Creo que nunca lo reconocí, o tal vez jamás pensé en ella como en nadie más que mi hermana. no entendía por qué las hormonas me hacían pasar tales calores. Hasta que poco a poco, quizás al verla embarazada de 6 meses, empecé a recordar todo lo que había reprimido, claro que inconscientemente. Hoy ella tiene 26 años, y aunque ya no vive en casa, a menudo nos viene a visitar. Además siempre que ella lo precisa, me encargo de cuidar a sus niños. Cuando puede me tira unos mangos. A pesar que me lleva 5 años, y que está a punto de parir a su tercer hijo, Jacqueline se las ingenia para estar divina, mostrarse seductora, y para no dejar ni un muñeco en pie. Basta con decir que ninguno de sus hijos es del mismo padre. Justamente, el progenitor del bebé se lavó las manos apenas lo supo. Aunque, por conversaciones que le escuché con su mejor amiga, el vago no dejó de visitarla para echarse un buen polvo con ella. ¡Y, la verdad, yo no puedo juzgarlo! Ahora que está embarazada, tiene las tetas hinchadas, y un orto que se devora las calcitas que usa con un hambre voraz. Hoy por hoy está teñida de rubia. Es más alta y flaquita que yo, mucho más confianzuda, rebelde, directa, decidida y divertida.
Cuando vino a casa para darnos la noticia del embarazo, ya estaba de dos meses. A mi madre se le llenaron los ojos de lágrimas, y a mi padre, los labios de reproches.
¡Siempre la misma vos! ¿No te alcanza la guita para comprarte forros? ¿Todos los tipos con los que te acostás te tienen que dejar un bebé en la panza hija? ¡Estás re en pedo!, le decía mi padre con los ojos inyectados en una furia más que razonable. Jacqueline no se atrevió a retrucarle. Con él no solía hacerse la picante, ni siquiera con las palabras. Pero a mi madre la daba vueltas como a una media, y a nosotras, sus hermanas, con más razón, valiéndose de la excusa de ser la mayor.
Su reputación no había cambiado en absoluto durante sus anteriores embarazos. Así que, ¿Por qué iba a modificarla ahora? Recuerdo que siempre, a pesar de estar en pareja con cualquiera de los padres de los peques, se dejaba piropear en la calle. Ella les seguía el juego, y casi siempre se ligaba un beso, o una apretada en la parada del micro, o flor de manoseada entre los arbustos que hay al lado de mi casa, en un terreno abandonado.
Una vez, entró apurada a mi casa con dos pibes, y me pidió que le preste mi cuarto. Según ella, los dos eran compañeros del secundario, y tenían algunos problemas que hablar con ella en privado. En eso, digamos que se aprovecha de mi muy mala memoria para recordar rostros. Aún así, podría jurar que nunca los vi, ni en sus fotos de egresada. La cosa es que, al salir de mi cuarto, luego de transcurrida una hora, mi hermana apareció prendiéndose el corpiño por adelante, despeinada, con varias líneas de sudor en el rostro, y tras ella los dos flacos. ¡Yo no me chupo el dedo! Era obvio que algo habían hecho allí adentro.
¡Che nena, contame qué hicieron, o le digo a papi! ¡Sabés que no le pinta que andes teniendo sexo con cualquiera! ¿Te los cogiste? ¡Dale, o empiezo a los gritos! ¡Vos elegís!, intenté persuadirla ni bien los pibes se fueron, y nosotras nos quedamos solas en la cocina. Así que, no le quedó más remedio que confesarme que les había mamado la pija a los dos, y que se tuvieron que ir porque, al parecer a la novia de uno de ellos le robaron la moto.
¡Posta que, a uno de ellos no se le paraba! ¡Pero, tu hermanita sabe cómo jugar con su boquita!, me decía, hablando en tercera persona con una gracia endemoniada. Parecía que todavía saboreaba el semen de los pibes mientras yo le cebaba mates, y a mí no me cerraba del todo la idea de compartir la misma bombilla con ella.
Hace un mes atrás, empecé a rememorar algunas cosas. No supe cómo pasó, ni si había un por qué para su cometido. Yo estaba secando los platos recién lavados, y ella se acercó a darme una mano. Hablábamos de su embarazo, de los ojos de un vago que la re calienta, y del carácter cada vez más insoportable de nuestro padre. Cuando, tomándome por sorpresa me agarró las dos tetas entre sus manos, apoyando su torso en mi espalda, y susurró en mi oído: ¡Qué tetas tenés pendeja! ¡Creo que ya es hora que alguien te las llene de lechita! ¡Bueno, primero te la tiene que dar en la chuchi, y después, no me quiero imaginar cómo se te van a hinchar, cuando quedes preñada!
¡No seas desubicada che! ¡Y, nada que ver! ¡Yo no soy como vos!, le dije, tirando el cuerpo para atrás, sin darme cuenta que ahora mi culo se rozaba contra sus piernas. En eso llegó mi vieja con un mantel nuevo para vestir la mesa, y todo se disipó. Pero, enseguida recordé el momento en que, vi por primera vez desnuda a mi hermana. Fue a mis 10 años más o menos. Ella tenía 15. Yo me estaba meando, y no sabía que ella se duchaba en medio de una cortina de espuma y vapores ardientes. Así que entré al baño, sin golpear siquiera.
¡Pasá nena, que yo salgo en un toque!, me dijo ni bien entré, casi sin poder pensar de las ganas de hacer pis que tenía. Entonces, mientras me bajaba la ropa y abría la tapa del inodoro, la veía terminar de enjuagarse, totalmente desnuda, con chispas de vapor rodeándole la piel. Me estremecí al verla, sin entender las razones. Y encima, ella, justo cuando ya pensaba en subirme la ropa y salir corriendo, me dijo: ¿Te gustan mis tetas bebé? ¡Dale, miralas bien, que a mi novio le re gustan! ¡Obvio, que, bueno, cuando seas grande, vas a tener unas tetas como las mías! ¡O, tal vez más grandes! ¿Qué te parece?
No recuerdo haberle contestado. Solo la sensación de un cosquilleo intenso en la vagina. Era una mezcla de tener ganas de hacer pis otra vez, de querer acariciármela, y de frotármela contra algo. Incluso, una vez que ya estaba en la cocina, sentí que la bombacha se me mojaba, mientras pensaba en las tetas de Jacki.
Tampoco podía olvidarme de la noche que ella volvió a su casa de vaya a saber dónde. En ese momento me acuerdo que me dijo que tenía que acompañar a una amiga al médico. Por lo tanto, yo debía cuidar de sus pequeños. Claramente, mi inocencia no me permitía imaginarla mintiéndome con descaro. Ahora que lo recuerdo, era obvio que se había ido a algún telo con un vago, porque volvió con el pelo mojado, con varios chupones en el cuello y la camisita casi sin botones. De hecho, se quejó de la calidad de la blusita, y se la quitó inmediatamente, mientras tomaba un vaso de agua.
¿Cómo se portaron los demonios? ¡La verdad, esta camisita me salió un ojo de la cara! ¿Podés creer que se le salieron como tres botones? ¡No hay que comprarle más nada a la Marita!, se desquitaba mientras se sacaba el corpiño, y yo le explicaba que mis sobris se portaron muy bien. Aunque tuve que retar a uno de ellos por querer enchufar la Play.
¡Y bueno nena, son chiquitos! ¿O vos no te acordás lo revoltosa que eras? ¡A veces, no dejabas que mami te pusiera polleras, o pantalones! ¡Te gustaba andar en calzones perrita!, me dijo luego, mientras abría la heladera y sacaba un paquete de algo que no llegué a registrar.
¡Che, les estoy cocinando un arrocito con unas salchichas! ¡No sabía si esperarte para comer o no! ¡Avisame nena, si vas a tardar mucho!, le recriminé, un poco cansada que se abuse de mi tiempo, por más qe siempre me pagaba lo justo. Entonces, mientras yo revolvía el arroz y controlaba las salchichas, la escucho que camina hacia mí. No sé por qué temí que fuera a retarme, o a delirarme como habitualmente lo hacía. En lugar de eso, dejó caer su cuerpo sobre mí. Sentí el roce de su corpiño suave contra mi espalda, ya que yo sólo llevaba una musculosa, su perfume dulzón, y el olor típico de las hormonas alborotadas. Tenía las tetas calientes, y evidentemente los pezones duritos. De repente, sus brazos rodearon mis hombros, y sus manos dieron con mis tetas.
¡Siempre te portás bien conmigo vos chiquita! ¡Gracias bebota! ¡Hasta les cocinás a esos guachos! ¡Sos re buena conmigo bebé!, empezó a decirme, mientras me acariciaba las gomas y me daba besos ruidosos en el cuello. En un momento hasta me lamió la nuca, y eso me paralizó al punto tal que, no sabía cómo sacármela de encima, o si es que de verdad quería hacerlo.
¡Salí tarada! ¿Qué onda nena? ¿Viniste alzada de algún lado? ¡Estás re loca! ¡Aparte, es lo menos que puedo hacer por mis sobrinos! ¡Y, sabés que necesito la plata!, le decía, tratando de ponerme tensa, de sacarle las manos de mis tetas, agachando la cabeza para que no siga besándome el cuello.
¡Andá nena, sos una insoportable! ¡No te bancás ni un mimito de tu hermana vos! ¡Así, ningún pibe te va a dar masita bebé!, me dijo, separándose lentamente de mi cuerpo, aunque no se resignó a tocarme las tetas una vez más, antes de volver a sentarse en el sillón, donde se quitó el corpiño y esperó a que esté el arroz para llamar a los niños y sentarse a comer con ellos.
A los días, me enteré que no para de subir fotitos e su culo o de sus tetas a instagram. Me lo dijo el novio de una amiga, que siempre le tuvo ganas. Como no le creí, me las mostró. ¡No podía creer que mi hermana estuviese mostrando el culo, en cuatro patas y con flor de tanguita rozándole el agujerito! Además, había otras fotos en las que mostraba las tetas, casi siempre comiendo helado, ensalada de frutas o yogurt. Accidentalmente, claro, se le caían cositas entre esas tetas hermosas, y ella ponía cara de tonta. En una de esas fotos, acercaba uno de sus pezones a su boca con sus manos, y se lo succionaba. Esa noche, al menos que yo tenga consciencia, fue la primera vez que me hice la paja pensando en ella. Ni siquiera me desvestí para hacerlo. ¡No daba más! Recuerdo que empecé a lamer mi consolador, y que en cuestión de segundos, ya lo introducía por debajo de mi bombacha húmeda para penetrarme la conchita como lo necesitaba.
Una tarde, Jacqueline y su mejor amiga Laura cayeron a tomar unos mates. Mi madre le reclamaba que nunca tiene tiempo para venir a vernos, pero bien que para salir con tipos no se hace drama, y no le importa ni la pandemia. El caso es que, apenas mi madre se fue, después de una pava de mates con palmeritas, Laura y mi hermana empezaron a hablar de flacos. Obviamente, yo era la más tonta del grupo.
¡Vos escuchá, y aprendé Sasha, para que no te pase lo mismo que a nosotras! ¡Vos todavía no sabés nada! ¡Pero, nosotras somos solo agujeros para los tipos! ¡no pongas esa cara! ¡Lo mejor es que, vos disfrutes, y les pidas lo que quieras! ¡Nunca te cagues en pedirles que te chupen la concha! ¡Y, si no querés tragarte la lechita de los tipos, no tenés por qué hacerlo!, me aconsejaban entre las dos, mientras Laura contaba que no podía esperar más para sentir una pija en el culo, y Jacki decía que no hay nada más lindo que coger embarazada.
¡Ahora, no sé por qué, pero todos me miran, como si quisieran voltearme!, decía mi hermana para que Laura se ría con ganas. Como yo no tenía mucho que aportar a la charla, me dediqué a cebarles mate por un rato. Hasta que Jacki se levantó a buscar más azúcar para reponer, y Laura suspiró de una forma extraña.
¡Qué linda que te queda esa calcita mami! ¿Y qué orto te echaste yegua! ¿Dónde te la compraste? ¡Imagino que no te la vendieron con ese culo! ¿te pusiste bombacha perra? ¡Porque, la verdad, no se te nota!, recitó de un tirón la chica, mientras le miraba el culo, totalmente extasiada.
¡Ups, sí tengo bombacha nena! ¡Pero, a lo mejor me la comió la colita! ¡Mirá nena!, le dijo Jacki con una vocecita de puta terrible, con el paquete de azúcar en la mano, y bajándose un poquito la calza con la otra, para mostrarle a su amiga que efectivamente tenía una bombacha azul con dibujitos. La parte de atrás se le había metido descaradamente en la cola. Yo no sabía si taparme la cara, si salir corriendo, o si decirle que era una zarpada. Y menos supe cómo disimular el rojo de mis mejillas, al notar que un líquido caliente empezaba a humedecerme la vagina, la bombacha, y tal vez hasta el short que traía.
Creo que fue al día siguiente que nos encontramos en la plaza del barrio. Ella había llevado a sus hijos a pasear. Yo decidí salir a caminar un rato. Jacki estaba comiendo una ensalada de frutas, mientras los nenes jugaban en el tobogán. Cuando me acerqué a saludarla, noté que debajo de su vestido suelto no tenía corpiño, y le dije que era una desubicada.
¿Y Cuál hay nena? ¡Yo vivo cerquita! ¡Aparte, casi todos en el barrio ya me conocen las tetas! ¡No te preocupes! ¿Querés un poquito?, me dijo, al tiempo que yo me sentaba a su lado, y ella juntaba pedacitos de frutas en la cuchara, mirándome la boca con una sensualidad desmesurada.
¡Dale nena, comé, que estás flaquita, y te falta cola!, me dijo luego, agarrándome de la cara, casi que encajándome la cuchara en la boca. Las dos nos reímos, como si hubiésemos regresado a nuestra infancia.
¿Te acordás cuando yo te preparaba la chocolatada en una mamadera? ¡Ya tenías 8 años pendeja! ¡Pero siempre te gustó jugar a ser mi bebé!, me dijo de pronto, al mismo tiempo que se le caía un pedacito de banana en el escote, ensuciándole el vestido.
¡Síiii, me acuerdo, más o menos! ¡También me acuerdo que mami te puso en penitencia, cuando, habíamos logrado conseguir pañales, y vos me los pusiste! ¿Ahí también tenía 8 años? ¡Para mí que era más chiquita!, le consulté, mientras los chicos ahora elegían jugar en el sube y baja. Por suerte el sol ya no estaba tan asesino.
¡Sí nena, todo fue en esos meses, cuando tuvimos que vivir en lo de los abuelos, para que el viejo termine de construir en casa! ¡En realidad, mami me retó porque, suponía que yo te pedía que te hicieras pis encima! ¡Pero la chancha eras vos!, me acusó sin maldad. Más bien una sonrisa generosa le iluminaba el rostro. La vi comerse el pedacito de banana de su escote, responder un mensajito con su celular, y luego comer unas cucharadas más.
¡Yo me acuerdo que, a veces llegabas a casa con el guardapolvo sucio, sin botones, y el pantalón re roñoso! ¡Y con chupones en el cuello!, le dije, como para romper el silencio, notando que un nuevo incendio comenzaba a renacer bajo mi bombachita.
¡Sí, obvio! ¡Eso era porque, me la pasaba chuponeándome con los pibes en la escuela! ¡Y bueno, alguna que otra vez, me mandé un cortito, en el baño de los varones!, me reveló, conduciéndome a un renovado remolino de excitación.
¡También me acuerdo que, vos siempre querías saber qué corpiño me había puesto, cuando me empezaron a crecer las tetas! ¿Te acordás que me las tocabas, y me decías que mis tetas iban a ser lindas?, le dije, recobrando todo el aplomo que pude, mientras ella chupeteaba la cucharita.
¡Síii, me acuerdo! ¡Y, por lo visto no me equivoqué! ¡Tenés unas tetas hermosas guacha! ¡Hasta el lunar que tenés me calienta! ¡De hecho, hace mucho que no te las miro!, me dijo, mientras me las miraba, sin poderse contenerse al final. No sé cómo, ni dónde estaban sus estribos, ni por qué ni siquiera le importó que estemos en una plaza pública. De pronto me tocó las tetas, suspirando, mordiéndose el labio inferior, y rozándose la vulva con su otra mano, luego de dejar su tapper vacío sobre el banco en el que estábamos sentadas. Pero entonces, al mismo tiempo que el más grande de mis sobrinos venía a buchonear al más chiquito por haberse hecho pis encima, yo me levantaba como una furia incontrolable. La miré re mal, le dije que era una zarpada, que estaba enferma, y me fui lo más rápido que pude a mi casa. No me alcanzaban los pies para correr, mientras ella me ofrecía sus disculpas, a su modo.
¡Andá cagona, no te aguantás ni un chiste pendeja! ¡Andá a los brazos de papi, y decile que la reventada de tu hermana te manoseó las tetas!, me gritaba, mientras acompañaba a mi sobri más grande al tobogán, después de darle una coquita al más chiquito. Parecía que ni le importaba que el nene se hubiese meado encima. Fue extraño. Creo que hasta el día de hoy no me lo puedo perdonar. Pero, a penas llegué a mi casa, entré al baño para disponerme a darme una ducha. Sin embargo, mientras el agua fría se mezclaba con la caliente, me senté en el inodoro para apretarme las tetas, buscar en los adentros de mi bombacha el fuego que me quemaba la vagina, y al fin empezar a estimularme el clítoris. Abría las piernas como si se me fueran a separar del cuerpo. Profundizaba con mis dedos entre los flujos de mi conchita, y los retiraba para olerlos, lamerlos y babearlos. Necesitaba acabar, mojarme toda la bombacha y la calza, mearme encima si fuera posible. ¡Me había calentado emaciado que mi hermana me toque las tetas así!
El sábado siguiente tuvo que venir a casa para traerle unos remedios, que mi madre le había pedido que le compre en la farmacia. Además, se acercaba el cumpleaños de mi viejo, y entre todos sus hijos teníamos que organizarle el infaltable asadito. De pronto me di cuenta que un auto la esperaba afuera. Mi madre le preguntó cómo estaban los nenes, y ella le explicaba que los había dejado a cada uno con su respectivo padre.
¡Dejá de chismosear nena! ¡Es mi novio el que está afuera, y ya nos vamos! ¡Es la única oportunidad que tengo de estar con él, mientras los otros se hacen cargo de sus hijos!, me rezongó, al observar que yo miraba por la ventana.
¿Ah sí? ¿Y ese tipo es el que te dejó esos chupones? ¡Ojo nena! ¡A ver si dejamos de jugar a la mujer fatal!, la retaba mi madre, señalándole los chuponazos que tenía en el cuello, y que descendían hasta su escote.
¡Y eso que no viste cómo me dejó las gomas! ¡Igual, no te preocupes, que me cambio el pantalón y la bombacha, y me voy! ¡La que tengo, ya me la dejó toda llena de lechita!, decía descaradamente, mientras entraba a mi pieza a cambiarse, y mi madre le gritoneaba para que se ubique. Sus palabras en mi cerebro eran como gotas de excitación que me producían un montón de cosas mezcladas. ¡No entendía por qué, pero quería mirarle las gomas chuponeadas, y la bombacha toda sucia de semen!
¡Tranquila ma, que no me va a pasar nada! ¡Y mañana vengo, y organizamos el cumple del ogro de tu marido!, le decía Jacki, riéndose con ganas mientras se cambiaba, y yo me terminaba un té.
¡No hables así de tu padre, por favor! ¡Me parece que te faltaron algunos cintazos a vos, por mal educada!, se afligía mi madre, ahogando otros miles de reproches más con el mate que se bebía, sin importarle que el agua estuviese muy caliente.
Al otro día, mientras yo hacía de niñera con mis sobrinos, oí que mi cuñada y Jacki hablaban con cierto desdén. Siempre era una bomba de tiempo que las dos estuviesen juntas, ya que no se toleraban. Nunca supimos bien por qué. La cosa es que, de pronto, mi cuñada, sin medir el tenor de sus palabras le dijo: ¡Y bueno nena, pasa que, a lo mejor tu chongo no te coge bien, y por eso andás con esa cara de orto, y ese humor de perros! ¡Además, dejate de joder pibita! ¡Ya estás embarazada otra vez!
Mi madre intentó poner paños fríos a la situación. Pero Jacki le retrucó enseguida: ¡Vos decís eso, porque hace mucho que no tenés una buena pija que te abra bien la concha! ¡Y menos que te dé la lechita en la boca! ¡Estás celosa, y me tenés envidia!
No sé por qué me calentaba tanto escucharla hablar así. La verdad es que, yo sí sentía envidia de todo el prontuario sexual que exhibía mi hermana, y tal vez un poco celosa. Quizás desde que me había manoseado las gomas en la placita. Incluso, no pude evitar meterme la mano adentro de la bombacha para dedearme la chuchi un ratito, mientras le ponía los dibus a mis sobrinos.
A los días, cayó por la mañana, mientras yo tomaba unos mates, después de haber lavado los platos. Estaba sola, y la verdad, me había sorprendido su visita.
¿Mami no está?, me dijo después de abrir la heladera para tomarse un vaso de gaseosa.
¡No! ¡Y, el viejo tampoco! ¡Se fueron a hacer trámites!, le dije, un poco atontada, sin encontrar el motivo. No podía dejar de mirarla, con ese vestidito suelto bastante provocativo, por el que se advertía claramente que no traía corpiño, y que tenía una tanga negra.
¿No me vas a dar un mate nena? ¡Ta’bien que estés dormida! ¡Pero tenés que ser un poco más amable con tu hermanita!, me dijo, evidentemente reparando en que la miraba como para ojearla. Entonces le di un mate.
¡Dejé a los nenes con sus padres! ¡Hoy me toca bebé! ¡Espero que la novia no empiece a cargosearlo, como el otro día!, me confió después de comerse una galletita y devolverme el mate vacío. Pero eso fue lo último que me dijo. Yo le hacía preguntas de los nenes, de su chongo, de sus cosas en general. Ella optó por enfrascarse en su celular, tomar los mates que yo le cebaba, y suspirar de vez en cuando. A veces se mordía los labios, o se frotaba las gomas.
¡Hey nena! ¡Te estoy hablando! ¿Qué, estoy pintada acaso? ¡Yo no soy tu sirvienta! ¡Sos una tarada nena!, le dije, demostrándole que me enojaba su silencio, o su indiferencia.
¡Pasa que, si vos vieras las cosas que me escribe! ¡Es un cochino, y a mí me re calienta!, me dijo, sin despegar los ojos de su celular, mientras se apretaba los pezones, y un hilito de baba se le escurría de los labios hasta la tela ordinaria de su vestidito.
¡Bueno nena, pero eso, de tocarte las gomas, y suspirar así, como si tuvieras ganas, guardátelo para, digo, para tus momentos privados!, le dije, un poco más ofuscada que antes. Ella se levantó, riéndose como si le estuviese dando un ataque de locura, y empezó a decirme: ¡Si a vos te hubieran escrito que, te chuparían la conchita estando re preñada, a las 9 de la mañana, ya estarías con la bombachita en los pies, y el culo re caliente! ¡dejame tranquila nena, y cebame un mate mejor, que me secás la concha con tus pavadas! ¡Y no me hagas enojar! ¡Me parece que te hace falta una buena paja a vos!
¡Aaaah, bueeee!, fue todo lo que me salió decirle, mientras le cebaba un mate y se lo dejaba arriba de la mesa con golpe sordo. Me levanté y pensé en irme a la pieza. La fulminé con la mirada, y finalmente me quedé parada como una idiota al frente de la puerta del baño. Desde allí la escuché tomarse el mate, y correr una silla. Evidentemente se había levantado. No tuve tiempo de nada. De repente la tuve al lado, destilando su perfume favorito como un faro llameante, su pelo húmedo sacudiéndose con el movimiento de su cabeza, y su celular que no paraba de vibrar entre sus tetas. Me sorbió el cachete con un beso de sus labios calientes y pintados de rojo, mientras me decía: ¡Me parece que me voy nena, porque tenés un humor que no se aguanta!
Entonces, como fui incapaz de contestarle, me empujó contra la puerta del baño, y, aprovechando que yo le daba la espalda, me abrazó por detrás, para entonces deslizar una de sus manos en mi entrepierna. Me palpó la vagina, y le dio unos golpecitos con su palma abierta, mientras murmuraba en mi oído: ¡Tenés que darle algunos mimitos a ésta Sasha, así andás más contenta! ¡Chau bebé! ¡Me voy a coger! ¡A ver si la próxima vez que venga, no estás tan mala onda! ¡Decile a mami que vine!, y entonces, me dio otro beso en el otro cachete. Incluso, hasta me mordió la mejilla, y salió corriendo a la puerta, tras escuchar un nuevo bocinazo. Yo no pude evitarlo. Ni bien escuché el portazo de calle, lo que me aseguraba que al fin se había ido, entré a mi pieza, me saqué el short y me bajé la bombacha, me tiré en la cama deshecha y empecé a pajearme como una loca. Gemí, me froté el clítoris y rebusqué adentro de mi vagina con todas mis ganas. Me retorcí y pellizqué los pezones, me escupí las tetas, y me las imaginé llenas de leche, para que mi hermana me las chupe. Lamí y olí mi bombacha, sorprendiéndome de lo empapada que estaba, y volví a arremeter contra mi botoncito sagrado. Me sacudía en la cama, rozaba mi ano con mis dedos, me palmoteaba la concha, y, justo cuando me pareció escuchar que alguien llegaba de nuevo a la casa, un orgasmo ensordecedor casi me derrumba de la cama, mientras un mar de flujos espesos y calientes brotaba de mi conchita caliente, como pocas veces la había reconocido. Entonces, mientras escuchaba a mis viejos charlar en la cocina, me sentí sucia, perversa y chiflada. Me prometí no volver a pajearme pensando en Jacki. ¿Pero, sería capaz de cumplir mi promesa?
Mi prueba de fuego llegó la semana siguiente, un sábado caluroso, pesado y húmedo. Ni bien la vi con ese vestidito que mostraba claramente cómo se le perdía la tanguita en el orto, y que nuevamente andaba sin corpiño, sentí que la bombacha se me volvía a mojar, como si fuese una nena que no sabe controlar sus ganas de hacer pis. Nos fuimos al patio, donde nos pusimos a charlar de la navidad que se nos acercaba, de la escuela, de su mejor amiga y otros temas menos importantes, mientras nos refrescábamos con un jugo. Mis viejos dormían la siesta, ya que por suerte habían instalado el aire acondicionado en su habitación. Hablábamos de los regalos que teníamos pensados para los abuelos, cuando de repente, al otro lado de la medianera, apareció Enrique, nuestro vecino. Estaba en cuero, y al parecer había decidido regar un poco la tierra de su patio, y algunas plantas. Seguro la bruja de su mujer lo había mandado. Una medianera rústica con un alambrado apretado y bajito separaba su patio del nuestro. En ese momento, Jacki tenía a Lucas, mi sobrino más chiquito en la falda. (El que se había meado en la placita).
¡La verdad, debe ser tremendo andar con los nenes a upa, con este calor!, dijo el hombre, interrumpiendo nuestra charla, con los ojos fijos en las tetas de mi hermana. ni siquiera se molestó en saludarnos.
¡Sí, está tremendo el calor! ¿Y sus hijos?, le preguntó ella, sacándose lentamente la teta de adentro del vestido, para que Lucas se ponga a jugar con ella, a pesar que ya no se alimentaba de su leche.
¡Están con mi esposa! ¡Salieron a la plaza! ¡La verdad, no sé si está más insoportable el calor, o ella! ¡Y para colmo, tengo a la perra alzada! ¡Es la época! ¡Un poco, imagino que debe ser como les pasa a las mujeres! ¡Mi señora no quiere que los perros la lastimen! ¡Pero a ella, parece que lo único que le importa, es que todos la baboseen y le metan el pito las veces que quieran!, dijo el hombre forzando una sonrisa, con la que se evidenció que cada vez le quedaban menos dientes, pese a que no era tan grande. No nos sorprendió que se refiera así a las mujeres, ni que nos hable de su perra en celo. Don Enrique siempre bastante ordinario y desubicado.
¿Es cierto que, usted está embarazada? ¡Doña Emilce me lo dijo ayer!, le preguntó luego, sin poder contenerse. En parte, porque nosotras no le seguíamos la charla.
¡Síii, re! ¡Embarazada, y con este calor!, le respondió Jacki, exhibiendo su teta derecha sin tapujos, para que Lucas se la manosee, y después comience a chuponeársela.
¿Pero, ese nene, todavía toma la teta? ¡Yo lo veo muy crecidito ya!, se aventuró a decir Enrique, salpicando agua para cualquier lado, evidentemente desconcentrado.
¡No, ya no toma teta mi hijo! ¡Pero, a las madres nos cuesta sacarles la teta! ¡Si fuera por mí, hasta lo dejaría usar pañales, y le prepararía la mamadera! ¡Además, me gusta que mi nene juegue con mis tetas!, dijo mi hermana, supongo que más para calentar a ese hombre que para sincerarse. A ella no le gustaba ocuparse tanto de sus hijos. Siempre que tuviera la oportunidad de echarse un buen polvo, los acomodaba con cualquiera, o los dejaba conmigo.
¡Yo tengo tres hijos, y para colmo, mi perra anda en celo! ¡A ella también se le deben poner duros los pezones!, dijo con descaro, y yo no pude dejar de observar que se acomodaba la verga, simulando que regaba unos yuyos que había junto a un naranjo. A pesar que volvía a sacar el tema de su perra, nosotras lo ignoramos una vez más. El vecino estaba nervioso. No paraba de comerle las tetas con los ojos a Jacki, ni de observar las mías de pasadas. Conmigo solía tener un poco más de cuidado, porque un par de veces lo mandé a la mierda por viejo verde. Incluso delante de su esposa.
¿Qué le pasa hombre? ¿Nunca vio a una mujer con las tetas al aire?, le dijo Jacki, liberando su otro pecho del vestido. Yo sentí un nuevo derrame de flujos invadir mi bombacha, y hasta mi shortcito. Al tipo no le quedó otra que meterse adentro de su casa. Cuando Jacki empezó a conjeturar con las formas en las que ese hombre se estaría pajeando en su dormitorio, yo tuve que pedirle que pare.
¿Qué pasa? ¿Te calienta que hable de la paja de ese tipo? ¿O vos también te calentaste con mis tetas? ¿Te gusta ver cómo Luquitas me las chupa?, me dijo después de bajar al nene de sus piernas. Yo le miraba las tetas babeadas, y tuve que disimular tomando un trago de jugo para que no se me escape un gemido.
Una siesta, mientras mirábamos una revista de cosméticos, tomábamos mates y charlábamos de los problemas de conducta de mi sobrina en el colegio, Jacki empezó a sentirse mal. Le dije que la veía pálida, y ella fingía que sus dolores eran una pavada. Me ofrecí para acompañarla a la salita de primeros auxilios del barrio, ya que mis viejos no estaban. Me dijo que se tomaría un Tafirol, y que a lo mejor, se sentía pesada por la noche de sexo que había tenido ayer.
¡Pará de garchar nena! ¡Empezá a cuidarte un poco! ¡Tiene razón el viejo tarada!, me nació decirle, sabiendo que podía ganarme una puteada de sus labios.
¡No puedo mi amor! ¡Sabés que si yo no cojo, es como si me faltara el aire! ¡Además, no sabés cómo me hizo el culo ese guacho! ¡Pasa que vos, estás enfrascada en esta casa, con los viejos!, decía, sobándose la panza con cierta preocupación. Ya no le salía disimular que le dolía mucho.
¡Vamos, dejá de hablar pavadas, y vamos a la salita! ¡Te sentís re mal nena, reconocelo! ¿Trajiste tus documentos?, le dije, poniéndome de pie, una vez que le quité la revista. A ella no le quedó otra que hacerme caso, y esa era la clara señal que no la estaba pasando bien. Así que, fuimos caminando muuuy despacio hasta la salita, que por suerte está a tres cuadras de casa. Solo había un señor con un parche en el ojo, una mujer muy mayor, y una chica con un bebé que lloraba de una forma terrible. Ella fue la primera que entró al consultorio. Había un solo médico, y una enfermera con cara de cebollas avinagradas. Nosotras nos sentamos a esperar abajo del único ventilador que había. En ese transcurso vimos a la enfermera atender el teléfono, y entrar a dos personas más. Una villerita vino a que le inyecten algo para calmarle el dolor de muela, y un chico de 15 años que vive a la vuelta de casa, necesitaba que le controlen un entablillado que tenía en uno de sus dedos. Seguro se había lesionado jugando al fútbol. En ese momento, mientras el chico hablaba con la enfermera, Jacki empezó a lamerse un dedo, mientras miraba alternativamente al chico, y a su bulto. No entendía por qué andaba con el pito parado.
¿Te lo imaginás, todo adentro de tu boquita? ¡Mmmm, parece que el nenito es un pijón interesante! ¿Vos qué decís?, me ronroneaba al oído, cuando el chico se sentaba en una camilla y la enfermera lo examinaba. Entonces, cuando lo vimos sentado, fue más evidente la erección e su pene, y las lascivas miradas que nos dirigía, directamente a nuestros pechos. Le di un codazo a mi hermana para que se calme, pero ella seguía gesticulando, haciéndome imaginar la verga de ese nene en la boca, arrodillada sobre mi cama, mientras otro tipo me va dejando la cola colorada de tantos latigazos. Otra vez el fuego de mi sexo radiante hacía que se me caliente la bombacha, al punto que me ruborizaba, sin saber cómo silenciar a los disparates que Jacki seguía murmurando cerca de mi oído. ¡Y, lo peor de todo, es que cuando la enfermera dejó al chico solo, para ir en busca de un medicamento, Jacki se le acercó, para decirle qe, si aceptaba, yo podía chuparle la pija por 100 pesos! ¡Yo no sabía dónde meterme!
Finalmente, el médico nos llamó, luego de despedirse del hombre con el parche en el ojo, y nos hizo entrar a su consultorio. Jacki gimió cuando se sentó, y le dijo al doctor que tenía muchos mareos, y un dolor abdominal intenso. El hombre le preguntó cómo venía llevando su embarazo en cuanto a las comidas, bebidas, actividades y excesos.
¡Bueno, digamos que, sexo, sí tuve! ¡Pero, en lo demás, creo que me cuidé bastante!, le respondió, poniendo los ojos en blanco, mientras el médico llenaba planillas.
¡Muy bien! ¿Tenés pareja estable? ¡Y, otra preguntita! ¿Tomaste algún medicamento para apaciguar el mareo? ¡Recordá que no podés tomar cualquier cosa!, le dijo el médico, ahora observándola de frente, acercándose poco a poco a ella.
¡No, no tengo pareja estable, pero me cuido!, le mintió descaradamente mi hermana, mientras el doctor le indicaba que se siente en la camilla. Acto seguido le tomó la presión, la temperatura y le escuchó los latidos del corazón, además de controlarle la respiración. Pero Jacki le insistió para que le palpe los senos, desprendiéndose la camisita que traía y estirando su corpiño hasta su abdomen, sin desabrocharlo. Le aseguró que le dolían, y que especialmente sentía algo extraño en los pezones. Solo que le hablaba con la voz más seductora que tenía, como si quisiera engatusarlo.
¡Bueno señorita, en ese caso, le recomiendo que se desprenda el corpiño y se recueste boca arriba en la camilla!, le sugirió el doctor, un poco atolondrado. Pero al cabo de un instante, una vez que Jacki se tendió en la camilla, él empezó a manosearle las tetas, a mirarle los pezones y a masajearle un poco la barriga.
¡Bueno, usted ya fue mamá! ¡Digamos que, ya debe saber que los pezones son dos puntos muy sensibles de la mujer! ¡Yo no veo nada anormal, ni preocupante! ¡Le recomiendo que no use sostenes muy ajustados, o ropa con botones, y mucho menos que se ponga perfume en los senos! ¡La sensibilidad de los pezones, puede deberse a que están preparándose nuevamente para el lactante que viene en camino!, le decía el médico, sin separar sus manos de las tetas de mi hermana. Yo ardía por dentro. ¡Hubiese dado cualquier cosa por ser yo la embarazada, la que le mostraba las tetas al doctor, o la que buscaba seducirlo para que me entierre esos dedos en la vagina y me arranque la calentura que me consumía, silenciosa y peligrosamente!
¿Y, a usted, le gustan doctor? ¿Cree que tengo unas lindas tetas?, le soltó luego, mientras se sentaba en la camilla, meciendo sus gomas, y juntándolas entre sus manos. El tipo no supo qué decir.
¡Imagino que deben pasar muchas tetas hermosas por acá! ¿A usted le gustan más las tetas de las embarazadas? ¿O, las de una pendejita? ¿O las más maduritas?, se atrevió a indagarlo mi hermana, poniéndome todo lo incómoda y caliente que podía. Por un lado quería que me trague la tierra. Y, por el otro, me moría de ganas de arrodillarme y chuparle la pija al doctor, o de morderle la cola a mi hermana.
¡Bueno, señorita, me parece que esas cosas, no tengo por qué respondérselas! ¡Yo soy un profesional! ¡Además, no le corresponde hacerme preguntas fuera de lugar!, sentenció el médico, rellenando una vez más la planilla que había dejado en su escritorio.
¡Pero, bien que se debe re babear con las mamis y las nenas que entran y salen de este consultorio!, le dijo Jacki entonces, riéndose para intimidar al médico, que, de pronto, se levantó y abrió la puerta para que salgamos de inmediato. No dijo nada, pero su mirada asesina fue más que elocuente.
A los días, un viernes caluroso y cargado de humedad, Jacki decidió festejarle el cumple a su nene más chiquito en casa. Mi madre lo consintió, solo si era para un grupo pequeño de personas. Más que nada, por este tema de la pandemia. Así que, solo estábamos mis viejos, ella con sus dos hijos, mi hermana y su hija, mi abuela y yo. La cosa es que, después de los sanguchitos con gaseosa, Jacki me pidió que la ayude a preparar unos panqueques de dulce de leche, y otros de mermelada de manzana para la abuela y mi madre. La verdad, no tuve inconvenientes en darle una mano. De paso, zafaba por un rato del pesado de mi viejo, que parecía obstinado en querer hablar de política con mi otra hermana. así que, yo me dediqué a rellenar los de mermelada, y ella los de dulce de leche. La cosa es que, cada vez que me descuidaba, ella me acercaba una cuchara repleta de dulce de leche a la boca, sabiendo que me fascina.
¡Dale bebé, abrí la boquita, que te gusta! ¡No te hagas la difícil mamu, que te gusta abrir la boquita, asíiii, como una peterita!, me decía con su voz de putita conocida para mis oídos, mientras se reía escandalosamente.
¡Callate boluda, que puede entrar alguien, y sabés que a la abuela no le gusta que hables así!, le dije, bajando la voz. Ella, por toda respuesta me dio un chirlo en la cola. Como hacía calor, a pesar que ya había atardecido, yo andaba en shortcito y un top deportivo. Lo que logró que su nalgada resuene como una sacudida en mis entrañas.
¡Pero, qué te hacés la santita vos! ¡Mirá cómo te dejás que te peguen en el culito nena!, me dijo, mientras me acercaba otra cucharada de dulce. Esta vez, como yo me reía de sus ocurrencias, me ensucié los labios al intentar abrirlos para comerme todo ese dulce. Ella, ni bien dejó la cuchara en la mesada, gimió algo como: ¡Mmm, qué golosa chiquita, y me pasó la lengua por el labio superior. Al notarme incapaz de moverme, hizo lo mismo con mi labio inferior, y luego me los abrió para lamerme la parte interna de la boca, sin llegar a adentrarse demasiado.
¡Quedate quieta nena, que te estoy limpiando, porque sos una chancha, que no sabe comer dulce de leche a cucharadas me parece!, me dijo entonces cuando intenté retroceder, muerta de cosquillas, sabiendo que mi bombacha empezaba a humedecerse demasiado. Para aplacar mis movimientos, la muy turra me sujetó de las tetas con una mano, y de la cintura con la otra. De esa forma, paseó su lengua por mis labios como se le antojó. Hasta que al fin, me pidió que cierre los labios. Le obedecí, aturdida, mareada y llena de revoluciones. Ella empezó a empujar con la puntita de su lengua la abertura de mis labios cerrados. Una vez que logró separarlos, se dedicó a entrar y salir con ritmo, lo más ágil que su intuición le iba dictando, como si un pequeño pene entrara y saliera de una vagina estrechita. Yo gemí de la emoción, y ella se percató de ese detalle. Hasta allí pudo contenerse su malicia caliente. Entonces, se separó de mí, me pellizcó la nalga derecha y me dijo al oído: ¡Qué calentita que estás mamurri! ¡Posta nena, vos necesitás un buen pedazo de pija!, y se rió con exageradas cadencias, mientras volvíamos a rellenar panqueques.
Todo aquello quedó ahí nomás. Al rato ya estábamos repartiéndoles panqueques a nuestros familiares. Aunque, antes de salir de la cocina con las bandejas en las manos, ella se desprendió la camisita y vertió una cucharada de dulce de leche encima de sus tetas, más en el hueco de ellas que en alguna en especial. Ahí fue que me dijo: ¡Ahora te toca a vos bebé!
No supe qué hacer. Por un momento imaginé que la bandeja se me resbalaba de las manos. Pero ella me la quitó para dejarla sobre la mesa, y me atrajo hacia su pecho sosteniéndome de los pelos, diciéndome: ¡Dale nena, lameme las tetas, y comete el dulce de tu hermanita!
No tuve opción, ni lo necesitaba. Dejé que mi lengua recorra, lama y roce una y otra vez la suave piel de las tetas de mi hermana, para limpiarla del pegote que el dulce le hacía, y para embriagarme de su sabor y aroma. En un momento pude observar que tenía los ojos cerrados, con el culo apoyado en la mesa, mientras mi lengua oficiaba de pequeña espátula de carne, arremetiendo entre sus globos magníficos, blancos y sedosos. Pero de repente, me apartó de su cuerpo, se prendió la camisita, gimió suavecito, me pellizcó la cola una vez más, y me dijo: ¡Vamos nena, que hay cosas que hacer! ¡Aunque, podrías buscarte una amiguita, para chuparle las thetas! ¿Qué te parece? ¡Por lo visto, te encanta hacerlo turrita!
Como esa noche se le hizo muy tarde para volverse a su casa con los niños, y la inseguridad era algo que le preocupaba mucho a mis viejos, Jacki optó por quedarse a dormir en la nuestra. Los nenes durmieron en mi pieza, y nosotras en una camita que había en el dormitorio que antes usaba mi hermano. Ahora estaba lleno de ropa vieja, cajas con juguetes, electrodomésticos rotos, y un montón de cosas inútiles. El tema es que, cuando pasé por el baño, oí unos ruiditos extraños que provenían de ese dormitorio. Por un momento pensé que eran los nenes que andaban jugando a las escondidas, su divertimento favorito. Pero me paré en seco cuando divisé algunas palabras o frases sueltas.
¡Síii, así mi amor! ¡No sabés cómo extraño tener toda tu lechita adentro mi amor! ¡Acá nadie me da la mema! ¡Estoy re caliente, y vos sabés que es por esa pija! ¡Lo único que puedo chupar, son mis dedos, cada vez que me los saco de la concha! ¡Sí, obvio, así, escuchá cómo me los chupo, y los muerdo, como si fueran muchas pijas!, decía sentada sobre la cama que en breve compartiríamos. Los ruiditos eran exactamente lo que yo me imaginaba. La muy cochina se estaba pajeando, con la tanguita por las rodillas, en tetas y con el celular en el oído, desde donde su macho se lo endulzaba con obscenidades que yo no podía escuchar. Me hice la boluda, porque a esa altura ya todos dormían. Como siempre, una vez más me dejó sola limpiando, lavando, secando y guardando platos, cubiertos, vasos y botellas. Pero, aquello volvió a provocarme un nuevo aluvión de flujos sobre mi castigada bombachita. Ella me vio totalmente hipnotizada contra la puerta entreabierta, y se mordió los labios. Para colmo, era cierto que se sacaba los dedos de su vagina para lamerlos, sorberlos y morderlos. Entonces, me fui casi corriendo al baño, donde me escondí de mi propia lujuria. Tenía ganas de coger con todas mis fuerzas, de gritar, gemir, cabalgar y chupar. Quería pajearme y acabar aullando como una perra alzada. Pero, lo extraño de todo aquello, era que quería hacerlo con ella. Me la imaginaba con un pito entre sus piernas, y sentía que la sangre se me calentaba. Después, yo fantaseaba con que le ponía mi pija cargada de semen en la boca, y entonces, no dudé en escarbarme la concha y el culo sobre mi bombacha, parada contra la pared fría del baño, como una estúpida, mientras ella, seguramente estaba al borde de alcanzar un terrible orgasmo. Pero, al cabo de unos minutos, con la ansiedad rodeándome los tobillos y endureciéndome los pezones, salí del baño. En parte, porque mi viejo me había golpeado, y le urgía entrar. No sabía si poner la tele en el living para mirar algo, si salir al patio a refrescarme un poco la calentura que me arremolinaba el pensamiento, o si entrar a la pieza y acostarme. Me dolían tanto los pies que , ya no soportaba más las sandalias que llevaba. Con todo, me decidí por lo último, con la esperanza de que hubiese concretado su orgasmo, y ya no estuviese acaramelada al teléfono con su ex, el que todavía se la seguía cogiendo, a pesar de no querer hacerse cargo de su bebé. Entonces, un nuevo calor me abrazó la garganta y el clítoris en cuanto entré al dormitorio. Ella estaba acostada en mi cama, exhausta, en tetas, descalza y tan solo con una tanguita gris, de esas que tienen un pequeño triángulo en la parte de la cola.
¡Che, ¿No te jode que esté así, tan en bolas?!, me dijo con la voz un poco adormilada, ni bien notó que me senté sobre la cama para descalzarme.
¡Somos hermanas! ¡Por mí, todo bien!, le dije, casi sin poder hablarle de la fiebre que me recorría todo el cuerpo.
¡Pasa que, bueno, ya sabés! ¡Perdón, pero necesitaba pajearme! ¡Es que, me da calor vestirme! ¡Aparte, ya nos conocemos desnudas! ¡Lo único que no sé, es, cómo te habrá crecido la conchita!, me dijo, antes de reírse con su sarcasmo habitual, mientras yo temblaba a su lado, habiéndome quitado el short. No me sentía capaz de acostarme al lado de su cuerpo que olía a sexo, a ganas de una buena cogida, a pura insatisfacción. Pero, por suerte, en menos de lo que supuse, Jacki se quedó dormida. Lo supe porque conozco sus ronquidos cuando se duerme profundamente. Al tiempo, yo intentaba conciliar el sueño, a su lado, apenas en musculosa celeste y bombachita negra de encajes. El calor me sofocaba, y la humedad de mi entrepierna más los roces esporádicos de mi piel y la suya, me hacían rugir por dentro, como una leona en celo. Le veía los pezones re parados, los ojos cerrados, su pancita de embarazada subiendo y bajando al compás de su respiración, y el arco perfecto de sus piernas separadas, donde se ocultaba la entrada de su fuente sexual endemoniada tras el velo de su tanguita, y sin querer me frotaba la vagina, mordiéndome los labios para no gemir por accidente. ¡De esa forma, era imposible pensar en dormir! Así que, llegó un momento en mitad de la madrugada que no pude contenerme más. Al mismo tiempo que cavilaba en si bajarme la bombacha o quitármela del todo, empecé a acariciarle una teta. Estaba tan desnuda y perfumada como la piel de un durazno. Su pezón estaba durito, erecto y gordo como una avellana. Sentí el impulso de pasarle la lengua por todo el cuerpo, de untarle dulce de leche desde su boca hasta su vagina pecadora, y luego comérmelo todo con mis labios calientes y pasionales. Enseguida pensé en acariciarle la pancita. Si se llegaba a despertar, tendría la excusa de estar haciéndole mimos a mi futuro sobrino. Pero mis piernas cruzadas buscaban presionar aún más a mi pobre vulva hambrienta, y uno de mis dedos ya entraba y salía por el hueco de mis jugos vaginales. Eso me llevó a juntar mi boca a uno de sus pezones, y mi lengua se extasió con su suavidad, y con un sutil sabor a leche materna que le afloraba por los poros. Lo rodeé con mis labios y se lo toqué con la punta de la lengua. Le di un besito, como si mis labios fuesen un anillito de baba, y se lo sorbí con mucho cuidado, mientras me ponía en cuatro patas sobre la cama, frotándome la concha con todas mis fuerzas. Me pareció que ella suspiraba entre sus ronquidos, y que se movía un poco más agitada. Entonces, justo cuando mi pulgar empezó a frotarme el clítoris con todo, y varias oleadas de flujo salían disparadas de mi vagina, siempre con mi boca pegada a la teta de mi hermana, un orgasmo delicioso, cargado de cisnes y hadas voladoras, tan abrazador como el fuego que amenazaba con partirme la columna vertebral en dos, comenzó a devolverme a la realidad, poco a poco. Al punto que, ni siquiera supe cuándo me había sacado la bombacha. Entonces, mientras me acomodaba con todo el sigilo en la cama, procurando que Jacki no se haya dado cuenta de nada, la oigo que me murmura, entre algunos ronquidos mal disimulados: ¿Qué pasó nena? ¿Te quedaste con ganas de comer dulce de leche? ¿Querés hacerte un panqueque con mis gomas, perrita?
Sin embargo, ella prefirió hacer de cuentas que aquello jamás había pasado entre nosotras. O, al menos, eso me había hecho creer. Durante los días que pasaron hasta la navidad, pensé que había sido una desubicada por hacerle eso. Pero me consolaba repitiéndome una y otra vez, que la abstinencia que tenía, más la seducción que ella impregnaba tanto en hombres como en mujeres, y que los jueguitos a los que ella me sometía, todo eso tenía la culpa de mi conducta. Pero, la noche de navidad, mientras todos estaban afuera festejando, nosotras charlábamos adentro. De sexo, del vecinito que había ido al médico cuando la acompañé, del verdulero y su fama de pijón, y de su ex. Ella no paraba de tomar sidra, y al parecer, le gustaba que yo le sirva las veces que se le antojaba. Nunca se había cuidado mientras estuvo embarazada con el alcohol, y sabía que discutir con ella por eso, era un caso perdido. Sin embargo, entre nosotras había miradas extrañas. Muchas veces la descubrí sacándome la lengua, o poniéndome cara de trolita cuando yo decía palabras como pija, poronga, concha, verga o culo. Además, acompañaba sus expresiones y gestos con sutiles gemiditos.
¡Che pendeja, servime un vasito de sidra, que voy a mear y vuelvo!, me dijo, luego de tirarme la tapita de una cerveza exactamente en el centro de mis tetas. Acto seguido entró al baño, y yo le serví el vaso que me pidió. La cumbia que provenía del patio se mezclaba con el cuarteto de los vecinos. Algún que otro se despachó con alguna detonación en el cielo, y mis sobrinos jugaban con pistolitas de agua en la calle. Yo, por alguna razón necesitaba dejar de pensar en las tetas de mi hermana, en el sabor de su pezón, en sus provocaciones y en mi propia calentura. Pero entonces salió del baño, manoteó el vaso con sidra y se lo tomó, casi sin saborearlo. Después eructó, se enojó porque ya no le quedaban cigarrillos, y se peló unas nueces. Pensé que iba a sentarse para seguir con nuestra charla frívola. Pero, me sorprendió cuando apoyó una de sus manos en la mesa, se levantó el vestido y me dijo: ¡En un ratito me voy a coger! ¡Me escribió un ex compañero del cole, que siempre estuvo alzado conmigo! ¡Mirá lo que me puse nena! ¡Espero que me traiga un poco de suerte, y no me seque la concha!
Casi me muero al descubrir que tenía puesta una de mis bombachas preferidas, una roja con encajes en la cola, y un moñito en la parte de la vagina. No supe qué contestarle. Aunque supongo que puse cara de orto, porque ella enseguida deslizó: ¡Dale nena, no te pongas la gorra, que seguro ni la usás! ¿Me queda linda tu bombachita? ¿Pensás que, a Leandro se le va a calentar bien el pito cuando me vea?
Mientras decía eso último se bajaba el vestido, y se lamía uno de sus dedos, después de mojarlo con sidra. Chasqueé la lengua a modo de reprobación, y le dije que mejor me iba a acostar. No entendía por qué me había caído como un balde de agua fría que se haya puesto una bombacha mía, y que encima estuviese por encontrarse con un tipo para garchar. Recuerdo que le vibró el celular, que respondió un mensaje, y que, aproveché a levantarme para meterme en la pieza. Un malhumor desconocido me oprimía el pecho. Pero Jacki, apenas di unos pasos, golpeó la copa de sidra vacía en la mesa, y se levantó para atraparme contra la pared.
¿Qué te pasa pendeja? ¿Por qué esa carita de culo? ¿Tenés ganas de pajearte en tu piecita?, me decía mientras sus rodillas intentaban abrir mis piernas entumecidas, y con una de sus manos me acariciaba el rostro.
¡Vamos, dale, vamos a tu camita nena! ¿tanto te jodió que me ponga tu bombacha? ¡Te dije que necesitás un poquito de sexo bebota!, me decía, perfumando mi intranquilidad con su aliento, agarrándome de una mano y tironeándome con todo el éxito del mundo, pues, yo estaba paralizada. Antes de eso volvió a pellizcarme la cola, me revolvió el pelo y me mordió la punta de la nariz. Quise gritarle algo, putearla, o agarrar alguna cosa para revoleársela. Pero solo me dejé llevar por su mano, y la sorprendente agilidad de sus piernas, pese a que no paró de chupar en toda la noche. Las dos nos chocamos la puerta de mi pieza, y en cuanto se abrió, ella encendió la luz y me ordenó: ¡Sentate en la cama putiña!
¿Qué te pasa Jacki? ¡Todo bien! ¡No me importa que te hayas puesto mi bombacha boluda! ¡Aparte, seguro tu chongo debe estar viniendo para acá! ¿O no?, me salió decirle, sabiendo que entre mis piernas ardían unas terribles ganas de desnudarme para ella. Pero no iba a darle ninguna satisfacción, al menos mientras pudiera controlarme. Entonces, ni bien me senté en la cama, Jacki se me acercó. No supe bien en qué momento se había quedado con las gomas al aire. Sólo sé que, de repente, ambas tetas, suaves y turgentes se deslizaban por mi cara, y los labios se me llenaban de ansiedad por chupárselas.
¡Dale pibita, chupalas, comeme las tetas, que, esta noche, mi chongo vas a ser vos! ¡Mmmm, cómo te brillan los ojitos bebé! ¡Dale, abrí la boca y empezá!, me decía, atrapando mi nariz en el hueco de sus pechos, al tiempo que mis pómulos podían palpar lo duro que ya tenía los pezones. Como no lo hice, a lo mejor gracias a lo atorado que se me había quedado el cerebro, Jacki me arrancó el pelo y empezó a pasear mi cara por toda la extensión de sus tetas. Incluso tuvo que abrirme la boca con sus dedos. Al fin, introdujo uno de sus pezones con rabia, y mi lengua no pudo retroceder ante su sabor y su textura. Empecé a chupar, succionar y mordisquear como ella me lo pedía, mientras sus manos me deslizaban sus uñas por la espalda, desprendiéndome el corpiño y la blusa que llevaba. Otra de sus manos me abría las piernas.
¡Dale perra, chupá más, así putita, dale, como cuando eras chiquita nena, y tomabas la teta! ¡Mami siempre decía que se las mordía! ¡Qué mala bebota que eras! ¡Chupame toda perrita, que te morías por chuparme las tetas! ¡No sabés las ganas que tengo de verte con una rica pija en la boca nena!, me decía entre jadeos, gemidos, y, a juzgar por sus sonidos, algunos sorbos a los hilos de baba que se le caían de la boca entreabierta. Pero de pronto, me quitó sus tetas, retiró sus manos de mi espalda y se subió el vestido. Otra vez me sostuvo del pelo. Pero esta vez llevó mi cabeza hacia su pubis, donde refulgía el rojo intenso de mi bombacha vistiendo sus partes íntimas.
¡Dale nena, bajame la bombachita con la boca, y solo con los labios! ¡Ahora! ¡Dale guachita! ¡Mmmm, asíii, muy bieeen perriii! ¡Ahora olela, y si querés lamela un poquito!, me iba ordenando a medida que yo iba cumpliendo con sus requerimientos. Apenas la bombacha le quedó a centímetros de sus rodillas temblorosas, me animé a olerla y lamerla un poquito, y el sabor de los flujos que brillaban con rebeldía sobre esa tela me enloqueció. Jacki debió haberlo comprendido por los gemidos que se me escapaban con cada olida profunda. Entonces, se la quitó, me la pasó por la cara, y después por las tetas.
¿Te gusta andar con la lechita de los tipos en las tetas mami? ¡Ahora, vas a tener el olorcito de la calentura de tu hermanita!, me decía, mientras me refregaba la bombacha en las tetas, me estiraba los pezones, y me los escupía. ¡Nunca nadie me había llevado a un fuego sexual semejante! Entonces, mientras escuchábamos que algunos familiares entraban a la casa, Jacki me empujó contra la cama, me bajó la calza, tomó una tijera que encontró en uno de los cajones de mi mesita de luz, y me cortó los elásticos de la bombacha que traía.
¡pará boluda! ¿Qué me vas a hacer? ¿No escuchás que hay gente en casa?, le decía. Ella me pellizcó la panza mientras me chistaba para que me calle. No sé cómo fue que entonces todo sucedió. Recuerdo que, empezó a tocarme las tetas con una mano, y a olerme la boca. Con su otra mano me sobaba la vagina, todavía bajo la tela de mi bombacha, la que ya no se sujetaba a mis piernas.
¡Quedate acá nena, y ni se te ocurra moverte! ¿Escuchaste? ¡Ni un centímetro!, me dijo al oído. Acto seguido me dio un piquito, me mordió los labios, se arregló el vestido y salió de la pieza. La escuché hablar con mis tíos, con mi abuela, y explicarle a mi vieja que yo no me sentía muy bien. Mi madre no se sorprendió, ya que conocía de mis bajones repentinos. La escuché hablar de prepararse un fernet, y también divisé que una de mis primas se peleaba con mi tío porque, al parecer no le había dejado Mantecol. Entonces descubrí que la puerta de la pieza estaba abierta. ¡Y yo tirada en la cama, con las piernas en el suelo, descalza, y con la bombacha cortajeada, apenas tapándome la chuchi!
Entonces, cuando mi impaciencia podía hacerme entrar en pánico, Jacki regresó con un vaso rebosante de fernet en la mano.
¿Querés?, me dijo, después de tomar un trago y permitir que le chorree por el cuello y el vestido.
¡Ups, me parece que me lo voy a tener que sacar! ¡Me lo mojé todo, como una puerquita!, decía con su voz melosa, la seguro usaba para calentar a sus chongos. Y eso fue exactamente lo que hizo. En cuestión de segundos, mi hermana estaba en pelotas frente a mí, tomando otro trago de fernet. Hasta que, volvió a acercarse a mi lecho de impaciencias. Atrapó uno de mis pezones en su boca, y empezó a jugar con su lengua. Me lo chupó y lamió, dándome golpecitos con la puntita, haciéndome notar el frío electrizante de su trago. Cuando se aburrió de ese pezón, siguió con el otro, mientras apoyaba el culito del vaso primero en mi panza, y después sobre mi vagina, sin sacarme la bombacha rota.
¡Tranqui nena, es para enfriarte un poquito! ¡No sé si lo sabías, pero estás más caliente que una pava! ¡Además, ese olor a nena virgen que tenés en la boquita, me mató! ¡Posta que, estás re perra nena!, me decía al notar mi estremecimiento por la temperatura que experimentaba mi cuerpo. Ella no paraba de chuparme las tetas, ni de escupírmelas. Además, de vez en cuando tomaba un trago y me lo escupía en la panza, o en el hueco de mis tetas. Y, entonces, me sacó la bombacha inservible de la vagina. Se acercó a mis labios, y al mismo tiempo que me besaba con lengua, con un caudal de saliva tibia y gemiditos, olía mi bombacha con frenesí, diciendo todo el tiempo: ¡ así que este es el olor a conchita de mi hermana! ¡Qué rica estás perri, sos re putita nena, y te dejás hacer de todo por tu hermanita embarazada!
Afuera estallaron algunos petardos más, mientras Jacki empezaba a descender con su boca por mi mentón, mi cuello, donde se detuvo para olerme, una vez más por mis gomas, donde aprovechó a estirarme los pezones y luego soltarlos con todo, mi barriga, mi ombligo y mis muslos. Sentía que un río de jugos brotaba incesante en mi vulva, y al mismo tiempo parecía no recordar que tenía voz para pedirle que me la chupe de una vez. Entonces, Jacki detuvo su besuqueo, el que me arrancaba un gemido más fuerte que el otro, bebió un trago de fernet, y entonces, oí que un hielito golpeaba sus dientes. Casi sin proponérmelo, le abrí las piernas.
¡Mmm, qué nenita obediente!, me dijo como si se burlara de mí. Me dio tres palmaditas en la concha, y acto seguido juntó su boca a mis labios vaginales, donde soltó un hielito. Ni bien gemí estremeciéndome otra vez, ella empujó el hielito adentro de mi vulva, y luego atrapó otro hielo un poco más grande con sus dedos.
¡Es para enfriarte la chuchi nena! ¡Tenés un olor a perrita alzada que no das más!, me dijo, y entonces, un poco con sus dedos y la punta de su lengua, introdujo dos hielos más. Ahí fue que se acercó a mi boca para besarme, casi echada sobre mí, mientras sus dedos me revolvían la vagina.
¡Comeme la boca perra, y gozá, así, que te gusta que te meta los dedos en esa conchita! ¿Querés coger nena? ¿Síii? ¡Pedime que te coja, y te rompo toda hermanita!, me decía, cuando nuestro besuqueo ahora se convertía en mordiscos, escupidas y lengüetazos irrespetuosos por nuestros rostros y tetas .uno de sus dedos frotaba mi clítoris, y yo tenía la sensación que podría acabar así en cualquier momento, con mi hermana oliéndome la boca, mordiéndome las tetas, y frotando su piel caliente contra la mía. Entonces, mientras me gritaba: ¿Te volviste muda pendeja? ¿Querés que te coja?, empezó a friccionar una de sus rodillas contra mi concha, donde los hielos parecían extinguirse poco a poco. Pero no retiraba sus dedos de mi interior, y no paraba de meterme su lengua casi que hasta la garganta.
¡Sí, quiero que me cojas, porque sos una puta! ¡Te encanta coger cuando estás preñada!, le dije. Ella me dio tres cachetadas. Se levantó de la cama, juntó su boca a mi concha, y mientras me arañaba las piernas con sus uñas, se dedicó a saborearme, lamerme, olerme y abrirme toda, con su lengua frotando ágilmente mi clítoris. Volvió a meterme un hielo, y mis gemidos, tal vez si ella no me mordía la panza para que me calme, pudo haber alertado a cualquiera.
¿Qué querés tarada? ¿Te gustaría que alguno de tus primos se pajee al otro lado de la puerta, escuchando lo puta que estás?, me dijo, sin retirar su lengua de mi concha. Y, de repente, me dio vueltas en la cama. De modo que mi culo permaneció unos segundos hacia el techo. Me dio un par de besos ruidosos, como si se tratase del culo de un bebé, y luego descargó varias nalgadas sobre él. Recuerdo que me puso un hielo en la zanjita, y que pronto, después de jurarme que si me movía me rompería la cara a piñas, la escuché buscar algo en su cartera.
¡Ponete en cuatro, vamos perri!, me dijo al oído mientras me mordisqueaba la oreja. Ni bien lo hice, llena de incertidumbres, jugos vaginales y temblores, me sometió a otras nalgadas más estruendosas que las anteriores, y me abrió las piernas.
¿Sabés lo que tengo en la mano perra? ¡Ya te vas a enterar!, me dijo, metiéndome dos dedos en la boca. Luego, sentí que su cintura se aproximaba a mi culo, y que sus piernas se pegaban a la cama. La escuché putear porque, pateó el vaso de fernet sin querer y lo derramó en el suelo. Pero, como yo me reí de su accidente, me dio una cachetada, volvió a pedirme que le chupe los dedos, y me arrancó el pelo. De modo que, mientras ella me decía: ¡Así, chupalos nena, como si fueran ricas pijas!, sentí que algo comenzaba a rozar la entrada de mi vagina. No supe si le pregunté, o si me respondió. Sólo recuerdo que, en breve, nuestros cuerpos comenzaban a moverse hacia atrás y adelante, que algo duro, grueso y suave como una verga sólida me penetraba la concha. ¡Y mi hermana se movía encima de mí, como si de repente se hubiese convertido en un varón, recién salido de la cárcel!
¡Gritá perra, gozá mami, así, te gusta mi pija putita! ¡Estás celosa de mí, negrita sucia! ¡Obvio que me gusta coger cuando estoy preñada! ¡Y a vos te va a poner loquita cuando lo hagas!, me decía, agarrándome del pelo y del cuello, arremetiendo contra mi pubis, aumentando poco a poco la velocidad, haciendo que mi cabeza se golpee algunas veces contra la pared de la cabecera de mi cama. Las rodillas me quemaban contra la sábana, los oídos se llenaban con su voz de putita en celo, y mi olfato no quería resignarse a olerle la boca todas las veces que buscaba la mía para besarnos. Además, me mordía las orejas, me zarandeaba las tetas, me pasaba la lengua por la nuca y me decía que era una estúpida, por nunca haber tenido el valor de pedirle que quería sexo con ella. Y, de repente, empecé a sentir que se me nublaba la vista. El sudor de mi piel parecía asfixiarnos, y el olor a sexo que irradiaban nuestros movimientos nos hacía flotar. Sentí que los huesos se me desprendían de la carne cuando, durante un momento la pija de Jacki percutía con todo en mi interior, y su cuerpo me apretujaba contra la pared. Entonces, empecé a gritarle: ¡Asíiiii putaaaa, te acabo todoooo, me mueroooo, quiero máaaaaaáaaás!
Ella apresuró los movimientos, repitiéndome una y otra vez: ¡Tomá putita alzada, así, te cojo, te cojo toda, así, sí perrita, mirá cómo te coge tu hermana!, al tiempo que mis talones se clavaban en alguna parte de su cuerpo. Y de repente, alguien golpeó la puerta.
¡Estamos en pelotas! ¡No se puede pasar!, gritó ella, sin enterarse de quién eran los golpes, ni si necesitaba algo. En ese momento, varios chorros de flujo abandonaban mi vagina, y un orgasmo insoportable me sacudía entera, con las manos de Jacki tapándome la boca, ya que no podía contener mis gritos, y no estábamos seguras del todo que el intruso se hubiese ido. Ella me abrazaba, me chupaba las tetas, y poco a poco retiraba su pito de juguete de mi conchita empapada, agradecida y en llamas. El sudor nos cubría por completo, y el aire se viciaba de nuestro olor a hembras desatadas. Por suerte la ventana estaba cerrada, al igual que las cortinas. Pero, entonces, aprovechando mi posición de cuatro patas sobre la cama, y justo cuando pensaba en acostarme, o en ir al baño, o en hacer algo, Jacki me detuvo en seco.
¿A dónde creés que vas chiquita? ¡No no no! ¡Usted se queda quietita ahí, porque la mami todavía no acabó! ¡Vení, girá la carita para acá, que me vas a tener que comer el pito mamurri!, me decía, haciéndose cargo de acomodar mi cuerpo sobre la cama de la forma que quisiera. Ahora yo miraba hacia uno de los lados de mi cama, y ella me pedía que abra la boca. Entonces vi el magnífico chiche con el que me había garchado. Era gordito y con una linda cabecita, como lo había sentido, aunque no tan largo como lo imaginaba. El otro extremo del juguete permanecía adentro de la vulva de Jacki, que temblaba con algunos espasmos. Tenía el pelo revuelto y los ojos encendidos.
¿A ver, cómo abre la boquita, la nena recién acabadita? ¡Así bebé, sacame la lengüita, que este pito tiene el sabor de tu concha mami! ¡Dale, escupila, hacé de cuenta que es la pija del pibe que más te caliente!, me decía, pegándome en la cara con el chiche, pasándome por los labios una vez que le abrí la boca, y fregándolo algunas veces contra mi nariz. No hizo falta que me repita nada. Enseguida empecé a mamar esa pija, y ella a presionar su pubis contra mi cara, para abarcarme toda, para que mi garganta haga resonar el tope que me colmaba y para que mi saliva me chorree por la cara. Empezó a agarrarme del pelo, mientras repetía: ¿Tomá petera de mierda, chupá así, dale mami, así te cojo la boquita!, y de vez en cuando me pedía que le muerda un dedo. Hasta que, de repente, se dio la vuelta, y mientras ella misma se penetraba la chuchi con el chiche, me puso el culo en la cara.
¡Escupime el culo cerda, dale, y te juro que te acabo todo en la cara perra! ¡Así, escupime bien el orto pendejita!, me repetía una y otra vez. Así que, yo, que jamás había hecho eso ni con un hombre, empecé a obedecerle, embriagándome del olor de su culo precioso, mientras veía cómo mis latigazos de saliva le inundaban la zanjita, y oía el ruidito de los jugos de su vagina por la forma en la que se daba masita ella sola. Hasta que, en un impulso repentino, volvió a mostrarme el contorno de sus tetas, y me encajó toda esa pija de juguete en la boca. Ahí me sostuvo del pelo, y me pidió que deje la cabeza quieta.
¡Así nenaaaaaa, te acabo todo en la caraaaaaaa!, empezó a sentenciar, mientras un espeso río de flujos se abrazaba al calor de esa verga y comenzaba a invadir mi boca, mi nariz y mis sentidos. En ese momento observaba que ella se frotaba el clítoris, y que se arrancaba los poquitos vellos que tenía en la vagina. ¡Fue glorioso! ¡Mi hermana había tenido un squirt en mi boca! Inmediatamente, al tiempo que intentaba controlar su respiración, empezó a marearse, a faltarle el aire y a apretar los labios. Me miraba con deseo, me manoseaba las tetas, y no sacaba la verga de mi boca, aunque ella, muy despacito se retiraba la parte que le correspondía de la concha
.¡Me encanta verte con ese pito de goma en la boquita, putita!, decía, doblando la cintura para apoyar las manos en la cama, acercando poco a poco sus labios a mis tetas. En ese preciso momento, empezó a respirar como si un alivio esperable la consumiera por dentro, y entonces escuché todo a la perfección, mientras con una de sus manos me sacaba la pija de la boca.
¡Perdón Nena, pero me estaba meando!, me dijo, sin hacer el mínimo esfuerzo por detener un cálido e inacabable chorro de pis, que empezó a soltar sobre el suelo de mi pieza. En ese momento, unos segundos antes de terminar, me levantó la cabeza con una mano especialmente recia, y mientras me comía la boca me decía: ¡Le vas a tener que explicar a mami que no llegaste al baño, y que te measte putita!
La odié por eso. Y peor todavía, porque, ni bien terminó de mearse, buscó otra bombacha de mi cajón, se la puso, se arregló el vestido, guardó el chiche en su cartera, se retocó rápidamente el maquillaje, y se fue de mi pieza, dejándome enamorada de un orgasmo del que, ahora debía pagar las consecuencias. Fin
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ambar que ricoooooooo, aaaaaai esas neeeeenaaaaaaas! que caleniiiiitooo estoy
ResponderEliminarEl relato que más me ha mojado sin dudas, una deliciaaa
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