en una cogida tremenda. En un momento terminaron casi encima de la Flopy. María Laura le sacó la bombacha cuando la Flopy se distrajo, y me la tiró en la cara. Entonces, Juan, por pedidos de mi hermana le dio unos chupones en la conchita, todavía con su pija adentro de mi hermana, que gemía despacito.
Florencia: ¿Quiero tu lechita, dame pija nene, dale perrito, y lamele la conchita a esa putita meona!, le pedía mi prima a mi hermano, mientras yo seguía llenándome la boca con la pija de Ezequiel. Juan le daba cada vez con mayor violencia, y a ella le excitaba verlo oliéndome la vagina.
¿Te pone celoso ver a tu hermana con el pito de mi hermano en la boca? ¿Te la querés coger ahora putito? ¿Eeeeee? ¿Querés largarle la lechita en la concha?, le decía la muy estúpida, evidentemente mordiéndole los labios, mientras mi primo empezaba a jadear como un loco, sacudiéndose hacia los costados, al mismo tiempo que su semen fluía incesante, sin control y agridulce adentro de mi boca. Lo saboreé, y hasta le pasé la lengua por los huevos para juntar todos los restos de su acabada. Entonces, algo adentro de mí se desmoronaba, sintiendo cómo Juan le descargaba toda su lechita en la concha a mi prima. Ellos se pegaban mientras él la penetraba con furia, y ambos me nalgueaban el culo, aprovechándome todavía boca abajo. Entonces, vi a mi prima con las tetas moreteadas, una expresión de gozo imposible de olvidar en sus ojos, y un montón de hilos de semen cayendo por sus piernas, una vez que se levantó de la cama.
¿Te la chupó rico nene?, le dijo a su hermano, mordiéndose los labios.
¿O todavía preferís que te la chupe la Pao?, le redobló la pregunta, mientras le apretaba la nariz, ya que Ezequiel no le había respondido. Entonces, pensé en que Paola, su hermana, tenía 8 años, ¿Y ya hacía chanchadas con ellos!
Juan: Al rato nos pegábamos entre todos. Ezequiel me manoteaba la verga, y mi hermana dejaba que María Laura le muerda las tetas. Todo estaba en cualquier sitio. Incluso, el abuelo vino a golpearnos la puerta dos veces. Yo le dije que estaba jugando a la lucha con el Eze, para que no se le ocurra entrar.
¿Bueno che, pero basta, que es tarde, y van a despertar a sus primas!, nos dijo somnoliento, antes de arrastrar sus pasos hacia su habitación. Entonces, ni bien volvimos a escuchar silencio, yo me puse a chapar con mi hermana, y Ezequiel con la suya. Solo que, en breve habíamos cambiado las parejas, y en un segundo más, estábamos echados, uno sobre otros, manoseándonos sin control. Yo le metía dedos en la concha a María Laura, y Ezequiel le metía dedos en la boca a la Flopy. Después, alguna de las dos empezó a tocarme el culo, y no me resistí a tener un dedito adentro, mientras María Laura me pajeaba la verga. Nos dimos picos con mi primo, y vimos a ellas besarse en la boca. Pero, en medio del remolino sexual que nos quemaba la cabeza, de repente los tres estábamos lamiendo y oliendo el culo y la vagina de mi hermana.
María Laura: Yo me sentía como poseída. No podía dejar de tocarme la concha, ni de apretarme las tetas, ni de darle chupadas a las pijas de esos pibes alzados. Pero, una vez que nos prendimos a los agujeritos de mi prima, empezamos una guerra por disputarnos cada porción de su aroma. Juan le metía dedos en la vagina y me los hacía lamer. Ezequiel le daba pijazos en el culo, y le chupaba las tetas con furia. Yo le olía el culo, y le pasaba la lengua por el ano, mientras Juan me metía la verga en la concha un ratito, y me la sacaba, emputeciéndome del todo.
¡Dale Juan, cogete a tu hermanita por la chucha, y vos por el orto!, se me ocurrió pedirles, sabiendo que la inocentita de mi prima no accedería a mis peticiones. Sin embargo, Juan, después de pegarme flor de chupada en una de las tetas, revoleó a su hermana en la cama, le abrió las piernas y se la mandó a guardar. En breve sus caderas empezaron a hamacarse arriba de la nena, acompasando al ritmo de sus penetradas. Ezequiel se acercó a ponerle la pija en la boca, y la muy cerda no tuvo ni un problema en ordeñársela como una experta.
¿Tanto te gusta el pito de mi hermano cerda? ¿Querés embarazarte de tu hermano putita? ¿Te gusta la lechita?, le decía, sosteniéndole la cabeza para que no se le caiga de la cama, y entonces mi hermano pueda abarcar mejor la profundidad de su garganta. La Flopy eructaba todo el tiempo, y apretaba los ojos, mientras Juan se la volteaba. Hasta que de repente se levantó, y como si se hubiese arrepentido de semejante acto, le ofreció su pija a mi concha prendida fuego. Así que yo me acomodé como perrito sobre la cama, y lo dejé que me posea, penetre y bombee a su antojo, mientras la Flopy, todavía con la pija de mi hermano en la boca, se hacía pichí. Eso debió motivar a mi hermano, que enseguida se le tiró encima y le ensartó la verga en la chucha. No tardó en acabarle todo adentro, mientras le decía que era una putita meona, y que desde ahora en adelante le iba a pedir pija todos los días.
Florencia: Lo cierto es que, esa noche, porque todos estamos seguros que fue allí, María Laura quedó embarazada. Tal vez de mi hermano, o quizás de Ezequiel, que más tarde le acabó adentro, mientras se la cogía contra la pared, mientras Juan y yo nos cogíamos en la cama de los primos.
Valeria: Una vez llevé a una amiga a lo de los abuelos, y dormimos juntas, en la misma cama. ¡Evidentemente sus hechizos sexuales nos condujeron a besarnos toda la noche, y terminar masturbándonos, mientras yo le contaba todas las cosas que había hecho en esa cama!
Omar: Creo que Nunca fui tan feliz como cuando le mamé las tetas a mi hermana, ya con 14 años, y 8 meses de embarazo. Nunca había hecho nada con ella. Pero verla así, gordita, con la bombacha encajada en el orto y las tetas chorreando sus primeros atisbos de leche materna, me llevaron a mamarla, comerla, lamerle la concha, y al fin, cuando ya no pudimos más de la calentura, cogerla como se lo merecía.
Natalia: Me encantaba dormir en esa cama, repleta de historias, olores, recuerdos y lujuria. De hecho, yo misma me pajeo todas las veces que duermo allí. En especial ahora que tengo un bebé de 9 meses. Me fascina darle la teta y tocarme. Y, si justo ese día se queda algún primito conmigo, mejor.
Emanuel: La última vez que dormí allí, hicimos algunas chanchadas con mi primo Nicolás, que en ese momento tenía 10 años. Él me preguntaba por qué la cama tenía olor a pis, y justo, en un momento, mientras hacíamos zapping en la tele, dimos con una porno. Como yo no veía lo que sucedía, él empezó a describirme las situaciones. Era algo así como una rubia peteando a dos mochileros. La cosa es que, terminamos tocándonos los pitos, besándonos en la boca, y acabando varias veces en las sábanas, ambos desnudos y calientes. Incluso llegamos a frotar un pito contra el otro.
Cristian: La pelotuda de la Nati, después de sacarme la virginidad, nunca más me quiso entregar el pancito. Pero por suerte, la Flopy siempre supo cómo sacarme varias lechitas con la boca, o con su conchita siempre caliente. Me vuelve loco que se haga pis encima mientras me mama la verga!
Georgina: Todavía no logro que mi hermana Antonella se quede a dormir sola, con alguno de mis primos en lo de los abuelos. Aunque, tal vez sea porque tiene predilecciones sexuales diferentes. Cada vez que acompañamos al abuelo al campo, alguno de nosotros se la encuentra tocándole la verga a un perro, o dejando que cualquiera de los perros que cuida la estancia le huela el culo. ¡Yo la vi muchas veces bajándose la bombacha para que los animalitos la descubran!
Nelson: La verdad, los abuelos son unos boludos, o saben más que nadie que el hijo de la Nati, el de María Laura, y los mellizos de Valeria se engendraron en esa cama fértil, sinuosa y descuidada. Tal vez a ellos mismos les excitaba saberlo. Pero lo cierto es que, nada, ningún telo, auto, descampado, colchón, casa abandonada, escuela o lugar prohibido nos hizo tan feliz como esa cama. Fin
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