Un aroma especial


Ahora tengo 19 años. Pero hace un tiempito atrás viví los mejores meses de mi vida. Todo empezó cuando entré a un colegio nuevo porque mis padres decidieron mudarse a otra ciudad por cuestiones laborales. En ese tiempo yo tenía 15 años, y un montón de ganas de experimentar, en todo el sentido de esa palabra. No me costó integrarme a un curso en el que se conocían todos. Supongo que por mi simpatía, mis conocimientos acerca de todo lo que estaba de moda, y mi amor por el fútbol, algunas novelas y el boliche. De esa forma, con esos atributos conseguí meterme en el bolsillo a los varones y a las chicas. Sin embargo, lo que más me motivaba era un chico ciego que en ese momento cursaba cuarto año. No sabía por qué me daba tanta ternura cada vez que lo veía. Quería acercarme a él, pero no encontraba la forma. Nunca había tratado con un chico ciego. A pesar que siempre parecía abstraído en un mundo solo habitado por él y sus pensamientos, se veía tan lindo con su guardapolvo, su forma de pararse, la manera que tenía de buscar su mochila, su bastón o las golosinas que sus amigos le traían del bufet. Era rubio, más o menos de 1.75 de altura, con cejas perfectamente delineadas, una barbita prolijamente afeitada, dos manos curiosas, una boca de labios carnosos y anchos, y dos ojos grises, inmóviles e inexpresivos.

No me costó adivinar que era fanático de los alfajores. Así que, en uno de los recreos me le acerqué con todo el miedo del mundo, y le regalé uno. Se lo di en la mano, sin presentarme siquiera .ya habría tiempo para eso. Pero, mientras lo veía desenvolverlo y llevárselo a la boca, era yo la que deseaba ser mordida y saboreada por su lengua. Al otro día no quise esperar a que otra chica le lleve algo, o que cualquiera de sus amigos lo entretenga. Así que me senté a su lado y nos pusimos a hablar.

¡Hola Bombón! ¿Te gustó el alfajor que te regalé ayer?, empecé a decirle, sin saber cómo proseguir después.

¡Soy Agustina, y voy a tercero B! ¿Vos, Cómo te llamás? ¡Esperá, primero, quiero contarte que, nada, me gustás mucho, y, quiero darte un beso en la boca! ¿Me dejás? ¿Vos tenés novia?, le dije, observando en su rostro que cada cosa que le expresaba lo confundía un poco más. Aún así, sonreía y entrelazaba los dedos con nerviosismo. Así qe, sin esperar su respuesta, le acerqué mis labios, le pasé la lengua por los suyos y se la introduje en la boca para luego seguir comiéndonos un ratito. Eran besos chiquitos, húmedos, suaves y tan tibios como su respiración cada vez más a mi merced. En medio de nuestro besuqueo, casi sin proponérmelo, le toqué la pija, y sentí cómo le crecía. Eso me calentaba más todavía. Esa mañana, recuerdo que de lo tontita que me sentía, y por las cosquillitas raras que tenía en todo el cuerpo me hice un chorrito de pichí. Nunca me había pasado hasta entonces, ¡Y eso que me había tranzado con casi todos los pibes de mi viejo curso! Cuando fui al salón, tenía la sensación de que todos podían olerme y burlarse de mí. Pero no era cierto. Solo yo era consciente que cada vez que abría las piernas y las cerraba, solo para sentir el roce de mi bombacha mojada contra la piel de mi vagina, una electricidad desconocida me hacía morir de ganas por volver a besar a ese chico. Por esa razón, al recreo siguiente volví con él. Todavía no sabía su nombre, y eso me atraía aún más. Gracias a los chupones que le di, y a lo confundido que lo dejé, el pobre no fue capaz de pronunciar ni una palabra. Aunque sus gemiditos al besarnos me ponían más loquita. Esa vuelta le llevé un chocolate. Antes de regalárselo le pregunté si le habían gustado mis besos. Dijo que sí en medio de unos suspiros deliciosos, y que había estado esperando toda la mañana el recreo para que vuelva a tocarle el pito, como se lo hice mientras nos chapábamos.

¡Mmm, qué atrevido que sos nene! ¡Pero, mirá, cuando quieras que yo te dé otros besitos, y te toque, sólo tenés que preguntar por mí, y cualquiera de mi curso me va a decir que me estás buscando!, le explicaba, sacudiendo mi pelo largo bien pegadito a su cara para que disfrute de mi perfume. Pero, cuando me pegué a su cuerpo para darle otro beso, tal vez pensando en tomar su pene entre mis manos por debajo de su ropa, oigo que murmura suavemente en mi oído: ¡Tenés olor a pichí Agus! ¿Qué le pasó a la chanchita de los besos ricos?

Me sentí una tarada. Tuve mucha vergüenza, y casi salgo corriendo. Sin embargo, justo cuando ya tomaba impulso con las piernas para hacerlo, él me aprieta la mano para no soltarme, y me dice :¡Hey, no te pongas mal, que a mí me gustan las nenas con olor a pis! ¡Te lo juro! ¡Es más, me encantaría que te hagas pis encima mientras nos besamos!

¿Posta me decís? ¡Bueno, en realidad, no sé qué me pasó! ¿Te cuento un secreto?, le dije, tocándole el lóbulo de su oreja derecha con la puntita de mi lengua. Apenas me dijo que sí, suspirando aún más enardecido le dije: ¡Bueno, hoy, mientras nos besábamos, me hice pis encima! ¡Nunca me había pasado, con ningún chico! ¡Y, me gustó hacerme pipí! ¡Soy re chanchita! ¿Viste?

Me lo empecé a comer, sin hablarle pero gimiendo suavecito. Yo notaba que me olía como a una flor, y que sus manos buscaban tocar cosas que en una escuela no se pueden. Me re calentaba que me diga al oído: ¡Dale chancha, hacete pis, me gusta tu olorcito, quiero tu bombachita por dios! ¡Me encantaría sacarte la bombacha acá mismo, y llevármela a mi casa!

¡No sabía qué hacer! ¡Me volvía loca sentir sus manos en mi cola! Pero en lo mejor de nuestro besuqueo sonó el timbre, y hubo que correr a nuestras aulas correspondientes. Yo había pensado en acompañarlo a la suya. Pero en ese momento apareció una chica gordita para llevárselo, mientras le prometía que si él lo ayudaba con no sé qué trabajo práctico, ella le daba una mano con inglés. Tuve unos celos incontrolables. Al punto que, no entendí cómo, pero quise pegarle a esa entrometida. Sin embargo, no sé cómo tuve esa ráfaga de lucidez, antes que se levante para irse con ella, le dije a la gordita que yo lo acompañaba, y a él le pedí que me espere. Ella, pese a que no le gustó mucho mi ofrecimiento, se fue a su salón. Entonces, yo corrí al baño de nenas, me saqué la bombacha por abajo del jumper, la doblé con prolijidad y regresé hasta el banco donde él me esperaba.

¡Ahora sí, vamos, que te acompaño a tu salón! ¿Querés?, le dije tendiéndole una mano. Ni bien se levantó, se la guardé en el bolsillo del vaquero, le di un beso en la mejilla después de lamerle una oreja, y lo conduje lentamente a su saló.

¡Nada, no te preocupes, que, es un regalito! ¡Pero, fijate mejor cuando estés en tu casa! ¿Me lo prometés?, le expliqué cuando él me preguntaba qué le había metido en el bolsillo. Una vez que lo dejé en la puerta, vi como se sentaba al lado de la gordita, y me fui a mi salón, antes que me caguen a pedos.

Esa noche, recuerdo que en mi cama no tuve paz. Mis dedos entraron y salieron de mi vagina tantas veces como el insomnio y la calentura lo quisieron. Saber que volví a casa sin bombacha y con olor a pis me daba un placer enorme, y más cuando recordaba que ese chico se había llevado mi fragancia en su pantalón. ¿Qué habría hecho con mi bombacha?

Al otro día fui a buscarlo, pero él faltó al colegio. Lo imaginé tapadito en su cama, con mi bombacha en su nariz y su manito estimulando su pija, la que ya necesitaba conocer de formas más directas. A lo mejor se engripó, y no podía olerme. Por ahí, prefirió quedarse en su casa para olerme todo el día y pajearse. Sin embargo, durante las clases no podía pensar más que en él.

Por suerte llegó el jueves, y aquel día el dueño de mis locuritas no faltó al cole.

Esta vez lo tomé por sorpresa.

¿Adiviná quién soy? ¿Te acordás de mí, chanchito?, le dije cerquita del oído. Su cara se iluminó, y la voz se le quebró de alegría al pronunciar mi nombre.

Como estaba rodeado de pibes, lo invité a comer unas galletitas. Me lo llevé hasta el último banco del pasillo donde por lo general nadie jode, lo besé en la boca, le mordí los labios diciéndole: ¿Te gustó mi olor pendejito? Qué hiciste con mi bombachita? ¿La oliste toda? ¿Le acabaste en la cola o en la conchita?

Matías gemía inocente pero con la pija al palo, mientras yo le sobaba la pija, que ya se le empezaba a parar. Me acuerdo que se me caía la baba, y otras gotitas de pichí transgredían mi inocente vagina.

¡Sí amor, la olí toda la noche! ¡Me vuelve loco tu olor a nena sucia! ¡Quiero tocarte la conchita y meterle deditos!, decía agitado pero consciente. Entonces, encendida por sus morbosas confesiones, le metí la mano por debajo de su jogging, toqué su slip mojado por el vapor de su pene en llamas, entré bajo sus elásticos y aprisioné ese pedazo en mi manito. Era hermoso sentir cómo ese pito pegoteado crecía y latía en la palma de mi mano. Le hice una pajita que no pudo durar mucho tiempo. De hecho, hubo que interrumpirla porque de pronto dos maestras comenzaron a pasearse por el lugar. ¡Aunque, de todas formas, el guacho se acabó todo encima, justo cuando le saqué la mano!, mientras yo le decía al oído: ¡Sos un chancho, pero me re gustás nene, me tenés loquita, y por vos me haría pis a donde quieras!

Antes de irme lo dejé que me toque el culo y que me estire la bombacha, a la vez que otro hilito de pis imposible de frenar caía en la doble tela de mi ropa interior, y el timbre otra vez nos separaba, como una puñalada incomprensible. Esa vez fue un chico el que se lo llevó a su curso.

Cuando en la hora de matemática, Micaela, que es mi compañera de banco me olía tuve miedo de lo que fuera a decirme. Pero me gustaba eso, y hasta yo misma agachaba mi cabeza un poco para olerme. Pensaba en Matías y en su calzoncillo lleno de semen junto a sus compañeros, y me ardía la conchita.

¡Che Agus, te vi con ese chico! ¡Te lo re tranzaste!, me dijo Micaela, con cierta carita de pena.

¡Sí nena, me lo re comí! ¡Es un tierno! ¡Y no me mires con esa cara, que es ciego, pero tiene pija como todos los varones! ¡Y no sabés cómo se le para!, le dije, mientras todos intentaban resolver las putas ecuaciones del pizarrón.

¡Imaginate que, hasta me hice pichí de tanto besarlo!, le confié al fin, y me sentí más puta y sucia que todas las chicas de mi curso. Mica se rió, sin saber si me creyó, o me tomó por estúpida.

En el próximo recreo no fui a buscarlo. Tampoco quería que los pibes lo carguen conmigo, o que piensen que era su novia, o lo que sea. Pero el lunes no pude más, y lo primero que hice tras escuchar el timbre del segundo recreo fue comprarle una coca para ir a su encuentro. Solo que esa vez él se había quedado en el salón terminando algo de química.

¡Hola chiquito! ¿Te acordás de mí? ¿No? ¡Por lo visto no me vas a devolver la bombacha!, le dije, y se puso tan feliz que tiró su bastón y su celular al piso sin querer. Empezamos a tranzarnos re enloquecidos, y en cuanto se me escapó:

¡Te quiero coger nene, toda meada como te gusta!, sus manos fueron llevando mi cabeza desde su pecho hasta su bulto. Obvio, yo misma me serví de su pene tras liberarlo de pantalón y calzoncillo.

¡Mati, vos también tenés olor a pis! ¿Sabías? ¡Y me parece que a lechita! ¿Hace mucho que no te cambiás el calzoncillo?, le dije lujuriosa, impura y pensando más con la concha que con el cerebro, al tiempo que le daba pequeños besitos en el tronco. Al rato le lamí la pija, la tomé en mis manos para pegarme en la nariz con ella, le estiré el cuero hacia abajo para mirarle el glande, le di una escupidita y empecé a comérmelo con suavidad, sin olvidarme de gemir como una gatita. Él se estremecía, haciendo rechinar las patas de la silla en el suelo. Me acariciaba el pelo y gemía con la boquita abierta, diciéndome putita chancha a cada ratito.

¡Antes de tomarme tu lechita, quiero que me hagas pis en la boca! ¿Querés? ¿Tenés ganitas de hacer pipí?, le propuse sin ataduras. Pero Mati había ido al baño hacía unos minutos, por lo que en cuanto paré de mamarlo, solo pudo darme unas gotitas que, de todas formas hicieron que el equilibrio de mi lengua viaje a otra dimensión. Justamente, por eso me calenté tanto que subí a su boca para besarlo con toda mi pasión, y entonces volver a bajar para petearlo otro poquito. No duró nada el cochino. En cuanto le conté que la noche anterior me hice pipí en la cama de tanto pajearme pensando en él, un tsunami de leche colapsó mi boquita acostumbrada a oler a chicles y caramelos, y no a semen y a pis de varones alzados.

Me escapé antes de que la directora me pesque en un aula ajena, y me uní a los de mi curso, pensando en que Mati aún no se había subido el pantalón. No me despedí de él, ni con una palabra. Pero desde ese día, me quedó latente en las ansias aquello de coger con el ciego más lindo de todos los que vi alguna vez. Pero no sabía cómo llevarlo a cabo.

Al día siguiente, medio con carpa, una vez que estuve a su lado simulando hablar de música, de la abanderada que se embarazó de su hermano según los rumores, y de otras pavadas, le agarré la mano derecha para encerrarla entre mis piernas. La junté todo lo que pude a mi conchita, apretaba los muslos y le daba besitos en el cuello, y él se maravillaba ya que, ese día fui sin bombacha al colegio.

¡Preparate nene, que ahora te voy a dar otro regalito!, le dije, y solté un pequeño chorro de pis, en el segundo exacto que él me decía: ¡Sos hermosa Agus, te quiero comer esa conchita y meterte la pija ahí adentro guachita!

No pude prohibirle que me hundiera un dedo en la vagina, pero le saqué la mano en cuanto vi acercarse a la profe de historia. Por suerte no nos buscaba a nosotros, sino a un grupito de pibas que se peleaba por un celular. De igual modo le dije: ¡Olete la manito Mati, y lamete los deditos, que ahora tenés mi olor a pis en tu mano!, mientras le daba cachetaditas, le pellizcaba las piernas y le tiraba mi aliento a caramelo de frutilla en la cara. Ya no sabía contenerme. Pero estaba segura de que ese día lo dejé más loquito. Por lo tanto, solo sería cuestión de tiempo que coordináramos algún encuentro.

Durante la clase de inglés se me ocurrió invitarlo a casa. Aún no había pensado en cómo presentarlo a mis papis. Ellos siempre fueron de lo más anticuado que conozco, y no quería que él pase por un mal trago. Entretanto, al día siguiente me lo encontré comprando una agüita mineral en el bufet, y me le colgué de los hombros.

¡Hola Mati! ¿Cómo está esa pijita preciosa, y muuuuy rica?!, le susurré bajito, y él se dio vuelta para olerme. Pareció una bocanada al revés, con la que intentó arrancarme cada partícula de mis perfumes más perpetuos.

¡Tocamelá ahora pibita, y dejame olerte toda en mi camita! ¡No sabés cómo me masturbo con esa bombacha meada, sucia y suavecita!, me dijo agitado, nervioso y a punto de tirar la botellita de agua. Entonces lo tomé de la mano y le pedí que camine a mi lado. Me lo llevé al baño de chicas, me lo comí a besos contra una de las paredes, entramos a uno de los bañitos y lo hice sentarse en el suelo. Me subí la falda, conduje su cabeza lo más próximo que pude de mi sexo bajo una bombacha blanca y le dije: ¡Oleme toda, tocame, haceme lo que quieras, y si querés pedime pichí Mati, que te meo todo! ¡Quiero ser tu perra nene!

El pibe se sacudió el paquete con una mano mientras friccionaba su olfato vehemente sobre mi vulva, me colaba un dedito, lo lamía, besaba mis ingles y me olía desencajado, me pegaba en la cola y me mordía la bombacha sin perderse ni un resabio de mi aroma. Yo no podía aguantar más. Desde chiquita me pasaba que si algo me excitaba demasiado, no lograba evitar hacerme pis, además de eliminar todos los flujos de mi esencia de hembra. Ese pendejo me hacía volar y aterrizar al mismo tiempo con su lengua, sus dedos y su nariz morbosa! Sentí que acababa de a poquito, y en cuanto el orgasmo estaba en su punto culmine le dije gimiendo: ¡Tomá mi pichí nenito, abrí la boquitaaa, tomalo todooo, oleme chanchoo!

Me hice pis en su cara mientras él me juraba que se había acabado entero bajo su ropa, y yo lo vi relamerse saboreando mis líquidos calientes. No dudé en sacarme la bombachita, estrujarla todo lo que pude en una pileta y regalársela para que sus pajas tengan buenos argumentos para liberar mucho semen. Esa mañana sí que mi olor era estruendoso y aturdidor en el aula. Tenía la faldita mojada al igual que las medias, y al no tener bombacha, la brisa que se colaba por mi pollerita me excitaba demasiado. Micaela, esa vez me dijo que tenía olor a pichí. ¡Pero no me importaba nada!

Matías era excelente en literatura, y yo tenía que hacer un práctico para el infumable del profe Ballejos. A partir de ahí, ya no necesitaba excusas para llevarlo a mi casa y meterlo a mi pieza. Mis padres verían con buenos ojos que él me ayude y, en cuanto hablen un poco con él, quizás hasta lo invitaban a cenar por lo dulce que es. Cuando me acerqué a decirle que esa tarde lo esperaba en mi casa, que se tome un taxi y que yo se lo pagaba, se quedó tieso. Le di la dirección, y le dije que le pida a la gordita que se la dicte, así él podía apuntarla. Pero yo le saqué otra carita lujuriosa cuando, me hice la boluda como para levantar algo del piso, y le apoyé la cara en el bulto. Cosa que no fue difícil porque él estaba parado. ¡Hasta se la mordí encima de la ropa! Cuando me incorporé para seguir hablándole, me dijo al oído que no soportaba más y que no deseaba que lo tomara a mal, pero que todas las noches se acaba en la camita más de cuatro veces, pensando en mí. Yo me acerqué al oído y le dije: ¡hoy te cojo todo guacho, y pellizcame la cola, ahora que no hay ningún profe!

El atrevido me lo hizo pero por debajo de la falda, cosa que me puso más loca, porque, otra vez no tenía bombacha. Además, la gordita de su compañera nos vio. ¿Y la carita de rabia que me puso esa tilinga!

Aquella tarde Matías tocó el portero de mi casa a las 17 en punto. Le abrí, le presenté a mi madre y a mi abuela, le di un vaso de jugo y fuimos enseguida a mi pieza ni bien logré hacerle comprender a mi madre que teníamos un montón de cosas por hacer. La verdad, el práctico me importaba un cuerno. Seguro él también lo presagiaba. Yo quería desnudar a ese pendejo, y que me haga lo que quiera. Encima su nariz parecía admirarme en silencio, ya que una hora antes de su llegada me masturbé y me hice pichí con la bombacha puesta.

Apenas entramos a mi cuarto, lo senté en la cama, le saqué las zapatillas y las medias, lo empujé para que quede acostadito, le saqué el pantalón y le subí la remera. Enseguida me puse en cuatro patas a su lado, con mis pies junto a su cabeza para que mis manos me toquen la cola por adentro de la pollerita.

¡No Mati, no me saques la bombacha todavía! ¡Esperá un poquito así jugamos! ¿Te parece?, tuve que calmarlo cuando lo noté ansioso por querer hacerlo. Le escupí el calzoncillo, le lamí los huevos, le comí el ombligo y las tetillas, le mordí la puntita del pito sobre la tela y lo saqué a la luz para mamarlo con una urgencia que me sacaba de quicio.

¡Meame la cara nena, así, con la bombacha puesta, y después te la pongo en la conchita!, me dijo sin pudores cuando mi boca se comía toda esa pija pegajosa por la cantidad de acabaditas que seguro no le previno a su calzoncillo, el que ni siquiera se cambió para venir a visitarme.

¡Hagamos una cosa mejor! ¡Haceme pis en la boca vos primero, y yo después te meo enterito!, le dije, mordiéndole una vez más las tetillas, haciendo como si en realidad le estuviera comiendo el pito. No tuve que repetirlo. Volví a su pija para envolverle el glande con mis labios, y  paré de chupárselo para que sus estímulos sexuales retrocedan hasta darle paso a lo que hubiera en su vejiga, y luego de exclamar: ¡Ahí va chanchita de mierda!, mi lengua se convirtió en un salitral amarillo, espumoso y cálido. Le sacudía la pija mientras su pis fluía adentro y afuera de mi boca, y hasta le lamí el slip totalmente fuera de todo control que pueda respetar. El sabor ácido e su meada me emputecía cada vez más, y ya no podía dejar de lamer cada gotita que se escurría por la sábana, su calzoncillo y su piel. Me animé y lo besé en la boca con sus manos palpando mi vulva, y como no se resistió, aquel beso fue una guerra de lenguas asquerosas y presas de una calentura inimaginable.

Tenía al cieguito meado en mi cama, cuando la vagina me latía clamando por querer comerle esa pija. Pero, antes de entregarle el pancito como mis entrañas me lo pedían a gritos, me senté en su pecho con mi sexo apuntando a su boca, le puse una mano adentro de mi bombacha para que me revuelva la conchita con dos dedos, y en medio de mis propias palabras empecé a acabar como una perra, con solo sus dedos y la fricción de mi cola en su tórax. Yo misma me abría las nalgas para que la fricción me haga arder cada poro de calentura, y hasta llegué a enterrarme un dedo en el culo.

¡¿Por qué te gusta mi olor a pis nene? ¿Qué te calienta de eso? ¿Te gustan las bombachitas de tu hermana mayor? ¿Vos te meás también pajerito? ¿Te gusta tocar una bombachita meadita? ¿La gordita puta esa que se sienta con vos, también anda con olor a pichí en las piernitas, como yo? ¡Conmigo se te re para la pija nenito!, le decía en una mezcla e celos, una fiebre inolvidable y un ardor en el clítoris que ya no me dejaba pensar, cuando mi conchita no pudo retenerlo más. Le hice pichí, y me re calentó ver su lengua relamiéndose con cada chorro que le caía en el cuerpo. Tanto que hasta le puse la concha en la cara con calzón y todo para que me la chupe. De paso, también le pedí que me lama el culo. ¡Cómo gemía ese cieguito pijón!

Así como estaba, me subí endemoniada a sus caderas para que mi concha se alimente de su pija preciosa, y entonces nuestra cogida comenzó a hacerse escuchar en las paredes de mi pieza. Se oían los líquidos incesantes, mi pichí y el suyo más mis flujos y su presemen, y como ninguno se había quitado la ropa interior, esa humedad nos calentaba más todavía.

¡Dame la lechona nene! ¿O solo sabés hacerte pis con ese pitito? ¡Cogeme toda, dale que siempre voy a ser tu nena meona si querés, pero dame pija guacho!, le pedían mis hormonas y el fuego de mi clítoris. Realmente, no pudo aguantar mucho, y me soltó toda la leche mientras me decía que quería cogerme en el baño de mujeres del colegio.

Cuando todo terminó nos re chuponeamos por todo el cuerpo como dos babosas enamoradas, y antes que se vista le pedí que me mee la cama, que moje mis sábanas con lo que tuviera guardadito para mí. ¡Esa vez también se ganó mi bombachita!

Después de unos días, el tonto se dio cuenta de que no podíamos seguir viéndonos, porque se me estaba enamorando. Yo le había dicho que no quería nada serio con nadie. Pero, evidentemente no se le hizo fácil sentir cosas por mí. O, tal vez estaba confundido.

Aún así no he vuelto a encontrar a otro chico que satisfaga mis ganas de jugar a ser tan cochina como lo fui con él.

Hace poco lo vi en la parada del colectivo, solito con su bastón. No pude con mi impaciencia y me le acerqué:

¡Hola Mati! ¿Te acordás de mí? ¡Soy tu nena, la del olor a pichí de la escuela!, le dije, y enseguida me escuché como una tonta. Pero enseguida una chica rubia hermosa apareció con un paquete de cigarrillos para él, y con unos chicles. Le dio un beso en la boca y me saludó medio por compromiso. Matías dijo que no se acordaba de mí, aunque estoy segura que fue para zafar. Fue re obvio que olfateaba el aire, como si estuviese buscando mi olor, el que en su mente sería un recuerdo tan excitante como en mi alma.  ¡Quizás esa chica fuera su novia! Me sentí tan estúpida que, todo lo que me nació en ese momento fue hacerme pipí de la calentura y de la bronca. ¡Tuve que volver a casa para cambiarme, mientras lloraba sin consuelo, y olía mi bombacha mojada!

¡Espero que en algún lugar del mundo haya un chico o chica que se enamore de mi olor a pis como ese pibito!      Fin

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Comentarios

  1. este relato ropio todos mis esquemas! que cosa mas excitante y prohibida! que ricoooooo!

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