Nunca, ni de chiquita me quedé con las ganas de nada de lo que se me antojara. Así que, ¿Por qué tendría que hacerlo ahora? Sabía que era una locura, pero ya no me importaba nada. Tenía que animarme, y sellar un trato con mi calentura.
Roberto es un hombre de familia, creo que profesional por cómo se viste, y distinguido en su grupo de amigos, a juzgar por los autos que dos por tres se estacionan en su casa. Creo que no llega a los 50, se tiñe un poco las canas, y mantiene su barba prolija. Tiene ojos negros, una linda sonrisa, y casi siempre una mirada atrevida a los culos de las pendejas como yo. Por lo tanto, no sería difícil provocarlo. Además, las cosas resultaban aún mejor, porque ese hombre es mi vecino. No puedo parar de pensar en él desde que me lo encontré en un sueño. Fue un sábado, en una de las pocas siestas que dormí, cuando tenía 16, y llegaba fundida del club, donde entrenaba de todo un poco con mis amigas. Mi deporte favorito siempre fue el básquet, pero reconozco que soy malísima, y que sólo las acompañaba para llenarme los ojos con los torsos y los culos de los profes, o de los pendejos que jugaban al rugbi. Recuerdo que, en mi sueño, se aparecía en la cama, me quitaba las sandalias y me acariciaba los pies, murmurando cosas por lo bajo. Yo intentaba sentarme en la cama. Pero él me empujaba con una de sus manos para inmovilizarme. Pronto, olía y lamía mis pies, admirando la abertura de mis piernas, haciéndome gemir por el contacto de su saliva en mis deditos, plantas y talones. No podía respirar de la impaciencia, y él lo disfrutaba. Entonces, me arrancó la calza negra que tenía, casi que destrozándola con sus dedos como garras, acercó su nariz a mi sexo, y luego de decirme que mi bombacha era re bonita, abrió su boca y se metió de un solo bocado, toda mi concha con bombacha y todo, solo para presionarla con sus labios. Después, sin tener demasiada idea de cómo llegamos a eso, él se pajeaba contra mi cara. Yo no podía hacerle absolutamente nada, ya que tenía las manos atadas al respaldo de mi propia cama, al igual que mis tobillos. Pero, la cantidad de líquidos que fluían de su pija al rojo vivo, me empapaba como si una lluvia despiadada quisiera vengarse de mí. Cuando me desperté, una de mis manos rascaba mi vulva sobre la calza, y la humedad que percibí en mi culote me encendió todas y cada una de las formas de seducirlo. Aunque, lo más seguro es que él me haría de todo. Yo, todavía era una guachita con olorcito a chupetines. Recuerdo que me quité la calza y empecé a dedearme la conchita, cosa que hacía desde los 14. Pero, mi madre me interrumpió para pedirme que por favor la ayude a colgar la ropa. Desde ese día, comencé a observarlo con más atención, y estaba clarísimo que me calentaba.
Empecé a barrer la vereda con más frecuencia, especialmente a eso de las 6 de la tarde. Gracias a eso lo veía llegar a su casa, que está en frente de la mía. En ocasiones me saludaba con la mano, o me decía cosas como: ¡Te voy a contratar para que me barras el patio, porque a mi empleada no le gusta hacerlo!, o: ¿Cómo puede ser que una chica tan bonita ande barriendo la vereda?, o: ¡Yo si fuera vos, entraría, porque, los hombres están muy peligrosos, y vos sos muy inocente!
Reconozco que, cuando hacía esos comentarios de viejo choto, me la bajaba un poco. Pero nada se interponía entre mis fantasías y lo que pudiera ser posible entre nosotros. La cuestión era: ¿Cuándo podría lograrlo verdaderamente?
Ya, en mis 17, me hacía la boluda cuando iba a la verdulería de al lado de su casa, y pasaba por el frente de su ventanal gigante, para que me viera cargando bolsas repletas de frutas y verduras. Habitualmente me preguntaba si necesitaba ayuda, y yo le respondía que no, exhibiéndole mis tetitas paradas como una invitación. Otras veces, salía de su living y me daba una mano con las bolsas hasta llegar a mi casa. en muchas de esas oportunidades me desnudó la cola con sus ojos. No es que tuviese demasiada. Pero, supongo que lo suficiente como para que, cierta tarde me balbucee: ¿Qué colita tenés bebé!
Claro que él nunca supo que yo lo escuché. A veces, iba a preguntarle si tenía internet, o si a él le habían cortado el agua, o si le llegó la boleta del gas. Todo para agarrarlo desprevenido. Yo siempre me presentaba con remeras escotadas, con jeanes bien metidos en el culo, o con una calcita atigrada que, de paso me abultaba la conchita. él no podía concentrarse en lo que me respondía de tanto mirarme. Una vez nos encontramos en el subte. Él me juró que me vio de casualidad cuando yo me di la vuelta para saludarlo. Lo cierto es que, como viajaba parada, sentía que su cuerpo, sin llegar a ser tan evidente, se apoyaba contra mis nalgas. En una de las frenadas fuertes del tren, una de sus manos se aferró a mi culo y otra me tomó de la cintura. Supongo que con toda la intención de no dejarme caer arriba de la viejita que leía su horóscopo, sentada frente a mí. Entonces, ahí sí sentí que algo duro se apretó contra mis cachetes, y abandonada a la idea de gozar todo lo que pudiera de ese contacto, tiré la colita bien para atrás y la meneé un poquito hacia los costados. Entonces, la frenada cesó, y una vez acomodadas todas las piezas humanas en el vagón, y mientras chirreaban los engranajes del subte que, se detenía en la estación de Palermo, lo enfrenté.
¡Gracias vecino! ¡Menos mal que me sostuvo! ¡Me salvó de darme flor de porrazo!, le dije riéndome como pelotudita, supongo que sonrojada, pero decidida.
¡Ya te dije que podés tutearme querida! ¡Y, no tenés nada que agradecer! ¡Mirá dónde nos venimos a encontrar!, me dijo, antes de empezar a contarme que se le había roto el auto, que hacía una banda que no tomaba un subte, y cosas que yo no procesaba.
¡Bueno, y yo te dije que no me digas querida! ¡Decime Anto, como me dicen los chicos, y mis amigas!, le dije, mordiéndome el labio superior. Él desvió la mirada hacia la puerta, quizás un poco nervioso.
¡Me encantó que me hayas rescatado!, le dije entonces, para volver a traerlo a mi compañía. En eso, la señora del horóscopo me ofrece su asiento, y yo se lo ofrezco a Roberto.
¡Dale, sentate vos Anto! ¡Yo estuve todo el puto día sentado en la oficina! ¡Tendría que estar parado un rato, para que me circule la sangre!, me dijo. Así que, no me quedó otra que sentarme. Sentía que entre los labios de la vagina rugía un motor distinto al del subte, y que las vibraciones del asiento contra mi culo me hacían entrar en calor. Opté por quitarme el bucito beige que traía, y entonces advertí que Roberto, cada vez que yo parecía distraída, me arrancaba un pedacito de remera con sus ojos. Encima, cada tanto me incorporaba mejor para que las tetas me exploten la remera turquesa. Saber que ese hombre, y tal vez muchos otros me miraban con deseo, hacía que los pezones me dolieran de tanto erectarse.
¡Che Anto, disculpá que te joda! ¿Pero, vos, ya salís con algún chico? ¡Digo, porque tu madre parecía preocupada el otro día, porque, te peleaste con mi sobrino! ¿Puede ser? ¡Igual, ojo, que yo no quiero meterme!, me largó de repente, mientras un pibe me encajaba una estampita del gauchito Gil, la que enseguida le devolvía porque andaba sin un peso para colaborarle. Bruno y yo somos amigos desde la escuela primaria, y ni drogada se me hubiese ocurrido salir con él.
¡Mi vieja siempre anda preocupada, al pedo! ¡Con Bruno, no pasa nada! ¡Somos amigos! ¡Nos peleamos, por una boludez! ¡Pero ya re contra pasó! ¿Y, novio, para qué? ¡Si tengo un vecino que me salva de caerme en el subte!, le dije, tocándome el pelo y arqueando un poquito la espalda, para que no se olvide de mirarme las gomas. Él me chistaba para que no sea tan zafada, y entonces, llegamos a la estación de La Catedral. Los dos nos bajamos. Pero tomamos rumbos distintos. Él iba a su casa, y yo a lo de una amiga para terminar unos trabajos de Estadísticas. Estuve a punto de mandarle un SMS y cancelarle la juntada, sólo para irme con ese madurito degenerado, para pedirle que me haga chaschás en la cola toda la tarde, y que me muerda las tetas mientras yo le sacaba la lechita con el fuego de mi concha. ¡Basta Antonella, por favor! ¡No podés estar tan alzada mujer! Me repetía la voz de mi consciencia. Pero yo, cada vez le daba menos bola. Una vez que llegué a lo de Daniela, lo primero que hice fue pedirle el baño, ¡Y posta que, cuando me bajé la calza y la bombacha, parecía que me había hecho pis por cómo me había mojado! Me acuerdo que se lo conté todo, y ella me terminó de dar el último empujoncito.
¿Y qué esperás nena? ¡Vos tenés la suerte que en tu casa, muchas veces no hay nadie! ¡Ni siquiera tenés que pagar telo! ¡Ahre! ¡Aparte, si te piden documentos, estás al horno boluda! ¡Quiero que te lo cojas, y después me cuentes todo!, me dijo al fin, mientras abríamos un paquete de galletitas.
Pasaron los días, y algunos meses. Yo seguía encontrándomelo por todos lados. Y él, se ponía cada vez más incómodo con mi presencia. Una vez, me llevó en su auto hasta el club, porque no pasaba el micro, y mi vieja no me había dejado guita para el taxi. En el viaje, que no duró más de 15 minutos, hablamos un poco de música, de mi colegio, y de lo hincha pelotas que está su jefe. Y, recién cuando las cosas se ponían más picantes llegamos al club, y tuve que bajarme. Todo empezó porque lo vi relojeando el afiche de una modelo en ropa interior, de esos miles que suelen empapelar los postes de Buenos Aires.
¡Ey vecino, no podés ser tan baboso! ¡Al final, los hombres son todos iguales! ¡Miran colas, lolas, chicas en bombacha, y hasta pueden chocar, pero no van a dejar de mirar! ¡Espero que nunca lo hayas hecho delante de tu esposa!, le dije, siempre riéndome, y acercándome para saludarlo con un beso, ya que había frenado el auto.
¡Bueno nena! ¿Qué querés? ¡Vos decís eso porque sos una pendeja! ¡Cuando llegues a los 52, como yo, vas a ver que tenés que rebuscártelas un poco!, me dijo, y quiso seguir hablando. Pero yo lo corté en seco, sabiendo que tal vez no volvería a dirigirme la palabra. Pero me la jugué, y le dije: ¿O sea, que, hace mucho no tienen sexo con tu esposa? ¿Y por eso, mirás afiches? ¡También sé que le mirás la cola a la Nati, a la Sara, y a la Micu! ¡Con esa tenés que tener cuidado, porque el padre es policía! ¡Te digo por las dudas!
Él se quedó atónito, mirándome con cara de: “¿Y cómo sabés eso?” todas esas chicas viven en el mismo barrio que nosotros, y siempre lo vi baboseándose con ellas cuando pasan por la calle. Sin embargo, apenas tuvo fuerzas para sacar el seguro de las puertas, y mirarme como si le resultara desconocida.
¡Y a mí también me mirás las tetas!, proseguí, yendo un poco más lejos. Pero esta vez, él abrió la puerta, y medio que me empujó hacia la derecha para que me baje, diciendo: ¡Estás equivocada Antonella! ¡Las cosas no son así! ¡Tenés una mala imagen de mí! ¡No sé qué te habrán dicho esas chicas! ¡Ni de dónde sacaste que te miro, y todo eso!
Yo, me sobrepuse a sus esfuerzos para bajarme del auto, y le di un beso bastante próximo a sus labios, diciéndole: ¡Gracias por traerme! ¡Y no te preocupes, que a mí no me jode que me mires las tetas! ¡Yo no soy una histeriquita!
Después de ese episodio, Roberto pareció más frío conmigo. Apenas me saludaba si me veía, o se hacía el que no me había visto. ¡Como si yo saldría corriendo a contarle a su esposa! Entonces, una tarde andando en bici, no sé por qué fue que me distraje, y me caí a unos 15 metros de la verdulería. Solo traía mi mochila con ropa deportiva, y venía escuchando música con mis auriculares inalámbricos. Por suerte fue en la vereda. Enseguida la Micu apareció de no sé dónde, y me ayudó a levantarme. Pero, ella sola no podía. Me había raspado las rodillas, ya que andaba en short, y los codos, porque tenía una remerita rosada con la espalda descubierta. Y, de pronto, Roberto me extendió una mano mientras Micaela levantaba la bici, y mis auriculares.
¿Te lastimaste mucho Anto? ¿Qué te duele? ¿Cómo pasó que te caíste?, me decía Roberto, acurrucándome un poco contra su cuerpo, viendo que me ardían las rodillas, los codos, y que me dolía un tobillo. La verdad, no era para tanto. Pero yo aprovechaba el momento para que me apapache toda.
¡Andá Mica, que yo me encargo! ¡Bah, si estás ocupada, no te hagas problemas!, le dijo Roberto sin más, observando que ella traía el uniforme de la escuela. Yo, ni me acuerdo por qué ese día no tuve clases. Pero Micaela no se fue, hasta que ella y Roberto me llevaron a mi casa, donde mi madre, por poco llama a la ambulancia. Recuerdo que, antes de irse, Roberto me acarició la cabeza, diciendo que seguro en unos días iba a estar bien, y que me miró las tetas mordiéndose el labio, unos 20 segundos, mientras mi madre buscaba unas gasas y agua oxigenada.
Pero mi día llegó por fin el año pasado, a solo una semana de cumplir mis 18. Como fue imposible hacer fiestas, gracias a la cuarentena obligatoria, hicimos una picada con mi vieja, mis hermanos y mi perro, al mediodía. El resto de mis amigas me saludaban por videollamada, o por Meet, o a mi instagram. Así que, a la tardecita, salí a baldear la vereda. En parte porque tenía un embole que no me bancaba ni yo. Como no andaba nadie por la calle, ni me importó arreglarme demasiado. Salí con unas ojotas, un short azul con tachas a los costados, una remera gris híper escotada, y el pelo suelto. Me había traído mi parlantito para escuchar música, una latita de cerveza, y la escoba para barrer el lío de hojas secas que el otoño le arrancaba a los árboles. Tenía una paja tremenda. Pero al fin, me puse en movimiento. Una vez que barrí toda la vereda, lamentándome por vivir en una esquina inmensa, me puse a manguerear un poco a los arbolitos que mi madre había plantado el año anterior. Recién ahí me percaté que Roberto me estaba mirando desde su amplio ventanal. No podía ser otro que él. Así que, en un arrebato, y pese a que se me crispó hasta el último vello, me mojé la remera con un chorro de agua para que se me paren los pezones, y de paso descubra que andaba sin corpiño. ¡Jamás pensé que mi idea hubiese dado resultados tan rápido! A los minutos, mi vecino desapareció del ventanal, y se materializó en la vereda de su casa con una caja de herramientas. Lo vi abrir su auto, que sin ser de alta gama brillaba de lo impecable que lo tenía, y guardó esa caja en el baúl. Después dio un par de vueltas, como buscando algo, o a alguien con la mirada. Entonces, cuando volvió a mirarme, yo me empecé a chupar un dedo, y enseguida abrí la latita de birra para tomar unos traguitos, dejando que algunas gotas se me deslicen por el mentón.
¡Ey, vecino! ¡No me diga que no está para tomarse una, bien fresquita!, le dije, casi sin tener la necesidad de gritar, a pesar que estaba en la vereda de en frente. Él me sonrió, y volvió a clavarme los ojos en las tetas. Yo, me pasaba la latita de una mano a la otra, pensando en decirle algo más. Pero, tampoco me interesaba que cualquier otro vecino me escuche haciéndome la putita. Así que, de pronto inicié un jueguito de provocaciones, solo para que él me observe. Ni siquiera sé cómo se dio, ni de dónde me nació esa lucidez para hacerlo. Volví a tomar unos traguitos, mientras que con una mano me acariciaba las tetas. Incluso, en un momento me pellizqué un pezón. Entonces, escuché que me dijo: ¡Puede ser, la verdad que sí! ¡Pero, yo prefiero la cerveza negra!
¿Aaah, sí? ¡Bueno… a mí me gustan todas!, le dije, guiñándole un ojo, mientras conducía la latita a mi pecho para frotarla en mis tetas. A esa altura, la remerita se me subía, dejándole al descubierto mi pancita, y el tatuaje de una luciérnaga que tenía debajo del ombligo. Nos comíamos con los ojos, y yo le dedicaba miradas cada vez más intensas.
¡Che, mirá que si te mojás mucho los pies, te podés resfriar!, me dijo, mientras yo movía mi abdomen por el ritmo de mis caderas, con un tema de La Conga. No le contesté con palabras. Le saqué la lengua, y la paseé por mis labios, tan lentamente como pude. Además, estaba encendida, porque adentro de mi casa ya me había liquidado como 7 latitas de cerveza. Así que, esta era la octava. Él me miró como diciéndome: ¡No seas tan mala conmigo pendeja!, y se apoyó en uno de los arbolitos de su vereda. El agua de la manguera seguía corriendo por el caminito de tierra de mi casa, humedeciendo las raíces de los árboles, y mis pies se resbalaban en mis ojotas. En un momento, bailoteando para mi único espectador, casi me patino y me caigo de geta al piso. Él se rió con ganas. Yo, a modo de respuesta, me puse un dedo en la boca y empecé a lamerlo, a chuparlo despacito y a sacarlo de entre mis labios, con algunos hilitos de saliva. A él se le desorbitaban los ojos. En un momento me señaló la panza, y yo, me subí la remera todavía más para que pueda verla enterita.
¡Qué bueno que todavía quedan unos rayitos de sol! ¡Y, ya estuve resfriada! ¡Por eso salgo a regar y barrer! ¡Además, me encanta sentir la brisa en la piel!, le dije, agarrando el palo de la escoba para hacer que barría. En realidad, lo puse en forma vertical, y simulé bailar con ella, hasta que el palo terminó entre mis piernas, y entonces, me lo froté sin limitaciones en la vagina. Él no podía moverse de su lugar. Su cara se parecía cada vez más a la de un fantasma, pero en su pantalón, parecía gestarse algo cada vez más imponente. Le puse caritas de “Vení, agarrame y violame acá nomás”, le tiré unos besos, y luego me froté el mango de la escoba en la cola. También recuerdo que le di unos chuponcitos a la puntita del mango, y que le pasé la lengua. Lo dejé que me desee cuando me agaché para levantar la manguera y colocarla en otro sector de la tierra. En esa posición, como andaba sin corpiño, las tetas me colgaban de la remera, y digamos que una casi se me escapó. Al ratito nomás, me di la vuelta para que me mire el culo. Creo que recién ahí me acordé que el short que me puse tenía un agujero en la nalga derecha. De eso se encargó una brisa un poco fuerte que me penetró cada poro de la piel. Pero eso no me acobardó en absoluto. Al ratito, me levanté para ver cuál eran las consecuencias de mi conducta. ¡Y lo vi masajeándose el paquete! Tenía los ojos incrédulos, la boca torcida en una mueca de felicidad incontenible, y los oídos atentos. Tal vez, por si la esposa llegaba a llamarlo desde adentro de su casa. en el transcurso, solo pasó un nene con una bolsa de pan, una señora con un carrito lleno de botellas, un policía, y dos chicas con un bebé en su cochecito. Entonces, no lo soporté más. Cuando lo vi moverse, supe que era mi oportunidad. Aunque, para mi suerte, solo se apoyó en el árbol de al lado, desde donde podía mirarme con un mejor panorama.
Vecino, tengo que pedirle algo! ¡Y, sería bueno si pudiera ser hoy!, le decía, metiéndome una mano adentro de la remera para manosearme una teta. De hecho, me la estiré todo lo que pude, corriendo el riesgo de rajarla a la mitad para que la vea, hasta el inicio del pezón. Él ni se movió, pero separó las piernas. Entonces, tomé el último traguito de cerveza que me quedaba. Solo que, en lugar de tragarla, empecé a dejarla caer sobre mi teta casi desnuda, como en unas pequeñas gotitas de llovizna. Luego, me puse a bailar suavecito, ahora con la manguera en la mano.
¡Ya está Antonella! ¡Entrá por favor, que estamos en pandemia! ¡Ya sabés lo hincha huevos que son las viejas del barrio!, resonó la voz de mi hermana mayor desde algún lado de mi casa.
¡Voooooy! ¡Estoy hablando con el vecino! ¡Le estoy diciendo que necesito que me arregle una puerta del ropero! ¡Así que, ahora entro con él, en un toque!, grité hacia mi ventana, ofreciéndole toda mi colita medio salpicada por el agua a mi vecino. Es que, para cerrar la canilla tuve que darme vuelta. Mi hermana no dijo nada, y de nuevo, todo lo que se oía era La Conga, y los latidos de mi corazón en celo. Al punto tal que, ni me di cuenta que, el destino me puso de golpe a ese tipo ardiendo por mí, a solo unos centímetros de mi humanidad.
¡Cómo te gusta el cuarteto chiquita! ¡Pero, vos sabés bien, que, todo eso que hacés, no se hace! ¿No cierto?, me dijo con la misma serenidad de siempre, pero con el pecho subiendo y bajando por las palpitaciones de su calentura.
¡Dale Robert, solo necesito que me acompañes, y arregles mi ropero! ¿Podrás? ¿O le vas a pedir permiso a tu mujer? ¿En serio? ¡Mi vieja todavía duerme, porque se clavó un vino ella sola! ¡Dale, no te pongas la gorra, y acompañame!, le decía, alejándome de sus intentos por agarrarme. Tal vez para darme un correctivo por puta, o para manosearme las gomas, o para chantarme un beso. De pronto, me vi acorralada contra el portón de mi garaje, y lo escuché decirme al oído, sintiendo que algo duro me punzaba una pierna: ¡No me jodas pendejita, que, si estás calentita, tenés que saber que yo no soy un pendejo!
¡Aaay, dale, no te hagas el viejo, si sos flor de baboso! ¿No querés entrar a mi pieza, y jugar conmigo? ¡Dale, que es mi cumple, y estoy bañadita! ¡Aparte, no todos los días se te va a regalar una nena así de juguetona como yo!, le dije, una vez que me zafé de su apretuje, frotándome la latita vacía de cerveza en la concha. Si me guiaba por el brillo enfermizo de sus ojos, si no lo hacía entrar a mi casa, tal vez me violaba ahí nomás, contra el portón. Tuve que decirle que estábamos en la vereda, que pasaba gente, y que, adentro íbamos a estar mejor.
De repente, estábamos en el living de mi casa. él saludando a mi hermana, mientras acariciaba distraídamente a nuestro ovejero alemán, y yo, siendo reprendida por mi madre en silencio por la forma en que salí vestida a la calle. Incluso, después de pedirme que la acompañe a la cocina a buscar una tableta de pastillas que no encontraba, me arrinconó para decirme: ¡Hija, Parecés una loquita calentona vestida así, y toda mojada, con olor a cerveza! ¿Así vas a dejar entrar a ese hombre a tu pieza? ¡Espero que mínimamente, no haya bombachas sucias por todos lados, como siempre!
En breve, ese hombre y yo estábamos en mi pieza, a oscuras, y sin movernos. Hasta que yo me paré arriba de mi cama, y mientras daba vueltitas como una modelo, nalgueándome la cola, le decía: ¿Te gusta esto? ¿Viste cómo se me mojó la remera? Me la voy a tener que sacar! ¿Vos qué opinás?
Él comenzaba a ponerse rojo otra vez, pero continuó siendo mi espectador. De hecho, hasta parecía divertido, más que alarmado.
¡Ups, qué tontita que soy! ¿Me había olvidado que salí a la calle, sin corpiño! ¡Bueno, me la saco igual! ¡No te vas a morir por ver un par de tetas! ¿No? ¡Ahí va, agarrala!, le decía, mientras me subía la remera con lentitud, hasta que al fin me la quité del todo, y se la arrojé en la cara.
¿Qué pasó? ¿Está mojada? ¡Quiero que la huelas toda! ¡Dale vecinito, olela toda! ¿No te imaginás cómo se me mojó el pantaloncito! ¡Mi vieja me dijo que me parezco una loquita calentona! ¿Vos pensás lo mismo? ¡Ojo con lo que vas a decir!, le advertía, abriendo las piernas, bailando algo imaginario, solo para que las tetas se me bamboleen en el aire. Después, poco a poco fui acomodándome en cuatro patas sobre la cama, y descubrí que entre unas almohadas había una bombacha blanca con lunares rojos. Se la mostré, la olí, le pasé la lengua, volví a olerla y me la refregué toda por las tetas, sin olvidarme de gemir, diciendo: ¡Mmm, acá encontré una bombachita! ¡Pero, parece que no está muy limpita! ¡Guaaaau, no sabés cómo la busqué! ¡Tomá, fijate si tiene olor a nenita, a concha, a pichí, o a culito!
En ese preciso instante se la arrojé, dándole en el centro de su pecho. Él ni se molestó en obedecerme. Prefirió acercarse a la cama, supongo que para apresarme otra vez. Pero yo me deslicé como una babosa, y me puse a gatear en el suelo como una perrita, moviéndole la cola, y jadeando con la lengüita afuera. Él no decía nada, pero bufaba como indignado, respiraba fuerte y apretaba los dientes, como para que no se le escape todo lo que pensaba decirme. Hasta que, de tanto perseguirme, yo lo increpé contra la biblioteca, y sin hablarle, empecé a palparle el bulto con mi cara. Solo usé una de mis manos para desabrocharle el jean, que de pronto cayó displicente a sus rodillas. Ahí me apropié de su pedazo de verga como una morcilla, ancha y negra, dura y caliente como un pan recién salido del horno. Escurrí mi lengua por entre los costados de su bóxer para lamerle las pelotas, y cuando su olor a hombre caliente se sobrepuso a mi jugueteo, se lo bajé para empezar a mordisquearle el tronco, lamerle el glande y ensalivarle los huevos.
¿Vos decís que me va a entrar toda esta pija? ¿Sabés hace cuánto que te tengo ganas? ¿Y, vos también me la querías poner toda, no? ¿Te gustó calentarte conmigo en la vereda?, le decía mientras le escupía la pija, y me la acercaba a las tetas para frotarlas contra ella. Sabía que el contacto con mis gomas frías por el frescor de la tarde, el agua y las chanchadas que me hice con la cerveza, le estremecían la razón. Por eso, mientras abría la boca para que me la meta muuuy de a poquito como en un tobogán de saliva, lo escuché jadear, y decirme: ¡Asíii mamitaaaa, qué perrita chanchaaa, sos una peterita hermosaaaa, una bebota con ganitas de pijaaaa, y te voy a llenar la boquita de lecheeee!
Ahí comencé a mamársela con todo, sintiéndola traspasar mi garganta por momentos. Me encantaba sacármela para eructar, para esconderla un ratito entre mis tetas, y para decirle que ni loco me la iba a dar en la boquita. Le pedía que me mire a los ojos cuando se la chupaba, y que me tironee el pelo. Él solo jadeaba, y me obedecía, manoseándome las tetas con vigor. Cada vez que se le iba la mano, y me pellizcaba los pezones con demasiada violencia, yo gritaba con su pija en la boca, y más me calentaba. Para colmo, mientras se la mamaba como una viciosa, refregaba mi colita en el piso, y el atrevido hundía uno de sus pies entre mis piernas para sobarme la conchita. pero, de repente, decidí que era hora de cobrarme por toda la calentura que ese maldito me hizo sentir desde que soñé con él. Así que, lo dejé con el pito parado, brillante de baba, y empecé a gatear de nuevo. Él me siguió, y yo lo frené para volver a subirme en la cama. Me quité el short, y me acerqué a su cara, que naturalmente podía coincidirle a mi colita con facilidad. Así que, le pedí que me la nalguee, que me la muerda y le dé besitos, pero sin bajarme la bombacha. Eso, para mí fue una tortura. No sé cuánto estuvimos así. Pero, llegado un punto, con cada chirlito que me daba, sentía que un nuevo y abundante chorro de jugos tropezaba con mi bombacha. Creo que, luego de sentir un fuerte pellizco en una de mis nalgas, me di vuelta, y le dije: ¡Dale viejito cochino, oleme la concha, y asfixiate con mi olor a pendejita trola!
Apenas su cara se apoyó en mi vulva, no lo resistí. Yo misma me dejé caer en la cama, y él se tiró encima de mi cuerpo, buscando imperiosamente una de mis tetas para chuponeármela toda. Cuando lo logró, con una habilidad de otro planeta calzó su glande en la entrada de mi vagina, haciendo a un lado mi bombacha asquerosa de tantos flujos, y me la ensartó de un solo golpe.
¡Tomá guachita, esto querías, necesitabas una pija grande, bien lechera, que te llene la conchita bebé!, me decía, mientras me devoraba la teta, se movía con fiereza sobre mi vientre, y me pellizcaba el culo. Sus arremetidas empezaron como un viento veloz, y no mucho más que eso. Pero, apenas se metió una de mis manos en la boca prácticamente, y me la empezó a lamer, morder y chupar, y me escuchó decir: ¡Sí papiiii, quiero lechitaaaa, cogeme toda, abrime todaaaa, dame todo ese pito hermoso papiiiiii!, ahí sí que le rindió culto a su pasado como deportista. Me sacudía y manipulaba como quería. Al punto que, durante un ratito estaba debajo de él, resistiendo los golpes de su pubis contra mi concha que se llenaba con su carne, y después me tenía encima, aferrándose de mis piernas para profundizar cada vez más, sabiendo que cuando tocaba el tope de mi sexo me hacía lagrimear, gemir, pedirle más leche, y hasta que me haga un bebito. Le encantaba que le salte encima.
¿Así querías que te arregle el ropero? ¡Vos querías pija guacha, y mucha pija! ¡Ya te voy a enfiestar con unos amigos, y vas a ver que te vamos a bañar en leche! ¡Me fascina tu olor a birra en la boca, putita sucia, arrastrada, pendejita regalada!, me decía luego, mientras me cogía parado en el suelo, con mis piernas abiertas abrazando las suyas, con mi culito al borde de resbalar todo el tiempo de la cama. Después me sentó en una de las sillitas vacías que encontró, me agarró las manos para dejarme sin opciones, y me obligó a buscar su pija con la boca. Antes, debía escupírsela y pasármela por toda la cara. Luego, recién podía darle unas chupaditas.
¿Te gusta el sabor a conchita en mi pija bebota? ¿Alguna vez la habías probado? ¡Dale bebé, abrí más grande esa boquita, que ya te voy a dar la lechita!, me decía, extasiado y con los ojos inyectados en sangre. Pero entonces, inventé un ruido en mi cabeza, solo para distraerlo.
¡Pará, pará un poquito! ¡Me parece que alguien golpeó la puerta! ¿Vos no escuchaste nada?, le dije, e inmediatamente hice silencio, me puse tensa y agudicé el oído, para que él me siga el juego. En cuanto lo vi preocupado, me liberé de la silla y corrí a esconderme en el ropero, desde donde le decía: ¿Y mi lechita? ¡Dale papi, que la nena quiere la leche de su vecinito pajero!
Entonces, después de un prolongado silencio, oí un golpe en la puerta del ropero, y acto seguido, sentí el calor de mi vecino invadirme por completa. Me apretujó contra su cuerpo, me bajó la bombacha, me dio unos cuantos chirlos en la cola mientras intentaba colocar la punta de su pija en la puertita de mi vagina empapada, me arrancó las orejas, a la vez que me decía: ¡Ahora, de ésta no te salvás, por tramposa, por putonearme todo el santo día, y porque me re calentás!, y finalmente, empezó a darme masita, bomba y más bomba contra la pared interna del ropero. Yo entraba perfectamente, pero él con su altura, tenía que torcer el cuello para no golpearse la cabeza.
¡Mirá si te viera tu mamá, cogiendo con el Robert! ¡Sos una putita mala mi nenita! ¡Así que ahora, te voy a empachar toda de leche, por calentona!, me decía gritándome en la cara, mientras su pija me perforaba, penetraba y eliminaba más líquidos en mi interior. Me apretaba contra la madera, me mordía las tetas, me babeaba los hombros y me encajaba sus dedos en la boca, cada vez que me rozaba el agujero del culo. Yo tenía unas ganas de acabar terribles, y peor aún con los pinchazos de mi vejiga hinchada. ¡Por qué carajos habré tomado tanta birra! Así que, de pronto y sin preámbulos, empezó a decirme: ¡Tomá bebé, abrite que te lecheo todaaaaaaa, por putita, por andar con esas tetas al aireee, perraaaaa!, mientras su pija se hinchaba con todo lo que podía, y comenzaba a expulsar todo su semen caliente en mis adentros, su cuerpo me aprisionaba casi sin dejarme respirar, y su pubis se pegaba al mío, luego de la última envestida feroz. Después de eso, todo fue muy rápido. Cuando quise acordar, Roberto cruzaba la puerta de mi habitación para encontrarse con mi madre. Los escuché hablar, pero no entendía las palabras. Yo estaba desnuda, cubierta de moretones, chupones, pellizcos, rasguños y saliva mezclada, meándome encima porque ya no podía ni siquiera pensar en ponerme algo y correr al baño. Y, tuve que quedarme escondida un buen rato. Al menos, hasta que tuviese la certeza de que mi vecino había abandonado mi casa.
¡No señora, no se preocupe, que su hija ya me pagó! ¡Dice que tenía unos ahorritos! ¡Igual, era una pavada! ¡Una cuestión de poner un par de tornillos, y listo!, fue lo último que le escuché decir a Roberto, antes de una puerta, el ladrido del perro y de la voz de mi hermana insultando a vaya saber qué compañía por celular. Entonces, poco a poco abrí la puerta del ropero, y me encontré con mi ropa tirada por todos lados. Ni siquiera me acordaba que para meterme allí adentro, había tirado todos mis vestidos, camperitas, bufandas, echarpes y uniformes que permanecían en sus perchas. ¡Pero, al fin, todo había valido la pena! ¡Ese tipo me cogió como yo lo esperaba, y todavía mejor! ¿Qué más podía pedir para mi cumpleaños? En eso pensaba, mientras se me escapaba una flor de puteada, porque, al salir del ropero, casi me voy de geta al piso por tener la bombacha toda meada, rodeándome los tobillos. Fin
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Jajajja, un Ambar auténtico! Genial descripción de la calentura de una pendeja chancha y descontrolada y, ni que hablar, de la provocación al madurito! Muy real todo el relato, muy vívida y sentida la garchada descomunal y muy ocurrente lo del ropero. Muy inspiradora la historia!
ResponderEliminarSíiii, re chancha la piba! Jejejejeje! Graciaaaaas!
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