¡Dale gordito, vení a la cama, que Sasha se durmió!, le dije a Juan aquella noche. Sasha tenía 8 años, y todavía no habíamos logrado que duerma sola en su cama. En parte, porque no queríamos, y tal vez ella tampoco. Nos encantaba jugar con ella, y calentarnos como un cerdo y una yegua alzada con su inocencia. Siempre lo controlábamos. Fundamentalmente porque supe desde el primer momento que Juan era la única persona que podía seguirme sin tabúes, ni cuestionamientos absurdos, ni condiciones. Además, él es tan sucio y perverso como yo.
Nos conocimos en la facultad de psicología. Fue más que un flechazo, o un amor a primera vista. En realidad, él entró al baño de profesores, porque aquel día no funcionaban los baños para los alumnos, y tuvo la fortuna de verme en acción. Como ese baño es una única pieza, sin cubículos ni separaciones, me vio sentadita en el inodoro, haciendo pis, mientras le chupaba la pija a un pibe que atendía el bufet. El flaquito mientras tanto fumaba un porro, y olía mi bombacha con una carita de baboso que me derretía. Yo me la había sacado para que lo hiciera ante mis ojos encendidos por la curiosidad. En ese momento Juan y yo teníamos 19, y éramos libres. El tonto se quedó mirando todo. Incluso hasta el momento preciso en que el pendejo me largó toda la lechita en la boca, y se fue, devolviéndome la tanga como con arrepentimiento.
¡Te hubieses pajeado tonto! ¡Y sí, como no me alcanza con lo que mis viejos me dan por la mensualidad que me corresponde, cuando puedo, le chupo la pija al que ande calentito! ¡Espero no decepcionarte! ¡Tampoco te creas que cobro muy caro!, le dije cuando ya charlábamos en el bufet. Los dos nos habíamos fichado, pero ninguno se atrevía a acercarse al otro. Ese día tranzamos, y por la noche nos tomamos como 10 cervezas en un bar. No hicimos nada, por más que teníamos toda la calentura ahorcándonos el alma. Pero hablamos de muchas cosas.
¡Te juro que se me pone la pija al palo cuando veo a una embarazada, o a una madre dándole el pecho a su hijo!, me confió, en realidad porque yo lo había visto embobado con dos chicas embarazadas que caminaban por la vereda.
¡Yo, desde que tengo nueve años que miro hentai, y me pongo loquita! ¡Me encantan las lolis, y mirarles esas bombachitas inocentes me pone muy puta! ¡Y más cuando andan con esas polleras cortitititas! ¡Me hubiese encantado ser como una de ellas! ¡Me encanta escucharlas suplicar, gritar, cuando el tipo se les tira encima! ¡Son re histéricas! ¡Ni siquiera les entró la puntita, y gritan como nenitas en una montaña rusa!, me abrí a sus expectativas, sabiendo que esperaba saber más de mí. Me seducía verlo con el sorbete en la boca, o fumando, o clavándole los ojos a cuanta turrita pasara por la calle.
¿Y, nunca tuviste una fantasía con una nena?, le pregunté, imaginando que no sería totalmente sincero.
¡Sí boluda, me fascinan las nenas! ¡Siempre tuve primas! ¡Nunca toqué a ninguna, ni les hice nada que no quisieran! ¡Obvio! ¡Aunque, bueno, sé que te vas a reír! ¡Me vuelve loco el olor a pis, a pata, a ropita transpirada de las nenas!, me dijo, adquiriendo un color cada vez más morado en el rostro.
¡Guau! ¡Qué fuerte! ¡A mí también, y el olor a semen de los nenes me excita mucho! ¡Tengo un sobrino que siempre se queda a dormir en casa! ¡El guacho es una máquina de acabarse en los calzoncillos! ¡Es un conejito el guacho! ¡Además, es re fanático del porno! ¡Cuando sé que se cambia, te juro que entro a la pieza de invitados, se los robo y los lamo, los huelo, y me re pajeo!, le dije, cada vez más segura de no ocultarle nada. Juan me miraba con deseo. Sabía que sus ojos se imaginaban mis tetas llenas de leche, amamantando a un bebé hambriento, y que la pija se le endurecía como un trozo de hierro. Pero aún no tenía en claro si era mi imaginación.
Al año siguiente nos pusimos de novios, y recién a los 3 años quedé embarazada. La noticia nos puso como locos. Recuerdo que la tarde que se lo comenté, cogimos arriba de la mesa como animales.
¡Ojalá sea un nenito, así cuando se llene de leche, vos te metés en su cama, le sacás el calzoncillo y se lo limpiás todo con la lengua!, me decía mordiéndome las tetas, clavándome su verga todo lo que pudiera en mi cavidad.
¡No bebé, seguro que va a ser una nenita, una loli, para que vos te pajees con sus piecitos, le huelas la bombachita y te limpies la pija con sus remeritas!, le decía gimiendo, con alguno de mis pezones sangrando, marcándole mis uñas en la espalda para que me bombee más fuerte, y resucitando con cada lengüetazo que se fagocitaba las facciones de mi cara. Siempre fantaseábamos como puercos mientras cogíamos. Pero sabíamos que ninguno de los dos era capaz de hacer real todo aquello que nos proponíamos solo en las palabras.
Cuando nació Sasha todo fue diferente. No dejábamos de coger. Pero teníamos que organizarnos bastante por nuestros trabajos, estudios, y nuestras actividades sociales. Estas últimas quedaron un poco relegadas. Supongo que por eso perdimos algunos amigos. Pero mucho no nos importaba. Nos teníamos a nosotros, felices y radiantes. Al fin vivíamos solos en un departamento de Morón. Lo planificamos así para no lidiar con nuestras madres, totalmente convencidas de que nadie puede criar a un bebé mejor que ellas. Así que, para no desgastarnos con eso, tomamos nuestros recaudos.
Los primeros días Juan se embelesaba viendo cómo su hija tomaba la teta. Una vez, le vi la pija tan dura que se lo tuve que pedir.
¡Amor, pajeate si querés! ¡Dale, que te gusta mirarnos! ¿Querés que me quede en bombacha?, le dije. Sasha tenía 4 meses, y en esos tiempos el calor era un infierno. Especialmente en los pisos más altos, y nosotros vivíamos en el décimo. Como Juan no se decidía si pelar la pija o tomarse una cerveza, me levanté del sillón con la beba en brazos, y me quité la calza, exhibiendo una bombachita rosa que según él, me quedaba muy sexy. Volví a sentarme, y entonces Sasha se prendió a mi pezón, haciendo más ruido que antes. Juan bebía su vaso de cerveza, parado frente a mí. Pero ahora se meneaba la pija, se la apretaba, se subía y bajaba el cuero salpicándome con su presemen, y, por más que se hiciera el tonto, olfateaba la piel de Sasha, como quien no quiere la cosa. La gorda estaba en remerita y pañales.
¡No sabés lo que me calienta cuando me chupa las tetas! ¡Vení que te pajeo gordo!, le dije como al pasar, pero consciente que estaba muy alzada. Juan se acercó, y se sentó a mi lado. Le agarré la pija con una mano después de babeármela, y empecé a convertirla en algo parecido a una concha para su glande cremoso, púrpura y venoso.
¡Colame los dedos gordi, dale, y fijate cómo me mojo! ¡Te juro que es verdad, me re calienta que la nena me tome la teta! ¡Y cuando me muerde, algunas veces, hasta me entierro un dedo en el culo de la calentura! ¡Más que nada, cuando nos quedamos solitas en la cama!, le decía en el exacto momento en que Juan encontraba con sabiduría la abertura de mi vagina. No tardó en escarbar, revolver mis jugos y friccionar mi clítoris como un vehemente. Yo lo necesitaba así. Además, por toda respuesta, mi mano aceleraba la pajita que le regalaba a su pito hermoso. ¡Nunca había tenido una verga tan deliciosa en la boca, y ya se me antojaba! Eso, sumado a las succiones de mi hija a mi pezón cargado de leche, logró que mi orgasmo reapareciera con todos sus encantos. Ni siquiera me importó asustar a Sasha. Gemí como una loba, mientras le acababa todo en la mano a Juan, empapaba mi bombacha y el sillón, y me estremecía casi sin sentir las piernas.
¡Te measte Belén!, me decía Juan al mismo tiempo que me acababa en la mano un suculento chorro de leche que, no iba a desperdiciar por nada del mundo.
¡No boludo, no me hice pis! ¡Eso es un squirt, la eyaculación femenina! ¿Te acordás que lo hablamos? ¡Dale guacho, seguí pajeándome así, y vas a ver que puedo acabarte otra vez! ¡Me sale así de mucho, cada vez que acabo!, le supliqué, mientras me lamía la mano enlechada, y Juan volvía a extraer de mis infiernos sexuales un nuevo torbellino de flujos. Se quedó anonadado cuando me esparcí un poco de su semen en la teta que Sasha seguía sorbiendo con devoción. Eso nos condujo a una cogida inolvidable en el patio de casa, una vez que Sasha se durmió, y yo la recosté en su cunita, para darnos una pequeña tregua.
El tiempo fue transcurriendo, y con él nuestras locuras se hacían menos predecibles. Se volvió un ritual hacerle la paja a Juan cada vez que llegaba del trabajo, mientras yo amamantaba a la gorda, y a él le fascinaba eyacular en mis manos para que después me las limpie con las tetas. ¡Saber que pronto nuestra hija sorbía esos pezones cubiertos de semen nos enloquecía! Yo lo incitaba para que le huela los piecitos, o para que se toque la pija con ellos, mientras yo la tenía en brazos. También le pedía que le bese las piernitas, y entonces le descubría un brillo especial en su mirada, con el corazón palpitándole en el pecho.
¿Te gusta el olor de nuestra bebé mi amor? ¿Ya se hizo pichí? ¡Dale, comele las piernitas chancho, que después yo le cambio el pañal!, le decía una tarde mientras yo lo pajeaba, le deslizaba mis uñas por su espalda, y él le llenaba la pancita y las piernas de besos ruidosos a Sasha. Recuerdo que esa vez, le saqué el pañal a la beba, y lo arrinconé contra el ropero para petearlo con todas mis ganas, asegurándome que ni por un segundo le quite los ojos a la desnudez de Sasha. Un par de veces le pedí, si se animaba, que eyacule encima de su pañal. Eso era cuando estábamos acostados. Yo me lo devoraba a besos, le mordía las tetillas como tanto le gusta, le pasaba la lengua por la nariz y le proponía una batalla feroz con mi lengua a la suya, mientras él tenía a Sasha en sus brazos, sabiendo que su pene se le endurecía bien pegado al pañal de la gordita. Sin embargo, solo lo hizo una vez, y al rato un arrepentimiento insólito pareció derrumbarlo.
Creo que esto, fue la noche siguiente. Yo estaba por acostarme, luego de bañar a Sasha. Juan ya estaba en la cama, supuestamente porque le dolía mucho la cabeza. Pero, apenas entré a nuestro cuarto, se empeñó en esconder lo que veía en su celular. Me pareció extraño, porque nosotros no nos ocultábamos nada. No me importaba si miraba fotos de minas, o videos, o lo que sea. No necesitaba confirmaciones de ningún tipo para sentirme su diosa, su puta, la única hembra para él. Entonces, como no me respondió cuando le pregunté si estaba viendo chanchadas, me tiré encima de él, una vez que recosté a la nena a su lado, y le quité el celu de las manos, venciendo sus resistencias al llenarlo de cosquillas, mordidas y lametones a su nariz colorada.
¿Qué hacés viendo esto nene? ¿En serio te gustan estas nenitas? ¿Estás calentito amor?, le dije, sin olvidarme de sonreír. Me sentí celosa, supongo que por Sasha y por mí. Sé que le di una cachetada, y que busqué su pija por entre las sábanas. La tenía dura, casi escapándose de su bóxer, húmeda y caliente. No me importó nada. Lo destapé, y empecé a chupársela con todo mi repertorio, escupiendo para todos lados. Incluso salpicándole las piernitas a Sasha. En el video, había dos nenas comiendo helado, ensuciándose las remeritas y las manos, chupándose una a la otra sus dedos pegoteados, y bailoteando un tema desconocido. Parecían holandesas, o alemanas. No tendrían más de 9 o 10 años.
¿Te gusta cómo se chupan los dedos esas cochinas? ¿Te gusta verlas sucias, y te las imaginás comiéndote esta pija, no? ¡Mirá si tu hija te sale así de putona! ¿Querés que te la chupe amor?, le decía por debajo de la sábana, agarrándole la verga del tronco para pegarme en la cara, dejando que borbotones de saliva le inunde el pubis y los huevos. Él me tironeaba el pelo para que se la siga chupando.
¡Y, sí, seguro va a ser tan putona como vos! ¡Las hijas siempre superan a las madres!, me dijo, cuando ya empezaba a mordisquearle el escroto, a lamerle el ombligo y pajearle la pija, la que estaba cada vez más cerca de estallar. Entonces, en ese segundo inmoral, en el que todo se desangra y se repara a la vez, le agarré una manito a nuestra hija, y con ella le rocé la pija a Juan, que enseguida, tras ese contacto empezó a desarmarse en un orgasmo fatal, encremándole la manito, el brazo, y salpicándole la piernita, el pañal y toda la sábana. Yo, escandalizada por lo que acababa de hacer, pero caliente como una pava, empecé a frotarle las tetas por la cara a Juan, a dárselas de mamar y morder como tanto le gusta, alimentándolo con mi sabia materna, y al fin, cuando ya tenía la poronga hinchada como mi vulva lo esperaba, me subí a su cuerpo en llamas para cabalgarlo con todas mis fuerzas, sabiendo que nuestra hija yacía a nuestro lado, salpicadita de su semen y mi saliva.
Una siesta, mientras yo le daba de mamar a Sasha, Juan me sorprendió totalmente desnuda en la cama, a punto de quedarme dormida. Hacía calor, por lo que, creo que se le había pinchado una juntada con sus amigos en el club. Cuando me di cuenta de su presencia, lo vi pajeándose, muy parado en el umbral de la puerta, en ojotas, con un short re apretado, y en cuero. Recuerdo que solo llegué a decirle: ¡Gordo, viniste!, y que, acto seguida lo tenía encima, quitándose el short con una mano, revoleando sus ojotas con los pies, y fregándome la pija dura en la pierna.
¡No dejes de darle teta a esa guachita! ¡No sabés las ganas que tenía de llegar, de agarrarte así, de clavarte toda putita! ¡Estuve pensando todo el día en estas tetas, y en la boquita de Sasha, mamándotelas así! ¡Me encanta verte así nena!, me decía, al tiempo que colocaba casi sin esforzarse su glande en la entrada de mi vagina, para entonces darle rienda suelta a un ritmo sostenido, furioso y delirante. Me cogía con todo, arrancándome el pelo, haciéndome chupar sus dedos y el chupete de Sasha, golpeando levemente mi cabeza contra el respaldo de la cama por las envestidas, y sorbiendo la leche de la teta que mi hija no usaba para alimentarse. Ella se reía, balbuceaba cosas, y de vez en cuando volvía a tomar teta. Pero por momentos se dormía, mientras Juan arremetía con más ritmo, y su verga se hacía más ancha en mi sexo. La cosa es que, antes de acabar, se separó de i cuerpo, le besó las piernitas a Sasha, y me pidió que me ponga el chupete en la boca. Entonces, presencié cómo el muy atrevido empezó a descargar su leche caliente en las piernitas de la gorda, tras pajotearse la pija al aire con todo, mirando alternativamente el pañal de Sasha, mis tetas y mi boca jugueteando con el chupete. Después de eso, mi gordo se sentó en la cama y me miró a los ojos. Durante un tiempo largo no sabía cómo pedírmelo. Hasta que al fin, tras algunas miradas asesinas y algunas patadas que llegué a propinarle, me dijo: ¡Dale gorda, ahora te toca limpiarla con la lengua!
Sé que salí disparada de la cama, que le puse el chupete a Sasha, luego de lamerlo una vez más, y que me arrodillé en el suelo, bien pegadita a la cama para empezar a besarle las piernitas, los pies, la espalda y el bracito a nuestra hija. ¡Tenía leche por todos lados! ¡También le lamí el pañal, y una vez que terminé, dejándola totalmente húmeda con mi saliva, empezamos a besarnos con Juan, ya afuera de la cama para que nuestro angelito duerma en paz. Compartimos el sabor de su semen, los colores y olores de Sasha, y cada perversión que se nos venía a la cabeza. Siempre, sabiendo que había límites, y que nunca seríamos tan crueles de, por ejemplo, abusar de ella, bajo ninguna circunstancia.
Una vez, mientras Juan miraba un partido de fútbol, yo aparecí con la mamadera para Sasha, que ya tenía un año. Me senté a su lado para alimentarla, porque, según el pediatra, había que intentar sacarle el pecho de a poco, pensando en mi reincorporación al estudio jurídico, y acostumbrarla a la mamadera. Pero, Juan se ofreció a dársela, y como yo tenía que hacer unos trabajos para la facu, no me opuse. Solo que, apenas lo vi poniéndole la mema en la boquita, y al descubrir que tenía la pija parada, me puse como loca. Recuerdo que me agaché, que le bajé el pantalón a Juan, y que empecé a chuparle la pija, luego de colocarla entre las piernitas de Sasha, que tenía un pañal puesto. Ella, chocha de la vida con que su papi le dé la leche, mientras su mami le llenaba las piernas y la panza de besitos, alternándose unos buenos sorbos de ese pene cada vez más duro y afiebrado, se reía y sacudía los piecitos. ¡Para colmo, se había hecho pis! ¡Ahora entendía a Juan, y a su extraño fetiche por ese aroma en las nenas! ¡Tenía ganas de sacarle el pañal y de comerme su vagina a besos! Pero me dediqué a calentarle bien la pija a mi macho, para que, en el exacto momento en que se le volcaba una buena cantidad de leche en la remera de Sasha, sus chorros de semen me regalen un nuevo éxtasis divino. Esa vez no me lo tragué. Recuerdo que me lo esparcí por toda la cara, y por todo el pañal de nuestra hija.
¡Le acabaste en el pañal a tu hija nene! ¡Sos un cerdo! ¡Y, encima, todavía no aprendés a darle la mamadera! ¡Ahora, vos le lavás la remerita!, le decía, mientras lo miraba a los ojos, mostrándole el maquillaje perfecto que me hice con su esencia.
Ahora, de nuevo en el presente, mientras Sasha dormía en nuestra cama, tan solo con un pantaloncito de verano y una musculosa amarilla, yo me fumaba un cigarrillo en la ventana, deseosa de un ratito de sexo con Juan. Hacía más de un mes que fumaba, para intentar canalizar mi ansiedad sexual. Él estaba medio enojado porque, otra vez Boca perdía con River. Por lo tanto, después que puteó, habló con sus amigos, rezongó por el técnico, el árbitro y los hinchas, apagó las luces del living. Pero no venía a la cama. Evidentemente le había pegado fuerte. En parte, lo entendía, porque al día siguiente en el club tendría que afrontar cargadas de todo tipo.
¡Dale amor, no te preocupes, que acá estoy para hacerte unos mimitos, para sacarte esa bronca con mi boca, para comerte todo a chupones, o para lo que quieras!, le dije sin elevar la voz, ya que había apagado el televisor, y el silencio de la noche adentro de la casa nos permitía escucharnos. Afuera, los estruendos y bocinazos eran insoportables. Entonces, escuché que lentamente se acercaba a la habitación, y aunque no podía verlo, el malhumor que lo perseguía comenzaba a fastidiarme. ¿Siempre, cada vez que Boca perdía, yo tenía que irme a dormir sin mi dosis de pija? ¡No era justo!
¡Gorda, mañana llamame a las 7, porque tengo que ayudar a mi viejo con unos enchufes!, me decía mientras se sacaba las zapatillas. Yo, lo ayudé, y le saqué el pantalón, haciéndole cosquillas, y besuqueándole las tetillas, ya que estaba en cueros. Él no se resistía, pero no me seguía el juego.
¡Dale gordito, que ya pasó! ¡Acá tenés a una bosterita, tan caliente como vos! ¿no tenés ganas de darme la lechita?, le decía, mientras lo acomodaba en la cama y le manoseaba la pija sobre ese bóxer negro que siempre me pone re puta. Por suerte, al solo contacto de mi mano su músculo reaccionaba, y se lo ponía cada vez más tenso.
¡Pará amor, que la nena está con nosotros, y se va a despertar!, me decía bajito, mientras me toqueteaba las gomas. Yo ya estaba en bombacha, y me había desatado el pelo.
¿En serio me decís? ¡Qué pasó nene? ¿Tan mal jugaron, que no te acordás que nuestra hija casi siempre duerme acá? ¿Qué pasa? ¿No querés cogerme con la nena en la cama?, le decía mientras le apretaba el pito con la boca y los dientes sobre el calzoncillo, y le acariciaba las piernas con las yemas de mis dedos y las uñas. Al gordo le encanta que le roce la piel con ellas, y más cuando me las pinto de rojo. Su pija se erectaba aún más, y fue todavía mejor cuando empecé a darle tetazos en los pies descalzos.
¡Dale nene, tocame las tetas con los pies! ¿Te acordás cuando me pedías que te la e los pies con mi leche? ¿O cuando te servías de mi leche en un vaso, y me pedías que te la vuelque en la pija?, le decía mordiéndome los labios, juntando sus pies a mis tetas con una mano, mientras con la otra le pajeaba ese pito hermoso.
¿Y vos te acordás cuando me chupabas la pija con la nena a upa? ¿O cuando me hacías ensuciarle el chupete con leche, cuando te acababa en las tetas? ¿O cuando vos y yo nos besábamos en la boca jugando con su chupete, o su mamadera?, empezó a recordarme, agitándose de a poco, sabiendo que lo estaba llevando al clima que yo quería.
¿Y vos, puerquito? ¿Te acordás cuando olías a Sasha cuando se meaba, y yo te chupaba la pija? ¡Te encantaba tenerla sentadita en el pecho, en pañalines, y sucia! ¡Cómo acababas guacho! ¿Nunca le dejaste la lechita adentro del pañal?, le pregunté, a esa altura pajeándole la verga con mis tetas, luego de sacarle el bóxer y escupírmelas. A él le encantaba verme babearme las manos y las tetas. Me negó la última pregunta con la cabeza, además de ponerse serio.
¡Sabés que jamás haría una cosa así! ¡Solo, solo le acabé en las piernas, en los pies, y en el pañal, pero siempre afuera nena!, decía cuando su pija se apretujaba cada vez más en el hueco de mis tetas.
¡Ya sé amor! ¡Siempre quedamos en eso, y en contarnos todo!, le decía, mientras miraba de reojo la colita de nuestra hija que, tal vez soñaba con alguna peli de Disney.
¡Pero, lo que todavía no te conté, es que, ayer, cuando fui al baño, creo que eran como las 5, me hice la paja, oliendo una bombacha de ella! ¡Todavía está en el cesto de la ropa sucia! ¡La llené de leche gorda! ¡Perdón! ¡Pero, tenía unas ganas de acabar, y la vi justito, y no me resistí!, me confió, respirando como sin otra cosa mejor que hacer, enredando sus dedos en mi pelo. Entonces, yo abandoné mis actividades, me acerqué a él y le di una cachetada, fingiendo enojarme
¿Vos estás loco? ¿Cómo te vas a tocar con una bombachita de Sashi? ¿Por qué no me invitaste a ver cómo te pajeabas? ¿Te gustó su olorcito?, le decía, mordiéndole los labios, pasándole la lengua por todos lados y restregándole mis uñas en el pecho, mientras su pija dura se chocaba una y otra vez con mi pierna. Cuando quise acordar, mi concha se comía su pija con unas ganas y una calentura que, ni nos acordamos que Sasha nos acompañaba. Él me mordía las tetas, y no se limitaba al decirme cosas como: ¡Te re gustaba que te acabe en las tetas, para que la nena pruebe mi leche, zorra! ¿Y vos nunca le diste besitos en la cola? ¿O me vas a decir que nunca te colaste los dedos, oliendo sus bombachas?
Estuvimos un rato así, desbocados, encendidos y sudando nerviosismo. Su pene latía adentro mío, sus dedos me marcaban las nalgas al aferrarse de ellas, y nuestra saliva formaba nubes que gemían casi tanto como nosotros. Sasha estaba acostumbrada a esos sismos en la cama, y probablemente se hacía la dormida para no interrumpirnos. Pero esta vez habíamos ido demasiado lejos. De repente, la escuchamos bostezar, y sentimos que movió las piernas, en el momento en que, tal vez, si la danza de mi vientre seguía con su enjundia, Juan me polinizaba toda por dentro.
¡La nena gorda!, me dijo, y ambos nos quedamos quietitos.
¡Gordi, mami y papi, bueno, están haciendo cositas de grandes! ¡Porque se aman, y se quieren mucho! ¿No querés ir a tu pieza? ¡Después, cuando terminemos, te llamamos!, le dije a Sasha, que se daba vueltas para el lado de la ventana.
¡Sí ma, ya sé lo que hacen! ¡Son como los animales! ¡Pero, no me molesta! ¡Me gusta que se amen!, Dijo Sasha, un poco dormida. Encima, nuestra nena andaba un poco resfriada. Nos quedamos perplejos, sin saber cómo continuar, ni si era buena idea hacerlo. Pero, al toque Sasha volvía a dormir, y Juan me mordía las tetas cada vez con mayores deseos.
¿Querés olerla gordo? ¡Yo también! ¡Dale, vení!, le dije pronto, bajándome de su cuerpo, caminando hacia el otro lado de la cama. No sé qué me llevó a cometer todo lo que aconteció luego. Pero, desde que me arrodillé al otro lado de la cama, y le vi los piecitos desnudos a Sasha, empecé a besárselos, a darle pequeñas caricias y mordiditas, y a pasármelos por la cara. Claramente, Sasha empezó a reírse, a preguntarse por qué le hacíamos cosquillas, y a disfrutar de las palabras de su padre, que le decía mientras se acercaba a mí: ¡Gordita, es necesario que vos también te diviertas, como papi y mami! ¡Si te portás bien, mañana te compro una caja de golosinas, y vamos al cine! ¿Querés?
Juan, escudriñó mis ojos en celo y no tuvo más que opinar, o premeditar. Él también le lamió los piecitos a Sasha, y se los besó, mientras nos comíamos la boca, y especialmente yo le escupía la cara. Cuando nuestros besos ascendían por las piernas de Sasha, él me reconoció que varias veces la había visto por la noche con una mano adentro del pantalón, o de la bombacha.
¡SI mi amor, seguro que se re estimula escuchándonos, y se moja la bebé!, le decía, mientras él le daba besitos detrás de las rodillas, y yo le mordía los muslos. Sasha se movía en la cama como si estuviese llena de hormigas, nos tocaba las cabezas y gemía, de una forma extraña. Entonces, de repente, no recuerdo quién de los dos fue que le sacó el shortcito. Teníamos a nuestra hija con una bombachita azul, tan húmeda como nuestra calentura acumulada. Los dos empezamos a darle besitos en la cola, una vez que la acomodamos boca abajo. Yo, no quería por nada del mundo que él se atreva a colarme deditos en la vagina, ni yo tocarle la pija. ¡Para colmo, en un momento, mientras los dos le decíamos que su cola son dos manzanitas deliciosas, que pueden despertar a cualquier príncipe, ella balbuceó: ¡A mí me encantaba que papi me haga upa cuando era más chiquita, y que me dé la mamadera!
Eso, imagino que detonó en la tremenda acabada que Juan estampó en el suelo, casi sin tocarse, solo oyendo la voz de su nena, oliéndole la cola, juntando varias veces su boca a mi boca, nuestras lenguas en medio de esa cola carnosa. Inmediatamente, ni bien me percaté de ese detalle, lo separé de Sasha, me lo llevé a la puerta de la pieza y le empecé a chupar la pija, refregándole el shortcito de Sasha en la nariz.
¿Te gusta bebé? ¡Te acabaste oliéndole el culo a tu hija! ¡Dale, olé el pantalón de Sasha! ¿Está meado? ¿Se meó la chiquita? ¡decime guacho!, lo increpaba, mientras su poronga volvía a renacer de las cenizas, tan magnífica y radiante como la quería mi sexo.
¡Sasha, gordita, sacate la bombacha, y tirásela a mami! ¡Dale, que tu papi dice que tu pantalón tiene olor a pis!, le dije a mi hija, que no podía vernos porque la luz estaba apagada. Ella ni lo dudó, cuando Juan le aclaró de su promesa de portarse bien. Entonces, mientras yo le impregnaba la parte de la bombachita que le coincide a su vagina juvenil en la nariz, ahora ambos de pie, le frotaba el culo en la pija, sintiendo cómo se le paraba y calentaba más
.¡Andá, abrile las piernas, y olele la conchita! ¡Después vení, y metémela en el culo, ahí, contra la pared! ¡Dale, corré pendejo!, le dije, incitándolo a pecar como jamás había sucedido antes. Él, lo hizo, desencajado y nervioso. Escuché que le dio un beso, mientras yo olía la bombacha húmeda de Sasha, y me apretaba las tetas. Cuando volvió, me juró que aquel beso fue en una de sus piernitas. Después de eso, en lugar de arrinconarme entre la puerta del baño y la de nuestra habitación, donde hay un trozo de pared adornado con cuadros, fuimos a la cama. Esa vez, Juan me revoleó sobre ella boca abajo, me dio varios chirlos para demostrarme que él tomaría la posta, y después, le pidió a Sasha que se siente sobre mi espalda, pero, que de antemano se vuelva a poner la bombacha que tenía. Ella le obedeció sin preguntarnos nada. Tal es así que, de pronto fui consciente del peso de mi hija sobre la espalda, y de la forma de acomodarse de Juan entre mis piernas. Sentía que me ardían los cachetes de la cola, al tiempo que Juan se las ingeniaba para juntar su glande al agujero de mi culo, que ya estaba más que lubricado por mis propios jugos vaginales.
¡Gordita, vos quedate ahí, quietita, y dejá que papi te dé algunos besitos en las piernas! ¿Me dejás? ¡Y, ponete las manitos acá, en la vagina mi amor!, escuché que le dijo a Sasha, antes de penetrar un poquito el orificio de mi culo. Ella le dijo que sí, y entonces, su pija empezó a moverse cada vez más rápido, mientras sus piernas separaban más las mías, su aliento me quemaba la piel, y algunos soniditos de besuqueos llegaban a mis oídos.
¡Papi! ¿A mami le gusta lo que le hacés? ¡Porque, a mí me gusta que se quieran, y hagan esas cositas!, decía Sasha, mientras el ritmo de sus ensartes comenzaban a crecer, y la saliva de Juan, seguro ya le había bañado las piernas y el abdomen a esa nena pícara, sin prejuicios pero inocente.
No sé en qué momento fue que Sasha empezó a decir: ¡Papi, dame besitos acá, que tengo calorcito, y cosquillitas! ¡Es como si, quisiera hacerme pichí!
Pero sé que Juan aumentó sus envestidas, empezó a morderme la nuca y a pellizcarme los pezones, diciéndome: ¡Gozá loquita, así guacha, sentila toda adentro del culo, que te calienta tu hija, tanto como a mí!
En eso, un ardor inclemente, impúdico y abundante empezó a desmoronarme por dentro, a activar todas y cada una de mis células, a mortificarme, a dejarme sin respuestas. Un torbellino de semen me inundaba el culo y me llenaba por completa, mientras otro chorro más abundante me empapaba la espalda. ¿Mi nena se había hecho pis encima de mí?
¡Qué pasó gordita? ¿No te pudiste aguantar? ¿Tanto te gustaron los besitos de papi?, le decía a Sasha, mientras la sentía bajarse de mi cuerpo, riéndose de su propio accidente, o acaso de su orgasmo juvenil. Juan la esperó con calma a que se saque la bombacha y decida por fin correr al baño para darse una ducha. Recién ahí, poco a poco empecé a despertarme.
¿Todo habría sido cierto? Sí, Boca había perdido, por penales. Juan me había hecho la cola como hacía tanto tiempo lo esperaba. Pero, Sasha, todavía estaba a mi lado, aunque sí se había hecho pis. Y Juan, estaba desnudo, a mi derecha, con la pija parada, como si estuviese soñando tal vez algo parecido. Fin
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Ko-fi mundial de Ambarzul para mis lectores mundiales 😊
Muy fuerte tu incesto bostero! (como no podía ser de otra forma). Muy enferma la constante y fuerte obsesión por la criatura que, claramente, era fuerte pero, un elemento más en esa locura que une a los protagonistas. Muy vívido el relato! Muy bueno!
ResponderEliminarCreo que, lo hace algo más atrayente el hecho que la nena no participe casi que de ningún modo. Solo es su presencia, sus aromas y colores los que motivan a esa pareja. Jejeje! Gracias por estar siempre. ¡Besos!
EliminarHermoso relato Ambar! De los que a mi me encanta.. esos bien perversitos como solo vos sabes escribir...
ResponderEliminarSíii, en este relatito hay de todo. Jejeje! Gracias por leer, y omentar siempre!
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